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Poder y Fuerzas Armadas


Rafael Archondo


En 1987, el general Gary Prado Salmón publicó “Poder y Fuerzas Armadas”, su segundo libro. Lo reviso ahora que el autor ha sido acusado injustamente de haber asesinado al Che Guevara. Debe resultar oneroso para el Presidente Morales lidiar con un militar que sabe tanto sobre la historia de su institución. Prado no mató al Che, dicho sea de paso; solo lo capturó para entregarlo herido a sus superiores. La orden de disparar fue dictada desde la más alta jerarquía del país y ejecutada por el suboficial Mario Terán, un 9 de octubre de 1967.


El libro señalado hace un paseo cronológico por la vida de nuestras Fuerzas Armadas en el periodo 1949-1982. El primer capítulo titula “Al Borde de la Destrucción”; el último, también. No es casual esa repetición. El texto de Prado es el relato de un naufragio afortunado, aunque repetido, es decir, uno en el que la víctima logra conservarse con vida., aunque tiemble frágil sobre la línea de flotación. Quizás sin buscarlo, el autor nos haya revelado a los civiles el modo en que las Fuerzas Armadas consiguieron salir airosas de una Revolución, en la que se pertrecharon del lado equivocado de la Historia.


En efecto, “al borde de la destrucción” estuvieron cuando la policía y las milicias sindicales humillaron a sus cadetes en abril de 1952. A partir de ese momento, los militares se especializaron en aplicarse tácticas de supervivencia. Cuando los sectores radicales del nacionalismo pidieron su disolución, solo la voluntad de Paz Estenssoro, que sabía de sus necesidades futuras, pudo evitar la operación clausura y reemplazo. El Colegio Militar fue cerrado para la generación que enfrentó los cambios, pero reabierto al año siguiente, para seguir formando conductores de tropa. El modo de aplacar los ánimos de quienes clamaban por el cierre del ejército de “la Rosca”, fue apelar a la memoria histórica. Las imágenes de Busch y Villarroel ayudaron a sanar heridas. A partir de ese instante, el endeble aparato militar se puso al servicio del nuevo poder y escenificó variados gestos de sometimiento al partido gobernante. La célula militar del MNR fue la vacuna para ahuyentar amenazas en medio de una sociedad hostil.


Como recuerda Prado, la personalidad del general Barrientos resultó clave para evitar el desmantelamiento del ejército. Su carisma y temeridad le fueron abriendo las puertas al grado de lograr su proclamación como candidato a la Vicepresidencia en las elecciones de 1964. ¿No es acaso sorprendente que tras haber estado al filo del colapso, las Fuerzas Armadas se hayan transformado en solo una década, en el pilar principal de poder? El precio a pagar fue, sin embargo, muy alto. La institución, como cuenta el libro, se convirtió en grupo de choque de las ambiciones partidarias. Con una capacidad de fuego cada vez más solvente, los militares intervinieron en la vida política de la Revolución de manera directa, disolviendo disidencias y centralizando poder. De ese modo se fueron haciendo indispensables.


Las comparaciones con el presente brotan inevitables. Tras la masacre de octubre de 2003, las Fuerzas Armadas estuvieron otra vez “al borde de la destrucción”, pero ahora que las corrientes del cambio consiguieron estabilizarse al mando del Estado, algunas escenas se reiteran. Antes, en los cuarteles, se gritaba “Por la Revolución Nacional”, hoy se exclama “Patria o Muerte”. Quizás el general Prado deba invertir en el segundo tomo de su libro. Déjenlo.

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