Gary y el Presidente
Rafael Archondo
Desde su teléfono celular, el Presidente Evo Morales ha acusado públicamente a Gary Prado Salmón (foto) de haber asesinado al Che Guevara. Si su Excelencia va a usar las redes sociales para calumniar, quizás es mejor que emprenda la retirada.
Cuando Evo estaba a punto de cumplir siete años de edad, Prado puso fin a la campaña militar en Ñancahuazú al informar a sus superiores en La Paz que Ernesto Guevara de la Serna había sido capturado con una herida en la pierna derecha y una carabina rota en la mano. El lento cojear del Che hasta el vecino pueblo de La Higuera fue presenciado a lo largo de seis kilómetros por los curiosos de la zona, bajo el manto vespertino de polvo, levantado por la columna que organizó aquella exitosa emboscada.
Se cerraba un capítulo más de la Guerra Fría. Transcurrían las últimas 21 horas de vida del líder de aquel intento fallido por detonar la revolución continental. Al mediodía del 9 de octubre de 1967, es decir, al día siguiente de su apresamiento, el Che moría bajo la ráfaga accionada por Mario Terán, el suboficial que se presentó como voluntario para emprender la funesta tarea. Los testigos aseguran que la sentencia de muerte fue dictada por los comandantes de las tres fuerzas en reunión con el presidente Barrientos, que el general Joaquín Zenteno Anaya transmitió la orden a la zona de operaciones y que varios subalternos se disputaron su puesta en ejecución. Terán se habría ganado el extraño privilegio, porque, según sus camaradas, en su compañía habían muerto tres soldados con su mismo nombre y que en su honor, cobraría la venganza. Luego habrían sucedido otras detonaciones, a cargo de otros uniformados, a fin de culminar la faena.
Horas después, el cuerpo de Guevara fue amarrado al patín de un helicóptero. Prado dice haber despedido el cuerpo, amarrando la mandíbula del guerrillero a fin de preservar la integridad de su rostro. Sí, lo capturó, se quedó con su reloj como trofeo y presenció su traslado. Ni más ni menos. Como se sabe, tomar prisioneros en el marco de una guerra es un acto convencional y hasta humanitario. Ejecutarlos es un delito. Gary Prado no cayó en ello. Todos los sabemos, menos nuestro actual jefe de Estado.
El informe oficial decía que el Che había muerto a consecuencia de las heridas recibidas en su último combate. Esta información oficial falsa intentó ser reafirmada horas después en la conferencia de prensa brindada en Vallegrande, donde el cadáver fue exhibido al mundo sobre la famosa lavandería. Junto con los disparos de las cámaras fotográficas nacía entonces el mito, amparado por la imagen de aquel cuerpo con los ojos abiertos y el gesto bíblico que dio pie a tantas olas de admiración. Una derrota militar se tornaba en victoria política.
Toda esta historia ha pasado desapercibida para la oficina de redes sociales que administra la cuenta del Presidente. ¿O es él mismo quien ignora los hechos?, ¿no sabe acaso que fue Mario Terán, y no Gary Prado, quien disparó contra su ídolo? El asunto es ciertamente grave. ¿Qué se hace cuando la calumnia se convierte en acto de Estado? Y finalmente, ¿puede un Presidente despreciar la presunción de inocencia de un detenido y afirmar que además fue “separatista”?
Algo queda claro más allá del incidente. Entre el movimiento cocalero de los años 90 y las guerrillas de los 60 hay un abismo de desinformación que solo alcanza a ser disimulado por las arengas de “Patria o Muerte”, que los sargentos están conminados a exclamar en los cuarteles del Estado Plurinacional.