Sobre mi cártel
He formado parte tres años consecutivos de una organización, a la que el Ministro de la Presidencia bautizó como “el cártel de la mentira”. Desahogo acá en ese sentido, una urgente confesión de culpa.
Trabajé en Erbol un año y medio, dirigí la labor informativa de la Agencia de Noticias Fides (ANF) en la primera mitad de 2015, actué como corresponsal de “El Deber” en la conferencia mundial sobre el clima ese mismo año y cooperé con “Página Siete” en conexión con dos programas de radio que tuve el placer de conducir. Como agravantes ya intolerables debo reconocer mi amistad certificada con Amalia Pando, Andrés Gómez Vela y Raúl Peñaranda. Cumplo por tanto con todos los requisitos y la flagrancia para ser testigo privilegiado de la novísima versión del “golpe de Estado mediático” más fresco de la temporada.
En efecto, como denunció valientemente el citado Ministro en medio de un ruidoso acoso opositor, todo funciona allí como una monstruosa “caja de resonancia”. Sin siquiera urdir coordinación previa, cada información publicada por un miembro del cártel, aparece de inmediato reproducida con todas sus comas y puntos, en los escaparates de los demás afiliados. En menos de media hora, la misma noticia se multiplica como bacteria por portales y muros, por teléfonos portátiles y aparatos de computación.
Emerge así una matriz de opinión que va pervirtiendo con sus medias verdades la sosegada vida de los bolivianos. Y entonces, en vez de sentir orgullo por el satélite, las dobles vías, las sales de potasio o los teleféricos, en el almuerzo se empieza a hablar del último chisme, de la foto más destemplada, del audio y el video picante del instante. De inmediato, una ola de júbilo se yergue paralela en todo el territorio chileno, desde Calama hasta Punta Arenas. Un segundo torrente de regocijo vibra después entre Texas y Alaska e incluso se han registrado aislados brotes de alegría en la ultramarina Hawái y uno que otro cohetillo en las montañas rocallosas. Si no hubo fandangos en Israel es solo porque Bolivia ya está demasiado alejada de aquel imperio subsidiario y anti palestino del medio oriente.
Y claro, el “cártel de la mentira” tiene efectos tan perturbadores sobre la auto confianza del órgano ejecutivo que incluso los rangos más elevados del Estado se ven obligados a referirse a los temas impuestos por esta macabra agenda “anti nacional”. Esto ha llegado al extremo de la convalidación oficial de las falsedades, generando, así, una profunda extrañeza en los estudiosos de la opinión pública. Por ejemplo, cuando se ventiló el hallazgo de un tercer hijo del Presidente, las autoridades salieron en defensa del padre engañado, se reveló que el niño fue enviado al exterior para ser curado y hasta se rememoró cuán intacta permaneció la “pancita” de la madre, cuya dilatación transcurrió bajo el más estricto secreto palaciego. Del parto más clandestino del universo saltamos, en unas semanas, al desvanecimiento pre natal del bebé, rozando en su inexistencia.
Hoy, el Estado contraataca. Reformulada al detalle la nueva verdad oficial, solo queda presenciar la desmembración del cártel, su asedio publicitario, el despojo de sus frecuencias y el triturador desprestigio desde los atriles. Sin embargo, subsiste un pequeño daño colateral, que, de todos modos, podría ser minimizado por el olvido. Al etiquetar a los mentirosos, los que estarían diciendo la “verdad” o callando, se amontonan, sin haberlo pedido, en la canasta de los condescendientes y cobardes. ¿Alguien puede creer entonces hoy en lo que diga un posible “cártel de la verdad”?