La historia del EGTK
Este artículo hace una revisión de la lucha del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK) durante las décadas de 1980 y 1990, como órgano clave de la resistencia indígena en Bolivia y su integración al nuevo gobierno, instaurado desde 2006.
Prohibida su reproducción sin citar el origen.
Este texto fue publicado por primera vez en la revista de pensamiento crítico latinoamericano "Pacarina del Sur" en 2012. Luego apareció como parte de un capítulo del libro de Fabiola Escárzaga "Comunidad Indígena Insurgente. Perú, Bolivia, México 1980-2000", editado en Bolivia y México en 2018 (foto).
Fabiola Escárzaga es socióloga y latinoamericanista mexicana, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, México.
Introducción
El EGTK se constituyó a partir del encuentro en 1986 de dos grupos militantes que se proponían, cada uno por su parte, construir una organización armada. Uno estaba conformado por campesinos aymaras y quechuas y otro por jóvenes mestizos de clase media y obreros. Ambos coincidían en la premisa de sumar al proletariado, particularmente minero, y el campesinado indígena, sector mayoritario de la población boliviana que, desde la década anterior, había mostrado una creciente capacidad organizativa y de movilización. En virtud de sus coincidencias decidieron establecer una alianza funcional con un período de prueba y una clara división del trabajo: los jóvenes mestizos aportarían la conducción del trabajo urbano, la teoría marxista y la logística; y el grupo de campesinos aymaras y quechuas aportaría la conducción de la fuerza rural, portadora de una memoria de rebelión ancestral y un Proyecto Nacional Indio, además de su autoridad y prestigio sobre comuneros aymaras y quechuas y su presencia en el sindicalismo campesino. Con esos recursos se proponían construir en Bolivia la alianza obrero-campesina preconizada por Lenin.
Pero el EGTK fue desarticulado a pocos meses de iniciar su etapa de entrenamiento armado, entre marzo y agosto de 1992, y los gobiernos neoliberales intentaron borrar esta experiencia rebelde de la memoria popular, la mayor amenaza a los ojos del poder era la inédita alianza interétnica ensayada.
Por ello, a partir del año 2000 inicia el ascenso incontenible de diversos movimientos sociales indios. La parte más radical de ellos estaba encabezada por la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y era dirigida por el campesino aymara Felipe Quispe, fundador del EGTK. El embate de los movimientos sobre el frágil equilibrio construido por las élites criollo-mestizas aceleró la crisis del neoliberalismo en el país y llevó a la caída de dos presidentes: Gonzalo Sánchez de Lozada (2003) y Carlos Mesa Gisbert (2005), y a la llegada a la presidencia del primer presidente indio de Bolivia en enero de 2006, el dirigente cocalero Evo Morales Ayma. Su vicepresidente Álvaro García Linera también fue fundador del EGTK. La fórmula gobernante constituida, sus políticas y discursos deben muchos de sus atributos a experiencia del EGTK y a sus esfuerzos por articular grupos étnicos y sociales tradicionalmente confrontados en virtud del racismo imperante. El rescate de la experiencia del EGTK como parte del proceso de autoconstitución de los indios como sujetos políticos autónomos en Bolivia nos parece fundamental y a ello dedicaremos estas líneas.
La insurgencia indígena del EGTK es solo un episodio significativo de un largo proceso acumulativo previo y coadyuvante de procesos políticos y sociales posteriores, ocurridos en la base india de la sociedad boliviana. A diferencia de otras convocatorias de lucha armada en América Latina, el proyecto tupakatarista no fue ajeno a la idiosincrasia y esfuerzos de las bases indígenas que convocó, es una creación de ellas. Lo que prevalece de la experiencia, a pesar de la pronta desarticulación del grupo, es la capacidad de acción autónoma de masas campesinas aymaras y quechuas y su acumulada capacidad organizativa y de definición de un proyecto propio y radical de transformación política.
El escenario rural-urbano de la hegemonía aymara
La ciudad de La Paz, sede del gobierno boliviano, está enclavada en el altiplano aymara y su población trabajadora es mayoritariamente aymara. La Paz es invadida cotidianamente por los trabajadores aymaras y los criollo-mestizos viven esa invasión como una amenaza. El conflicto es intenso por el roce constante, a pesar de la segregación establecida. El Alto de La Paz, la ciudad dormitorio de sus servidores, es hoy la ciudad india más grande de América. La población aymara migrante en La Paz y El Alto no rompió con el mundo indígena del que provenía y al que volvía periódicamente, ello le permitió afirmarse en su identidad diferenciada como estrategia de supervivencia en la ciudad.
La centralidad de la población aymara en Bolivia es incontestable, aunque no son mayoría entre la población indígena actual, son la etnia más articulada cultural y políticamente y la más resistente en su identidad, están en el centro político del país. Por ocupar un espacio poco productivo, el gélido altiplano, durante la colonia y la república, los campesinos aymaras no participaron del circuito del mercado externo, sólo lo hicieron en el interno, lo que les permitió mantener su autonomía productiva y cultural. Sus opresores eran los latifundistas más atrasados económica y políticamente, eran los más precapitalistas y los más racistas, el sector dominante más débil, pero el más opresivo, sus relaciones con los campesinos eran las más violentas.
El indianismo katarista
Un elemento decisivo para la construcción de la autonomía del campesinado indio en Bolivia es la formulación de la ideología indianista por Fausto Reinaga (1906-1993). Se trata de un proyecto político de transformación de las condiciones de opresión y explotación vigentes sobre la mayoría india de Bolivia por parte de las élites blancas y mestizas, que afirma el papel protagónico de los indios en la historia boliviana y su capacidad para luchar por sus propias reivindicaciones y bajo su propio programa, liderazgos y organizaciones que reivindica el término indio como auto denominación de la población originaria para revertir la connotación estigmatizante dada por los opresores.
El indianismo se define en contra del indigenismo, la ideología elaborada por los mestizos expresada como programa político, política gubernamental, y/o corriente artística en la literatura y artes plásticas en los países con significativa población indígena, a partir de los años 20 del siglo XX, que pretendió representar los intereses de los indígenas para integrarlos de manera subordinada a la hegemonía mestiza.
El indianismo propone a los indios la tarea de constituirse como un actor político autónomo frente a las ideologías de los partidos políticos mestizos de centro e izquierda, que utilizaban a los indios como base social subordinada de sus respectivos proyectos sin considerar sus intereses específicos y su condición de indios.
El discurso indianista de Reinaga fue retomado por el movimiento campesino aymara y convertido en el katarismo, movimiento e ideología que reivindica la figura de Tupak Katari, el caudillo aymara que dirigió en el altiplano andino, el Qollasuyo, la rebelión anticolonial de 1781-83. El katarismo surgió en 1969 por la iniciativa de estudiantes aymaras en la ciudad de La Paz que realizaban tareas de organización, educación y difusión cultural en las áreas rurales, se constituye como puente entre los indígenas urbanos y las comunidades aymaras del altiplano paceño y luego se difunde hacia otros departamentos y se expresa en acciones radicales como las tomas de tierras. El movimiento katarista se manifestó masivamente por primera vez en La Paz, el 1º de enero de 1971. El 30 de julio de 1973 aparece el Manifiesto de Tiahuanacu, que decía: "Nosotros, los campesinos quechuas y aymaras, lo mismo que los de otras culturas autóctonas del País... nos sentimos económicamente explotados y cultural y políticamente oprimidos. En Bolivia no ha habido una integración de culturas sino una superposición y dominación, habiendo permanecido nosotros en el estrato más bajo y explotado de esa pirámide... Los campesinos queremos desarrollo económico, pero partiendo de nuestros propios valores. No queremos perder nuestras nobles virtudes ancestrales en aras de un pseudodesarrollo...No se han respetado nuestras virtudes ni nuestra visión propia del mundo y de la vida...No se ha logrado la participación campesina porque no se ha respetado su cultura ni se ha comprendido su mentalidad.” El manifiesto concluye diciendo: “Somos extranjeros en nuestro propio país”
Para octubre de 1973 comienzan a expresarse dos tendencias ideológicas diferenciadas al interior del katarismo: la indianista que postula como sujeto al indio y la sindicalista que postula como sujeto al campesino. Los primeros reciben el apoyo de las organizaciones indigenistas internacionales. Los sindicalistas son apoyados por los sectores progresistas de la Iglesia. En 1974 el gobierno desata una intensa represión y se produce la Masacre del Valle, con casi un centenar de muertos, el hecho provoca gran indignación entre los campesinos indígenas y destruye lo que quedaba del Pacto Militar-Campesino y abona el terreno para el arraigo del katarismo en el sindicalismo campesino.
Para 1978 las dos tendencias kataristas se convierten en sendos partidos políticos para participar en las elecciones presidenciales. La corriente indianista funda el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA) y la corriente sindicalista el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari (MRTK). El primero tenía su base en la provincia Pacajes, era dirigido por Constantino Lima, Luciano Tapia y Julio Timiri y el segundo se asentaba en la provincia Aroma y tenía como dirigentes a Jenaro Flores, Macabeo Chila y Víctor Hugo Cárdenas, este último estaba vinculado con el sindicalismo minero.
El indianista MITKA considera que no solo los campesinos sino también los obreros y en general los oprimidos en Bolivia son indios que enfrentan una situación colonial, reivindican el pasado prehispánico, se organizan en consejos de amautas y de mallkus (autoridades indias tradicionales) y proponen la reconstrucción del ayllu comunitario, sin clases sociales ni opresión nacional de la minoría blanca sobre la mayoría india, reivindican el término indio y la autonomía política frente a los partidos mestizos que solo los utilizan.
El clasista MRTK reconoce las transformaciones aportadas por la revolución del 52: la difusión de la forma de organización sindical en las comunidades que coexisten con las antiguas formas organizativas aymaras, considera compatibles sus reivindicaciones culturales con las de clase, adopta la forma de organización sindical y emplea el término campesino. Acusan de arcaicos y racistas a los indianistas del MITKA.
De manera paralela al fraccionamiento y debilitamiento de los partidos indios, producto de la cooptación por fuerzas políticas criollo-mestizas, se fortalece un sindicalismo campesino indígena autónomo que se concreta en la creación en 1979 de la CSUTCB bajo el patrocinio de la COB y la influencia predominante del MRTK, por lo que Jenaro Flores asume la Secretaría Ejecutiva de la confederación. Su primera acción fue un bloqueo de caminos en noviembre y diciembre de 1979 que estremeció a la sociedad por su contundente fuerza.
A partir del 1er Congreso extraordinario de la CSUTCB se consolidaron dos posiciones en su interior que trasladan al campo sindical las facciones expresadas en los partidos indios: el katarismo autodeterminista que planteaba como meta la autodeterminación de las naciones indias, crear estados independientes de aymaras y quechuas; y, por otro lado, la propuesta pluri-multi que acepta al Estado vigente, aunque cuestionando su carácter excluyente y colonial, exige el reconocimiento de la identidad cultural, reivindica el derecho a ser parte de la patria boliviana y busca una inclusión negociada en él. La segunda es la más cercana a las fuerzas políticas dominantes criollo-mestizas, es la más asimilable por el poder y fue patrocinada por ellas.
En el crecimiento de la CSUTCB como fuerza unificada del heterogéneo universo del campesinado indio, sobresale un hecho aparentemente contradictorio: el katarismo, una ideología indianista, adopta la forma sindical como mecanismo de articulación nacional, de permanencia y legitimidad y las bases campesinas indias la hacen suya, porque más allá de las diferencias políticas de las dirigencias las bases campesinas indias encuentran en la ya arraigada tradición de militancia sindical la forma de organización más adecuada, en tanto es la reelaboración de la organización comunal que la reforma agraria de 1953 buscó extirpar, sustituyéndola por la forma sindical. El sindicalismo campesino boliviano recurre a formas de organización y estrategias de lucha diversas que se nutren de las dos tradiciones culturales que están a su alcance, la comunitaria y la sindical. Las comunidades son el punto de partida de una organización que abarca a todo el país y por debajo de la forma sindical, encubierta en ella funcionan los sistemas de autoridad tradicionales que subsisten en los distintos ámbitos regionales. En espacios con predominio del sistema de ayllus se recomponen estos sistemas de autoridad, a veces enfrentados a la estructura sindical y a veces en armonía y dividiendo atribuciones con ellos.
La CSUTCB no será un aparato dominado definitivamente por una corriente, sino un espacio en que los diversos proyectos políticos, matices ideológicos y estrategias de lucha serán confrontados y sometidos a la consideración de las bases campesinas de manera sistemática y periódica y, a partir de la decisión de las bases, su gran fuerza política será orientada por diversos caminos.
La vanguardia india
El dirigente campesino aymara Felipe Quispe Huanca (foto) es el personaje más visible de componente indio del EGTK, su trayectoria personal permite ver los recursos políticos con los que contaba un actor colectivo, el campesinado aymara que se expresa en la vanguardia indígena de la organización armada. Su adhesión a la ideología indianista-katarista, su experiencia de lucha de más de 15 años en el sindicalismo campesino, su formación guerrillera con grupos mestizos en los años 70 y 80 y la convicción en la inevitabilidad de la vía armada, sustentan el proyecto de lucha armada india que formuló y lo llevan a asumir la necesidad imperiosa de establecer alianzas con los elementos mestizos que le permita acceder a los recursos técnicos y materiales necesarios para su lucha.
Felipe Quispe nació en Ajllata en 1942, comunidad aymara de la Provincia de Omasuyos del Departamento de La Paz. Hijo de campesinos, fue el menor de seis hermanos. Se reivindica como descendiente de Diego Quispe Tito, coronel del ejército de Tupak Katari. Su comunidad fue cautiva de un latifundio por lo que sus miembros fueron siervos durante varias generaciones. Su proceso de “ciudadanización”, castellanización e incorporación forzada al mundo q´ara inició en la escuela primaria y continuó cuando hizo su servicio militar en el Grupo Aéreo de Cobertura en Riberalta, en el oriente boliviano, de donde salió con el grado de cabo en 1963. Al terminarlo volvió a su comunidad a trabajar la tierra y se convirtió en dirigente campesino, participando en el movimiento sindical. Asistió como representante de su comunidad a los congresos de la vieja central campesina y se formó políticamente en ella. En 1971 en el VI Congreso de la Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CNTCB) en Potosí conoce al ideólogo indianista Fausto Reinaga y a los dirigentes aymaras Raimundo Tambo, Constantino Lima y Jenaro Flores Santos. Luego del golpe de Banzer en 1971, Quispe fue identificado como comunista y para evitar la cárcel huye a Santa Cruz donde vivió cinco años trabajando como peón en el corte de caña, arroz y algodón.
En 1975, por invitación de Jaime Apaza Chuquimia, Quispe se incorpora al grupo que formará el MITKA, atraído por la propuesta de lucha armada formulada por la organización en su Tesis Política, que coincide con su propio proyecto. En abril de 1976, Apaza le presenta a Alejandro Rodríguez Salas (alias Miguel), un elemento no indígena que participa del movimiento indio como militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
En 1977 inicia con Jaime Apaza un trabajo político en las comunidades aymaras del departamento de La Paz, realizando para la Radio San Gabriel grabaciones de los conjuntos musicales autóctonos y haciendo entrevistas a los comunarios sobre sus condiciones de vida. Por las noches aprovechaban para conversar en aymara con toda la comunidad y difundir el credo indianista y desoccidentalizar la conciencia de los campesinos, acompañaban estos cabildos de concientización con coca y alcohol. Quispe participa en la redacción del Manifiesto del MITKA con Jaime Apaza, José Aramayo, Nicolás Calle, Fidel Jarro y Alejandro Rodríguez, éste último era el único no indio del grupo aunque firmó como mapuche de Chile. En ese mismo año se funda la Federación Departamental de Trabajadores Campesinos de La Paz-Tupac Katari (FDTCLP-TK), expresión de la expansión del sindicalismo campesino aymara.
En 1980 la disputa interna por las candidaturas y por los recursos que reciben los dirigentes indígenas de organizaciones internacionales provoca la división en el MITKA en dos fracciones, Luciano Tapia dirige el MITKA y Constantino Lima el MITKA-1. El golpe militar de García Meza desata una intensa represión y suspende las libertades. Quispe trabaja en el MITKA como secretario de Luciano Tapia hasta 1980, cuando la represión lo obliga a salir de Bolivia y con el apoyo de su organización viaja a Perú, México, Guatemala, El Salvador, y, finalmente, a Cuba, donde recibe instrucción militar durante un año. Quispe volvió a Bolivia en 1983 y en 1984 fue elegido dirigente de la FDTCLP-TK, desde entonces se propone la preparación para la lucha armada desde adentro del sindicalismo campesino. Las disputas al interior del MITKA llevan a su práctica desintegración hacia 1985, de él se desprendieron varias organizaciones.
El 26 de febrero de 1986 se desarrollaba en Sucre el VIII Ampliado Extraordinario de la CSUTCB, un grupo de delegados al evento: Quispe, Fernando Surco, Calixto Jayllita (José Aramayo) y su esposa Sabina Choqueticlla realizan una reunión en la que declaran en suspenso al MITKA y fundan el movimiento Ayllus Rojos, pensado como el brazo político de las organizaciones campesinas de base, un katarismo revolucionario que escape a la manipulación de la que eran objeto los partidos políticos indianistas por parte de los partidos criollo-mestizos de izquierda o de derecha. “Descubrí que el movimiento indígena no puede hacerse al margen de la organización sindical, es la organización la que da base social al movimiento”, dice Quispe.
Debemos subrayar dos elementos en la trayectoria de Quispe. Por una parte, su pertenencia comunal y la formación política adquirida en el proceso de construcción de la organización sindical campesina, recorriendo la organización desde abajo, desde la participación y representación de su comunidad ascendiendo gradualmente en el escalafón y en la estructura piramidal sindical desde el ámbito comunal, provincial, departamental hasta el nacional. Por otra parte, sus exilios en el oriente del país y luego fuera de él, le permitirán ampliar su experiencia vital y su horizonte político, pero sin separarse de la base. Sobre la estructura comunal-sindical a la que pertenece buscará desarrollar el trabajo político en la perspectiva de la lucha armada, buscando volver realidad la aspiración a la lucha armada en la que todos los dirigentes coincidían, pero no concretaban.
La vanguardia mestiza
En 1982 un grupo de jóvenes estudiantes bolivianos en México, iniciaron su preparación política y militar encaminada a organizar en Bolivia una fuerza insurreccional. Consideraban cercana una resolución revolucionaria de la intensa crisis política y económica que se vivía en el país, expresada en el ascenso de masas iniciado en 1979 con la insurrección indígena dirigida por la CSUTCB y mantenida por la resistencia popular encabezada por la Central Obrera Boliviana (COB) contra las dictaduras que se sucedieron en los últimos años. El grupo estaba integrado por Álvaro y Raúl García Linera, Juan Carlos Pinto Quintanilla, Carlos Lara Ugarte (foto) y dos estudiantes mexicanas parejas de dos de ellos, Raquel Gutiérrez Aguilar y Fiorela Calderón.
Los jóvenes bolivianos en México se sintieron estimulados por la revolución centroamericana en curso en esos años y encontraron que la mejor escuela revolucionaria a seguir eran las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) salvadoreñas que formaban parte del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FLMN). Las FPL era una organización político-miliar de filiación maoísta, creada por Salvador Cayetano Carpio (Comandante Marcial) en 1969, luego de su ruptura con el Partido Comunista Salvadoreño, postulaban la conjunción de la lucha de masas con la lucha armada que debía ser asumida no por un foco guerrillero como en los años 60 sino por las masas.
Los revolucionarios salvadoreños tenían a México como retaguardia, contaban con apoyo material y logístico de fuerzas políticas oficiales, porque el gobierno mexicano buscaba consolidar su hegemonía política y económica en la región centroamericana, dentro de una nueva correlación de fuerzas que instauraría la ola revolucionaria. Por ello la presencia de insurgentes salvadoreños en la Ciudad de México era algo normal y más aún en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde estudiaba la mayoría de esos bolivianos. La UNAM fue un espacio privilegiado para la formación política radical de los jóvenes bolivianos de clase media y de sus compañeras.
Los jóvenes bolivianos y sus parejas mexicanas llegan a Bolivia entre fines de 1983 y fines de 1984, tenían entre 22 y 25 años. No se incorporaron a ninguna organización política existente, sino que crearon su propia red, las Células Mineras de Base. Los primeros años fueron muy difíciles, organizaron pequeños grupos de discusión sobre las condiciones políticas del país y las formas de prepararse para la lucha armada, querían estar listos cuando se produjera el desenlace militar de la confrontación de fuerzas que veían cercana. Una parte del grupo trabajaba con los mineros en Potosí y Oruro y otra en las ciudades de La Paz y Cochabamba con los fabriles, recurrían al teatro, los títeres y la música para abrir el diálogo con los trabajadores. Buscaban palpar el estado de ánimo de los obreros al tiempo que desarrollaban un análisis global de la situación económica y política del país.
En el ambiente de intensa movilización social y política que prevalecía en Bolivia, lograron insertarse entre los sectores más radicales. Meses después de su llegada ocurrió la huelga general indefinida de marzo de 1985 y 10 mil mineros marcharon a La Paz, ellos aprovecharon para realizar trabajo político en las empresas en huelga aportando lo que mejor sabían hacer, la formulación teórico-política. Organizaron escuelas de cuadros y difundieron sus propuestas y reflexiones a través de pequeños folletos cuya publicación era apoyada por los sindicatos mineros.
Encuentro interétnico y Sirviñaku
En julio de 1985 se produjo el encuentro entre los jóvenes mestizos y Felipe Quispe y otros militantes kataristas.
Quispe lo reseña así: "Éramos tres indígenas, teníamos el pensamiento de organizar un brazo armado de pueblos indígenas en la zona aymara. Buscamos ingresar a las organizaciones sindicales y desde allí preparar a nuestros hermanos para la lucha armada, de pronto aparecen los hermanos García Linera y un minero, éramos tres y tres. Pero no cayó del cielo, hubo un contacto, un compañero de lucha, un indígena del oriente Juan Rodríguez Guagamas que estaba entonces como diputado, conoció a los García y nos plantea que había unos jóvenes que pensaban igual que nosotros y aceptamos hablar con ellos. Juan preside la reunión, intercambiamos manifiestos, boletines que ellos habían lanzado, nosotros no teníamos dinero para publicar. Decidimos hacer la prueba si servíamos o no para la lucha armada, hicimos recuperaciones de dinero para conocernos más de cerca y vimos que éramos capaces de hacer la lucha armada y de unirnos con los que no son indígenas, funcionó como un sirviñaku. La lucha podía engranarse con los hermanos no indígenas, llegamos a acuerdos, mantuvimos relaciones. Ellos salen como Ofensiva Roja de las Minas y nosotros como los Ayllus Rojos. Nos hicimos cargo de reclutar, organizar y preparar a la gente en las comunidades indígenas y ellos en las ciudades y en las minas. Surge el decreto 21060 y los mineros son relocalizados y ellos se quedan sin militantes y se van todos a las comunidades campesinas. ¡Se acabó la revolución proletaria!".
Al principio, el grupo mestizo proponía la preparación de la lucha armada desde el sujeto obrero que culminaría en insurrección urbana a partir de la preparación previa y de la radicalización de la lucha obrera en sus marchas, huelgas, tomas de centros de trabajo, pero consideraban que esta podía venir acompañada de movilizaciones armadas campesinas, agrarias, comunales. Por ello, entre 1984 y 1986 centraron las fuerzas en el trabajo con los mineros y los fabriles. La contraparte indígena reconocía también al ámbito obrero y urbano como el fundamental en ese momento de lucha, Quispe había participado en la COB y en sus movilizaciones. Los campesinos kataristas se integraron con los mestizos al trabajo en las minas, ayudaban a editar volantes y folletos, a organizar cursillos en los sindicatos mineros, a llevar los equipos de video y de proyección de películas.
La conformación de una organización de indios y mestizos y de una dirección intercultural que aspiraba a una relación horizontal entre ambas partes y que es una de las novedades del EGTK (más adelante señalaremos sus límites), se puede explicar por varios factores, pero uno que nos parece fundamental es la experiencia mexicana de los elementos bolivianos, incluido Felipe Quispe que la hizo por su cuenta, en su caso fue más larga la experiencia cubana. Reforzado por la participación de dos mexicanas que además de la horizontalidad étnica reivindicaban la de género. La idiosincrasia más cosmopolita de la Ciudad de México y particularmente del ámbito universitario donde los bolivianos vivieron por cuatro años y formaron el grupo inicial, se trata de una sociedad más abierta y horizontal donde la discriminación hacia los indígenas y hacia las clases trabajadoras es menor que en Bolivia y donde el racismo ha sido desde mucho tiempo antes cuestionado. Desde un mirador mexicano era más fácil advertir y cuestionar el racismo opresivo de la sociedad boliviana del que todos son partícipes independientemente de su voluntad e imaginar una forma de relación no jerárquica entre diferentes, como parte de un proceso de transformación radical de la sociedad, esta fue sin duda una adquisición muy importante también en el proceso formativo de los futuros tupakataristas. Otro de ellos es el capital organizativo, político e ideológico que la parte india aportaba, sin el cual los mestizos difícilmente habrían podido traducir en capacidad de convocatoria política su capacidad de elaboración teórica. La diferencia generacional entre ambas partes también facilitó la apertura de los mestizos y la integración.
El 29 de agosto de 1985 el anciano presidente Víctor Paz Estensoro, el mismo que nacionalizara las minas en 1952, lanza en su tercer período de gobierno el Decreto Supremo 21060 que privatiza la minería del estaño y relocaliza (despide) a 23 mil mineros de la Corporación Minera Boliviana (Comibol) la empresa estatal construida a partir de la nacionalización.
Agotado el ciclo de la minería del estaño la elite gobernante consolidada a partir del mismo lanza a la calle al poderoso proletariado minero, con el que alternativamente había cogobernado o combatido políticamente; elimina así a su adversario histórico, poseedor de una conciencia de clase afirmada en el hecho de ser la generadora de la mayor riqueza exportable del país. La derrota y desaparición del proletariado minero fue un hecho trágico que difícilmente puede encontrar paralelo en la historia de América Latina.
Los jóvenes mestizos habían formado numerosas células en las minas y en las fábricas que eran coordinadas por unos 15 activistas dedicados de tiempo completo a la organización: en tareas de edición, enlace, recuperación y transporte de armamento. El cierre de las minas les hizo perder lo avanzado, sus bases se esfumaron en busca de los medios necesarios para la sobrevivencia de sus familias y las Células Mineras perdieron el apoyo material de los sindicatos que se quedaron sin gente y sin recursos. Ante tales circunstancias, a fines de 1986, los tupakataristas se ven obligados a reorientar su estrategia organizativa desde una base fundamentalmente mestiza, obrera y urbana, hacia una base fundamentalmente indígena, rural y campesina. A decir de Álvaro García (foto), no se plantearon el reemplazo del sujeto revolucionario la clase obrera por el campesinado indígena, sólo redefinieron al sector que “comienza a tener mayor protagonismo y mayor capacidad de resolución”.
Pero, el campo aymara se convertirá de hecho en el escenario prioritario. Los campesinos reclaman que ahora les toca a ellos. Indios y mestizos profundizan la reflexión teórica y retoman los contactos que los integrantes indios de la organización tenían desde la década de los 70 para comenzar a cohesionarlos en la nueva perspectiva: la organización de las comunidades para lograr la autodeterminación indígena. La alianza interétnica pactada inicialmente se desequilibra y de manera natural e imperceptible para ellos los mestizos se van subordinando a la vanguardia india. Para los Ayllus Rojos es la oportunidad de invertir el orden de las cosas en el polo popular de la sociedad boliviana, es de alguna manera la revancha luego de 30 años de subordinación y discriminación de los indios por las vanguardias obrera y la pequeña burguesía intelectual mestizas dentro de las organizaciones sindicales y políticas. Era sobre todo la oportunidad de reconstruir una identidad indígena desenterrando su propia versión de la historia, reivindicando su herencia radical, afirmando su identidad indígena y organización comunal, su cultura y formulando a partir de estos elementos un proyecto de futuro.
La vanguardia mestiza se ve forzada por las circunstancias a aceptar la alianza en términos de paridad con los indios y éstos pueden contar con la aportación de estos jóvenes mestizos, bien intencionados y bien preparados, sin contacto previo con la izquierda tradicional boliviana ni con los otros grupos guerrilleros bolivianos existentes y sin contactos internacionales. Cada parte aporta elementos distintos y complementarios, la relación se va ajustando y logra funcionar, no es una apuesta oportunista o mezquina por ninguna de las partes. Fue una alianza entre diferentes, pero no la integración plena. Los mestizos aprendieron la dinámica faccional de las relaciones comunitarias y de la práctica política india, no sólo en la intervención de los indios en el sindicalismo campesino u obrero sino al interior de su propia organización armada. La dinámica faccional es lo que permite establecer una relación fluida entre la parte india y la mestiza. La fuerte presencia femenina de Raquel Gutiérrez funcionó como bisagra y mediadora, entre la parte india y la mestiza encabezadas por Quispe y García respectivamente.
Quispe y como él la parte indígena reconocen la utilidad de la colaboración con los mestizos y la convergencia de fines con los marxistas en la construcción del socialismo, que para los aymaras significaba la recuperación del sistema socialista de ayllus que funcionaba antes de la llegada de los conquistadores españoles en toda la región andina y que persiste en el campo, desarticulada y sistemáticamente agredida por la economía capitalista. Pero Quispe nunca se consideró a sí mismo un marxista, era un katarista, un indianista. El acceso a las comunidades aymaras posibilitada por Quispe, lleva a los mestizos, en particular a Álvaro García, a profundizar de manera casi obsesiva en la teoría para comprender a ese otro que era su aliado, privilegiando la mediación teórica como recurso indispensable para asimilar la compleja realidad que se les imponía, pero también como si el marxismo fuera una tabla de salvación, un mecanismo de defensa en el proceso de absorción por la parte india de la organización. Su entrega a la causa katarista y su subordinación a la vanguardia indígena tienen ese límite, no se asimilan al mundo andino y no se reconocen como subordinados al proyecto indio: “sólo los indianizamos a medias”, dice Quispe. La contraparte mestiza se propuso impedir que se consolidara un liderazgo indio autoritario en la persona de Felipe Quispe (foto). La tensión no se resuelve, aparecerá a distintos niveles y en los momentos críticos del proceso y desde luego en la lectura posterior del mismo hecha por sus protagonistas.
El trabajo sindical campesino
La Ofensiva Roja de los Ayllus Tupakataristas (ORAT) o simplemente los Ayllus Rojos eran sobre todo una fracción del katarismo y del sindicalismo campesino y su estrategia asumió las formas de organización que los caracteriza. El trabajo de masas tenía que pasar por la participación en las organizaciones sindicales, obreras o campesinas, ello era mucho más que la estrategia de infiltración acostumbrada entre las organizaciones armadas en los países latinoamericanos, era la obligación de asimilar y asimilarse a las formas de la acción política indígena que permeaban el sindicalismo campesino y obrero. Por ello, no obstante su semiclandestinidad, buscaban convencer a las bases sindicales de la necesidad de la vía armada, enfrentándose a otras fracciones que promovían la vía electoral. Para tal fin elaboraron documentos que presentaron en los congresos sindicales a nivel nacional y departamental que fueron adoptadas por las bases en las resoluciones de varios congresos.
En enero de 1986, Felipe Quispe era presidente de la Comisión Política del IV Congreso de la FDUTCP-TK, como representante de la Provincia de Omasuyos donde estaba su comunidad natal, allí presenta una Tesis Política de Ofensiva Roja. Otro caso relevante es el de Sabina Choquetijlla quien como militante de la organización fue elegida en diciembre de 1987, en Santa Cruz Secretaria Ejecutiva de la Federación Sindical de Mujeres Campesinas de Bolivia-Bartolina Sisa (FSMCB-BS), en su Primer Congreso Extraordinario, resolviendo con su elección una prolongada división dentro de la organización. Bajo tal investidura participa en el Primer Congreso Extraordinario de la CSUTCB de julio de 1988, en Potosí donde presenta la Tesis Política de Ofensiva Roja que fue uno de los tres documentos más apoyados en el debate de la Comisión Política. Lo que significaba según observadores contrarios a su posición que habían pasado de ser una simple tendencia ideológica a ser una fuerza directriz dentro de las esferas sindicales de la CSUTCB. Los adversarios los caracterizan como “nacionalistas racistas, fascistas y nazis por su necrofilia verbal y distorsionar la historia”.
Al año siguiente, del 11 al 17 de septiembre de 1989, se realizó en Tarija el VI Congreso Ordinario de la CSUTCB, en él Ofensiva Roja presentó una Propuesta de Declaración Político-Sindical que convoca a la lucha armada y hace una dura crítica contra las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) “que viven sin trabajar a nombre de la cultura indio-campesina-comunitaria” y llamaba a luchar contra ellas. En el documento del año anterior propusieron que las ONG pasaran a manos de los trabajadores del campo porque el financiamiento viene a nombre del indio y lo manejan los blancos. Miguel Urioste (foto), diputado Nacional por la Izquierda Unida (IU), los denunció en el evento como una organización que introducía la ideología de Sendero Luminoso en el movimiento campesino. Denuncia que alertó a los medios de comunicación y a los servicios de inteligencia del Estado.
Los dos componentes del grupo, indios y mestizos, consideraban la palabra escrita como un recurso de primer orden en la construcción de una organización política eficaz para la lucha, folletos y libros eran instrumentos para la formación de cuadros medios y para elevar la conciencia de las masas. Asimismo, consideraban central la tarea de esclarecer mediante la reflexión la complejidad de la realidad sobre la que pretenden incidir, como punto de partida para elaborar una estrategia revolucionaria adecuada a ella, en oposición al dogmatismo y la aplicación de fórmulas generales para todos los países prevaleciente entre la izquierda tradicional. La publicación de documentos en los que sistematizan sus interpretaciones de la realidad y sus propuestas estratégicas para distribuirlas entre las bases sindicales, obreras y campesinas era indispensable para participar en el debate político entre la izquierda mestiza y para influir sobre las bases, esa era la forma de existir políticamente como grupo. Por ello dedicaron mucho tiempo y recursos a la labor editorial que además fue el elemento de cohesión entre indios y mestizos. La capacidad editorial mostrada por los mestizos fue el mayor atractivo que al inicio tuvieron éstos para el grupo indígena, convencido de la utilidad de ese recurso de difícil acceso para ellos. Los mestizos realizaban el trabajo intelectual en los tiempos muertos que dejaba el calendario agrícola, cuando los campesinos trabajaban la tierra.
La preparación para la guerra
El grupo propuso públicamente desde el congreso de la COB de 1984, la formación de destacamentos armados dentro de las minas, todos los grupos políticos lo proponían, el mismo POR (trotskista) pero supeditado a la formación de una tendencia progresista dentro de las fuerzas armadas, mientras que Ofensiva Roja promovía la autoorganización de los mineros. Durante los años 85 al 87 se prepararon militarmente. Quispe y Raúl García eran los responsables en esa materia. Los mineros enseñaban el manejo de la dinamita, la preparación de artefactos explosivos, granadas, minas, etc. Dirigidos por Felipe Quispe iniciaron en agosto de 1988 un entrenamiento militar más sistemático, era un curso práctico de tres meses en algunas técnicas de la guerra de guerrillas: ejercicios militares, emboscadas, resistencia, caminatas nocturnas y manejo de armamento. En él enfrentaron serios contratiempos.
Mientras realizaban el entrenamiento en el altiplano paceño se toparon con un grupo de 11 turistas franceses y canadienses y habiendo sido descubiertos deciden retenerlos por la fuerza. La actitud benevolente de los guerrilleros dio a Bernardo Guarachi, el guía boliviano la pauta para escapar por la noche y al llegar a La Paz informó al Ministerio del Interior de la presencia del grupo armado. Cuando los guerrilleros descubrieron la ausencia del guía decidieron dejar libres a los turistas y desmovilizarse, se dispersaron por diferentes rumbos y obtuvieron ayuda de la población civil para ocultarse. El ejército realizó operaciones de rastrillaje en la zona con 4 mil efectivos, allanaron viviendas y establecieron un rígido control de las carreteras de la zona, bombardearon puntos de la cordillera. Las autoridades quedaron así advertidas de su existencia.
El 13 de marzo de 1989, como parte del entrenamiento militar realizaron una serie de atentados contra 20 locales de tres partidos políticos ADN, MIR y UCS en La Paz y El Alto, expresando así su rechazo a las elecciones del 7 de mayo, en las que los kataristas amarillos participaban subordinados a los partidos criollo-mestizos. Para subrayar su repudio acompañaron la carga de dinamita con un bidón de excrementos, sólo hubo daños materiales pues los atentados se hicieron en la madrugada. Otra serie de atentados de las mismas características se realizaron el 14 de noviembre del mismo año contra 40 locales de cinco partidos, a los anteriores se agregaron el MNR y CONDEPA, era una forma de boicot a las elecciones municipales del 3 de diciembre. Producto de estos hechos fue capturado Felipe Quispe, quien estuvo incomunicado durante dos semanas. Varia organizaciones indianistas se solidarizaron con el hermano de raza y denunciaron ante la opinión pública, Naciones Unidas, Amnistía Internacional, el Consejo Mundial de Pueblos Indios (CMPI) y el Consejo Indio de Sudamérica (CISA), la detención arbitraria hecha por el gobierno de Paz Estenssoro. Por falta de pruebas las autoridades lo dejaron en libertad a fines de abril de 1990.
Ofensiva Roja se incorporó a los bloqueos que los campesinos desarrollaron en esos años pues consideraron que eran una forma de enfrentamiento de las comunidades contra del estado. Para los kataristas mestizos los bloqueos fueron la oportunidad del encuentro con los comunarios en combate. Ofensiva Roja participaba en los bloqueos en grupos de diez o quince hombres con armas automáticas. Luego consideraron que ello podía resultar riesgoso por involucrar a civiles ajenos a la organización y su presencia fue más discreta.
Los mestizos del EGTK mantuvieron frente a las comunidades una independencia material y una distancia, iban a concientizarlas y a entrenarlas pero no vivían de manera permanente entre ellas. No vivían a costa de las comunidades. Al principio los recursos de que disponían eran donaciones de sus familiares, alimentos que traían los campesinos y la pólvora que los mineros robaban de las minas. A partir de 1989, el medio fundamental para allegarse recursos fueron las acciones de recuperación: asaltos a bancos y nóminas de empresas mineras. El más redituable fue el asalto a la nómina de la Universidad de San Simón en Cochabamba, de 500 mil dólares (octubre de 1991). Eran golpes muy bien planeados que contaban con información de simpatizantes, en ellos participaban mestizos e indios. Nunca recurrieron al secuestro de gente rica para obtener un rescate porque entrañaba grandes riesgos y dificultad para cobrar el rescate. Sus acciones respondían a una ética revolucionaria, evitaban exponer a inocentes y afectar a gente de bajos o medianos ingresos, sólo asaltaban instituciones aseguradas. Iturri afirma que del conjunto de sus acciones de recuperación obtuvieron casi un millón de dólares. (Iturri, 1992) Con los recursos obtenidos mantenían a un creciente número de cuadros dedicados de tiempo completo a la organización (unos 20 elementos), imprimían libros y adquirían recursos militares: armas y explosivos, vehículos, etc. Compraban y llevaban armas y municiones para los máuseres que tenían los campesinos y practicaban tiro. Elementos del propio ejército boliviano se las vendían.
Su presencia predominante en el campo fue en la zona aymara de La Paz, aunque también hicieron trabajo en la zona cocalera del Chapare en el Departamento de Cochabamba, a cargo de Carlos Lara, tenían gente preparada y armamento. Establecieron contacto con Evo Morales quien les dio los contactos y el aval para trabajar allí, pero no lo vieron más, ellos trabajaban con las bases.
El inicio del entrenamiento armado
Ofensiva Roja rechazaba el foquismo y el vanguardismo, consideraban que eran las clases trabajadoras las que tendrían que asumir el enfrentamiento armado, la sublevación o la guerra de guerrillas sería la rebelión de las comunidades. Hicieron dos reuniones preparatorias clandestinas en escuelas rurales y para ello eligieron responsables por zona o por sector: las minas, el campo aymara y el quechua y un sector de la ciudad. Había también, si era necesario, reuniones sectoriales para renovar a sus representantes.
El 14 noviembre de 1990 se reunieron al pie del nevado Chacaltaya, eligieron el lugar por razones estratégicas pero también consideraron elementos simbólicos. Durante ese año ejercía el mandato entre los achachilas (dioses de las montañas) el del Chacaltaya, que por ello los protegería. Participaron de manera clandestina unos 200 delegados, el 90% eran indígenas, básicamente aymaras y quechuas de los nueve departamentos del país, eran los representantes de cada célula y fueron elegidos en las dos reuniones previas, traían las resoluciones tomadas por sus compañeros en reuniones intermedias sobre las propuestas hechas previamente. Se evaluó la situación del país, se abordó el problema de la organización y se hicieron propuestas para continuar los preparativos para armarse por parte de cada sector. En forma mayoritaria se decidió iniciar acciones armadas públicas, la presión del sector indígena sobre el mestizo era fuerte en ese sentido. La cercanía de la fecha de octubre de 1992 que era la llegada del Pachacuti para el componente indio, el momento del cambio, precipitó la decisión.
Ayar Quispe (foto), hijo de Felipe Quispe, explica que un grupo planteaba que se tenía que esperar dos años más porque aún hacía falta trabajo de masas, otros dijeron “que el trabajo de masas ya se ha realizado por muchos años y por ello, estamos cansados y viejos”, Fernando Surco fue el que expuso esta posición.
Un sector minoritario votó en contra argumentando que no era tiempo todavía, que faltaba desarrollar más el trabajo político. Consideraban un peligro que la organización se dedicara exclusivamente a la organización militar cuando en el movimiento social lo militar no estaba consolidado. Según Álvaro García, el estaba en contra y Raquel Gutiérrez y Felipe Quispe estaban a favor. (Entrevista AGL, Escárzaga, 2004) Según Álvaro García la propuesta del nombre Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) surgió también en esa reunión y la hicieron los mineros. Según Quispe fueron los indios quienes lo propusieron. Lo evidente es que el nombre expresaba la marca indianista aymara, como antes había marcado a las organizaciones políticas y las sindicales.
Según Quispe la guerra de guerrillas inició formalmente el 21 de junio de 1991, Año Nuevo Aymara. Para marcar su inicio colgaron tres gallos en postes de luz de El Alto. Como el hecho resultó intrascendente para la opinión pública, eligieron otra fecha para comenzar la propaganda armada, la más cercana era el 4 de julio de 1991 (aniversario de la independencia de Estados Unidos). Ese día volaron con explosivos tres torres de alta tensión en las cercanías de El Kenko, barrio de El Alto. Para Raquel Gutiérrez uno de los grandes problemas de esos inicios es que no fueron capaces de encontrar la manera de hacerlo convocando a un acto de masas, más tarde ya en la cárcel cuando se desarrollaron grandes movilizaciones campesinas, vieron la manera en que lo debían haber hecho.
Álvaro García afirma que hicieron más de 2.200 acciones armadas pero la policía únicamente reconoce 48 (y se informó en la prensa de la mitad de ellas), los acusaron de 55 actos de sabotaje. García considera que la prensa no informaba de las acciones para minimizar la presencia del grupo armado y negar la base campesina que tenía. Las acciones más difundidas por la prensa fueron voladuras de torres de alta tensión, de oleoductos, gasoductos, represas que causaban gran impacto en la opinión pública y en la economía nacional y eran presentados por la prensa como acciones contrarias a los intereses de los campesinos, como acciones terroristas. García afirma que las acciones como desmantelar un puente, bloquear y dinamitar, fueron básicamente acciones de la base apoyadas por el EGTK, no eran acciones del EGTK, eran decididas por los militantes de las propias comunidades como una forma de entrenamiento militar, que no se contraponía a los intereses de los campesinos pues las comunidades no se beneficiaban de la luz que las torres conducían.
Esas acciones se realizaban también como mecanismo para difundir sus comunicados a través de la prensa, pero la prensa no difundió sus ideas como ellos esperaban, ni denunció la represión militar que las comunidades aymaras resentían como respuesta a sus acciones, ni a la población urbana le importaba la represión o la pobreza de la población rural. García reconoce que la comunicación del EGTK con el mundo urbano fue deficiente debido a su actitud ingenua, ambigua y contradictoria. Por los atentados dinamiteros desarrolladas por el EGTK, en uno de los cuales se identificó como campesino a uno de los autores que falleció, la prensa caracterizó al grupo como indigenista y lo relacionó con Sendero Luminoso, sólo hasta su captura se conoció el hecho de que también participaban mestizos en la organización. El tratamiento que la prensa dio al grupo integrado por indígenas fue menos indulgente que el dado a otro grupo insurgente que apareció antes, la Comisión Néstor Paz Zamora (CNPZ) de composición exclusivamente mestiza, a los que la prensa presentaba como equivocados o psicológicamente enfermos pero movidos por sentimientos altruistas. El grupo indianista en cambio era descalificado por su composición indígena y temido por sus fines radicales expresados en el nombre Tupak Katari, su aparición en julio de 1991 hacía temer acciones de gran magnitud para el 12 de octubre de 1992, en el Quinto Centenario de la llegada de Colón a América.
La experiencia de Sendero Luminoso en el vecino Perú estaba muy presente en la sociedad boliviana, tanto en el campesinado aymara que habitaba cerca de la frontera, como entre las élites políticas que temían la posibilidad del contagio. Era una insurgencia en extremo violenta y todavía en auge, su dirigencia sería capturada hasta en septiembre de 1992 y a partir de eso hecho la organización fue desarticulada. Para el EGTK que se constituye casi una década después del inicio de la insurgencia maoísta, la lectura de esa experiencia era un ejercicio ineludible considerando la unidad cultural de ambos pueblos y la coincidencia en el sujeto social al que ambos grupos apelaban como base social: el campesinado indígena andino. Pero decidieron no ser como ellos. Su estrategia política evitó el terror y se comprometió con los intereses de las comunidades, sus acciones no buscaban provocar el derramamiento de sangre que levantara a la población. Las pocas muertes que hubo fueron por errores, en sus atentados o recuperaciones evitaban víctimas inocentes. No obstante el discurso tanatófilo del indianismo katarista que sus críticos le imputaron, la idea de exterminio del blanco no pasó de ser parte de la retórica, el acuerdo interétnico descartaba esa posibilidad.
La captura
Siete meses después de iniciadas las acciones armadas, cayeron en manos de la policía los primeros elementos del EGTK. Jaime Iturri señala esto fue posible debido a que los gobiernos civiles incorporaron gente de izquierda a las instancias de inteligencia y ellos vendían armas baratas a elementos radicales con la finalidad de infiltrar sindicatos y partidos de izquierda y por esta vía habían sido detectados. Para desactivar al EGTK Inteligencia del Estado les montó una trampa, la denominada Operación Paloma, en la que elementos del ejército ofrecieron a Javier (foto, Raúl García Linera) venderle 160 fusiles FAL de culata plegable.
El 9 de marzo, en el Estadio Hernando Siles de la ciudad de La Paz, lugar acordado para la compra, fueron capturados Raúl García Linera (foto) y Silvia de Alarcón, sin orden de aprehensión, allanamiento o requisa y no fueron presentados por 19 días, lapso en que permanecieron detenidos e incomunicados. La policía tendió un cerco policial-militar en las ciudades de Sucre, Cochabamba, La Paz, Oruro y Potosí y fueron cayendo los demás. El 9 de abril fue detenida Raquel Gutiérrez en El Alto, horas después fueron detenidos el ex-dirigente minero Víctor Ortiz, Álvaro García Linera y el campesino Silverio Maidana Macías. Al día siguiente fueron detenidos Macario Tola Cárdenas, dirigente minero de Caracoles y Santiago Yañique Apaza, minero de "La Chojlla". Todos fueron incomunicados y torturados hasta su presentación ante el Juez el 15 de abril. Juan Carlos Pinto Quintanilla fue detenido en Cochabamba el 13 de abril, tenía 80 mil dólares en su poder, fue torturado y presentado al Ministerio Público hasta el 21 de abril. No obstante la captura de los mestizos, en junio el EGTK realizó varias acciones armadas e intentaron volar un tren de pasajeros. El 23 de junio se realizaron dos atentados dinamiteros en El Alto y los autores dejaron un manifiesto en el que se aseguraba que sólo había caído el ala marxista-leninista de la organización, pero continuaba en combate el ala indianista-katarista. La redacción del texto era diferente de las anteriores.
El 2 de julio el canal 12, canal Universitario de Televisión de Sucre, recibió un video para su difusión. En la imagen hombres encapuchados amenazan de muerte al presidente de la Corte Suprema y a los presidentes de la Cámara de Senadores y Diputados. Ostentan armas modernas, critican el modelo neoliberal, la privatización de empresas y la corrupción que impera en el gobierno. Reivindican un estado indígena compuesto de las nacionalidades que habitan el territorio nacional y declaran la guerra a muerte al gobierno. Cuestionan la firma del contrato para la explotación del Salar de Uyuni que consideran un atentado contra la soberanía nacional.
Los tupakataristas libres se proponíana continuar las acciones armadas en las selvas del Alto Beni en el oriente del país, un lugar menos vigilado que las zonas aymara y quechua. Finalmente, el 19 de agosto en la ciudad de El Alto, a tres cuadras del local de la Federación de Campesinos cayeron Felipe Quispe Huanca, Alejandro Choque y Mario Apaza Bautista, fueron detenidos por policías vestidos de civil y encapuchados. No opusieron resistencia, Quispe afirma que de esa manera pudieron sobrevivir. Un elemento cercano a ellos los delató a cambio de dinero. Fueron torturados y presentados ante la Fiscalía de Distrito el 21 de agosto, allí la periodista de televisión Amalia Pando le preguntó a Quispe. ¿Por qué eligió el camino del terrorismo? La respuesta altiva del indio fue “Porque no quiero que mi hija sea su sirvienta, tampoco que mi hijo sea su cargador de canastas”, la respuesta de Quispe la desarmó al poner en primer plano el abismo racial entre ambos y evidenció la fractura de la sociedad boliviana como justificación de la lucha armada. Quispe se convirtió en un símbolo.
Fueron 12 en total los elementos del EGTK capturados, 10 hombres y dos mujeres, otras ocho personas fueron incluidas en el proceso sin tener vinculación alguna con el grupo guerrillero. Los acusaron colectivamente como EGTK y les imputaron a todos los mismos 12 cargos: alzamiento armado, terrorismo, destrucción o deterioro de bienes del Estado, atentado contra la seguridad de los servicios públicos, otros estragos, fabricación, comercio o tenencia de sustancias explosivas, asfixiantes, etc., falsedad material, falsedad ideológica, uso de instrumento falsificado, robo agravado, incitación pública a delinquir, asociación delictuosa.
El ministro del interior Carlos Saavedra los calificó como una organización marxista-leninista que utilizaba el indigenismo para encubrirse, negó que tuvieran vínculos con Sendero Luminoso, el MRTA o con narcotraficantes. Los 500 mil dólares que se incautaron a Juan Carlos Pinto desaparecieron. Sus familiares acudieron a las instancias de derechos humanos nacionales e internacionales para denunciar las violaciones que sufrían. Las acciones armadas continuaron unos meses más, en noviembre de 1992 el EGTK realizó varios atentados, el 21 volaron el poliducto La Paz-Oruro, el 24 atentaron contra USAID. Pero no lograron establecer una nueva dirección india y la persecución llevó al fin de su actividad política.
La cárcel
Durante las sesiones de tortura y luego en la cárcel, la estrategia de los interrogadores y de las instituciones carcelarias fue contraponer los intereses y las identidades de indios y mestizos. El gran desafío al poder que representaba la experiencia del EGTK era su alianza o pacto interétnico y había que destruirla. Luego de la captura y de conocerse la participación de los mestizos en la organización cambió el discurso de los medios de comunicación, se asumió a los mestizos como interlocutores válidos y capaces de ser rehabilitados. No así a los indios. La fisura o la imposible articulación interétnica propuesta, aflora en los balances hechos por los participantes sobre su experiencia que trasciende las buenas intenciones de cada uno, expresa la existencia de barreras culturales infranqueables construidas por la sociedad dominante para perpetuarse. Está también el tema de la extranjería de Raquel Gutiérrez (foto).
Si en la tortura posterior a la captura los tupakataristas entregaron casi toda la información sobre los recursos acopiados por la organización y esta fue desarticulada militarmente, no dieron nombres y por ello no cayeron en la cárcel más elementos. En la manera de vivir y sobrevivir a la cárcel se expresaron las diferencias de clase, etnia, género y de personalidad individual, plasmadas en las formas de afrontar el encierro y en las estrategias para lograr la libertad, en la forma en que aprovecharon las condiciones concretas de cada penal y del sistema jurídico, en la creación de vínculos de solidaridad con otros presos, en la comunicación entre los presos del grupo que estaban en distintas cárceles y en el apoyo que el entorno familiar, comunitario, amical e institucional externos a las cárceles que obtuvieron y las formas que este tomó. Pero sobre las diferencias, prevalecieron las relaciones de amistad y solidaridad construidas a lo largo de su experiencia común y al final fue la unidad lo que les permitió salir. Hecho favorecido por su estrategia política que evitó el terror.
Las mujeres fueron enviadas al Centro de Orientación Femenina de Obrajes y los hermanos García Linera y los mineros Macario Tola y Víctor Ortiz fueron encerrados en la Cárcel de Máxima Seguridad de Chonchocoro en El Alto. Felipe Quispe fue presentado en San Pedro y luego estuvo tres meses en Chonchocoro pero las autoridades decidieron trasladarlo nuevamente a San Pedro, para separarlo de los hermanos García Linera y de los dos mineros del grupo, allí permaneció los cinco años de su reclusión. En San Pedro estaban también Juan Carlos Pinto y los demás campesinos capturados. En Chonchocoro había otros presos políticos acusados de terrorismo desde 1989 pertenecientes a las FAL-ZW y al CNPZ. Las condiciones de reclusión fueros variadas de acuerdo a cada cárcel. En Chonchocoro, penal moderno de máxima seguridad había grandes restricciones, pero San Pedro y Obrajes son prisiones precarias donde la mayoría de los presos son podres e indios y por ello son más flexibles. Lo que permitió a los presos aprovechar su reclusión para continuar desarrollándose como personas, mantener los lazos amicales y políticos entre ellos, luchar por su liberación y estar en mejores condiciones de reincorporarse a la sociedad a su salida de la cárcel.
Los presos comenzaron un trabajo de vinculación con el exterior que a la larga les permitiría salir de la prisión. Se involucraron plenamente en el proceso de su defensa. Contando con el permanente apoyo externo de Fiorela Calderón, quien coordinó las tareas de solidaridad y apoyo jurídico. Raquel Gutiérrez estableció una red de solidaridad en torno suyo y de los demás presos a partir de invitaciones a jóvenes intelectuales, académicos y políticos sensibles a su causa, para comer con ella en prisión el día de visita, el jueves. A través de ellos y con el apoyo económico de su familia pudo obtener los libros, periódicos, computadora y otros elementos indispensables para la actividad intelectual del grupo. Juan Carlos Pinto contó con el apoyo de la Pastoral Juvenil con la que trabajaba antes, no obstante que el Arzobispo de Cochabamba pidió a la Pastoral que lo desconocieran, lo apoyaron mucho sin estar de acuerdo con él.
Juan Carlos afirma que mantenían el contacto entre las cárceles a través de los familiares y los miembros de las organizaciones que quedaron fuera y de otras organizaciones, había una corriente de solidaridad importante.
Pinto dice: "Como es tan informal la cárcel podíamos mandar notas, alguna vez hablar por teléfono. Circunstancialmente nos encontramos con Raquel en el 95 cuando estábamos discutiendo un pliego petitorio en la cárcel, ella era representante de su cárcel y yo de la mía, fue la primera vez que nos encontramos, fue muy emocionante. Alguna vez fui con una delegación deportiva a Chonchocoro y pude ver a los compañeros que se encontraban allí".
En Obrajes, Raquel y Silvia promovieron en agosto de 1992 una huelga de hambre por la muerte de una presa por falta de atención médica por bocio y tuberculosis, que estuvo recluida durante más de cuatro años por no poder pagar una deuda, 100 mujeres mantuvieron la huelga durante 9 días. Las demandas eran juicio al juez responsable, derecho a trabajo extramuro y el fin de la prisión por deudas, mejora en el servicio médico y pago por el trabajo en la panadería del penal. Iniciaron así una dinámica cíclica de protesta, castigo, aislamiento, huelga de hambre y denuncia de los abusos cometidos, en la que fueron acompañadas por otras presas. Esta etapa culminó con un motín en febrero de 1993 y la huelga de hambre de Silvia y Raquel en demanda de tener visita conyugal con sus parejas cada 15 días por 7 horas, como ocurría entre las presas comunes que tenían a sus maridos en la cárcel de Chonchocoro. Obtuvieron el apoyo a su huelga de todas las presas y hubo un motín de numerosas presas en apoyo a su demanda y protección de su integridad. Su demanda fue satisfecha a partir de 1994. Quedó claro que las presas tupakataristas eran muy activas e incómodas para las autoridades por su capacidad para convocar a otras presas a defender sus derechos.
Felipe Quispe reseña su proceso de adaptación en San Pedro: "Cuando fui capturado y remitido a la cárcel, en primer lugar yo tenía como amigos a dirigentes sindicales que estaban presos; ahí ellos me alojaron. Con ellos comenzamos a hablar en las noches. Allá en la cárcel hay que tener reglas. Hay que ser muy precavido. Hay que ser honesto. Ahí adentro no hay que ser vicioso. Hay que ser cumplido en las listas; porque a mí, no me gustaba ir a la muralla (lugar de castigo y aislamiento en San Pedro) A mí me gusta ser cumplido en todo. Entonces, en primer lugar me acomodé. Yo pensaba estar treinta años en la cárcel...".
En la cárcel Quispe estudió los 3 años de bachillerato y comenzó hasta concluir la carrera de Historia en la Universidad Mayor de San Andrés, en una modalidad a distancia, quería estudiar Ciencia Política pero no había esa carrera. Para mantenerse cocinó, lavó platos, lavó ropa para otra gente y luego trabajó porcelana. Hacía gimnasia, fútbol, aprendió a jugar ajedrez y participó en varias huelgas de hambre para conseguir leyes que favorezcan a los presos. Raquel Gutiérrez y Álvaro García continúan su indagación teórica y su proceso formativo, hicieron trabajos remunerados como la traducción y corrección de estilo de textos que les encargaban amigos solidarios, como Silvia Rivera y pudieron así publicar sus materiales, libros, cuadernos, artículos.
A iniciativa de las mujeres iniciaron un proceso de discusión sobre la problemática social y política boliviana entre los elementos de ambos penales y como resultado de ello publicaron ocho números de la revista Cuadernos de Discusión, entre 1993 y 1996.
Raquel Gutiérrez y Álvaro García publicaron entre 1994 y 1995 varios artículos en los periódicos de La Paz La Razón y Última Hora, dos de Raquel fueron sobre el recientemente aparecido zapatismo mexicano y varios sobre la experiencia en la cárcel. Raquel Gutiérrez publica en 1994 el libro "Globalización, éxito o engaño"; y en 1995, "Entre hermanos", junto al periodista Jaime Iturri. Un hecho sorprendente es que lo presentó fuera de la cárcel en el Paraninfo de la Universidad de San Andrés, el 16 de septiembre de 1995. La autora fue escoltada por dos policías vestidas de civil que permanecieron tras de bambalinas durante el acto. Fue entrevistada por el periodista Rafael Archondo, quien le pregunta si ella no ha incurrido en la suplantación de la población indígena que cuestiona en otras fuerzas de izquierda en su libro, y ella responde: "Creo que uno pertenece a un grupo cuando se compromete con él. Cuando salí del Ministerio del Interior y me presentaron ante la Justicia, me hicieron la misma pregunta. En ese momento lo único que se me ocurrió contestar era que yo era más boliviana que Sánchez de Lozada. Y es que uno es y pertenece a la comunidad con la que se compromete… Yo me la he pasado siempre viendo dónde había una lucha en la que me quería comprometer y yéndome ahí, y eso es válido y lo reivindico".
Como vemos, los miembros del grupo no fueron doblegados en la prisión, pudieron sobrevivir, recuperarse, reconstruir sus vínculos, prepararse políticamente, fortalecerse y salir luego de 5 años.
El balance de los errores
Todos reconocen como su mayor error el vanguardismo y militarismo en que derivó la organización armada, que impidió una vinculación más estrecha con las masas. Para Álvaro García la estructura organizativa de la guerra fue absorbiendo a los cuadros más preparados, al núcleo más activo de indígenas y mestizos que asumieron de lleno las tareas de preparación del levantamiento armado. No se lo propusieron así, fue la propia dinámica de la guerra la que los llevó a ese punto. De manera que la guerra se convirtió en el eje de su acción haciendo olvidar los otros puntos. Reconoce que no supieron entender los ritmos, las pausas, la elasticidad de los bloqueos que eran la forma fundamental de lucha campesina. Y que no supieron construir una red de protección urbana que les permitiera huir y sobrevivir en caso de ser detectados.
Raquel Gutiérrez considera que al privilegiar el enfrentamiento con el estado abandonaron el trabajo de difusión y entrelazamiento entre las comunidades, que promoviera la autodeterminación indígena comunal en el terreno público y redujeron la lucha a las formas puramente militar-armadas. Tendieron a reforzar la organización no sólo en lo militar, se impuso el centralismo y se fortalecieron las estructuras internas. La compartimentación y la fragmentación del conocimiento sobre las actividades globales de la organización la fueron convirtiendo en una estructura diferenciada de las masas. Una vez que el principio estratégico de la destrucción violenta del Estado y la toma del poder se aceptó como línea de acción, la tarea de auto determinación práctica real quedó relegada. Se operó la suplantación de medios por fines, se impuso la violencia llevada a cabo por especialistas, conducida por jerarquías monopolizadoras que se ambicionan como estado.
No entendieron la demanda de educación de las comunidades como un elemento decisivo de la estrategia de construcción de la autodeterminación comunitaria. Tampoco supieron percibir en su integralidad a los sujetos y cuando los mineros perdieron el empleo y dejaron de ser mineros no supieron ofrecerles formas alternativas de lucha a partir de su nueva condición. Para Felipe Quispe los reveses fueron producto de una mala organización de la estructura militar y falta de capacidad para organizar y preparar al pueblo y para esclarecer entre las bases la conciencia de nación, raza y cultura originaria, y para explicar el propósito de la lucha: la autodeterminación, el autogobierno indígena y reconstrucción del Qullasuyu. Faltó capacidad para desenmascarar las mentiras de la falsa izquierda y de los kataristas pacifistas, para desneoliberalizar, reideologizar y reindianizar al indio comunario, a los obreros y a los sectores populares. Faltó tiempo para revertir la estrategia que las clases dominantes usan para minar la resistencia armada del pueblo, eliminando su conducción y organización natural y conciencia mediante las reformas pluri-multi, las sectas religiosas y los movimientos indios pacifistas.
Reconoce un apresuramiento en el inicio de la propaganda armada. Vieron la lucha armada como una competencia deportiva y no supieron analizar las experiencias guerrilleras previas en Bolivia para identificar sus fallas y sus implicaciones. No comprendieron el carácter de masas de la lucha indígena de Katari en 1780-1783, la de Wilka en 1899 y la revolución del 52. Y no pudieron convertir la causa del EGTK en una causa de millones y millones de indios, mestizos y hasta gringos empobrecidos en el continente Americano. No supieron seleccionar bien a los hombres y detectar a los traidores, que penetraron por ambos lados, indios y mestizos.
Considera que uno de los más graves errores que tuvieron fue la concentración de los recursos y la información en el grupo de mestizos: implementos militares, comunicaciones, vehículos, dinero, casas de seguridad, bienes raíces, los contactos con las células, la prensa y la propaganda, etc., contrariando las recomendaciones de los indios viejos y las resoluciones de las reuniones ampliadas de los responsables, de no centralizar los bienes del EGTK en pocas manos. Explica este error por la desconfianza de los mestizos hacia los indios. Y cuando los mestizos cayeron en manos de la policía esa información fue obtenida mediante tortura por los agentes de seguridad y la organización fue rápidamente desarticulada. Y los que quedaron libres no tenían los recursos materiales necesarios para actuar, todo había sido incautado.
Si bien los mestizos se dejaron penetrar por la propuesta india, no fueron capaces de construir la organización armada en el territorio aymara, entre las comunidades. Su relación con ellas fue de exterioridad, por evitar ser sustentados materialmente por ellas, depender de ellas. Lo que era posible gracias a la autosuficiencia económica que lograron por la vía de las recuperaciones y les permitió mantener su autonomía, pero también ejercer una hegemonía sobre ellas. Es aquí donde el aparato militar se impuso sobre el político y los mestizos sobre los indios.
Las estrategias de salida
Las diferencias culturales entre indios y mestizos se evidenciaron en las estrategias puestas en marcha para lograr la libertad, aunque al final fue la unidad lo que les permitió alcanzarla. En los primeros años de prisión los mestizos elaboraron planes para la fuga, pero esta no se concretó. Más adelante, Raquel Gutiérrez ideó una estrategia que buscaba apelar a los sectores más sensibles de la opinión pública para obtener su apoyo, para ello era importante atenuar el perfil amenazador y radical de los tupakataristas, lo que era inherente a la propuesta y personalidad de Quispe.
Las organizaciones indias se movilizaron en varias ocasiones exigiendo la salida de los campesinos presos acusados de tupakataristas. El 11 de septiembre de 1992, unos tres mil campesinos de las 20 provincias del Departamento de La Paz, rodearon la cárcel de San Pedro, pidiendo la liberación de los campesinos presos acusados de pertenecer al EGTK. El 12 de octubre del mismo año, en la Plaza San Francisco en La Paz, los indígenas proclamaron la llegada del Pachakuti e inauguraron la Asamblea de las Naciones Originarias. En el acto se leyó el documento “A la conciencia de todos mis hermanos” enviado desde la cárcel por Felipe Quispe, en el señala que los 500 años de resistencia “es el inicio de la epopeya india contra los invasores y usurpadores; es una guerra a muerte que continúa hasta nuestros días, duela a quien duela”. También pidió a la asamblea que se declare a los presos del EGTK como presos de guerra de los 500 años y así se hizo. Luego del acto la multitud rodeó la Plaza Murillo para simbolizar un cerco al Palacio de Gobierno y finalmente se trasladaron a San Pedro para exigir la libertad de los dirigentes campesinos presos. Nuevamente, el 18 de febrero de 1993, 4 mil campesinos aymaras cercaron el penal de San Pedro y apedrearon ventanas pidiendo la libertad de los indígenas acusados pertenecer al EGTK y lanzaron vivas a Felipe Quispe.
En 1996 fue promulgada la Ley de Fianza Juratoria que abrió la posibilidad a quienes se encontraban detenidos sin juicio ni sentencia de ser puestos en libertad provisional. La ley tiene un transitorio que indica que en casos de delitos que ameriten penas mayores a ocho años las autoridades tendrán un plazo adicional de un año para aplicarla, en ese caso se encontraban los acusados del pertenecer al EGTK, por lo que solo hasta cumplir los cinco años de reclusión podrían acceder a ese derecho. (Benavente y Suárez, 1996) Cumplidos los cinco años de cárcel Raquel Gutiérrez pidió acogerse a dicha Ley, un juez distrital se la negó pese a que no se le habían comprobado los delitos de alzamiento armado y subversión que se le imputaban. El Embajador de México Hermilo López Bassols protestó por la injusta decisión y se reunió con los vocales de la Sala Penal Primera para analizar el caso y logró el compromiso de que tal instancia emitiría un fallo definitivo el 16 de agosto de 1997. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA también hizo un llamado al gobierno boliviano para que liberase a la detenida. Para apoyar su demanda y la del resto de los acusados de pertenecer al EGTK y otros grupos subversivos, Raquel inició una huelga de hambre el 13 de abril, en contra del consejo del embajador, la huelga fue apoyada y replicada fuera de la cárcel por el grupo "Mujeres Creando", logrando gran repercusión en los medios de comunicación. Lo que le permitió salir y organizar la movilización de los familiares de los presos para la salida de los varones, lo que finalmente ocurrió.
Por su parte, el 17 de julio los campesinos de la Provincia de Omasuyos rodearon la cárcel de San Pedro, exigiendo la libertad de Quispe. Finalmente, cumplidos los cinco años de reclusión salieron todos los presos acusados de pertenecer al EGTK y a otros grupos, con libertad provisional.
La libertad
Felipe Quispe salió de la cárcel el 17 de noviembre de 1997. Las movilizaciones campesinas a favor suyo y de los otros campesinos presos eran una manera de reivindicar y recuperar para el movimiento aymara al EGTK y su componente indígena, haciendo a un lado la parte mestiza, ajena a ellos. Esta lógica acogió desde los tiempos de la cárcel al indio rebelde que se había aliado con q´ras y le reservó un lugar prominente fuera de la cárcel. La coyuntura política le fue favorable. La CSUTCB estaba dividida en dos fracciones quechuas, una tenía a la cabeza a Evo Morales, dirigente de las Federaciones cocaleras de el Chapare; y la otra a Alejo Véliz, dirigente campesino de Cochabamba y de la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP), ambos dirigentes pretendían subordinar la CSUTCB a sus respectivas organizaciones políticas. La gente de base, que no seguía a ninguno de los dos grupos enfrentados propuso a Quispe como candidato de unidad. Los dirigentes en pugna esperaban poder subordinar el liderazgo de Quispe a su propio proyecto. Quispe fue elegido como secretario ejecutivo nacional de la CSUTCB el 28 de noviembre de 1998 en el Congreso de Unidad en La Paz. La dirección de Quispe significó un giro radical en el movimiento campesino en torno a la propuesta de constitución de un estado propio de aymaras, quechuas y pueblos indígenas del oriente y el rechazo de la propuesta pluri-multi y a la carrera partidaria electoral asumida por los dirigentes del MAS.
El proyecto de Quispe dentro de la CSUTCB era una continuación de su perspectiva indianista katarista y guerrillera formulada previamente desde el EGTK, pero consideraba posible aprovechar la estructura del sindicalismo campesino como plataforma de una lucha más amplia y potenciar el proyecto incorporando a las estructuras de base comunales de regiones más allá del departamento de La Paz. Quispe desarrolló un intenso trabajo de base entre las comunidades aymaras y a partir del año 2000 se desarrollan bajo su liderazgo grandes movilizaciones indígenas. El manejo que dio a su imagen le permitió constituirse como una figura carismática entre la población aymara, reconocido como el Mallku, que es la gran autoridad aymara, política, social, religiosa y territorial de un conjunto de ayllus, es el cóndor que comunica a los hombres con los dioses. Son legendarios sus desplantes desafiantes al mundo q´ara y al poder, sus duras críticas a sus adversarios políticos, desde los presidentes de la República hasta el cercano y rival dirigente cocalero Evo Morales.
El 14 de noviembre de 2001, Quispe fundó el partido Movimiento Indio Pachakutik (MIP). En su discurso Quispe señala la disposición de sus bases a recurrir a medidas de fuerza y sus movilizaciones la expresan, y el carácter transitorio que le concede a la lucha legal y electoral. Utiliza una metáfora para ilustrar su posición, hay dos manos debajo del poncho indio, la lucha legal en una mano y el arma en la otra, aplicando la estrategia de lucha india descubierta en su lectura katarista.
Raquel Gutiérrez y Álvaro García encontraron más difícil integrarse a la vida productiva y política que Quispe, porque la sociedad mestiza no perdona ni admite así como así. Pero lo lograron. Trabajaron como profesores en la Universidad de San Andrés y abandonando la perspectiva de la lucha armada, dirigieron su reflexión al análisis de las transformaciones operadas en la sociedad boliviana en la etapa neoliberal y sus efectos sobre las condiciones de vida de los sectores populares. En esta tarea se vinculan con los intelectuales Luis Tapia y Raúl Prada (formados también en México) con quienes conforman el grupo intelectual "Comuna", con ellos publican varios libros colectivos y otros individuales. Contribuyendo por ambas vías a la formación de una nueva generación investigadores y/o activistas mestizos e indios. Mantienen su vinculación con el movimiento social boliviano, Raquel Gutiérrez participa intensamente en las movilizaciones del 2000 en Cochabamba, la Guerra del Agua y regresa a México en 2001, donde mantiene su tarea de reflexión sobre los movimientos sociales bolivianos, su perspectiva radical y sus vínculos políticos e intelectuales con sus antiguos compañeros de lucha. Álvaro García continuó su labor intelectual y se desempeñó como analista político televisivo. En 2005 fue elegido vicepresidente de Bolivia, cargo que sigue desempeñando hasta 2019.
Juan Carlos Pinto regresa a la Pastoral Juvenil y obtiene el apoyo de la institución eclesiástica para crear la Pastoral Penitenciaria y se especializa como carcerólogo. A partir de 2006 se integró al gobierno del MAS como funcionario de la Vicepresidencia y del Tribunal Supremo Electoral.
Para los otros militantes del grupo, con menos calificación escolar y política que los anteriores, la sobrevivencia fue más difícil. Sólo el apoyo familiar les permitió la readaptación a “una vida tranquila”, que en general ha sido difícil para los mestizos que no la tuvieron antes.
En las elecciones extraordinarias de 2005, la dupla formada con Álvaro García Linera le permitió a Evo Morales ganar el voto de los sectores medios urbanos criollo-mestizos y al mismo tiempo sumar el voto de los sectores aymaras radicales identificados con su pasado tupakatarista. En una nueva forma de alianza intercultural. La mayoría de los ex integrantes del EGTK, mestizos e indios y de otros elementos ajenos a la organización armada con los que colaboraron después de la cárcel, se incorporaron a su equipo en la vicepresidencia. En un proyecto político diferente del radical que desarrollaron antes, pero aprovechando el capital político construido por ellos individual y colectivamente. Felipe Quispe, que no está de acuerdo con el nuevo proyecto, al que considera continuación del neoliberal pluri-multi, quedó fuera, debilitado y marginado políticamente en espera de una nueva coyuntura de transformación radical en Bolivia en la cual participar, lo mismo que Raquel Gutiérrez.
Notas:
Entrevistas realizadas por la autora
Raquel Gutiérrez Aguilar, México, febrero de 2003 y junio de 2006.
Felipe Quispe Huanca, México, noviembre de 2003, La Paz, agosto de 2005.
Álvaro García Linera, México, junio de 2004.
Macario Tola, La Paz, agosto de 2005.
Juan Carlos Pinto Quintanilla, La Paz, agosto de 2005, 2008 y 2009.
Carlos Alejandro Lara Ugarte, Santa Cruz, agosto de 2009.