Diálogo con Raquel Gutiérrez cuando estaba presa: la autocrítica frontal
Rafael Archondo
En septiembre de 1995, Raquel Gutiérrez Aguilar hizo una evaluación de su paso por el Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). La hizo desde la cárcel de Obrajes en la ciudad de La Paz. Se trata hoy de un documento histórico de gran valor para entender sus ideas y acciones en Bolivia. Acá, aquella entrevista.
Rudeza, ni la más mínima. “Con esa cara de Heidi”, me animé a decirle en algún instante para después verla soltar una carcajada cristalina.
Raquel Gutiérrez no corresponde para nada al estereotipo de la guerrillera latinoamericana de fusil y pañoleta y menos todavía al de la terrorista clandestina de la crónica noticiosa. No solo porque cuesta imaginársela disparando algo que no sea agudeza mental o ternura, sino porque sus actuales reflexiones van por un camino harto diferente al de los experimentos armados que le ha tocado sufrir al continente.
Su cabello largo sumergido en una trenza, sus blancas manos remachadas en aquellos dedos admirablemente largos y el rostro limpio surcado por ese par de ojos celestes, ofrendan la imagen de una muchacha serena, irremediablemente tímida y sencilla, pero por sobre todo magramente inclinada a la sacralización de dogmas.
Cuesta creer, en consecuencia, que desde sus 17 años se haya plegado a la ruta de los fusiles y que desde su llegada a Bolivia, en 1984, haya participado de la experiencia que desembocaría más tarde en la fundación del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK), organización clandestina hoy desmantelada y con más de una docena de activistas tras las rejas.
Raquel se inició en las lides políticas escoltada por la convicción de que el lenguaje de la dinamita podría abrir la ruta de las transformaciones sociales. Reconoce haber proclamado en libros y panfletos la necesidad de destruir el Estado boliviano y fue, a lo largo de ocho años, una de las inspiradoras de ese reducido detonante organizativo asfixiado por la Policía boliviana en 1992.
El viraje
Oí por ahí que sus ideas comenzaron a bullir sobre otros cauces y me topé con “Entre Hermanos”, un libro escrito desde la cárcel de Obrajes, en el que Raquel coloca su experiencia sobre la balanza.
El libro es una seducción difícil de eludir. No solo porque la autora tiene el coraje de revisar sus planteamientos políticos después de haberlos sufrido a fondo, sino porque muestra una sostenida, pero cautelosa aproximación al anarquismo, ideario siempre fascinante para aquellos que hicieron de la sospecha una forma de abordar las ofertas del capitalismo y socialismo, creyendo reconocer en ambos un inocultable tufo totalitario.
Raquel cuestiona además las ideas matrices de los movimientos guerrilleros. Las desnuda en toda su perfidia escamoteadora de voluntades colectivas y les adjudica sin reparos ese deseo latente de querer reemplazar una dictadura de doctores o coroneles por otra de comandantes y comités revolucionarios.
Más adelante su autocrítica desenvaina la propuesta de subvertir el orden, pero no para sustituir a sus centinelas, sino para incubar una nueva socialidad, parida al gusto y sabor del ser humano concreto, con el ambicioso propósito de edificar una sociedad libre y abundante.
Aboga por la emancipación humana, por la afirmación soberana y positiva de individuos y comunidades, al margen del Estado y más allá de él. Por eso deplora las imposturas de ciertas vanguardias afiebradas por destruir el Estado con el recóndito propósito de hacerlo suyo, a fin de establecer las redes de la suplantación renacida.
En síntesis, Raquel salda cuentas con el leninismo y su idea de partido laboratorio, infame manera de organizar una casta de privilegiados en potencia, adictos de ser la “vanguardia iluminada” que implanta de una vez y para siempre el reino de la justicia.
No es poco lo que ella ha descartado en el camino pero es mucho lo que queda por pensar desde esa perspectiva. El libro es una invitación a crear, no contiene recetas ni sermones , pero tampoco abandona el antojo de dejarle un mundo mejor a nuestros hijos.
El diálogo
P. Primero quisiera que me digas si esta es una reflexión personal o puede considerarse como una revisión compartida por una parte de lo que fue el EGTK…
R. Inicialmente salió una propuesta para discutir en colectivo, pero que nunca pudo ser concretada, quizás porque desde la prisión es muy difícil.
En una revista de los presos políticos publicamos una propuesta de las presas de Obrajes para hacer un foro de discusión. Algunos compañeros nos contestaron, pero nadie se planteó una autoevaluación de las cosas que hemos hecho. Por eso preferí empezar a escribir y eso es el libro, que es entonces una posición personal.
P. Los movimientos guerrilleros siempre han sostenido que la lucha armada no crea, pero sí ayuda a acelerar las condiciones para el advenimiento de la revolución. ¿Piensas así todavía?
R. Creo que a estas alturas del campeonato, no vale sostener eso. Y no vale si te animas a dar la vuelta con la mirada por los países en los que ha habido este tipo de eventos. La violencia no aceleró nada, arruinó enormemente muchas cosas.
P. Cuentas en el libro que al ingresar a la guerra, ustedes buscaban la emancipación humana, pero que la lógica monstruosa del aparato militar terminó produciendo resultados contrarios. ¿Todo el que inicia una guerrilla tiende a ser devorado por estos engranajes?
R. Resulta que, por más que trates de no ser cuadrado y esquemático, te gana una lógica, una forma de pensar las cosas. La cosa era la guerra, era cómo juntábamos gente, quién iba a estar en ese puesto, y esa era al final la verdadera y única preocupación y no porque hubiéramos sido unos “fierreros”, sino porque estábamos en ese camino y eso nos fue ganando.
No entendimos que las cosas brotan porque la gente quiere y más como acciones positivas de construcción de su futuro, pero sobre todo de su presente.
P. ¿Qué harías de otra manera si pudieras retroceder en el tiempo?
R. Es un poco difícil. En realidad puedo revisar mis pasos porque he sido del EGTK y porque sé qué pasó. Si no hubiera habido EGTK pues quién sabe qué sería de mi ahora.
P. Pero es evidente que no volverías a hacer lo mismo…
R. Ahora con la experiencia que tengo, con la posibilidad de criticar lo que he hecho, puedo plantearme cosas para hacer hacia delante. ¿Me saldría a organizar una guerrilla? Evidentemente, no. Me iría a hablar de este tipo de cosas, trataría de enlazar esas búsquedas y de llevarlas a la práctica.
Sin embargo tampoco quisiera tirar mi experiencia anterior a la basura. Quisiera aprender de ella lo que es necesario y ahora sí no estoy dispuesta a “luchárselo” a nadie. Estoy dispuesta a luchar al lado de quien sea y a tratar de contribuir a que la gente luche, pera cada quien asumiendo que necesita hacer las cosas libremente.
P. Dentro de esta nueva visión, ¿en qué queda la idea del partido?
R. Yo hago una crítica que es muy visceral a todo lo que es la concepción leninista de partido… Si fijas, Marx hablaba del partido de la revolución como una cosa de lo más laxa. Fue luego cuando vino la idea del partido máquina, hacedor, laboratorio, conciencia. Esta concepción la desahucio y la detesto. A lo que sí llamo es la asociación voluntaria de la gente, a tomar en cuenta que o conseguimos para todos o no se consigue para nadie.
P. ¿Es esta una aproximación al anarquismo?
R De alguna manera sí y no sabría decir las diferencias, todavía no tengo suficientes elementos para eso.
P. ¿Y en qué queda el empleo de la violencia?, ¿qué importancia tiene ahora para ti?
R. Hay la posibilidad de que sea necesaria una rebelión de comunidades, particularmente si están construyendo una nueva socialidad y resulta que en esa su acción, en el momento de volverse peligrosas para el sistema, va a ser cercadas.
Pero van a ser acciones de autodefensa de lo construido o por lograr y además acciones positivas de autoafirmación. Ahí se marca una ruptura con esa vieja lógica de construirse como un nuevo poder frente al Estado y sobre alguien.
P. Hablas de democratizar la violencia hasta convertirla en un acto unánime y multitudinario, es decir, poner el criterio político por encima del militar…
R. Más que eso es asumir que a lo único que tienes derecho es a defender tus construcciones y tu libertad y que en ese momento, en que tú te anheles violento y queriendo ponerte sobre alguien, lo único que vas a hacer es reproducir la imposición a la que dices combatir.
P. Eres mexicana y por tu origen social y fisonomía, estás lejos de la vivencia de los trabajadores. Sin embargo tu libro es una crítica muy dura a la suplantación. ¿No es eso lo que has intentado hacer acá en Bolivia?
R. Creo que uno pertenece a un grupo cuando se compromete con él. Cuando salí del Ministerio del Interior y me presentaron ante la justicia, me hicieron la misma pregunta. En ese momento lo único que se me ocurrió contestar era que yo era más boliviana que Sánchez de Lozada. Uno es y pertenece a la comunidad con la que se compromete. Lo otro es una especie de filiación. “Lugar de nacimiento: México” Evidentemente, pero ¿dónde está tu corazón?, ¿Tus ganas de hacer?, ¿dónde asumes tu compromiso?
Yo me he pasado siempre viendo donde había una lucha en la que me quería comprometer, y yéndome ahí, eso es válido y lo reivindico. En lo que sí tienes razón es en criticar la suplantación a la que a veces uno tiende. Es decir, tú te incorporas a algo, luchas con alguien y por algo, y de pronto vas asumiendo paulatinamente, por las relaciones tan fuertes que se entablan, cuando uno lucha, rasgos de la identidad de los otros. Pero no vale suplantarlos.
P. Porque incluso no pierdes tus rasgos de origen.
R. Sí, además vives de una forma muy escindida, sacrificando rasgos anteriores tuyos, impidiéndote ser una persona plena. Pero lo que es más grave, incomprendiendo gestos del otro y entonces a veces, prescribiendo tus propios criterios. Eso ocurre por más interiorizados que puedas tener los rasgos del otro.
Esta cuestión de hablar por uno mismo o por el colectivo al cual perteneces aunque no integralmente, es fundamental. Yo lo planteo así: solo apoyándote en una identidad que tú construyes, puedes ligarte con otras personas que pongan lo mismo y plantearte entonces qué cosas puedes tener en común, asumiendo que hay diferencias y que éstas son bienvenidas.
P. Sin embargo tú misma has comprobado que en algún instante, no todos los que participan en la lucha son iguales y que dentro del movimiento hay gente como tú, que tiene más preparación académica y por ende, mayor capacidad para representar al resto. En ese momento surge la delegación como una necesidad. ¿No es ese el fin de la autodeterminación y el inicio de la suplantación?
R. Claro, pero es que esa delegación tiene que ser asumida de forma diferente. Si tú eres más hábil para discutir, en el ejemplo que pones, si te lo piden, quizás lo vas a hacer, pero debes asumirlo de manera distinta. No vas a aceptar la responsabilidad de los otros, vas a estar juntos a ellos, y donde sirvas mejor, pero no poniéndote por encima.
Aquí hay un problema filosófico de fondo. Cuando Sartre explica la formación de los colectivos, dice que muchas veces el grupo postula a un tercero regulador, el cual en ese momento sirve para algo. Entonces lo destaca, pero lo hace para luego reabsorberlo de inmediato y postular a otro más tarde. La macana es que así como se veían las cosas antes, a lo que aspirabas era a transformarte en un tercero regulador perpetuo.
P. Pero acaso, ¿la delegación del poder no es una necesidad? ¿Acaso es posible pensar en que todos van a poder gobernar?
R. Eso es pensar las cosas a la manera tradicional. Finalmente el hacer política ha sido hasta ahora o delegar poder o pensar cómo ejercer el poder sobre otros. Esa es una de las cosas que debe cambiar, porque hacer política no significa nada más que ocuparte de tus propios asuntos o los de la comunidad a la que quieres pertenecer., con ella y en ella, de tal manera que el hacer una actividad se plantee no solo como una cosa en contra del Estado sino por afuera y más allá del Estado.
Queremos hacer algo, bueno pues hagámoslo de tal manera que cada quien asuma la solución de los problemas, desde los más elementales hasta los más complejos y de manera directa.
P. ¿No es un planteamiento demasiado ingenuo?
R. Si es una propuesta ingenua, pues que viva la ingenuidad. De lo único que depende es de que la gente quiera, no hay receta. Antes de que haya capitalismo, ha habido otras formas de producir y de vivir, así que ésta no es la única.
P. Tú hablas de que la mejor forma de encontrar esa nueva socialidad, es generando desorden, socavando las bases que actúan para que el sistema se replique constantemente. Pero, y si de ese desorden, ¿sale un orden aún más represivo?
R. Yo critico también esa idea absurda de la ineluctabilidad de los hechos. Cada suceso te abre un umbral de incertidumbre por el cual pueden pasar una infinita cantidad de posibilidades.
P. ¿No temes que esas acciones de autoafirmación terminen siendo cooptadas por el poder para empezar a serles funcionales?
R. Claro que sí. Los físicos hablan de las energías disipativas que son justamente eso., contra-energías del propio sistema, que lo que hacen es volver a reciclar la propia energía del sistema para afirmarlo. Entonces hay la posibilidad de que todas tus acciones se conviertan en energías disipativas, pero es eso una posibilidad que puede ser evitada.
Tenemos una socialidad ajena, excluyente, deshumanizante, violenta. ¿Cómo hacemos para transformarla? La única respuesta que encuentro es: pues intentando hacerlo de otro modo con el peligro de que el sistema vuelva a exhibir su enorme capacidad de reciclaje.