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El Villegas que conocí


Hace un poco más de una década, recibí una llamada telefónica de Carlos Villegas Quiroga, por entonces director del CIDES-UMSA, nuestra primera unidad de posgrado en dicha casa de estudios superiores. Se abría para mí la ocasión de ingresar a la vida académica en condición de planificador y gestor. Acepté su oferta de inmediato.

Dirigir una maestría en mi nueva especialidad, la filosofía y la ciencia política, resultaba seductor. Carlos me dijo: “Si no se inscriben suficientes alumnos, igual puedes aportar de otras maneras”. Demasiada ganga: un salario por pensar, gozando de plenas libertades. Por fortuna, hubo estudiantes en número mínimo y arrancamos.

Desde entonces soy un irrevocable del CIDES, aunque ya no vaya allí a diario como en los primeros cinco años.

El Villegas que empecé a conocer mejor desde aquel 2005 era un hombre silencioso. Encabezaba la reunión semanal, y desde su timón anotaba con cuidado cada idea, cada ocurrencia. Su agenda se hacía densa en cada página. Al final, en tono pausado, resumía lo planteado y enumeraba las tareas pendientes. Milímetro a milímetro, sin aspavientos, Villegas fue armando una institución. Tenía una cadencia sistemática, una mirada paciente y un rigor que acogía el pluralismo con esmero.

Y es esto último lo que quiero subrayar en esta despedida. Carlos Villegas nunca cayó en alardes ideológicos, ni se presentó en los salones bajo el ropaje del esforzado revolucionario. Hizo vida familiar, viajó y disfrutó de la vida, se sentó en las cornisas a conversar sin prisa, supo reír y conversar. Como buen profesor universitario, supo edificar paso a paso, sin estridencias ni poses heroicas, acumulando datos y conocimientos, dejando de lado las consignas enceguecedoras; agachando la cabeza, no para rendirse, sino para colocarse a la altura de los desafíos, siempre titánicos.

Villegas demostró que las revoluciones no necesitan de hombres extravagantes, desligados de la vida real, bajo las banderas de un fanatismo ebrio de eficacias. Las revoluciones necesitan más bien de gente extraordinaria como él, aquellos individuos que pueden ser excelentes padres, mejores hermanos, estupendos tíos, entusiastas amigos y leales gobernantes. Ha contado al programa "No mentirás" que sus hijos se amotinaron cuando Evo le propuso hacerse cargo de YPFB. Los chicos sabían que aquel peso iba a ser abrumador, incluso para alguien como su padre. No pudieron frenarlo. Me parece que, de todos modos, el intento valió la pena. Los hombres y mujeres que ingresan a la vida pública y se echan crudas responsabilidades sobre la espalda deberían tener siempre una familia, un núcleo de calor humano que haga contrapeso. Así son los seres integrales, los que combinan, aunque con dificultad, su amor por la humanidad con su amor simultáneo por los seres humanos en concreto.

Y así, un año después de mi contrato, vi a Carlos partir rumbo a su nuevo compromiso. Era el momento de pasar de la teoría a la práctica. Cuánto vértigo habrá sentido en la transición. La izquierda había fracasado previamente en 1982 y él lo sabía. ¿Cómo evitar repetir el fiasco? Creo que la clave de su éxito siguió siendo su silencio. Me lo imagino anotando ideas a borbotones sobre su agenda desbordada, aprendiendo diligente, con los oídos abiertos y el temperamento acogedor. No le gustaba el “pensamiento único” y tuvo el tino de no recaer en él. He ahí su legado.


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