Coco Manto o la infancia memorizada
“Mira cuantas palabras deprimentes hay en esta canción: ‘Sombríos días de socavón, noches de tragedia, desesperanza y desilusión se sienten en mi alma’, y sobre eso nosotros tenemos que ponerle ‘alegría, alegría”. El Coco ríe, repasa huayños, se proclama boliviano a tiempo completo, añora las aguas turbulentas de su niñez minera y planifica en serio su regreso. Habla allí, apoyado en el alero de un escritorio viejo, desde el corazón del periódico mexicano que alberga su chispa desde hace 22 años.
La anatomía azul del Excelsior se distingue por imponente en las interminables hileras de edificaciones que flanquean el Paseo de la Reforma. La mole de escasas ventanas ocupa el vértice de una esquina y, en uso de su forma triangular, separa la ancha avenida arbolada de una callejuela arrabalera, espina plebeya clavada en la yugular del centro señorial y moderno de la capital mexicana.
Sobre esas aceras merodea Coco Manto, “alias” Jorge Mansilla Torres, el periodista boliviano que allí encontró cobijo en 1980, recién huidito del gorilismo uniformado. Y de esa esquina que conecta cantinas con escaleras de mármol no ha podido moverse a pesar de sus nostalgias y del regreso propicio de la democracia en los hombros de los mineros, allá por el 82. Coco es un exiliado que ya dura 22 años, tanto tiempo que hasta su Excelsior se viene cayendo en picada; diario cooperativa en crisis, del que nuestro compatriota es minoritario accionista como todos sus colegas que lo ven reptando a media máquina. El periódico sale a duras penas, a la espera de un buen comprador, uno “con mucha lana” como para liquidar a operarios y redactores. Cuando eso suceda, nuestro Coco hará maletas y recobrará su puesto en Bolivia, recreando condiciones para hacer fructificar su periodismo rebelde y chacotero. “Ya casi nada tengo que hacer en México”, dice mientras piensa en que su hija y sus nietos lo empiezan a esperar en La Paz. La tierra jala para su centro y en el caso de Mansilla, “las hierbas que cautivan” son norte potosinas. Hasta allí promete llegar con un equipo de investigación para poner en claro los orígenes de la guerra de ayllus, laimes versus jucumanis; “una lucha absurda de pobres contra pobres”, asegura.
Y luego nos muestra su trabajo actual, esas páginas de diario dedicadas a la ciencia, la sección de curiosidades y descubrimientos. Bolivia siempre se asoma al menor pretexto. Una noticia muy destacada expone las bondades terapéuticas de la hoja de coca. Que todo México lo sepa, más ahora con el MAS.
Dentro de la redacción al Coco le apodan “el boliviano”. Al principio él creía que así lo estaban discriminando. “No, cabrón, te lo decimos por afecto, porque rara vez conoce uno a un boliviano y estamos contentos de tenerte”, le aclararon. Con el tiempo él terminó por convencerse de que en México ejerce como “boliviano a tiempo completo”. Todas sus energías, neuronas y fibras coronarias tienen como cimiento al país de su infancia, tanto que sus hijos le dijeron un día que ellos hubiesen querido vivir esa su niñez minera tantas veces narrada. Coco se sostiene la frente: “¡No!, como pues, si los mineros bolivianos siempre han luchado para que sus hijos no sean mineros”. A pesar del pavor engendrado por esa existencia estrecha y socavonera, la esencia de Coco Manto periodista, poeta o narrador es aquella infancia memorizada, descrita con pelos y señales para todo el que quiera escuchar. “Oye, te invito una cerveza, vamos...”. La entrevista se hace más sabrosa en el bar “Reforma”, forma y fondo de madera, al filo de aquella callejuela arrabalera citada al inicio de este texto. El Coco señala la mesa donde el Ojo de Vidrio, “alias” Ramón Rocha Monroy, cometía sus novelas entre vasos, botellas y humaredas. Eran tiempos de “andar volando bajo”.
Y Bolivia se vuelve a adueñar de la charla. Cuando Mansilla trabajaba en radio “Altiplano”, le presentaron a un chico capaz de imitar a la clonación la voz del presidente Barrientos. En poco tiempo, el muchacho se convirtió en la estrella del éter. De sus labios salían todos los desatinos que los periodistas hubiesen querido escuchar en el verbo presidencial. Un buen día, llegó a la emisora el texto anticipado de un discurso que en horas más iría a pronunciar el General tarateño. De inmediato llamaron al disfraz sonoro, a esa voz replicada. Ya en la mañana, la radio “Altiplano” difundía el discurso-primicia en imitación jocosa del militar. Cuando Barrientos subió al balcón de Palacio para leer su discurso ante la multitud congregada, todo era expectativa. Apenas comenzó con la labia, una carcajada general se expandió como la peste entre los asistentes. El presidente no comprendía de dónde nacía tanta algazara. En ese momento uno de sus acompañantes se acercó salvador al oído para formularle la aclaración, pero lo hizo tan cerca del micrófono que toda la plaza escuchó gozosa la siguiente frase: “Estas hablando igual que el ñato de la Altiplano”. El original se había degradado a copia; gran carcajada popular. Cuenta Coco que Barrientos no tuvo más remedio que improvisar una pieza oratoria en ese instante para diferenciarse de las incontrolables imitaciones. Ay, mi General, gran materia prima para bromear. “Por eso con la muerte del general Bang Bang (Banzer) no sufrí tanto como con la de Barrientos. Él era más necesario en mi vida de creador”, evalúa.
A propósito, una segunda historia. Parado sobre la acera de la Prefectura de La Paz, Coco Manto curioseaba la inmensa cola que esperaba para ver el cuerpo sin vida de Barrientos, el accidentado de Arque. “Kencha, desgraciado”. El grito sonaba cercano y estaba dirigido a él. Una maestra pro gobierno había reconocido al ácido humorista radial que un día antes del desplome de helicóptero, se atrevió a desear el deceso del Presidente. “Mire pues cuánta gente adoraba al General”, estallaba la señora, queriendo mostrarle cuán equivocado era atacar a un caudillo venerado. “Espere señora”, prosiguió el agredido conteniendo los carterazos que se veían venir: “Yo también voy a hacer fila, porque todos queríamos verlo muerto”. Entonces ella perdió los estribos y se propuso lesionar en serio al bromista. Los mirones tuvieron que taparse la boca para que nadie detectara su risa reprimida. Con Coco Manto, el humor se había hecho arma de combate, relajo imprescindible en días de represión y charreteras.
Por todo eso, Mansilla adora Bolivia y su lejanía sólo le incentiva deseos del retorno. Vive ya dos décadas completas en México y se pasó los siete años dictatoriales de Banzer en el Perú, pero sentencia que “no hay pueblo más despierto, más vital y más sensible que el boliviano”. De este terruño ama sus aguas vivas y agitadas, su enjambre de conflictos, pedradas y bloqueos. “Extraño esa rebeldía, este estado de alerta permanente. Bolivia es un país quisquilloso. A veces decimos, ‘pucha, son demasiados celos para tan poquito amor’ y es cierto. Entonces prefiero ese conflicto, porque eso me hace despertar, me hace crear y me hace imaginar otras cosas, que no son lo clásico o lo ortodoxo”. En todos estos años mexicanos, Coco no ha encontrado nada similar. Su país anfitrión es calmado, de masas anónimas y consumistas, cada quien pensando en su salario y los usos derivados del mismo.
¿De modo que la comandante Ramona del Ejército Zapatista no alcanza la talla de nuestra Domitila Chungara?, le preguntamos. Un rotundo y subrayado “No” emerge por respuesta. Para el Coco los zapatistas son tranquilos, viven en su mundo, no tienen la ira anti imperialista que hinchaba los pechos de nuestros mineros. Pálidos guerrilleros reformistas estos del sur de México, acerados combatientes revolucionarios los nuestros, de Siglo XX o Uncía. “No se ha acabado la lucha de clases, Rafael, sigue”.
Nuestro periodista emigrado sostiene que todo continúa sin grandes variaciones, aunque los discursos hayan mutado de tono y sustancia. Idéntica tragedia, otro guión. “Veo que los ricos siguen luchando por sus intereses y siguen pisoteando a la gente”.
¿Qué ha sido México entonces para el Coco? Una atalaya, un mirador que todavía le permite mirar a Bolivia con tranquilidad condicionada. “Alguna vez dije en plan de chunga, ‘conozca Bolivia, viaje al extranjero’ y es cierto, porque sólo afuera sabemos qué tenemos y qué nos sobra, afuera sabemos de amigos, comidas, sueños y frustraciones. Aquí tengo cierta paz para escribir, aquí puedo hablar de Bolivia fuera de Bolivia”, especifica.
El humor mexicano
Un humorista como el Coco en el país de Cantinflas, de Pedro Infante, de la comedia multiplicada en cada plática, en toda ronda de tequila, debe sentirse como ratón en silo de trigo. Nada de eso. Nuestro periodista Mansilla tiene poca estima por el humor mexicano. Lo califica de demasiado local, parroquial, volcado a la vena pornográfica, en síntesis, mera cháchara para sobrellevar el día. A él le atrae el humor transformado en dardo dirigido contra el poder, la risa como veneno corrosivo, cincel para derruir estatuas y poner a la autoridad en calzoncillos.
¿Cantinflas? ¡Bah!, “quiso ser una copia de Chaplin, se bajó el pantaloncito, caminaba como él y se distinguía porque hablaba y hablaba”. Para Coco, el cómico del bigote mínimo era un rehén del sistema, alguien que terminó haciendo películas patéticas para agradar a la burguesía. Si de comediantes mexicanos hablamos, él prefiere a los desconocidos Chaflán y Palillo, un par de fallecidos que en su momento convirtieron su arte burlón en termita para los cimientos del poder político devenido en partido único y conservador.
Por eso Coco vuelve una y otra vez a Bolivia. Aquí el humor está politizado, tiene sustancia comprometida. Como ejemplo supremo, menciona a David Santalla desde el instante en que decide interpretar a la chola, al obrero, “a su gente”.
Sin embargo, Coco reconoce que en México comienza a florecer ahora, con democracia recuperada, un humor como el ansiado en sus preferencias. Su exponente mayor en estos momentos sería el subcomandante Marcos, la prosa risueña y combatiente, esa que el día del alumbramiento del alzamiento armado les dijo a los periodistas: “Perdonen las molestias, pero esta es una revolución”.
En el México de ayer, tres eran los elementos sagrados que nadie debía criticar: el Presidente, el Ejército y la Virgen de Guadalupe. Hoy, tras la caída del PRI, el primer mandatario es la fuente más abundante de parodias, el ejército vive cada día más cuestionado por sus nexos con el narcotráfico y su participación en la guerra sucia de los años 60 y 70, y hasta se duda de que el indio Juan Diego, aquel afortunado receptor de la virgen morena y próximo santo oficial de la Iglesia, haya nacido.
Sobre esos y otros brotes de irreverencia, Coco Manto le deja a México sus libros “Breverías” (650 sonetos, gracejos, greguerías, palabras sueltas y máximas) y “el Destrés Federal” (85 sonetos de amor y de odio a esa ciudad, sus plazas, cantinas, mendigos e iglesias).
Todos con su llajua
Nuestro entrevistado prefiere no hablar mucho sobre la política boliviana de estos días. Quisiera volver a Bolivia para opinar con más propiedad, pero advierte que todos nuestros líderes partidarios “tienen su llajua”. De allí siempre saldrán los sabores más picantes, es cuestión de saber reconocer la ulupica y el locoto. El Coco piensa que dado que la mayoría de ellos faltan a las leyes, lo menos que puede hacer la gente es faltarles al respeto. Ajos y cebollas para sus majestades, pero también huevos en la cara, es la faena de la sorna popular. “¿Qué son a la postre ellos?, ¿qué les debemos?, nada. Ellos nos deben todo”, dice al opinar sobre la capa dirigente de Bolivia.
En cuanto a la izquierda, de la que él forma parte, Coco cree que es indispensable su unidad. Por eso no comulga con el indigenismo puesto en boga por Evo Morales y Felipe Quispe. El periodista quisiera evitar que las particularidades terminen liquidando nuestro sentido colectivo de nación. Sus palabras: “No entiendo porque Evo tiene que ser el ‘quechuaeslovaco’ (risas), y el otro compañero, el aymara; así nos vamos a dividir. ¿Qué pasa con los que siendo quechuas o aymaras creemos en la nación? En efecto, la nuestra ha sido una nación déspota, Bolivia ha sido una mala madre con ellos, pero no se trata de cambiar de madre, sino las formas de afecto que nos debe”. Al respecto, va una broma que deplora el estallido de las diversidades. Dice Coco Manto que en estos tiempos de neoliberalismo, “Bolivia es una empresa de capital variable: capital legal, Sucre; capital real, La Paz; capital virtual, Santa Cruz”. Nos podemos dividir, grave ché...
Pero si Coco Manto es crítico con los particularistas étnicos, lo es más con la izquierda “blanca”. Para él, “el MBL es la cara bonita del MIR, la cara limpia o el trigo amargo, por no decir trago amargo. Bolivia Mercado Libre por sus siglas en socialdemócrata”. “Lo mismo los que siguen a Juan del Granado, que no dejan de ser el MIR. Fueron capaces de transar con Banzer para seguir en la alcaldía. Quiero mucho a los compañeros, pero ha ocurrido eso”, les reprocha.
Chacanchadas
Y si el Coco vuelve, ¿no lo volverán a exiliar? Entre risa y risa, el interrogado dice que “ya no”, porque ahora ha aprendido, ya conoce los escondrijos y sabe por qué chacanchadas (atajos) ir. Sin embargo reconoce que le gusta enredarse en problemas, pues es parte de su personalidad. “No me gusta la vida cómoda, estoy muy mal cuando me siento bien. Me gusta estar en estado de alerta”. Salud, hermano, te estamos esperando.
Cuando vuelva, Coco Manto quiere armar proyectos periodísticos con los amigos, ponerle letras a las melodías de nuestros músicos populares, escribir poesía y cuentos, tomar por asalto la televisión, entregar guiones a los cineastas y reconocer los senderos del norte de Potosí en busca de la extinción de la violencia atizada entre los ayllus. Para hacer eso en ésta su tercera vida, el Coco quiere brazos protectores, oídos perceptivos y corazones abiertos. “Donde voy a perder es en los puñetes, pero si me dejan hablar, seguramente voy a convencerlos”. Coco, volvé.