Morderse la cola
El debate está servido. La sonada frase del presidente ecuatoriano Rafael Correa ha calado a fondo en el gobierno boliviano. El líder de la “revolución ciudadana” dijo en una de sus citas radiales sabatinas, que para “salir del extractivismo”, había que utilizarlo, al menos, provisionalmente, para financiar, bajo ese impulso, las condiciones para trascenderlo. Suena casi a curar la adicción al alcohol con cerveza.
No se burle; el argumento no es nuevo. Las vacunas actúan bajo un principio análogo: previenen enfermedades usándolas, es decir, desencadenando inmunidades espontáneas al inyectar en nuestro cuerpo virus debilitados del mismo mal que se busca enfrentar. Es una astuta manera de volcar la furia del enemigo en su contra.
La tesis de Correa es también doctrina de Estado en la plaza Murillo. El vicepresidente se ha preguntado hace poco en Chile que si “sólo proteges a la Madre Tierra, ¿con qué alimentas a la gente?”. A su vez, al inaugurar el pozo “Boquerón Norte”, el primer hallazgo plurinacional de petróleo, el Presidente Evo Morales ha rechazado la posibilidad de que seamos “guardabosques” de los países ricos. Ellos no lo fueron, ¿por qué nosotros?
Los dos anuncios son claros: Bolivia se entregará al mismo frenesí industrial del norte, con dos siglos de retraso y en uso intenso de su derecho al desarrollo. Si la naturaleza nos da de comer, no podemos contemplarla intacta.
La profanación de las áreas protegidas, al amparo del decreto 2366, que franquea el ingreso topador de las petroleras en su seno, es el mayor motivador del momento. No queremos ser pobres, de tal suerte que tampoco tenemos por qué ser ecologistas.
Así, para no transformarnos en el aserradero ilegítimo de Sudamérica, se ha montado el mecanismo discursivo boliviano de la exculpación en dos pasos: uno: los del norte lo hicieron, ahora nos toca, y dos: vamos a usar los dividendos para de ese modo dejar de ser pobres, y recién entonces podernos dar el lujo de ser ecologistas. ¿Será que para entonces quedará algún árbol en pie?
Pues resulta que tal ecuación estatal no funciona por la sencilla razón de que el despertar de la inmunidad ambiental no se produce mediante el suministro de dosis debilitadas de extractivismo. Hoy en día, la especie humana es inmensamente más poderosa que la naturaleza y todo lo que ella haga, afecta irreversiblemente a todos los ecosistemas.
Lo que las autoridades evitan entender es que la aniquilación de nuestra única vivienda dentro del sistema solar se asienta en un sistema integral sin fisuras. Dejar de ser pobre, en clave extractivista y gubernamental, es consumir carne, movilizarse despidiendo dióxido de carbono, recurrir al plástico como materia prima de casi todo y acabar con aquello que sirva para equilibrar los ciclos naturales.
Una vez que hayamos salido de la pobreza de esa perversa manera, la adicción a un modo de vida insostenible nos habrá terminado de condenar como especie. El esquema es el mismo que el de un pantano, mientras más te mueves dentro de él, más rápido te engulle.
El Papa llegó a Los Andes con una encíclica bajo el brazo. Ojalá su verdor reavive el debate sobre el tipo de vida que queremos para nuestros nietos.
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