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Emociones en forcejeo


Rafael Archondo


Una reciente película de ese virtuosismo empresarial llamado Pixar titula Inside Out; algo así como “lo de adentro, exteriorizado” (“Intensamente”, en la traducción comercial para el mercado latinoamericano).

En ella se caricaturiza admirablemente el funcionamiento de la subjetividad humana; “nuestra alma profunda”, como dirían los antiguos.


Aunque es una película para niños, al estar pensada por adultos y basarse en los últimos hallazgos de las excitantes neurociencias, interpela con fuerza a los mayores y nos entrega pautas que van más allá del mero entretenimiento ante la pantalla.


El filme penetra en una mente pre adolescente, que padece una mudanza repentina de círculo social. Sus padres se trasladan de Minnesota a San Francisco, del frío al calor, del mundo provincial y acogedor, a la metrópoli ondulante.


Así, los creadores de Pixar nos presentan una hipótesis sugerente: nos componemos de emociones.


La mente humana, nuestro ser interno, es un forcejeo de cinco fuerzas: la furia, el miedo, el asco y la tristeza, cuatro polos aparentemente devastadores, y la alegría una gran escenógrafa del entusiasmo y las ganas de comerse el mundo. Cuatro sombras se las arreglan para destronar los destellos de una optimista ensimismada e ingenua, disfrazada de la campanita de Peter Pan. O sea que no solo somos emociones, sino además cuatro quintos de emociones adversas y anti sociales.


¿Dónde está la racionalidad?, ¿dónde, el súper ego que nos amonesta y enfría?, ¿acaso no tenemos cerebro?, ¿solo corazón?


La hipótesis de la película es tan deslumbrante como hobbesiana: somos emoción pura, pero en amalgama contradictoria. La racionalidad emerge como resultado de un armisticio entre pulsiones primarias. La conducta moderada, no impulsiva, el juicio, sería fruto de una pulseta feroz entre pavor, bronca, disgusto, pena y alegría. Sobre una mesa de comandos, fabulada por la película, cada fuerza en discordia va pulsando las teclas de manera alternada y, a ratos, casi consensuada.


En la película, la ausencia momentánea y simultánea de la alegría y la tristeza provoca una necesidad imperiosa por cubrir el vacío. No hay por tanto un deseo de anular al otro, sino poderes complementarios que si bien se repelen, con la misma fuerza, se necesitan.


El público sale de la sala valorando lo que comúnmente definimos como “emociones negativas”. La tristeza, un sentimiento que normalmente tratamos de eludir, termina salvando la humanidad de la heroína. La joven decide regresar sola y furtivamente a Minnesota, pero la nostalgia por los padres que abandona, la impulsan a regresar a casa. Del mismo modo, la furia, siempre desaconsejada por sus irradiaciones violentas, es indispensable a la hora de competir sobre las pistas de hielo. El asco o desagrado nos previene de envenenarnos y el miedo nos resguarda de incurrir en actos temerarios o suicidas.


Entendimos mal entonces. No hay emociones propiamente negativas, y tampoco hay dualidad entre sentimientos y pensamientos, entre neuronas y hormonas. Todo es condición emergente, obra del litigio entre fuerzas contrapuestas, pero armonizables. Ser racional es administrar impulsos no racionales, ser bueno es coordinar acciones no sujetas a la bondad, ser pacífico es reconducir la rabia y el asco, ser generoso es entender que sin egoísmo primario no puede haber entrega. Al ver Inside out entendí mejor “El Leviatán” de Hobbes. Ganancia inesperada.

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