¿Fin del giro a la izquierda?
Para muchos de quienes comentan los acontecimientos políticos del día, las recientes derrotas del peronismo en la Argentina y del chavismo en Venezuela marcan el inicio de una especie de “mala hora” para los llamados gobiernos “progresistas”, que se fueron erigiendo con cierta sincronía en el continente a partir de 1999.
Con esos augurios, esperan poner en pie una especie de racha ganadora que beneficie a las oposiciones de Bolivia, Ecuador, Brasil, Nicaragua e incluso Cuba. Se trata de toda una estrategia motivacional de cara a las próximas contiendas electorales o callejeras. Si la cábala funciona, el No podría vencer en el referéndum boliviano de febrero y así, como piezas de dominó veríamos desmontarse la estructura regional detonada desde Caracas al finalizar el siglo pasado.
Tal vez no convenga precipitar un juicio sin contar aún con los ingredientes que lo instalen como confiable. Digamos de principio que ni el chavismo ni el peronismo han sufrido un colapso que los descarte como actores políticos inmediatos. Son fuerzas partidarias compactas y organizadas, presentes en la vida nacional de sus países, dotadas de numerosos líderes intermedios y de un historial gubernamental que no los pone en los anales del oprobio. Cometieron errores y los ciudadanos han usado la democracia que nunca fue abolida, sino expandida, para hacérselos saber. Les tocará asimilar la lección y reencausar su rumbo.
Y como ocurre normalmente en cualquier país sofisticado, las elecciones no admiten una derrota definitiva para ninguno de sus cultores. Lo mismo ha pasado en España, donde el PP y el PSOE han sufrido quebrantos, pero no han desaparecido y continúan siendo gravitantes para la formación de nuevos gobiernos.
Otro dato fundamental es que las oposiciones de Argentina y Venezuela se han acercado hace años a posiciones de izquierda con el claro objetivo de ganar elecciones. Hay quien ha dicho que Macri preside el tercer gobierno kircherista de la Historia y nadie ha olvidado las invocaciones a Bolívar de parte de Capriles durante la anterior disputa presidencial venezolana.
Y es que los llamados gobiernos progresistas han establecido valores trans-partidarios a su paso por el poder político. Hoy en día, ya pocos objetan en América Latina, la necesidad de que el Estado esté presente en la vida económica o que impulse políticas sociales de redistribución de la riqueza. Quien quiera ganar elecciones en estos países, tiene que ser al menos, socialmente responsable y vivencialmente cercano al alma popular. La derecha con la se quiere polarizar y asustar, ha dejado de existir por la sencilla razón de que en democracia, las acciones prácticas orientadas a ganar el voto son insoslayables. Quienes ahora prometen regresar al poder, ya no aspiran a reponer el consenso de Washington a fin de lanzar una nueva ola de privatizaciones, se esfuerzan más bien por fortalecer los avances sociales, mientras prometen mayores equilibrios institucionales que recorten ansias de perpetuación. Llegan para corregir, nunca para restaurar.
Un apunte final para empezar 2016: como ha comentado Liza Aceves hace poco, una izquierda que, como la latinoamericana, ha apostado esencialmente por la democracia como única vía para gobernar a sus países, tuvo y tiene que tener entre sus planes la posibilidad de perder elecciones. Admitir ocasos en las urnas transforma a cualquiera por el simple hecho de que lo subordina a la oscilante voluntad de los votantes. No es poco.
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