Cuoteo étnico, no gracias
Rafael Archondo
Publicado en 2005.
Una aguda fiebre matemático-estadística aqueja a algunos proponentes en tiempos de Asamblea Constituyente. Treinta por ciento para los quechuas; 25, para los aymaras…del Estado-botín de los partidos nos quieren llevar a su parcelación final a cargo de comandos comunitarios. Pues mejor no.
Una de las ideas más vulgarizadas de los últimos tiempos se asienta en la supuesta necesidad de que el aparato estatal se transforme en calca fiel de la sociedad que lo solventa. Uno entonces, espejo de la otra. ¿Qué tal?
Pues en esa consigna persevera desde hace años-tinta, Álvaro García Linera, matemático telegénico y marxista reloaded, para más señas. Y ya es tenaz su insistencia: asegura que como Bolivia no se ha industrializado, está entonces inmadura para encarnar una democracia de corte liberal (menudo determinismo…). Registrado tal desfase histórico, nos correspondería entonces obedecer a los contornos netos de nuestra realidad social y fabricar un Estado que permita pasar hasta su patio interior a las otras culturas políticas ignoradas hasta hoy, y sin embargo florecientes en este territorio tórrido y sobre todo, bastante corporativo.
Álvaro nos habla de una sincerada, es decir, de quitarnos el velo, reconocernos como somos y actuar en consecuencia. De modo que si la población boliviana ha asumido, de muy mala gana y en escaso número, el proyecto de democracia liberal, el Estado debería readaptarse a la realidad social y no a la inversa como habría venido ocurriendo desde 1985. Hasta ahí, amigos, mi respaldo pleno: sí, hay que cambiar las instituciones, hacerlas más nuestras.
Pero, ojo, de este diagnóstico relativamente convincente, emerge más bien una propuesta disparatada: cuotear étnicamente el Estado (Pulso, 10-16.10.03). Sí, que el 30% de los cargos públicos pase a manos de los quechuas, el 25% a los aymaras y así prosigue el reparto, censo en la mano. Y con ello, lo que parece imperar en la sociedad, debería por tanto quedar grabado por ley en las oficinas del poder político… ¿equidad?, ¿democracia genuina? Para nada, ya veremos por qué.
De su lado, Javier Medina (El Juguete Rabioso, 23.11.03), menos dado a las matemáticas, aunque sí a la física cuántica, ha empezado a caminar por la misma ruta. Asegura que como habemos bolivianos occidentales y amerindios, ergo, el Estado debe reflejar esa dualidad así sin más. Por ello sugiere una Constituyente en la que el 62% de los representantes emerja de la designación directa, predilección de los pueblos indios habituados al voto a mano alzada; mientras los restantes escaños (38%) debieran ser completados a través de las clásicas lizas entre los partidos, esos que colmaron nuestra paciencia en octubre pasado. Ajá… más de la sopa anterior, aunque aplicado ya de entrada a la Constituyente.
No hay dos Bolivias
No pues. Reconozco que ante tanta creatividad, supuestamente alentada por fenómenos tan remotos como los estados belga o vasco o la Kabalah judía, se impone primero la perplejidad y, por ende, el cauto silencio. Pero cuando se constata que tales ideas tienen más audiencia de la imaginada, corresponde nomás pronunciarse. Lo primero que cabe decir es que el Estado jamás podrá, ni tampoco debiera ser, un espejo de la sociedad y menos todavía del censo. Más aún, conocidos ya los ensayos macabros del fascismo y el comunismo en el siglo XX, pues mejor si las normas y las cifras jamás llegan a sincronizar.
Bueno, pero ¿qué si ocurre?, ¿acaso no sería lo ideal?, ¿un Estado ajustado a la talla de los registros poblacionales? Primero que aquello es imposible y por eso mismo, desaconsejable. Las poblaciones son dinámicas y borrosas; las estadísticas, imprecisas y las leyes, demasiado estáticas para asumir tantas contorsiones. Peor aún, las identidades étnicas, regla desde la cual se quiere cartografiar el Estado, no son convertibles a porcentajes. Una sola persona puede ser deportivamente amerindia, políticamente europea, conyugalmente árabe y filialmente chiquitana. ¿Acaso las identidades son un bloque de acero?, ¿quién se atreve a sostener que todos los indígenas son comunitarios y todos los criollos, liberales? Error entonces. La interculturalidad no se alcanza edificando conglomerados mono-culturales inexistentes en nuestra realidad. En otras palabras, la salida a la exclusión étnica de hoy no es la puesta en pie de varias estructuras racistas, equivalentes y autónomas. O, dicho en términos nocturnos, el alcoholismo no se combate diseminando borracheras.
Por esas vías, vamos de retro, compañeros, y, por último, si de “proporcionalizar” se trata, pues prefiero nomás el Estado falangista, en el que al menos las cuotas quedaban definidas por clases sociales. Y es que siempre será más fácil discernir los intereses fabriles de los ferroviarios o los empresariales y no así, los de qaqachacas, jalqas o mojeños. De verdad que la utopía de Mussolini resulta ahora más progresista que la de García Linera.
Cuotas, la otra falla
Algo más en contra de esta república de parcelas estadísticas. Los sistemas de cuotas están pensados justamente en orientación inversa a lo planteado por Álvaro y Javier. Dada la escasa representación fáctica de determinados sectores, se coloca un correctivo llamado cuota. En otras palabras, se induce artificialmente un cambio a fin de que lo que no sucede espontáneamente, ocurra por efecto de la norma. Tal fue el criterio para implantar, por ejemplo, la ley de cuotas para las mujeres, única vía para que los partidos alienten sus liderazgos femeninos.
Pues bien, ahora, sin demasiado debate, se ha puesto de moda la cuota indígena en una sociedad, que desde hace años avanza sin pausas hacia la colocación natural de aymaras y quechuas en el centro neurálgico de las decisiones nacionales. Y por eso mismo, no deja de ser sospechoso este proyecto de apartheid institucional, por el cual se consagraría legalmente la existencia de dos mentalidades irreductibles y enfrentadas. Sospechoso, digo, porque finalmente, ¿no quisieran acaso los minoritarios aymaras de ese 25% censal, convencer a la nación multicultural de que sus proyectos son los mejores para todos? Ah no, Álvaro y Javier parecen querer negarles el derecho a la hegemonía propositiva, confinándolos al exilio interior de un porcentaje fijo. De modo que desde una perspectiva democrática, crear cupos estatales para los indígenas no podía sonar más conservador.
En la práctica
Sin embargo la idea de las “reservaciones” electorales no es necesariamente lo más criticable, pues al final, un partido con hegemonía indígena podría actuar bien en ambas Bolivias y hacerse del poder. Lo irresponsable del cuoteo étnico emerge al imaginar su aplicación. Álvaro propone un Poder Ejecutivo proporcionado al mundo étnico. ¿Por qué yo, como boliviano no indígena debería aceptar que mi representante sea sólo ministro de vivienda y no de Hacienda?, ¿quién dice que el Defensor del Pueblo tiene que ser quechua o guaraní? O, ya en el terreno de Javier, ¿por qué no tengo derecho, al no ser indígena, a ser elegido a algún cargo por mecanismo de asamblea si es lo que más me conviene? Y así, la hilera de preguntas puede extenderse durante horas.
No, señores, un Estado, cuyas funciones están distribuidas con base en criterios étnicos, desprecia olímpicamente el más elemental principio democrático, es decir, la posibilidad de que quienes sean elegidos, tengan las ideas correctas y no el color de piel asignado por ley. Y la yapa: un Estado parcelado en identidades desconoce todo lo avanzado hasta hoy por el propio MAS, partido que acunado en culturas políticas andinas, supo “colarse” magistralmente en los recintos de la democracia liberal a fin de transformarla desde adentro. Que lo sigan haciendo, pero preservando, como hasta ahora, el principio de que las asambleas comunales también pueden expresarse a través del voto individual de sus componentes ciudadanos, en un apacible domingo de elecciones.
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