¿Y si el Congreso tuviera tres cámaras?
El mayor dilema de la Constituyente consistía en conciliar identidades departamentales y étnicas en un solo haz institucional. ¿Cómo colmar ambos antojos sin quitarle el apetito a nadie? La solución pudo haber sido más simple de lo que uno imagina: tres cámaras nacionales legislativas; una receta para ahorrarnos la etnización de todo el Estado y ponerle un alto a la Bolivia de los ghettos.
Es moneda común en toda discusión al respecto: El Estado debe reflejar el dinamismo de la sociedad. Pésimo punto de partida. Pues no. El Estado, cualquiera que sea, no ha podido ni tiene por qué ser espejo de la sociedad (quimérica pretensión); debe, a lo sumo, objetivar, es decir, traducir en escaños y estructuras administrativas, la cambiante correlación de fuerzas políticas del país. Convengamos entonces, en que el Estado boliviano debería que ser el mejor recipiente de las tendencias públicas que anidan en nuestra población.
Y no otra cosa, además del traslado de poderes y la reelección, entrampó nuestra Asamblea Constituyente. Su reto más apremiante era encontrar la fórmula para que pueblos indígenas y regiones sientan que cuentan con los vehículos adecuados para hacerse escuchar al interior del Estado sin que ninguno gane en desmedro del otro. En la práctica, este embrollo consiste sólo en afinar los mecanismos de representación de ambas identidades. Luego se podía discutir con calma dónde poner el “asiento institucional” del, una vez o indefinidamente, reelecto jefe de Estado.
Tres cámaras
El gobierno y la oposición aceptan las autonomías indígenas y departamentales al mismo tiempo, pero solo los ingenuos creen que esto es consenso. No. El gobierno pone a las indígenas por encima de las departamentales y la oposición hacía lo inverso. Entonces no hubo convergencia alguna, sino dos proyectos antagónicos. Ejercitemos por tanto, a destiempo, una síntesis eficaz de ambas posturas.
¿Qué tal si colocamos las dos identidades en pugna ya no en cada parcela territorial del país, sino en el gran escenario nacional? Démosle además a cada una, idéntica importancia. Tendríamos entonces un Estado en el que las leyes de alcance nacional se tengan que discutir en un parlamento convencional, pero junto a éste, también en dos cámaras adicionales, donde se exprese el país, tanto desde el prisma regional como desde el étnico-cultural. Estamos hablando de tres: una cámara de diputados, una regional y una de nacionalidades.
La primera podría ser idéntica a la actual: la mitad más uno uninominales (68), la parte restante, pluris (67). De esa forma se congregan los liderazgos territoriales (en las circunscripciones) con el peso demográfico de los partidos, lo que incluye a las minorías, que es muy importante.
La cámara regional bien podría quedar conformada como el Senado actual, donde cada departamento resulta representado en igual medida (4), lo cual compensa el poco peso que poseen las regiones menos pobladas en la cámara de diputados.
De modo que la única innovación real consistiría en instalar una cámara de nacionalidades, en la que queden representadas las identidades étnicas de toda la república, incluidos los no indígenas y los pueblos minoritarios de la amazonía. ¿Acabamos de ceder ante el cuoteo étnico? Jamás. La clave para evitar que esta cámara derive de un reparto caprichoso de espacios de poder está en la forma en que se elegiría a sus miembros.
Me explico. Las identidades étnicas no poseen un territorio definido, así, hay aymaras en Omasuyos, pero también en El Alto, Yapacaní, Cobija y Yacuiba. De modo que no corresponde aquí demarcar nichos electorales para identidades que hace décadas han trascendido cuanta frontera se le ha puesto delante. Lo mejor es que para esta cámara se use como base la circunscripción nacional, igual que hacen los peruanos para elegir a sus congresistas. Eso implica que todas siglas inscritas postulen candidatos a dicha cámara, por los cuales debería poder votar cada ciudadano en papeleta única nacional. De ese modo, los aymaras o quechuas de la geografía completa podrán elegir al aymara o quechua que más les agrade, e incluso, claro, votar por un seductor candidato q’ara o mosetén, si así les place. Luego se confeccionaría una lista de los candidatos más votados y si salen electos más sirionós que guaraníes, pues no interesa… han sido designados aquellos que más simpatías han cosechado del universo polimorfo de las identidades étnicas. Ah, eso sí, habrá que reservar escaños, como ya se hace, para las poblaciones nítidamente minoritarias, es decir, para aquellas a las que les resultará imposible hacer campaña nacional y ganarse un respaldo masivo para sus candidatos. Ahí sí, para las minorías, se justifica un moderado cuoteo a fin de que no sean borrados del mapa.
De ese modo, las leyes nacionales tendrían que pasar por tres filtros: el de las representaciones políticas basadas en los pesos demográficos, el de los departamentos o regiones y el de las identidades étnicas, todas ellas sostenidas por el principio rector de “un ciudadano, un voto”. ¿Acaso no es ésta la mejor confesión de que tales son los recipientes de las actuales dinámicas políticas en Bolivia?, ¿acaso no han sido las opiniones partidarias, las demandas departamentales y los movimientos indígenas los que han estado jalonando las coyunturas recientes? Sería útil simplemente dar cuenta de ello y esperar que los partidos que nos vayan a gobernar a futuro, sepan moverse en las tres frecuencias para alcanzar una mayoría clara en este nuevo Congreso de tres cimientos equivalentes.
Pros y contras
Dar el paso hacia lo tricamaral implicaría, por ejemplo, que el gobierno renuncie a “reconstituir” territorios ancestrales autogobernados. Deben aceptar que para llegar ahí, tendríamos nomás que pasar primero por el infierno yugoslavo: quemar vecindarios, “limpiar” étnicamente las comarcas y aspirar a la monoculturalidad diferenciada de todas zonas habitables del país. Esa es la forma más expedita para engendrar una guerra de piel contra piel, un desenlace del que no sabemos cuántos saldrán vivos.
Dar el paso hacia lo tricamaral implicaría también reconocer que las identidades étnicas están desparramadas por toda la república y que se mueven al vapor de las oportunidades económicas. Sería hora además de admitir que la colonia y la república, por más nocivos que hubiesen sido sus efectos, han existido y bastante más tiempo que el incario. Pero el caso es que no todas son malas noticias para los etno-nacionalistas. Esas identidades que tanto valoran, no han respetado linderos y por eso mismo no les corresponde recluirse en “reservaciones” de un solo idioma y tradición; merecen más que eso: una presencia estable en la cúpula del Estado, allí donde ya ha llegado, por si no les suena, Evo Morales; usando además las reglas de la tan denostada democracia formal.
Una cámara donde se debata en 30 idiomas va a permitir incidir de manera directa sobre las leyes nacionales. ¿No es acaso eso lo exigido por tantos años? Así, el mundo indígena no sólo se ocuparía, como hasta hace poco, de los presupuestos municipales o las mini obras de riego, sino que consolidaría su rol como constructor de la nación boliviana. Esto sí es “Estado Unitario Plurinacional”, mientras lo otro es un Estado Unitario de nombre, pero fragmentado hasta la médula bajo la obsesión de edificar republiquetas en cada retacito donde haya sido detectada una diferenciación cultural.
Hasta aquí, la defensa de la idea. Ahora, la admisión de un argumento en contra, que, sin embargo, viene equipado de remedios preventivos. Es verdad, tres cámaras pueden triplicar el tiempo requerido para aprobar leyes, pero también permiten, al ser un número impar, convertir a cualquiera de ellas en el factor que dirima controversias. Otra posibilidad rica en resultados es especializar a cada cámara, sobre todo la regional y la de nacionalidades, en ciertos ámbitos temáticos. Así, la primera podría canalizar, aunque no solo, leyes sobre la descentralización; mientras la segunda tendría como prioridad los temas lingüísticos, culturales o educativos. Serían más legisladores, pero ojalá, por ello mismo, más amplios de miras y más prósperos en nexos con la sociedad y sus electores.
Por último, lo que más alegra de esta idea es imaginar un día electoral. Seremos el pueblo más consultado del orbe: papeleta para elegir presidente y vice, otra para parlamentario uni, otra para el pluri (al fin separados de los caudillos nacionales), una más para los representantes departamentales (senadores, pero autónomos de los jefes del partido) y una más para votar por la persona que mejor representa los intereses culturales de cada sujeto. Si a ello le sumamos elecciones prefecturales y referéndums, nadie podrá decir, aturdido por la distancia, que nuestra democracia corre algún peligro.
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