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En campaña permanente


Me ha tocado, por oficio, escuchar, durante seis meses, a razón de tres piezas por día, los discursos presidenciales y vicepresidenciales que transmite ilimitadamente el canal estatal. La impresión que me dejan es que desde la plaza Murillo se planifica y ejecuta una campaña electoral permanente. Sé que ésta no es novedad, pero paso a describirla, porque de ahí podría desbrozarse un par de datos útiles para escudriñar el futuro.

Este martilleo incesante consiste en escenificar la vigencia voraz de un solo centro distribuidor de obras y beneficios. Cada acto público, profesionalmente montado, preserva la misma narrativa. Lo que se les cuenta a los auditorios, esencialmente campesinos o suburbanos (pero también cada vez más infantiles y adolescentes), es que, antes de la nacionalización de los hidrocarburos, éramos una colonia de los extranjeros, y que ahora hemos recuperado las riendas de nuestro destino.

Estamos en la fase en la que una nueva élite política se hace fuerte, pero sobre todo indispensable, contando lo ocurrido entre 2005 y 2009. En cada alocución, Evo y Álvaro aceitan la memoria y repiten la misma secuencia: el país ha sido salvado tras la derrota de separatistas y neoliberales, los gringos fueron echados “a patadas”, y la riqueza cuantiosa de Bolivia ha sido redireccionada hacia las arcas estatales. Desde ahí, desde el Estado, un núcleo selecto decide su distribución generosa, fluye la savia vital hacia cada hilo capilar, y así, hasta lo más agreste florece.

El fantasma de la derecha antinacional es sacudido ostentosamente en cada concentración humana. Ésta no existe ya en la vida real, pero cuán útil resulta a la hora de cohesionar a la sociedad en contra del pasado.

Se trata de un discurso sin fisuras, fácil de captar, pero más fácil de reproducir. Lo malo ha sido derrotado, lo bueno ya está fluyendo. Vamos bien.

Otro de los ingredientes básicos de los actos de masas cotidianos es la centralidad del líder. Evo es quien lo ha pensado y diseñado todo. Los demás apenas ejecutan cada idea brillante, cada acto de desprendimiento, cada proyecto estratégico. No hay ministro, dirigente, alcalde o secretario que no le saque brillo al altar presidencial. Es un resplandor que ciega, encandila e hipnotiza. De ese modo, ni un solo arbusto podrá crecer bajo la pesada sombra de semejante árbol copioso.

Los enunciados remarcan la idea de que el Estado central es propietario de una chequera infinita. La posesión del dinero llega acompañada por reiterados elogios a la capacidad de trabajo del núcleo cercano al Presidente. La dedicación extenuante al proselitismo incesante es la llave para describir a los triunfadores del momento. Es una revolución, qué duda cabe, pero una maniobrada desde el Estado central. Es una revolución, qué duda cabe, pero una donde solo puede resplandecer un solo líder. Es una revolución reeleccionista, que no autoriza competidores ni dentro ni fuera del único centro distribuidor de obras, beneficios y discursos.

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