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El Banco Mundial: ese enemigo confortable

Rafael Archondo

Desde la puesta en vigencia del llamado Consenso de Washington, el Banco Mundial ha perdido varios puntos en su reputación pública. A pesar de su presunto descrédito, mantiene su rol como pilar del sistema multilateral. Ni la emergencia de los BRICS ni la intención de crear un Banco del Sur han conseguido destronarlo. En este artículo se indagan las razones de esta asombrosa capacidad de sobrevivencia.



El Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) , más conocido desde sus albores, como Banco Mundial, sigue siendo una de las fortalezas principales del orden financiero del planeta, aquel establecido tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En este artículo, queremos conocerlo, pero además comprenderlo mejor.


La división del trabajo


Junto a Naciones Unidas, en junio de 1944, fueron fundadas también las que hoy identificamos como las entidades de “Bretton Woods”, en alusión al complejo hotelero, en cuyos salones se precisaron sus perfiles iniciales. Nos referimos, otra vez, al Banco Mundial, pero también al Fondo Monetario Internacional, su, menos amistoso, hermano gemelo.


Así, mientras Naciones Unidas empezó a discutir temas políticos relacionados con el desarme nuclear, la descolonización de África o el enjuiciamiento de crímenes de guerra; el Banco y el Fondo se ocuparon de encarar, y no solo debatir, temas económicos y de financiamiento al desarrollo. Y así, mientras Naciones Unidas se forjó en los avatares de la Guerra Fría, bajo un Consejo de Seguridad fracturado entre dos potencias comunistas (la URSS y China) y tres colosos capitalistas (EEUU, Francia y el Reino Unido); en el Banco y el Fondo se impuso el frío poder del dinero.


En consecuencia, mientras en la Asamblea General de la ONU cada país posee un voto, con lo que, sumados, llegan hasta ahora a 193; en las entidades paralelas citadas, los votos se repartieron, como veremos más adelante, de acuerdo a la composición accionaria, de tal modo que el país que más poder monetario exhibe, más pesa en las decisiones.


A pesar de esos contrastes, la ONU, el BM y el FMI se mecieron en la misma cuna. La primera genera hoy la ilusión democrática de equivalencia política de los países; mientras los dos últimos revelan la asimetría en la concentración de la riqueza planetaria.


Rápido y “furioso”


Tras esta breve descripción de la división del trabajo multilateral, puede constatarse que mientras Naciones Unidas se convirtió con el tiempo en una zona de estancamiento; el Fondo y el Banco ganaron en celeridad y eficacia. De ese modo, el orden político se empantanó y petrificó, mientras el orden económico fue transformado en un área de dinamismo sin precedentes.


En otras palabras, mientras la ONU, por ejemplo, solo pudo reformar una vez (1963) su consejo de seguridad en 70 años, el Fondo y el Banco tuvieron manos libres para obrar, entre otras cosas, bajo el llamado “Consenso de Washington” con sus consiguientes ajustes estructurales en una serie de economías. La impotencia institucionalizada se yuxtapone así con una máquina de decisiones casi inobjetables.


El reparto del poder


Si partimos de esas premisas, pensemos ahora: ¿quién manda en las entidades de Bretton Woods? La respuesta es: imperan los mismos que controlan Naciones Unidas desde el Consejo de Seguridad, aunque la diferencia está en que, como ya se dijo, en el Banco y el Fondo, sus poderes se configuran y reformulan a partir del aporte económico del que son capaces.


En Naciones Unidas gobiernan los cinco países con derecho a veto en el Consejo (Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, China y Rusia); en el Banco y el Fondo, en cambio, se imponen los billetes del G7 (los estados mencionados, añadiendo a Alemania, Japón, Italia y Canadá, y excluyendo a Rusia y China).


En tal sentido, se puede añadir que dado que el G7 tiene en sus manos las riendas del esquema surgido en Bretton Woods, en los hechos se ha producido un reparto bicéfalo del multilateralismo financiero entre Estados Unidos y la Unión Europea. Washington y Bruselas son los controles neurálgicos del Fondo y del Banco.


El 18 de mayo de 2011, Dominique Strauss Kahn, socialista francés, debió presentar su renuncia al mayor puesto de dirección del Fondo. El hábil político, que las encuestas colocaban como posible candidato de éxito a la Presidencia en su país, terminaba su carrera pública, asediado por un picante escándalo sexual, detonado en un hotel de Nueva York. Pero ni siquiera la magnitud de este golpe reputacional consiguió eliminar la regla no escrita por la cual el director gerente del Fondo debe ser un europeo, mientras el Presidente del Banco, tiene que ser designado desde la Casa Blanca.


Desde 1945, cinco franceses, dos suecos, un español, un alemán, un holandés y un belga han estado al mando del Fondo hasta ahora. Por su parte, llamó la atención que de los 13 norteamericanos que han dirigido hasta ahora el Banco, el último, Jim Yong Kim, tenga, al menos, un rostro que recuerda el origen coreano de sus padres; una “sobredosis” de diversidad, para el caso. Los 14 caballeros han sido invariablemente amigos personales del Presidente de los Estados Unidos, a quien pueden estrechar la mano tras solo recorrer un par de cuadras.


Este 7 de enero de 2019, Jim Yong Kim ha presentado su renuncia. Lo ha hecho tres años antes de que finalizara su mandato. Será la oportunidad para que el Presidente Donald Trump colocque a una persona de confianza a cargo del organismo. El nombramiento racayó en David Malpas.


En términos concretos, el G7 aporta al Banco con el 43.3% de sus fondos, lo que equivale a similar cuota de poder traducida en número de acciones. Este dato ya expresa el peso predominante del grupo en todas las decisiones. El 8% que le falta para tener el dominio pleno, resulta fácilmente alcanzable con el respaldo de los otros socios de la Unión Europea.


Por su parte, los tan mencionados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), expresión prometedora del mundo emergente, no alcanzan ni al 15% del poder interno.


De los 25 directores ejecutivos, que son los individuos que toman las decisiones en el Banco, cinco son exclusivos de Estados Unidos, Japón, Francia, Alemania y el Reino Unido. China, Rusia y Arabia Saudita comparten un asiento. Los restantes 19 escaños se distribuyen de manera comprimida entre el centenar de países restantes. Un ejemplo ilustrativo es que 24 países africanos controlan el 2,8% de las acciones. En contraste, 13 países (seis de Europa, tres de América y cuatro de Asia) tienen en su poder el 58,8% de las decisiones.


En síntesis, tanto en Naciones Unidas como en el Banco y el Fondo, un grupo de entre 13 y 15 países sostiene con sus aportes monetarios el sistema multilateral. Esos países son Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, el Reino Unido, Italia, España, Holanda, Rusia, Australia, Japón, China, India, Corea del Sur y Brasil. Estamos hablando de 15 de 193; una selecta minoría.


Sin embargo, la lista larga engaña. El grueso de las prerrogativas se concentra, como ya se dijo, en el G7, organizado en sus dos plataformas de decisión: Estados Unidos y la Unión Europea.


A pesar de toda la retórica en sentido contrario, los demás núcleos de poder no han logrado implantar esquemas multipolares dentro del mal llamado multilateralismo. La postulación, en 2012, de una candidata nigeriana y uno mexicano para dirigir el Banco, no fue más un hábil mareo de perdiz.


Lo único que parece notable en este contexto es la presencia cada vez más determinante de China, país que, sin embargo, no parece muy inclinado a adueñarse de mayores cuotas de poder en el Banco o en el Fondo. Beijing prefiere intervenir directamente en los continentes, alentando obras que nutran la voracidad de su economía. Es una potencia que prescinde de intermediarios, y que privilegia las conexiones bilaterales.


El Banco


Tras esos antecedentes vitales, vayamos ahora a lo prometido: comprender al Banco. Lo más banal en ese propósito consiste en afirmar que esta institución es un brazo financiero del imperialismo norteamericano. Bajo esa aseveración, no hay nada más que agregar. Lo simple suele ser un boicot para el entendimiento.


No es así. El Banco ha sido creado para expandir los resortes de la creación de la riqueza en todo el mundo. Su principal eslogan es: “Por un mundo libre de pobreza”. Su modelo es el Plan Marshall, paquete de ayuda financiera aplicado por Estados Unidos para reconstruir la Europa de la postguerra. Su idea fuerza consiste en que entregando créditos blandos, con intereses mínimos y largos plazos de gracia, los países carentes pueden reorganizar su economía, movilizar su mano de obra y sus recursos naturales, y sumarse así a los círculos de prosperidad. En Europa funcionó de maravilla, en otros lados, mucho menos. Y claro, no hay de qué extrañarse: el esquema contempla fuertes inversiones de infraestructura, mercados libres y desregulados, incentivos a los negocios privados, servicios públicos masivos y transferencias directas condicionadas.


¿En qué beneficia esto a sus donantes, es decir, al G7? En que un mundo “libre de pobreza” es un mundo lleno de consumidores, de asfalto y letreros luminosos, de puertos y aduanas ciegas, de factorías y manos sedientas de empleo, de bosques talados y monocultivos en su reemplazo. El mundo del Banco es el mundo del G7, ese que luce compacto al norte de la línea del Ecuador, ese que nos ha preparado la macabra emboscada del cambio climático.


Ahora sí, ¿al fin vemos por qué resulta superfluo calificar al Banco como brazo financiero del imperialismo yanqui? Ni su composición accionaria ni sus visiones de futuro pueden apartarse del guión que le dio origen. El Banco nació de las ruinas de Europa y la prosperidad norteamericana. ¿Entonces qué esperábamos? Su mirada no ha cambiado desde 1944: es una institución de desarrollo y desarrollo desde hace siglos, es crecimiento económico sin límites.


Piruetas


Observemos entonces más allá, seamos creativos y conozcamos al Banco desde sus márgenes interiores. Para ello, propongo dar un salto de varias piruetas:


  1. El Banco es hijo del G7 (ya lo sabemos).

  2. Funciona como un gran ministerio centralizado.

  3. Es amigo de todo gobierno que quiera firmar.

  4. Carece de ideologías rígidas, se alía pragmáticamente a otras burocracias.

  5. Es el ala “izquierda” del Fondo.

  6. En verdad, es hijo de sí mismo.


Si bien los intereses del G7 predominan sobre los demás, dentro del Banco se ha erigido una burocracia planetaria conformada por 10 mil funcionarios. Siete de cada diez viven en Washington, mientras los tres restantes gozan de una siempre mejorable situación en el terreno, allí donde se miran de frente los retos del desarrollo. Salvo asuntos de defensa y seguridad nacional, el Banco se ocupa de todos los temas concebibles. Como diría un comediante: “Nada de lo humano, le es ajeno”.


En efecto, el Banco es un inmenso ministerio centralizado. Despliega sus fuerzas profesionales relegando las necesidades de los países, y anteponiendo los privilegios de sus empleados. Así, una gran parte de los proyectos que gerencia, son dirigidos desde Washington, no porque ello sea lo mejor para los beneficiarios, sino porque así, sus profesionales más reputados hacen prevalecer su derecho a enviar a sus hijos a los mejores colegios estadounidenses, de donde saldrán las nuevas generaciones de funcionarios itinerantes de la cooperación internacional. Todo el aparato tecnológico de la institución está organizado para que sus gerentes remotos y multinacionales no tengan que ir a trabajar en el terreno, sino que les baste comunicarse activamente con quienes hacen de enlace entre ellos y las autoridades o las regiones a las que llegan los fondos asignados. El Banco se ha especializado en construir enclaves administrativos, que hacen posible, a costos absurdos, que las decisiones sigan siendo reguladas desde Washington. Para que ello prosiga, se han burlado de las diferencias en husos horarios, de las barreras idiomáticas, de las disparidades culturales y de los contextos locales. Hace años que se discute sobre una posible descentralización del aparato, al menos una que establezca algunos sub-centros continentales, pero el amor a Washington parece hecho de granito. Por eso, “hacer carrera en el Banco” equivale siempre a mudarse a esa ciudad o en su defecto, repatriar todos los privilegios al sitio de origen. Un funcionario que “merecería” vivir allá, logra siempre que se compense materialmente su “injusta” localización geográfica en el lugar donde se supone, hay que combatir la pobreza de manera frontal y no lejana.


Con esta última afirmación hemos llegado lejos en la nueva caracterización. El Banco sirve primero a los intereses de sus funcionarios, y en segundo lugar, al G7. Es antes que nada un ministerio, y mucho menos un brazo financiero de algún imperio. Es hijo de sus creadores, pero ya tiene la mayoría de edad y la astucia suficientes para descubrir, como toda burocracia, que el medio es el fin. El Banco quiere un mundo donde la pobreza sea inexpugnable, porque así puede seguir activando sus planillas de pago. He ahí la razón de sus demoras. Nadie se apura a culminar su trabajo cuando sabe que al final de la faena, le espera su disolución. Nunca la lucha contra la pobreza estuvo tan bien remunerada, con lo cual amenaza con hacerse eterna y sostenible.


Y así como un ministerio, el Banco carece de ideologías pétreas. Al ser antes que nada una burocracia, no le interesa, como a Deng Xiaoping, el color del gato, sino solo que cace ratones. Por eso, trabaja con el gobierno que quiera firmar, así éste esté conformado por enemigos mortales de credo marxista. Por eso el Banco claudica rápido si ve la posibilidad de sumar nuevos proyectos y préstamos. Y hay que ver cómo cuesta encontrar una declaración en la que un funcionario del Banco se atreva a criticar a cualquier autoridad, incluso a la más ruin y silvestre. No hay de otra, el prestatario jamás dirá algo malo de su cliente.


Por eso resulta hasta enternecedor escuchar a los cenáculos intelectuales del Banco haciendo evaluaciones de política pública, elaborando rankings como el “Doing business”, o debatiendo sobre las buenas prácticas gubernamentales. Estamos ante kilómetros de papel, donde los prestatarios reciben los necesarios elogios y las críticas más inocuas, a fin de seguir tocando, año tras año, las puertas de los “encuentros de primavera”, donde el Banco y el Fondo llenan de guirnaldas a ministros y líderes corporativos de todo el mundo. Nunca antes lo académico había estado tan al servicio de las relaciones públicas.


Pero entonces, si el Banco carece de ideologías rígidas y sigue la máxima de los dirigentes comunistas chinos, ¿de qué manera se relaciona con los gobiernos del mundo?, ¿qué le otorga consistencia a esa su admirable flexibilidad? Mi experiencia me ha enseñado que lo dominante son los pactos inter-burocráticos. El Banco se divide en áreas temáticas: la de los economistas, la de los ingenieros y la de los expertos en desarrollo humano (salud, educación, etc.). Los primeros hacen análisis y proponen medidas, los segundos diseñan puentes, represas o sistemas de riego, y los terceros proponen reformas educativas o asignaciones de vacunas. Cada segmento tiene el mandato de desarrollar líneas de cooperación con sus pares en el seno de su respectivo gobierno. Los primeros conversan con los ministros de finanzas, los segundos con los de obras públicas y los terceros con los de desarrollo social o los alcaldes. De ese modo, entre contrapartes burocráticas se ponen de acuerdo para repartirse los beneficios de un proyecto, consistentes en salarios, viajes, viáticos y futuras contrataciones.


Ojo con esto último. Un elemento poco investigado es, por ejemplo, cuántos funcionarios gubernamentales pasan, años después, a las planillas del Banco tras haber hecho méritos previos, estableciendo, como pago anticipado, las alianzas necesarias que garantizan la supervivencia de los equipos de expertos y consultores. El Banco tiene en sus filas a una multitud de ex ministros y ex viceministros de todas las doctrinas políticas posibles, que en momentos oportunos, supieron encaramarse al carro multilateral para vivir una vida anónima y placentera, lejos de los avatares iniciales por los que fueron atacados públicamente cuando pre pagaban su fichaje. Muchos de esos funcionarios ni siquiera cumplen con los requisitos mínimos de excelencia académica, aunque, a la hora de la hora, aquello cuenta poco frente a los convenios de crédito que ayudaron a cerrar.


El resultado de estas alianzas inter-burocráticas es claro: el Banco se siente progresista, de izquierda, sensible y amante de lo público. Por eso ha desarrollado esquemas de transparencia en el manejo de su información, un panel de inspección que vigila que los proyectos no dañen el medio ambiente ni lesionen los derechos de las personas y comunidades, y hasta un cuerpo especializado de consultores en sociedad civil, que interactúa con sindicatos y comarcas, con indígenas y afrodescendientes, con mujeres y desplazados. A cada crítica despiadada que surge desde las organizaciones no gubernamentales que le adversan, el Banco responde creando más y más instancias burocráticas. Ese es su código genético. No deja de construir represas que destruyen ecosistemas completos, porque prefiere instituir oficinas que elaboran pirotecnias persuasivas, que lleven a la gente a aceptar voluntariamente su desplazamiento. No se retracta ni enmienda, opta por sofisticarse. Y claro, en muchos momentos, dado su rigor, logra salvaguardas estratégicas. Si algo hay que reconocerle al Banco, es que se toma en serio casi todo, y que, con tal de hacerse inmune a los embates y preservar su larga lista de clientes, ha ido perfeccionando proyectos y colocando estándares que los otros organismos de crédito ni siquiera sueñan con alcanzar.


Este impulso del Banco por expandir sus planillas y remuneraciones privilegia unos proyectos en desmedro de otros. Acá, los intereses de los beneficiarios siempre llevan las de perder. Burócratas de ambos lados aspiran siempre a diseñar acciones públicas que consuman la mayor cantidad de evaluadores y supervisores. Mientras más controles y visitas, más salarios para los intermediarios. Si un gobierno quiere un cheque para una compra millonaria, cuyos procedimientos consuman un mínimo esfuerzo administrativo, el proyecto será archivado en el desván de las malas ideas. Mientras más años dure, más carpetas y anillados produzca, más consultorías demande, más prodigioso es el “aporte” al progreso de las naciones. Y claro, de ese modo, el dinero destinado a reducir la pobreza, se deposita en realidad en las cuentas de las aerolíneas, los supermercados, los hoteles de cinco estrellas, las imprentas suntuosas, los restaurantes gourmets y los taxis al aeropuerto. Los luchadores contra la pobreza pisan suelos alfombrados y tienen una huella de carbono comparable a la de cualquier magnate.


Todo este deseo de auto-reforma cosmética, este impulso por perfeccionar la labor, sin alterar su sentido primordial (mantener y expandir la burocracia), cuenta con un monumental aliado: el Fondo. La división del trabajo alcanza acá niveles de absoluta perfección. Uno existe para el otro, y acá se verifica su condición de gemelos. El Fondo, éste sí rígido y despiadado, juega el placentero papel de villano y va por todas partes distribuyendo amenazas y sanciones. A su vez, el Banco, nutrido por profesionales liberales de “Georgetown University”, conserva el rol maternal, condonando deudas, repartiendo billetes, elogiando estadísticamente y dando cariñosas palmadas a cuanto ministro y presidente le extienda invitaciones para una entrega de obras. Por eso, cualquier ataque simultáneo a Fondo y Banco se asoma en el horizonte como una peligrosa espiral de desprestigio, que habría que conjurar. Al Fondo no le preocupa, al Banco le atormenta.


Por todo lo señalado, el Banco ha resultado siendo un enemigo muy confortable para cualquier corriente política o estatal del mundo. Lo es por la sencilla razón de que recibirá los ataques con humildad, jamás polemizará con un potencial cliente y se someterá con generosidad a cualquier linchamiento simbólico. Es el primer gigante que se desploma voluntariamente a sabiendas de que cada tropiezo, le proporciona razones suplementarias para seguir creciendo. En su caso, cada tajo artero, deriva en nuevas ramificaciones que lo transforman en epidémico. Un enemigo confortable se nutre de los ataques, engorda con los insultos y guarda apreciado silencio, señal de que admite toda culpa con tal de seguir firmando.


Conclusión


Este recorrido escrito ha tenido por finalidad probar una hipótesis que bien podría ser alimentada por futuras investigaciones: el Banco es hijo de sí mismo, es decir, responde a sus intereses internos, y es una institución sofisticada, en la cual el objetivo mayor se traduce en una frase precisa: el medio es el fin.


El Banco quiere un mundo con más y más Banco, lo que equivale a la auto perpetuación, que es la meta de toda burocracia. Esa es la razón que lo ha llevado a arrugarse y seguir firmando con los gobiernos más hostiles del planeta, y es por eso que debería colocar en sus paredes el retrato a colores del camarada Deng, el líder comunista chino, que ya en 1960 entendió a la perfección que el mercado era imbatible y que solo el capitalismo es una maquinaria efectiva de crecimiento sin límites ni remordimientos. Mientras haya pobreza, el Banco sobrevivirá.


NOTAS


1. De inicio no puedo eludir informar que fui funcionario del Banco Mundial en Bolivia durante 5 años (2005-2010), y aunque jugué roles secundarios como contraparte del gobierno de Evo Morales, he sido marginalmente responsable de algunas de las acciones tomadas por dicha entidad en el periodo de tiempo señalado. Esta no es ninguna inculpación, apenas información de contexto para el amable lector.


2. De hecho, la reunión donde el BM y el FMI nacieronse denominó Conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas.


3. Además de los cinco mencionados como los principales donantes del Sistema de Naciones Unidas, otros diez adicionales son: Japón, Alemania, Italia, Canadá, España, México, Brasil, Corea del Sur, Australia y Holanda, aportan considerables cantidades de dinero al sistema. Los 15 son la fuente del 80% del financiamiento de Naciones Unidas. Estos donantes son el poder material.


4. Jim Yong Kim es un médico nacido en Seúl, Corea, pero nacionalizado norteamericano. Vive en los Estados Unidos desde sus cinco años.


5. El Banco Mundial trabaja en perfecta armonía con regímenes comunistas de larga data como el de Vietnam o Laos, no ha tenido discrepancia alguna con el gobierno boliviano (13 proyectos) o nicaragüense (12 proyectos), a pesar de su conflicto personal con el Presidente Rafael Correa, mantiene 3 proyectos en el Ecuador


6. Los llamados encuentros de primavera tienen lugar todos los años en Washington. Cientos de autoridades, líderes de la sociedad civil y periodistas son llevados a la capital de Estados Unidos para consolidar la supremacía de Bretton Woods. En estos costosos encuentros se discuten diversos temas y se reafirman los nexos entre todos,

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