La muerte según Jesús Urzagasti y Javier Marías
Rafael Archondo
Cuando el 2 de agosto de 1995, el escritor español Javier Marías recibió en Caracas el premio “Rómulo Gallegos”, pronunció un discurso titulado “Lo que no sucede y sucede”. En el texto, publicado al final de su novela “Mañana en la Batalla piensa en mí” (1996), el autor recuerda que el filósofo rumano Cioran no leía novelas, porque “habiendo ocurrido tanto en el mundo, cómo podía interesarse por cosas que ni siquiera habían acontecido” (Marías, 1996:415).
Ante esa interesante provocación a la escritura de ficción, Marías esgrime una aguda refutación cuando recuerda que la vida no sólo está compuesta por lo que ha sucedido, sino también de “nuestras pérdidas y nuestros desperdicios, nuestras omisiones y nuestros deseos incumplidos, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alcanzamos, de las numerosas posibilidades que en su mayoría no llegaron a realizarse” (Marías, 1996:417). En ese momento, el lector del discurso señalado termina de comprender a ciencia cierta el propósito final de “Mañana en la Batalla...”, un relato en el que, en sentido estricto, sucede muy poco o casi nada, pese a lo cual, en sus 412 páginas, la tensión narrativa no flaquea, lo cual quizás lo ha convertido en poco tiempo en uno de los libros contemporáneos más leídos en Europa.
De alguna manera, la novela de Marías es una respuesta a la citada afirmación de Cioran, pues usando como base las infinitas suposiciones mentales o historias posibles tejidas por el narrador, construye una trama de lo que pudo haber ocurrido a partir de una situación dramática de partida, sin que nada de ello termine de ejecutarse en la “realidad” de la novela. “Mañana en la Batalla...” es una narración plagada de condicionales y subjuntivos, de episodios imaginados desde una especie meta-ficción, plano en el que un hecho específico inventado por Marías desencadena procesos mentales de largo aliento, todos ellos concebidos como meros planes o acciones potenciales, que al final no se concretan, pero que descubren un universo de deseos y trayectorias, que por el sólo hecho de ser evocados, ya dejan, en quien los piensa, la sensación de haber vivido una serie de aventuras. Marías advierte también que quizás la ficción sea la única actividad que nos permita recordar esa otra dimensión de la que está hecho el ser humano, esa que pone en escena aquello que “no hemos sido”.
Una reflexión similar, aunque no idéntica, es la que motiva a la crítica literaria boliviana Blanca Wiethüchter cuando analiza la novela de Jesús Urzagasti, “De la Ventana al Parque” (“Tu Historia no es la...”). Desde el inicio de su texto, Wiethüchter llama la atención sobre un hecho parecido al expuesto en torno a Marías; en el relato de Urzagasti “no ocurre estrictamente nada”. En él no existen personajes misteriosos ni intriga ni acontecimiento alguno que lleve al lector a seguir leyendo. Pese a ello, Wiethüchter asegura que “De la Ventana...” es un libro que se lee de “un tirón” y “con cierta urgencia”. Al final, la autora advierte que la novela está “bordeando el ensayo”, debido a que el curso narrativo se mantiene estático. En cierto sentido, la trama de Urzagasti no avanza ni retrocede, se desarrolla en un espacio sin fronteras y, por ello mismo, diverso, articulado por múltiples interconexiones donde se mezclan los tiempos y los lugares y donde cuesta encontrar un hilo conductor. Casi podría decirse que “De la Ventana...” no necesita un orden de lectura, puede abordarse dando saltos por las páginas, sin que aquello erosione la comprensión del discurso urzagastiano.
Esta coincidencia entre la autodefinición de Marías con respecto a una de sus novelas y la crítica literaria a un relato de Urzagasti es bastante sugerente. Resulta que dos autores situados en contextos geográficos y sociales muy distintos parecen compartir horizontes. Es como si ambos, desde puntos de vista muy particulares, estuvieran persiguiendo romper el canon establecido. De alguna forma, Marías y Urzagasti perseguirían hacer literatura sin someterse a sus normas, aunque en el caso del boliviano esta ruta parezca ser más intuitiva que consciente.
Lo interesante del caso es que esta búsqueda compartida ocurre en sitios y desde formas de pensar diferentes, incluso en “gaveteros” clasificatorios disímiles. Mientras Marías podría ser considerado como un renovador de la narrativa europea contemporánea, es decir, un ejemplar exitoso de la metropoli, Urzagasti ha sido catalogado más bien como un literato adscrito a la postcolonialidad, la periferia y el nomadismo (A.R. Prada). El mundo recreado por el escritor chaqueño está poblado de refranes, vida campesina y viajes de largo aliento por caminos polvorientos, mientras el de Marías funciona en transiciones típicamente urbanas, de Oxford a Madrid, bajo claves anglosajonas y abundantes puentes tendidos hacia Shakespeare. Pese a esas diferencias reforzadas desde sitios geoculturales diferentes, los dos cabalgan entre la novela y el ensayo, escriben en primera persona, dejan de lado los hilos convencionales de la narración y emprenden un viaje interior capaz de ser más atractivo e inesperado, que la concatenación de hechos con apariencia verosímil.
Este breve ensayo pretende tender puentes comparativos entre la prosa de Urzagasti y Marías a fin de establecer los límites y puntos de encuentro entre lo que podría considerarse como literatura post colonial, escrita desde Bolivia y con una interferencia constante de las lenguas “menores” de la periferia y lo que en los hechos es la literatura del nuevo “boom” español de la última década, que tiene en los escritores Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Arturo Pérez Reverte o Rosa Montero, a sus representantes más connotados. La comparación de los dos escritores pretende trazar las diferencias entre ambas narrativas, pero también hacer dialogar ambas concepciones a la espera de resultados analíticos poco previsibles.
Antecedentes
Jesús Urzagasti nació en el Gran Chaco boliviano en 1941, Javier Marías en la capital de España, Madrid, diez años después. Ambos se han “arrimado” al periodismo, el primero al diario “Presencia” de La Paz, el segundo a “El País” de España. Sus experiencias políticas son similares, dado que ambos vivieron con intensidad las transiciones a la democracia de sus respectivos países y participan en las polémicas en torno a esos procesos desde sus columnas de opinión en los periódicos. Sin embargo, la huella del mundo público o político en sus novelas aparece más acentuada en Urzagasti que en Marías, quien ha reservado sus opiniones respecto al franquismo para sus textos periodísticos. En tal sentido, el escritor chaqueño cultiva un aire más local y muchas de sus referencias sólo pueden ser comprendidas por quienes conocen el contexto boliviano, mientras Marías ha sido traducido a idiomas tan distintos como el coreano o el holandés y ya lleva arrastra tras su obra a un público lector mucho más diverso y universal.
Otro elemento en común en los dos escritores es que ambos parecen estar escribiendo una sola obra, pero por etapas sucesivas. Si hacemos un rastreo minucioso de sus novelas, encontramos, como ya lo han hecho los entendidos, una serie de referencias que conectan íntimamente sus novelas. En “De la Ventana al Parque” existen varios párrafos que anticipan la llegada de “Los Tejedores de la Noche” y nos ayudan a comprenderlos mejor. En “Mañana en la Batalla” encontramos párrafos idénticos a los que más tarde aparecerán en “Negra Espalda del Tiempo” y son frecuentes las referencias al libro “Todas las Almas” o los cuentos de “Cuando fui Mortal”. De manera que muchas hebras dejadas en unos textos aparecen retejidas en otros en una continuidad que rompe con las fronteras de cada libro. Podría decirse entonces que para entender bien la obra de cada uno, es preciso abarcar varios de sus textos a fin de seguir una pista que al final conforma una manera de comprender las cosas.
Además Marías y Urzagasti son migrantes de diverso pelaje. El primero tuvo y tiene una experiencia cultural muy intensa con el mundo anglosajón, en el que estudió e impartió cátedra (Oxford). Es experto en literatura en lengua inglesa y en sus libros gusta trazar comparaciones con la obra de Shakespeare o emplea ciertas palabras inglesas de difícil traducción al castellano. Por su parte, Urzagasti viene haciendo un recorrido mucho más reflexivo desde su Chaco natal hasta la ciudad de La Paz, y desde allí hasta algunas capitales europeas. Como lo ha demostrado A.R. Prada, la obra de Urzagasti está atravesada por el tema de la migración y el viaje cultural.
Por otra parte, ambos autores incorporan con mucha fuerza a la figura femenina dentro de su prosa como objeto de deseo o portadora del placer concedido o negado. Por esa razón, Marías recibió incluso el premio Prix Femina Étranger en Francia. El jurado consideraba que en sus libros es posible encontrar datos fundantes sobre el alma de la mujer. Por su parte, Urzagasti ilustra varios pasajes de sus novelas con metáforas cargadas de erotismo y sensualidad, un recurso que le sirve para representar, sobre todo, la idea de libertad.
Pero quizás el tema más compartido por ambos autores, por la profundidad con que es tratado en sus novelas, sea el de la muerte y todos sus componentes temporales. En el curso de este trabajo demostraremos cómo la idea del fin de la existencia ocupa un lugar central en la obra de ambos y es el puente de diálogo entre un representante de la literatura post colonial boliviana y un consagrado escritor del mundo letrado europeo.
Para efectuar esta comparación, tomaremos como referencias constantes “De la Ventana al Parque” y “Los Tejedores de la Noche” de Jesús Urzagasti y “Mañana en la Batalla piensa en mí” y “Negra Espalda del Tiempo” de Javier Marías.
Lectura comparativa
A fin de lograr una comparación más precisa, se ha optado por comprender primero las visiones de ambos autores en torno a ejes de comunicación y contraste, para después sacar algunas conclusiones. A fin de facilitar las citas, cada novela tiene asignada una letra: “De la Ventana al Parque”, la V, “Los Tejedores de la Noche”, la T, “Mañana en la Batalla piensa en mí”, la B y “Negra Espalda del Tiempo”, la N. Junto a cada letra se consigna el número de página correspondiente.
Una vez realizado el análisis preliminar de las cuatro novelas, es inobjetable que el mayor puente de comunicación entre los autores es la muerte. A partir de ese concepto pueden deducirse sus visiones generales del mundo y la sociedad. De manera que nuestra interpretación girará constantemente en torno a esta idea, definida, a momentos como coincidente y a momentos como contradictoria por Marías y Urzagasti. Los contrastes entre ambos podrían poner en claro si es el contexto cultural el que define tales diferencias.
Definición de muerte en Urzagasti
A pesar de que es un asunto central de su narrativa, Marías y Urzagasti conciben la muerte de manera distinta. Para el escritor chaqueño, ésta es una morada trascendente y tranquila, llena de alivio y sosiego, se podría decir, un lugar anhelado por los seres humanos, el sitio donde los espíritus libres consiguen comunicarse al fin, tras una vida en la que se comienza a hablar un idioma extraño e incomprensible. En Urzagasti encontramos un parentesco semántico muy íntimo entre la muerte y conceptos como la libertad, la palabra, la comunicación, el encuentro y el descanso, pero también la soledad, requisito indispensable para todos los seres liberados.
En cambio la vida aparece retratada como “apenas un soplo” (V:55), un tránsito pasajero lleno de interferencias y opresiones efímeras. Es clara por ejemplo la contrastante definición que hace Urzagasti de la muerte cuando afirma que “las estrellas muertas...están más vivas que si estuvieran vivas, pues sólo estando muertas pueden alumbrar de modo tan hermoso a los hombres” (T:95-96). En ese sentido, morir es como despertar a la luz: “la oscuridad es una energía que sólo despide luz a infinitas distancias” (T:95-96). Vale decir que lo oscuro se torna su opuesto cuando la perspectiva se aleja.
En otras ocasiones, el escritor boliviano muestra a los muertos de sus narraciones como seres que han alcanzado la sabiduría y que de muchas maneras han podido superar la mezquindad y el odio que divide a los vivos. Los únicos vivos que Urzagasti coloca en la misma jerarquía de los muertos son aquellos que están gobernados por “el amor desinteresado y pueden denunciar lo que no les gusta sin el menor remordimiento y temor” (V:11). Otra vez encontramos el parentesco de significados entre la muerte y la liberación, la muerte y la confraternidad.
Pero Urzagasti va mucho más allá, compara a la muerte con el placer corporal, que, como se sabe, es el polo opuesto del tormento o el sufrimiento: “La muerte tiene la piel ligeramente tersa, como la de aquellas mujeres que nadie ha visto desnudas, porque es suficiente mirar sus melenas al viento, animales cuajados de rocío” (V:82).
En ese contexto, la frase “el hombre era ‘criatura’ en la medida en que estaba destinado a la muerte” (V:91), adquiere una connotación diferente. La potencial mirada fatalista que podría esbozarse tras leerla, desaparece cuando se comprende que es recién en la muerte donde, para Urzagasti, puede alcanzarse la plenitud. “Por eso el perfil de los vivos es la cosa más conmovedora y terrible: allí en esas líneas trabajadas por el destino, está la escritura de la muerte” (V:82), señala también el escritor y al hacerlo tampoco está dictando sentencia fatal contra el ser humano, al contrario, lo compadece porque es poseedor de un perfil prestado, que sólo será completamente suyo cuando haya pasado al otro lado. Una vez más, la muerte aligera y consuela.
Otro significado de la muerte en Urzagasti tiene relación directa con el pasado. Con el fin de la vida, es posible enmendar lo que no se pudo realizar antes. Por eso, “los muertos que no se conocieron en vida, traban amistad en el más allá” (V:10). A ello se añade un ingrediente más, Urzagasti reitera en varios pasajes de sus novelas que el “pasado es imprevisible” (T:92 y V:100). La frase ilumina muchos sentidos, porque desplaza lo pretérito hacia adelante. Según la lógica común, lo único imprevisible es el futuro, sin embargo, al atribuirle ese rasgo a lo que ya ocurrió, el escritor trastoca los tiempos y pone a los muertos, es decir, a los que ya fueron, como el referente fundamental a seguir, como el territorio de la esperanza. Y dado que los muertos son capaces de enmendar sus errores, sólo ellos estarían en condiciones de hacer que el pasado sea “imprevisible”.
Las metonimias con la muerte no acaban ahí. Una aproximación de sentido muy común es con la soledad, al extremo que así como ya se mencionó que para Urzagasti, el hombre está destinado a la muerte, en otro momento, él usa idéntica contundencia para decir: “el hombre no sólo es esencialmente triste, sino criatura esencialmente hecha para la soledad” (T:82).
Si rastreamos un poco más esta pista, también encontraremos una visión positiva de la soledad. Esto se observa cuando Urzagasti escribe sobre “Los árboles que los japoneses hacen crecer rodeados de soledad y silencio para construir sus instrumentos musicales” (T:129). Y los muertos cantan de manera prodigiosa, “se trata de un canto sumamente responsable, hecho de sombras luminosas y sin una pizca de alcohol, por lo tanto sin melancolía (V:11). Es como si la verdadera comunicación tuviera que pasar primero por el fin de la existencia o la soledad, recién después puede disfrutarse de ella.
Como vemos el circuito está cerrado, la muerte, pese a estar acompañada por la soledad, al final deriva en música, encuentro, libertad y abrazo solidario. La aproximación de sentido queda muy clara cuando el escritor cuenta que “se estaba hablando otro idioma...ni siquiera parecido al de la ciencia, extrañamente idéntico al idioma que no dice nada, que entrepapela los documentos y enreda la plácida comunicación de los hombres. Esa era la época que se estaba acercando ruidosamente, y por eso tantos prefirieron morir” (V:96). Como vemos, el remedio para la incomunicación crónica es precisamente la muerte, porque en ese momento los seres humanos se desprenden de las contingencias mezquinas de la existencia y están llanos a producir encuentros antes impensables y que Urzagasti hace posible como mediador.
Urzagasti ve en la muerte la ocasión para agrupar lo que estaba disociado, el ámbito en el que se producen los encuentros más aconsejables y fecundos. Y quizás la cita principal sea con el pasado, la historia y Bolivia. En ese sentido, asimilando los conceptos de oscuridad y muerte, escribe: “Sólo en la oscuridad, los contemporáneos podrán entender el idioma de sus antecesores, gracias al ritmo denso y callado de un país pesado como el mío que siempre está llegando de la eternidad” (T:96). Esta cita es muy clara, la muerte es la manera de llegar a los sustratos más profundos del país, de encontrarse consigo mismo y redimirse desde el pasado. Por otra parte, el origen del país está en el pasado, en aquello que ha adquirido la categoría de eterno.
Por eso, la preocupación fundamental del escritor parece ser la de conjurar el olvido, es decir, evitar que ese encuentro con los “antecesores” se entorpezca al amparo de esa oscuridad que ilumina. En ese sentido plantea: “uno ignora que está tejiendo olvido, quizás porque sospecha que sólo es dichoso en el amor el que no delibera mientras teje olvido” (T:39). Y así, de forma inconsciente, sin “deliberar”, como él señala, va quedando mucho en el camino y corre el riesgo de desaparecer. Por eso parece urgente convocar a los muertos, cuidar el parque en el que deambulan, citarlos para que se conozcan y convivan, pues como dice Wiethüchter, a pesar de tanto muerto, el parque no es un cementerio, “(la muerte)... no pudo con nadie” (V:100), añadiría Urzagasti. En ese sentido, allí nadie ha muerto realmente, sino que allí bulle la savia viva del país escondido e ignorado. “Un parque para descansar de este mundo en su furibundo fabulario” (V:83).
“Como habitante de la Tierra, estoy hecho de tiempos compartidos y por lo tanto presiento la eternidad” (T:57), escribe en otro momento y con ello agrega un elemento decisivo, lo perenne está construido por varias memorias y trayectorias, es un hecho colectivo y multitudinario. Y en efecto, aquello que es eterno es el país emparentado con la muerte. Esto lo comprobamos al leer que Urzagasti escribe: “Un país pesado como si cobijara a un muerto, cuando la verdad es que cobija a infinidad de muertos” (T:92). En efecto, allí en la memoria de los que fueron está el destino de los que son y serán.
Finalmente es importante recordar el papel conferido a la escritura en este escenario. Urzagasti se plantea como una especie de intermediario entre muertos de distintas edades y procedencias y es a través de su palabra que puede juntarlos para que se conozcan. En tal sentido, incluso inventa determinados sitios en los que la imaginación literaria propicia estos encuentros, “en los dominios de la casa inventada no hay dolor. Simplemente se mira o no se mira” (V:30).
Si vemos con cuidado, los muertos habitan la morada de la palabra, las páginas de los libros, y a través del escritor están hablándole a los vivos con el fin de frenar el olvido. El escritor es en los hechos quien tiene que “cargar con el peso de los olvidos ajenos para toparse, al cabo de los años, con el tupido mundo de los tejedores de la noche” (T:9). Es en ese mundo de los ignorados, incluso de los muertos en vida a causa de la marginación, desde donde se pronuncia una nueva palabra de esperanza. Ésta está muy bien retratada cuando Urzagasti escribe: “Los muertos se adjudican todas las posibilidades que los vivos han perdido” (V:29), en efecto, aquello que ya no tiene remedio, aparece como remediable a través de la acción de los muertos.
Definición de muerte en Marías
Los contrastes y las similitudes saltan a la vista de inmediato cuando comenzamos a trazar los conceptos que usa Javier Marías con respecto a la muerte. En general puede decirse que el español asume una posición altamente pesimista del fin de la existencia. Sus mayores énfasis, casi expresados con crueldad, se refieren a lo efímero de la vida (el “soplo” de Urzagasti), pero sobre todo a lo intrascendente de la propia existencia humana. “Y cuán poco va quedando de cada individuo en el tiempo inútil como la nieve resbaladiza, de qué poco hay constancia y de ese poco tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan sólo una mínima parte, y durante poco tiempo: mientras viajamos hacia nuestra difuminación lentamente para transitar tan sólo por la espalda o revés del tiempo, donde uno no puede seguir pensando ni se puede seguir despidiendo” (B:412). Posiblemente la frase anterior resuma con exactitud lo que Marías piensa del ser humano. La oración: “todos caminamos hacia nuestra difuminación” es una constante en su trabajo literario. Las personas se esfuman y lo hacen de una manera seriada, mecánica, casi industrial. En el acto de su desaparición no hay nada trascendente, sino un acontecimiento casi administrativo y rutinario. En algún momento, tras encadenamientos de frases que lo hacen delirante y motor de una banda oratoria incesante, Marías llega a decir: “Y qué si no hubiera nacido”, poniendo al nacimiento en el mismo plano de la muerte, un hecho fortuito y accidental, privado de todo sentido.
Tanto profundiza Marías en esta dinámica argumental, que le concede más trascendencia a los objetos que a las personas que los usaron. Así, cuando se refiere a un hermano mayor suyo que murió antes de cumplir los seis años, Marías escribe: ”Está establecido que nuestros vestigios y emanaciones y efectos no desaparezcan a la vez que nosotros, pero quedarán para siempre arrumbados como reliquias casi intocables, sin duda no porque a aquel niño bueno le hubiera molestado que sus hermanos desconocidos más jóvenes jugaran con sus juguetes perdidos, sino para que no los rompiéramos y duraran, duraran, cuando alguien falta nos damos cuenta de la transmisión perpetua y callada entre las personas y las cosas, y así éstas cobran vida vicaria y se hacen testigos y metáforas y emblemas y se erigen en el hilo de la continuidad a menudo; y parece entonces que encierran las vidas imaginarias y las no cumplidas y las malogradas, o acaso es que son los objetos lo único que concilia y nivela presente y pasado, y hasta el futuro si duran y no son destruidos. Precisamente porque siguen viviendo sin añorarnos, no cambian y en eso nos son leales” (N:270).
Esta otra cita ilustra la misma visión, pero desde otro ángulo: “Duramos menos que nuestras intenciones. Dejamos demasiado puesto en marcha y su inercia tan débil nos sobrevive: las palabras que nos sustituyen y a veces alguien recuerda o transmite, no siempre confesando su procedencia; las alisadas cartas y las fotografías combadas y las notas dejadas en un papel amarillo, a que va a dormir sola tras los abrazos despiertos... los objetos y muebles que estuvieron a nuestro servicio... los libros que escribimos, pero también los que sólo compramos y una vez leímos o permanecieron cerrados hasta el final en su estante y proseguirán conformes en toro sitio su vida de espera a la espera de otros ojos más ávidos o sosegados... las canciones que se seguirán cantando cuando nosotros no las cantemos ni tarareemos no las escuchemos” (N:13).
Un concepto muy usado por el escritor es el de la negra espalda del tiempo, que sirve además de título de su última novela, pero que aparece citado en varias ocasiones precedentes. Marías entiende con ello el reverso del tiempo, aquel que no cuenta y es invisible y que no es otra cosa que la muerte. El novelista ilustra muy bien la idea cuando escribe: “La frontera es delgada y todo está expuesto a los mayores vuelcos --el revés del tiempo, su negra espalda--... el filo es delgado y basta un descuido para caer del lado del que se está huyendo...basta con echar a andar e incluso basta estar quieto” (B:244). Esa casi imperceptible separación entre lo vivo y lo muerto es muy frecuente en sus largas reflexiones, mientras el narrador observa una trama narrativa que no se mueve. La muerte es, ya se decía, un azar caprichoso que nos borra del mapa y que nos deja olvidados muy pronto. “Todo lo perdemos porque todo queda, menos nosotros. Por eso cualquier forma de posteridad tal vez sea una afrenta, y quizá lo sea también entonces cualquier recuerdo” (N:14), la última oración con la que prácticamente es presentada “Negra Espalda del Tiempo” retrata con claridad la visión de Marías, el individuo es casi una hoja en medio de un huracán, su cuerpo físico es endeble y dura muy poco, pero sobre todo, el recuerdo que deja se diluye de manera rápida y casi es el sentido final de la vida, todos estamos hechos para difuminarnos.
Y entonces, la muerte es un elemento fijador, estabiliza lo azaroso de la existencia, aunque lo hace por muy poco tiempo. “Cuando las cosas acaban ya son contables y tienen su número...y mientras tanto un día más, qué desventura, un día más, qué suerte. Sólo entonces dejaré de ser el hilo de la continuidad, el hilo de seda sin guía, cuando mi voluntad se retire cansada y ya no quiera querer ni quiera nada... cuando me interrumpa y transite sólo por el revés del tiempo, o por su negra espalda donde no habrá escrúpulo o error o esfuerzo” (B:361), o más adelante, “cuando las cosas acaban ya tienen su número y el mundo depende entonces de sus relatores, pero por poco tiempo y no enteramente” (B:411).
Una metáfora muy usada por Marías para interpretar el sentido de la vida es el de la luz artificial que todavía queda encendida mientras llega el amanecer con toda su carga de luz avasalladora. En esa transición, Marías encuentra retratada la insignificancia del ser humano. Ha sobrevenido una nueva realidad que lo copa todo, pero queda aún un vestigio del pasado que pronto se extinguirá en la elocuencia de su inutilidad repentina. Marías, citado, escribe: “Todo es más bien una prolongación artificial, atenuadora e inerte de lo que ya ha cesado y una resistencia protocolaria a ceder el paso o a señalar el inicio de lo que llega, como esas farolas que permanecen encendidas todavía un rato cuando ya ha amanecido en las grandes ciudades y en las aldeas y en las estaciones de trenes y en los apeaderos vacíos, y aún se mantienen parpadeantes y erguidas ante la luz natural que avanza y las convierte en superfluas” (N:142).
Como corolario de una enorme tristeza, el autor escribe: “Mi hermano se difuminó y despidió tan pronto, como si la débil rueda del mundo hubiera carecido de fuerzas para incorporarlo del todo a su giro y el tiempo de tiempo para asistir a sus afanes y afectos y agravios, o hubiera tenido prisa por desprenderse de su voluntad incipiente y hacerlo así transitar por su revés o su negra espalda convertido en un fantasma” (N:273).
La metáfora es recurrente, en cualquier instante, en el menos pensado y sin que haya solemnidad o destino previsto de por medio, los seres humanos desaparecen, dejan unas huellas que pierden poco a poco a su propietario, cambian de dueño sin problemas y le hablan a otros individuos, mientras las personas pasan a recorrer el lado opuesto del tiempo, aquel que no se conoce, es negro y oscuro, desconocido e incierto. Es un paso, un breve instante de desconcierto para seguir dando paso a la vida normal y rutinaria, tremendamente ingrata con los que ya pasaron.
Conclusiones
Hasta aquí, con una base argumental extraída de las cuatro novelas analizadas, hemos esbozado en exclusiva, sólo las concepciones de la muerte de Javier Marías y Jesús Urzagasti. Su contrastación debería permitirnos extraer algunas conclusiones en torno al trabajo literario de ambos autores, situados en dos contextos culturales completamente distintos. Lo que corresponde ahora es enunciar tales contrastes para, desde allí, comprender la importancia del locus enunciativo, formulado como un eje de reflexión de los estudios culturales.
Veamos entonces las conclusiones de una forma sistemática:
La primera observación inicial es que mientras para Urzagasti la muerte es el espacio placentero de comunicación y encuentro entre personas de distinto origen y cultura, para Marías es simplemente un fin inesperado y casi rutinario.
En tal sentido, encontramos en Urzagasti un procesamiento del tema que se afinca en pautas colectivas de sociabilidad, mientras Marías saca a relucir una mirada individualizante del acto funerario.
Los elementos perennes, es decir, los que superan a la muerte, son muy diferentes en ambos autores. Urzagasti percibe que el camino hacia la eternidad es el amor desinteresado y fraterno, que sólo puede alcanzarse cuando se ha pasado a la otra orilla de la existencia, mientras que para Marías, lo único que nos sobrevive y nos es leal, son los objetos, las huellas materiales, las cosas que hablan de nuestra existencia en camino a la difuminación absoluta.
En Urzagasti, la muerte es una respuesta concreta para un país que no se comunica ni se conoce a sí mismo, equivale al pasado, la historia, nuestros antecesores, y en esa misma dirección, a la libertad, la música, los abrazos y el placer corporal. Al hablar de la muerte el escritor boliviano se está planteando el tema del destino de Bolivia como comunidad social diversa, aunque con pautas universalizantes que trascienden el viejo discurso nacionalista. En Marías el tema de la identidad nacional no es un asunto relevante, sus planteamientos están siendo procesados desde el plano existencial y en ese sentido, conectan muy bien con un lector de cualquier latitud o región.
Por todo lo señalado hasta aquí, sí es posible distinguir la fuerza no sólo costumbrista, sino de impacto en el contenido, del llamado enunciativo. El hecho de que Urzagasti escriba desde sus vivencias chaqueñas o paceñas está determinando de manera muy patente su concepto de muerte, y lo mismo podría extrapolarse para el caso de Marías, sus vivencias entre el mundo anglosajón y la filosofía existencialista han permitido que él conciba una visión individual y personalizada de la muerte. En Marías hay un goce hasta masoquista por destacar la intrascendencia de la vida, una apuesta por el azar y la ausencia de parámetros demarcatorios de un destino.
Por todo ello, creo que resulta pertinente plantear la importancia del contexto cultural del autor dentro del análisis de la literatura. Las diferencias entre Marías y Urzagasti, al margen de la similitud en cuanto a sus búsquedas estilísticas, están afincadas en su universo de vivencias fuertemente marcadas por su mundo cultural. A pesar de ello, es aún muy difícil asegurar que las novelas de Urzagasti formarían parte de una literatura radicalmente distinta a las otras narrativas centrales. Antes que una ruptura con el canon de escritura, lo que encontramos es una concepción diferente de la vida y la muerte, que, dicho sea de paso, ha sido explorada en abundancia por otros escritores latinoamericanos, aunque de manera distinta.
Bibiliografía
Marías, Javier
1996, Mañana en la Batalla piensa en mí, Alfaguara, Madrid.
1998, Negra Espalda del Tiempo, Alfaguara, Madrid.
Prada, Ana Rebeca
Traducción cultural y Literatura.
La Nomadización de la Migración: una Lectura de los Tejedores de la Noche de Jesús Urzagasti, Estudios bolivianos 7.
Urzagasti, Jesús
1992, De la Ventana al Parque, Ovafin, La Paz.
1996, Los Tejedores de la Noche, Ofavin, La Paz.
Wiethüchter, Blanca
Tu Historia no es la más triste cuando la relato yo.
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