Indianismo-katarismo e izquierda boliviana: nudo de tensiones
El presente ensayo tiene como única pretensión introducir algunas líneas de debate, que bien pueden ser tomadas en cuenta o ser descartadas por pensadores y activistas del movimiento indio y de la izquierda boliviana reunidos en 2013 para evaluar el pasado, retratar el presente e imaginar el futuro de las relaciones entre ambos bloques.
El debate discurrirá en torno a tres sencillas preguntas:
¿Para esto hemos luchado?,
¿Dónde estamos parados? y
¿Qué hacemos ahora? o ¿ahurasti?
Se trata de una inserción cronológica en una vieja discusión: la de las relaciones tensas entre la izquierda boliviana y los pensadores y movimientos indios en Bolivia.
El diálogo tiene lugar en un contexto particularmente motivador. Desde 2006 hasta la fecha, el país cuenta con un Presidente de origen aymara, trayectoria sindical quechua y fraseología de izquierda. Por todo ello, resulta fácil reconocer que Evo Morales ha reordenado por completo el debate que introducimos acá. Él concentra en su persona y en sus acciones públicas una simbiosis singular entre postulados propios del movimiento indio y katarista, e ideas propagadas desde La Habana o Caracas. En virtud de ello, se habla con frecuencia de un “socialismo comunitario”, como destino deseable para la Bolivia del MAS.
Adicionalmente, el actual vicepresidente del Estado ha sido militante del Ejército Revolucionario Tupaj Katari (EGTK), organización armada de efímera duración, pero de notable influencia ideológica sobre el mundo aymara tanto minero, como urbano y campesino. García Linera es fuente de una profusa producción ideológica en la que postula la unión del marxismo y las convicciones del intelectual indio, Fausto Reinaga. Pocas veces en la historia del país, las ideas incubadas desde el katarismo y el indianismo habían sido tan utilizadas para darle legitimidad a las iniciativas estatales. En la Bolivia de hoy, casi todo se hace a nombre de o en homenaje a los pueblos originarios.
Todo ello ocurre cuando en forma simultánea, se proclama un “socialismo del Siglo 21” que abarcaría varios países de América Latina, desde Nicaragua hasta Argentina, pasando por países de fuerte presencia indígena como Bolivia, Perú o Ecuador.
Estas señales de la coyuntura parecen registrar una confluencia entre ambas vertientes. Dicho de otro modo, la izquierda parece haberse reconciliado de manera estable y abarcadora con las visiones de los pueblos indios, integrándolas armónicamente en su práctica y su discurso.
En el caso de Bolivia, ¿cabe pensar en una asimilación a la inversa? Es decir, en una subordinación de la izquierda a las ideas kataristas e indianistas. Y si no es así, ¿cómo se ha eslabonado esta alianza bajo el liderazgo de un aymara como Evo Morales?, ¿se trata de una pugna silenciosa en la cual un polo trata de imponerse al otro?, o, ¿es más bien un engarce dócil que ha adquirido rasgos complementarios?
Esas son algunas de las preguntas que serán respondidas por los invitados en la jornada del 20 de julio. Este documento solo busca, como ya se anunció, presentar algunos antecedentes que podrían ayudar al debate. Quedarán expuestos a continuación.
Mapa de tendencias
La izquierda boliviana, al igual que la de otros países, es obra del marxismo. Si bien el liberalismo generado por la Revolución Francesa pudo haber sido catalogado en un inicio como una fuerza de similares características, hay que recordar que sus impulsores nunca se consideraron a sí mismos como adherentes de la izquierda. En ese sentido, siendo respetuosos con las auto-designaciones, corresponde hablar de izquierda en Bolivia recién a partir del siglo 20.
Si el marxismo es la fuente primordial de las ideas de izquierda, cabe entonces adscribir a sus seguidores a las distintas corrientes nacidas en su seno. Partiendo de ser un movimiento homogéneo alrededor de la figura del propio Marx, la izquierda mundial se divide tras la victoria de la Revolución Rusa. La manzana de la discordia fue precisamente el método y la oportunidad para la toma del poder por parte del proletariado. Los dirigentes bolcheviques se volcaron a la acción insurreccional, mientras sus pares centro-europeos perseveraron en la idea de que los obreros serían capaces de ganar elecciones y controlar el poder político en una lenta, pero sostenida transición hacia el socialismo. A partir de 1917 entonces, la izquierda era comunista o social demócrata de acuerdo a cómo observaban el ascenso de masas rumbo a la captura del Estado.
Ambas vías probaron fortuna en todo el planeta. Los socialdemócratas lograron ascender a distintos gobiernos usando discursos moderados y centristas, mientras los comunistas organizaron revoluciones violentas, sobre todo en las regiones del llamado Tercer Mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, estos últimos vivieron un nuevo cisma. La Revolución China, nacida de una revuelta campesina, empezó a competir con la Unión Soviética, postulando una guerra popular que partiera de los márgenes para ir ocupando gradualmente las ciudades.
Bolivia escuchó todos los ecos de estas controversias. Tuvimos versiones moderadas de un socialismo no proletario, estudiado y promovido por las élites académicas, pero también organizaciones obreras con banderas de rotunda transformación. Del mismo modo, hubo en el país un partido comunista moscovita y otro, pekinés.
De forma paralela, élites menos dispuestas a seguir las corrientes políticas europeas, fueron buscando un derrotero propio e impulsaron el nacionalismo. Convencidos de que las discusiones que colocaban a Siglo XX o Llallagua como el Petrogrado de América Latina solo eran copias mal aplicadas de otras realidades, los nacionalistas escarbaron los datos singulares de nuestras sociedades. En ese camino se encontraron con aquello que diferencia a América de Europa, es decir, la cultura india o pre colombina. Había nacido el indigenismo. Sus primeros cultores fueron miembros de las clases dominantes, deseosos de encontrar en el país un rumbo propio que le diera nuevos sentidos a la acción política.
En Bolivia y otros países como Argentina, México o el Perú, las grandes transformaciones del siglo 20 fueron impulsadas por los nacionalistas. De su parte, la izquierda solo tuvo un éxito tangible en Cuba y fracasó, pese a todos sus esfuerzos, en Centroamérica. Las victorias nacionalistas latinoamericanas colocaron al indigenismo en el centro de sus interpelaciones discursivas y exaltaron el pasado pre colombino promoviendo el folclore, la arqueología, la Historia o el cine. La premisa básica del indigenismo fue la preocupación por la marginación de las poblaciones existentes antes de la conquista española. Ante su estado de postración, lo que se buscaba era incorporarlas a los beneficios de la modernidad en uso pleno de sus derechos como ciudadanos. Los llamados indígenas debían salir del atraso y mimetizarse en el conjunto del país.
Como resultado de las reformas agrarias, de la modernización nacionalista y la expansión de la escuela y la universidad, surgieron en todos los países nuevas élites, aunque quizás ahora por primera vez, de origen indio. Para muchos de sus miembros, el discurso de las revoluciones nacionales con un tinte claramente homogeneizador, no les resultaba convincente. La pretensión estatal de unificar a la población en torno a una única identidad nacional, así tenga ingredientes indígenas, fue resistido por esos segmentos intelectuales emergentes. Nacía entonces lo que hoy se conoce como indianismo. Su diferencia central con respecto al indigenismo consiste en que plantea, ya no una integración del indio a la vida nacional, sino su hegemonía sobre el resto de la sociedad.
Nudo de tensiones: periodo 1952-2000
Una vez planteado rápidamente el panorama continental, arribemos con igual velocidad a Bolivia. En el país, el nacionalismo impulsor del proceso del 52 intentó ser desbordado por sus dos flancos. Desde el lado propiamente nacional, tuvo como competidor claro al indianismo/katarismo. Desde el costado más revolucionario, aparecieron las tendencias socialistas o de izquierda. Esta lectura de los procesos ideológicos es de gran utilidad para entender los años posteriores a la caída del MNR en 1964.
Una revisión superficial de las opciones de poder político surgidas tras la toma del poder por el MNR convalidan esa manera de mirar las cosas. Como ya se dijo, la Revolución Nacional buscó ser trascendida por una corriente de izquierda encarnada al inicio por el Partido Comunista de Bolivia, PCB, (la única fracción sindical obrera opositora dentro de la COB y la FSTMB), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) más adelante, y el MIR en la fase final previa al desmantelamiento del Estado del 52. Todas estas siglas coincidían en que el proceso del 52 debía tener un desenlace socialista, que superara las limitaciones clasistas de la ola de cambios desatada después de la insurrección de abril. Si bien se compartía la validez de las medidas asumidas por la Revolución, se criticaba sus limitaciones que frenaban la radicalización de sus conquistas obreras y campesinas. La divergencia más clara entre la izquierda post insurreccional y el MNR giraba en torno a la idea de crear una burguesía nacional. La alternativa socialista descartaba esta posibilidad, razón por la cual popularizó el término “nueva Rosca” a fin de poner en claro que en cuanto a la ausencia de una élite pujante y productiva, nada había cambiado en el país. La izquierda actualizaba de esa manera un viejo pleito y subrayaba la necesidad de expandir las metas revolucionarias hasta desembocar en una sociedad sin clases.
La otra gran corriente cuestionadora del movimientismo fue indudablemente el indianismo/katarismo, tendencia iniciada como acción sindical y política colectiva a fines de los años 60. Fundadores de la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), los kataristas encarnaron una renovación generacional muy clara, sobre todo dentro del mundo aymara. Tras romper con los militares, herederos del proceso nacionalista en su vertiente conservadora o revolucionaria, las bases campesinas de la vieja Confederación oficialista le cambiaron de signo a sus organizaciones y recuperaron su autonomía con respecto al Estado. Recorrían así, la ruta que los mineros habían emprendido años atrás.
En materia de ideas, el katarismo también aspiraba a trascender los marcos del nacionalismo. Su principal cuestionamiento provino del diagnóstico del MNR en torno a la supuesta existencia de una nación boliviana. De forma pionera, el katarismo puso en claro que Bolivia era un mosaico de culturas e identidades diversas y se opuso con vehemencia a la asimilación cultural del mundo indio a un crisol aún indefinido de la nacionalidad boliviana, fuertemente marcada por la impronta criolla. Aunque el katarismo produjo un arsenal teórico más bien restringido, es importante destacar su fuerte discurso simbólico. Hechos de gran poder persuasivo como el uso de la figura de Tupaj Katari y Bartolina Sisa o la metáfora encarnada en la frase “ya no seremos escalera de nadie” pudieron ser más eficaces que muchos libros doctrinarios.
Planteadas así las cosas, podría decirse que el socialismo y el indianismo/katarismo atacaron los dos flancos que hicieron poderoso al MNR. El primero hizo notar las contradicciones de clase dentro del proceso y tomó partido por los sectores obreros. Para la izquierda, el MNR era insuficientemente revolucionario. Por su parte, el katarismo tomó como argumentos cuestionadores esa lectura incompleta de las dimensiones nacionales y estableció que para que exista un nacionalismo genuino era preciso ir al fondo del ser nacional pluralizado. Para el katarismo, el MNR era falsamente nacionalista.
Si observamos con cuidado, ninguna de las dos dejaba de usar al fenómeno nacionalista como punto de partida. Dotado de un carácter hegemónico innegable en el plano de las ideas, el MNR fue cuestionado por no ser del todo consecuente con los procesos que ayudó a desencadenar. Desde cada uno de los polos clásicos del movimientismo, socialistas e indianistas/ kataristas pedían rectificar y radicalizar, pero jamás desechar, los avances hasta ahí impulsados.
El desemboque histórico de este forcejeo es conocido. El Estado del 52 terminó expulsando sus potencialidades socialistas gracias la derrota histórica de la COB y lo que Zavaleta llamó el “poder dual”. A través de la dictación del decreto 21060, el propio MNR, liberado de sus tendencias de izquierda, liquida las posibilidades de convertir el proceso en uno de corte socialista y lo hace en alianza propicia con ADN, la vertiente política conservadora, heredera de quienes pretendían moderar los perfiles radicales del movimientismo.
Al mismo tiempo, el indianismo/katarismo, tras haber alcanzado su auge sindical y un modesto éxito electoral, fue arrastrado por la derrota de la izquierda, de la que pudo formar parte cuando se limaron las incomprensiones mutuas a fines de los 70. A ello se sumó la debacle mundial del socialismo con la caída del muro de Berlín en 1989. Aquel acontecimiento alentó las corrientes moderadas del katarismo como la representada por Víctor Hugo Cárdenas y eclipsó las opciones más radicales concentradas en los partidos indianistas, que dejaron de participar en las elecciones.
Sin embargo, para sorpresa de muchos, en momentos en que incluso el katarismo moderado parecía haber entrado en bancarrota, poco después de la conmemoración de los 500 años de la conquista de América, Víctor Hugo Cárdenas es invitado a ser el compañero de fórmula del principal candidato de la oposición, Gonzalo Sánchez de Lozada. También resulta curioso que haya sido el MNR, el partido dispuesto a abrirle una rendija al katarismo en los momentos de su peor crisis política. Si se revisan los documentos de la época, se comprueba que, gracias a su gran flexibilidad ideológica, el MNR ya había comenzado no sólo a admitir, sino a hacer suyas algunas ideas kataristas. En efecto, mucho antes de que Cárdenas se convirtiera en el segundo hombre de la fórmula gonista, Enrique Ipiña Melgar, prominente dirigente del MNR y ministro de Educación del último gobierno de Paz Estenssoro escribía en su primer proyecto de reforma educativa: “Bolivia es una Nación plural. Un verdadero mosaico de pueblos y naciones configuran el Proyecto Nacional aportando, cada una de ellas, una rica tradición cultural. (...) La pluralidad cultural, sin embargo, no ha merecido el debido reconocimiento por parte de la conducción política boliviana (...) Esta falta de definición política se ha debido, durante mucho tiempo, al temor de promover la fractura de la unidad nacional en la medida en que se fomentara el desarrollo de culturas nativas por su innegable vigor regional” (MEC, 1987). Si bien el texto aún sostiene que la cultura dominante en Bolivia es la mestiza, son notables sus acercamientos a un enfoque multicultural de una nacionalidad pluriforme. Qué contraste con aquel artículo 120 del Código de la Educación Boliviana de 1955 en el que se fija como una de las tareas de la escuela campesina “prevenir y desarraigar las prácticas del alcoholismo, el uso de la coca, las supersticiones y los prejuicios dominantes en el agro, mediante una educación científica”.
Más adelante, cuando el MNR suscribe su pacto electoral con los kataristas dirigidos por Cárdenas, en su programa de gobierno conjunto se anota: “El MRTKL es un partido joven que trae la demanda de reconocimiento del carácter multicultural y rica diversidad de la nación boliviana”. Más adelante, el MNR admite la necesidad de enriquecer su concepción nacionalista. A partir de ese cambio, se postula “un nacionalismo integrador, abierto y popular, sustentado en la pluralidad de identidades culturales” (Plan de Todos, 1993).
Una revisión cuidadosa de la doctrina moderna del MNR, encabezado por Sánchez de Lozada, nos muestra que la única contribución extrapartidaria explícita aceptada por sus autores es el katarismo. Al mismo tiempo, todas las referencias a las contradicciones de clase como la palabra “oligarquía” han sido evacuadas de sus documentos. La derrota de las corrientes socialistas era categórica en 1993.
La conclusión preliminar que puede extraerse de este recorrido argumentado es que ni el socialismo ni el katarismo consiguieron trascender históricamente al nacionalismo. Fue éste mismo, a través de su partido matriz, el que abdicó a su vertiente socialista a fin de concluir en un desemboque hacia los esquemas capitalistas y liberales.
Lo que sí llama la atención tras este breve balance, es que el katarismo haya sido un factor de preocupación del desemboque triunfante. Los liberales movimientistas de esta época echaron de menos un componente popular en su discurso y lo capturaron del ala katarista de la política. Habría que preguntarse si la eligieron por ser más dócil que las corrientes socialistas, también en bancarrota, o porque, al contrario, sus desafíos ideológicos eran mucho más vigentes que los de la izquierda. La primera es una explicación utilitaria que coloca al MNR dentro del oportunismo electoral, mientras la segunda observa que el katarismo le era útil al movimientismo más allá del estricto simbolismo aymara. Quizás esta segunda interpretación sea la más completa.
Dos katarismos/indianismos
Como ya lo han explicado sus estudiosos, el indianismo/katarismo nació escindido. Tras la derrota del Pacto Militar Campesino, una fracción se especializó en la lucha sindical y conformó el MRTK, mientras otros dirigentes optaron por la pelea electoral mediante el MITKA. Quizás por ello, los kataristas sindicales tuvieron más relaciones con las corrientes políticas tradicionales signadas por las ideas nacionalistas y socialistas. Así, las dos fracciones del MRTK hicieron acuerdos electorales con la UDP y con el MNR Alianza. No ocurrió lo mismo con el MITKA, plenamente dedicado a capturar votos con una candidatura autónoma (1978, 1979) que posteriormente fueron dos (1980). A primera vista, las divergencias ideológicas entre las dos corrientes no parecen ser muy grandes. Los más radicales usan el término “indio” como elemento discursivo que antepone la cuestión nacional por encima de la clasista, mientras los moderados cuidan sus relaciones con la izquierda poniendo un énfasis familiar a la preocupación clasista. En ese sentido, para el MITKA de Luciano Tapia y Constantino Lima, la interpelación nacional de lo indio como unidad cultural se sobrepone a todas las demás consideraciones. Los indianistas llaman a la lucha nacional y son duros en sus críticas a una izquierda señorial, vinculada culturalmente al mundo occidental. No sucede esto con los kataristas propiamente dichos. Éstos, debido a su trabajo sindical, tienen una relación más directa con los otros sectores políticos y coyunturalmente se han visto obligados a pactar con ellos en contra de los militares o las fuerzas de derecha. Estos nexos los han hecho más tolerantes con respecto al resto del sistema político.
Este último hecho explica muy bien las razones por las que el MRTK propuso la teoría de los ejes sociales. De acuerdo a este planteamiento, la historia del país podía ser comprendida a través de la confluencia de dos componentes, el eje social colonial, compuesto por las clases y naciones opresoras, y el eje social nacional, conformado por las clases y las naciones oprimidas. De acuerdo a esta visión, Bolivia es un país semicolonial, en el que la explotación económica coexiste con la dominación étnica. En ese sentido, el katarismo planteaba mirar la realidad con dos ojos, el de la clase y el de la nación. En consecuencia, el sujeto revolucionario del futuro debería estar constituido por aymaras, quechuas y guaraníes, pero también obreros, campesinos y clases medias. De acuerdo a ello, la perspectiva katarista enriquecía las visiones de la izquierda, a las que dotaba de una lectura cultural. Para una época en la que las contradicciones étnicas aparecían como secundarias ante el enfrentamiento fundamental ya sea con el imperialismo o con la clase dominante, aquella era una gran novedad.
En la coyuntura democrática del periodo 1978-1980, los indianistas-kataristas acudieron divididos a las elecciones. Esta y otras razones más importantes determinaron que la escena política boliviana siga siendo dominada por los nacionalismos de diverso calibre. Los principales candidatos fueron Siles Zuazo y Paz Estenssoro como una muestra de que los esquemas del 52 seguían vigentes. Sin embargo ambos acudían secundados por partidos de izquierda como el MIR, el PCB y el FRI. Al mismo tiempo, como candidatos alternativos surgían el conservador Banzer y el explícitamente socialista Quiroga Santa Cruz. Todos esos indicios hacían ver que las contradicciones étnicas estaban aún lejos de ocupar un espacio preponderante. Sin embargo, en el plano sindical, sobre todo en 1979, la naciente CSUTCB, por primera vez independiente del Estado, hacía sentir su presencia mediante los bloqueos campesinos en contra de las medidas económicas aplicadas por la presidenta Lidia Gueiler.
El panorama hasta ese entonces mostraba que la titularidad política dentro de las masas campesinas seguía en manos de los caudillos nacionalistas. Sin embargo, poco faltaba para que las ilusiones depositadas en ellos se vean frustradas. El fracaso de la UDP a la cabeza de Siles Zuazo y la ruptura posterior de Paz Estenssoro con el ala revolucionaria de su partido dejó el espacio vacante para que un katarismo, hasta ese entonces, reducido a la actividad sindical y a la vida electoral marginal, ocupe el espacio que estaba esperando. No sucedió así. Al contrario, en 1987, la dirección de Genaro Flores al mando de la CSUTCB es fuertemente cuestionada por las tendencias radicales de izquierda aglutinadas en torno al Eje de Convergencia, lo que finalmente determina su salida del puesto. Por otra parte, la postulación del propio Flores a la presidencia el año 1985 concluye con la elección de apenas dos parlamentarios, Walter Reinaga y Víctor Hugo Cárdenas. Quedaba demostrado que el espacio ideológico labrado por los kataristas no se traducía en respaldo electoral y que a pesar de sus divergencias con la izquierda, la crisis de ésta le afectaba directamente.
Tampoco la tendencia del MITKA, que desde un principio rompió con los partidos establecidos, pudo sobrevivir al naufragio. Su presencia electoral no pudo ser repuesta después de 1982 y sus militantes se refugiaron en la marginalidad. Uno de ellos era Felipe Quispe Huanca. Tras militar en el MITKA, Quispe va siguiendo un proceso de radicalización hasta fundar la organización “Ofensiva Roja de Ayllus kataristas”. Más adelante, el grupo concurre a la creación del Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK), en alianza con grupos urbanos y obreros entre los que estaban la células mineras de base. Su primera aparición pública se produce en el Congreso Minero de Oruro en 1986, que es la antesala de la “Marcha por la Vida”. A partir de ese momento, el grupo radical está presente en todos los encuentros sindicales de importancia hasta su ingreso a la clandestinidad.
Es interesante observar que el embrión del EGTK mantiene los principales referentes del discurso indianista, pero los complementa por primera vez con alusiones al socialismo y a la lucha de clases. Por ejemplo, en su propuesta de tesis política presentada al VII Congreso de la COB, realizado en Santa Cruz en 1987, los ayllus rojos reivindican un “Estado de los trabajadores basado en la unión socialista de las diversas nacionalidades anteriormente oprimidas”. “Tupaj Katari vuelve en las armas de cada comunario”, son las palabras finales del documento. En el texto se plantea abiertamente la necesidad de prepararse para un guerra de clases violenta que conduzca hacia el socialismo. Por socialismo se entiende “el control directo, sin intermediarios, de todos los trabajadores armados sobre los medios y los recursos que tiene la sociedad. “En el socialismo, nosotros somos el poder, el gobierno y el Estado”, sostienen. Los ideólogos tempranos del EGTK plantean unir la experiencia insurreccional obrera con la guerra campesina aymara y quechua. En la práctica, se trata de una de las primeras combinaciones (1987) del marxismo político-militar aplicado en Centroamérica y el katarismo más radical.
En abril de 1992, el EGTK comienza a ser desarticulado por la policía. Después de varios atentados en torres eléctricas y gasoductos, aparecen los primeros detenidos. Al inicio es arrestado uno de los núcleos ideológicos del grupo, el sector marxista, luego sería atrapado Felipe Quispe, el líder del ala indianista. Tras varios años en prisión, los componentes del grupo fueron puestos en libertad (1996).
A sólo tres años de su liberación, Felipe Quispe se convirtió en la figura de transacción para las dos fracciones rivales del sindicalismo campesino, dominado por el protagonismo del agro cochabambino y sobre todo chapareño. Ello determinó que sea elegido secretario ejecutivo de la CSUTCB a principios de 1999. En esa medida, el dirigente indianista o katarista revolucionario volvió a ser un protagonista de la política nacional, sobre todo en abril de 2000 cuando convocó a un bloqueo campesino que hizo recordar la época dorada del sindicalismo agrario. El epicentro de los enfrentamientos fue el altiplano paceño, con lo que equilibró la capacidad de movilización desarrollada por sus pares del Chapare.
Por todo lo expuesto, es evidente que tras la crisis profunda del indianismo-katarismo, concomitante con la caída de la UDP, los principales emisores ideológicos de este campo de interpelación fueron, antes de Evo Morales, Víctor Hugo Cárdenas y Felipe Quispe, el primero como protagonista de una experiencia de “co gobierno” con uno de los partidos más importantes del sistema político, y el segundo como una opción abiertamente enfrentada al esquema de gobernabilidad inaugurado en 1985.
Si se recapitula lo visto hasta ahora comprobamos que el katarismo, como movimiento cultural y político, retornó a su inicial discrepancia. Si antes sus adherentes se dividían entre indianistas políticos y kataristas sindicales, después los marcos de acción política electoral parecen estar dados, aunque con poco éxito, por los moderados, mientras el activismo radical ha pasado a dominar las labores sindicales. Una síntesis interesante dentro de esta polarización era, para entonces, la presencia de la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP) o el llamado Instrumento Político de Evo Morales y/o Alejo Veliz, que combina, hasta hoy, la actividad sindical con una participación exitosa en los procesos electorales.
Para corroborar lo señalado, confrontemos los discursos de Cárdenas y Quispe en un intento por comprender mejor cuáles son sus diferencias centrales y evaluar cuanto se parecen o distinguen de las discusiones producidas a fines de los años 70.
Para sustentar el análisis hemos elegido los siguientes documentos:
Propuesta de tesis política al VII Congreso de la COB, Ofensiva roja de Ayllus kataristas y células mineras, julio de 1987.
Capítulo de conclusiones del libro “Tupaj Katari vive y vuelve, carajo...”, julio de 1990.
Primer y Segundo Manifiesto de Tiwanacu, 1973 y 1977, respectivamente.
El Plan de Todos, propuesta de gobierno MNR-MRTKL, mayo de 1993.
Como ya se puede deducir, los dos primeros textos reflejan la visión de Quispe, mientras los dos últimos recogen la tradición y las ideas renovadas de Cárdenas entre 1973 y 1993.
Espacios de convergencia
A pesar de las grandes distancias entre los dos tipos de textos, es posible encontrar un espacio común de argumentación. Éste se funda en la crítica a la conformación del Estado boliviano. Incluso el documento más cauteloso, “el Plan de Todos”, hace un recuento de las insuficiencias que padecen los ciudadanos y proclama que “la hora del cambio ha llegado”. Al justificar la presencia de Víctor Hugo Cárdenas en el binomio, el texto dice que él responde a la “necesidad de dar respuestas claras y concretas a los problemas del hombre común, de aquel que vive, sufre y sueña en los barrios marginales de las ciudades, en las provincias y en las comunidades campesinas”. Frente a esta situación, la propuesta concibe la idea de devolverle poder al ciudadano. La descentralización, la participación popular y la capitalización aparecen como mecanismos idóneos para alcanzar esa meta.
Xavier Albó (1993) se vio obligado a hacer un “rastrillaje” del “Plan de Todos” para encontrar allí “algunas referencias y puntos de énfasis” de las ideas kataristas. Y, en efecto, los encuentra. Estos se resumen en la idea de lo plurinacional, ya aludida en este trabajo, las menciones a la organizaciones comunales originarias como gérmenes de gobierno local (participación popular mediante), el planteamiento de profundizar una democracia pluralista a través de la participación de los ciudadanos, no sólo a través del voto, el proyecto de educación intercultural bilingüe y finalmente el fortalecimiento de la economía comunal a partir de la idea de territorio (lo que luego sería la Ley INRA).
Ha bastado que desglosemos un poco las propuestas del “Plan de Todos” y ya nos tropezamos con las primeras discrepancias de fondo incluso con los manifiestos de Tiwanacu. En efecto, la principal discrepancia entre éste y los otros tres textos estriba en que éstos plantean la toma del poder político por parte de los sectores excluidos. Es lo que todos ellos llaman la liberación de aymaras, quechuas y guaraníes.
En síntesis, la única gran coincidencia entre Cárdenas y Quispe está en que ambos consideraban la situación vigente como insuficiente y digna de ser transformada, pero cuando empiezan a decir las maneras en que estos cambios deben ser llevados adelante, comienzan las divergencias.
Brechas de separación
El “Plan de Todos” apuesta a “el poder del voto” en 1993 para llevar adelante su propuesta de cambio. El objetivo es claro, la toma pacífica del gobierno mediante los mecanismos democráticos. En ello coincide a la distancia con los dos manifiestos de Tiwanacu. Ambos textos tienen un horizonte democrático, aunque éste no ocupa el primer plano de sus preocupaciones. El primero, emitido en 1973, critica con dureza a los partidos políticos que han aprovechado el voto universal para escalar al poder. En ese sentido aboga por una participación política “real y positiva”, exenta de manipulaciones y prebendalismo. Para ello pone como condición que el movimiento campesino se transforme en un actor autónomo, capaz de pensar con cabeza propia. El segundo manifiesto tiene a la democracia como una de sus metas fundamentales. En un capítulo específico, los autores exigen la institucionalización del país. Lo hacían en 1977, a pocos meses de la huelga de hambre de las mujeres mineras que pondría fin a la dictadura de Banzer. Entre los pedidos más importantes está la convocatoria a elecciones y el regreso de los exiliados.
Por lo señalado, puede decirse que existe una línea de continuidad y profundización en el discurso katarista adscrito a la democracia como sistema de gobierno. Donde sí hay una ruptura clara es en la carga revolucionaria. Aunque los manifiestos de Tiwanacu predican por la democracia en un contexto dictatorial, ponen más énfasis en la situación de humillación y explotación del campesinado. En ambos textos encontramos los primeros esbozos de la teoría de los ejes sociales. Sin embargo, cuando ya llegamos al “Plan de Todos”, dos décadas después, el katarismo cardenista ha cerrado uno de sus ojos, y ya sólo observa la realidad desde la óptica de la nación. El propio Xavier Albó (1993) lo reconoce cuando subraya que el katarismo aliado a Goni empieza a admitir que existe una burguesía “modernizante” y que antes que atizar la lucha de clases, hay que “pagar una deuda social (...) en la forma de servicios asistenciales”.
Lo último es fundamental para el análisis. El MRTKL de Víctor Hugo Cárdenas ha terminado aceptando la presencia permanente del sistema democrático representativo y se ha adherido a sus reglas del juego. Esto ha modificado radicalmente sus ambiciones. Las demandas señaladas con mucha fuerza en los manifiestos de Tiwanacu sólo podrían ser plasmadas mediante reformas legales y acciones administrativas. Las medidas de fuerza terminan siendo descartadas.
Sucede lo contrario con Felipe Quispe. Sus dos documentos parten de un mismo diagnóstico, Bolivia es un territorio invadido por “invasores blancos y mestizos remanentes de la Colonia” (1990). Sus énfasis están puestos en describir la situación de pobreza y postración de las masas indígenas. Quispe no ahorra adjetivos para denunciar las injusticias que viven aymaras y quechuas. Para ello emplea imágenes muy concretas: “Vendemos nuestro esfuerzo, sudor y dolor humano a un precio casi gratuito para que el patrón se vuelva más millonario y que viva zambullido sobre los dólares, feliz y contento en sus zonas residenciales, como Sopocachi, Obrajes, Miraflores, Calacoto, Achumani, fornicando con sus buenas hembras, llenos de lujo”. Ante esta descripción cruda de las cosas, Quispe asegura que los antepasados de los aymaras ya mostraron la solución: “La Guerra legítima, legal, justa y realmente de los Aymaras para las nuevas generaciones emergentes”. Vale decir que mientras Cárdenas plantea una lista de respuestas legales como la descentralización o la capitalización, Quispe concentra todo su verbo en la toma del poder político por la vía armada.
El proyecto de Quispe (1999) consiste en “expulsar y barrer” las ideas, principios, leyes, códigos, ciencia, filosofía, religión, el individualismo egoísta capitalista, la opresión, discriminación, jerarquización de clases y el “crudo racismo al indio campesino”, practicados por los dominadores. Además del empleo del fusil como medio para lograr este objetivo, Quispe plantea el reencuentro con el territorio y el triunfal retorno del glorioso pasado. Es la restauración explícita del orden social pre colonial. Ello se resumen, en palabras de Quispe, en la imposición de “la ley comunitaria de igualdad de derechos para que todos trabajen con honradez”.
En medio de su argumentación, el fundador del EGTK aclara que no es partidario de la lucha de razas. Con esta frase deslinda cualquier semejanza con el fascismo europeo. “Nuestras leyes naturales y comunitarias no serán para esclavizar ni discriminar a los q’aras blancos extracontinentales”, enfatiza Quispe. Los ex opresores tendrían que someterse a las leyes comunales, pero gozarían de los mismos derechos que todos. Eso es lo que se deduce de su argumentación.
Quispe (1999) lanza un rechazo directo a la idea de nación boliviana. “Jamás nos hemos fundido en ese crisol de la bolivianidad, sino que somos y seguiremos manteniéndonos con nuestra propia identidad histórica”, asegura. La propuesta alternativa a la idea de una patria de bolivianos es la Unión de Naciones Socialistas del Qullasuyu, una sociedad donde “reine el colectivismo y el comunitarismo”. Todo ello se resume en la idea de que los propios aymaras se autogobiernen.
El documento previo, la tesis política para el VII Congreso de la COB, es el punto de partida de las mismas ideas. Muchas de ellas se repiten textualmente, aunque el de 1987 ha sido adaptado para un auditorio obrero. En ese sentido se incluyen referencias a la “Marcha por la Vida”, ocurrida un año antes y se rescata la idea de aprovechar los impulsos insurreccionales de la clase obrera. En todo el documento se usa el término “trabajadores” a fin de englobar a todos los productores de riqueza, que de acuerdo a la tesis, son quienes deben controlar los recursos de un futuro estado socialista mediante el uso de las armas.
En el plano cultural, la tesis sindical habla de conquistar la libertad de la nación aymara, quechua y otras nacionalidades oprimidas, para después, en una segunda etapa, rearticularlas en una Unión socialista, que, se anuncia, será “fraternal y voluntaria”.
Como ya se vislumbraba en un inicio, el indianismo/katarismo de principios de este siglo, parece haber vuelto a las matrices de su discusión fundacional. Veinte años después encontramos de nuevo posiciones muy similares a las de indianistas y kataristas, los primeros nacionalistas radicales, los segundos, permeados por las ideas de los otros partidos con los que tienen relaciones políticas intensas. Lo que ha cambiado es el contexto. Mientras el katarismo moderado de antes se vinculaba con la izquierda sindical y partidaria, el de los 90 lo hace con un partido como el MNR. La base de esos contactos es indudablemente programática y tiene que ver con la posibilidad de influir sobre las decisiones de gobierno. Sin embargo, al igual que en el pasado, la relación entre kataristas y políticos tradicionales sigue siendo asimétrica en desmedro de los primeros. Sigue siendo necesario “rastrillar” en los documentos para detectar la influencia de las ideas indígenas en los planes de gobierno que han admitido su injerencia.
Del otro lado, para el caso de indianistas o kataristas guerrilleros, la evolución política también es muy clara. Mientras los indianistas del MITKA tenían una posición estrictamente nacionalista aymara o quechua, los de fines del siglo 20, representados por Felipe Quispe, han asimilado algunos emblemas abandonados por la izquierda como el socialismo. Es ese proyecto de sociedad al que completan con sus visiones propias, nacidas de una manera de pensar y sentir que se pretende muy distinta de la occidental. Los radicales de esos años han fundido la reflexión europea sobre el socialismo con las ideas de Fausto Reinaga, que profesaban a principios de la década del 80. Estos planteamientos dejados de lado por la mayoría de la izquierda fueron retomados por estos líderes campesinos, que encuentran en la concepción político-militar, un complemento. Todo ello creó una brecha aún más infranqueable entre Víctor Hugo Cárdenas y Felipe Quispe. Podría decirse que mientras el primero terminó de adscribirse al liberalismo imperante, el segundo se radicalizó en una perspectiva de ruptura con el sistema democrático representativo.
Nudo de tensiones. Periodo 2000-2013
El panorama previo muestra a la izquierda y al indianismo/katarismo, luchando, en flancos distintos, aunque de manera infructuosa, por superar al nacionalismo. Como hemos visto, los resultados fueron sorprendentes.
Por un lado, el MRTKL le ayudó al nacionalismo a superarse a sí mismo, abriendo las puertas a un neo-liberalismo más moderno, en el que ambos confluyen diseñando el llamado “Plan de Todos”. Desde la otra vereda, el EGTK y más adelante un Felipe Quispe liberado y consagrado como dirigente sindical, se transforma en la punta de lanza de un cuestionamiento severo al llamado neo- liberalismo, ensayando primero acciones armadas, pero después movilizaciones mucho más afectivas, que precipitan una crisis estatal.
Cuando la izquierda socialista y el indianismo/katarismo parecían lograr sus metas, el nacionalismo cambió de faz completamente y desmanteló el Estado del 52. Ante tal maniobra, la izquierda se derrumbó, mientras las corrientes indianistas/kataristas se escindieron. Cárdenas participó del proyecto dominante, mientras Quispe y otros líderes pasaron a la resistencia activa y provocaron el derrumbe del Estado desregulado y privatizador.
Han pasado ya dos décadas de aquellos acontecimientos y quedado muchas preguntas sin respuesta. ¿La impotencia electoral y militar del indianismo/katarismo ha determinado su asimilación a proyectos políticos ajenos?, o, por el contrario, ¿su diseminación en todo el espectro político ha sembrado su influencia en todo el espectro?
El siguiente capítulo de esta historia abarca el periodo de crisis estatal desencadenada el 2000 y su encausamiento en el llamado Estado Plurinacional. El documento que mejor refleja la consolidación y reacciones de este proceso es la recopilación de ponencias de distintos líderes y pensadores del movimiento indio, convocados por el periódico Pukara en marzo de 2010. Se trata de 19 puntos de vista emanados de las principales figuras de esta corriente ideológica. Todos reaccionan de forma similar y crítica ante la puesta en vigencia del llamado proceso de cambio encabezado por Evo Morales.
Salvo escasas excepciones, todos coinciden en señalar que el Presidente no forma parte de la historia del indianismo/katarismo y que por ello, no ha cooperado con sus ideólogos ni ha recibido su respaldo. Morales es descrito más como un hombre de izquierda que como un katarista/indianista. Desde distintos flancos, se deplora el sometimiento del MAS a un grupo de intelectuales y operadores de corte marxista o socialista, ajenos al proceso histórico que llevan adelante. Félix Patzi habla incluso de 5 personas que toman todas las decisiones importantes.
Con la excepción de Eugenio Rojas, senador del MAS que participa en el seminario, los convocados por Pukara ansían un proceso en el que la hegemonía india sea plena. El 100% de las críticas tienen relación con la participación y el acaparamiento de los cargos estatales en manos de mestizos recién llegados. Simón Yampara nada contra la corriente cuando plantea la complementación de las dos matrices culturales, la india y la occidental.
Otro dato interesante es la aparición de propuestas que plantean de manera abierta una ruptura con la izquierda y sus paradigmas socialistas y un acercamiento simultáneo a ideas adscritas al enriquecimiento y potenciamiento económico de los segmentos indios de la sociedad. Sergio Tarqui y Walter Reinaga impulsan esta noción con fuerza usando el término qamiri.
Por otra parte, la toma parcial del poder mediante el liderazgo de Evo Morales parece haber apaciguado los anhelos insurreccionales que estuvieron presentes en la década del 90. Lo único que parece esperarse es la expulsión de los infiltrados mestizos en el gobierno del MAS a fin de completar la construcción de la hegemonía total de la ideología india en Bolivia. A ese proceso se le suele calificar como descolonización. Su puesta en práctica pasa, al parecer, por una reivindicación de la trayectoria de líderes como Constantino Lima o Genaro Flores, que se mantuvieron apegados a las premisas matrices de partida.
En conclusión, las tensiones entre la izquierda y el indianismo/katarismo parecen haber llegado a una fase profunda y aguda a raíz de la llegada al poder de Evo Morales y el MAS. Si en el pasado, ambas corrientes pugnaban por despojar al nacionalismo de sus bases sociales y trascender el proceso del 52, hoy, se disputan abiertamente la titularidad de las transformaciones iniciadas en 2006. Si bien comparten un mismo universo discursivo, aportado por el MAS, sus planteamientos parecen avivar más la confrontación que la armonía. El indianismo/katarismo hoy parece apostar al desalojo de la izquierda en el poder a fin de convalidar su hegemonía, mientras la izquierda ha sujetado las riendas del gobierno a fin de conducir al país a una modernización sin límites.
Las conclusiones de esta fase del análisis estuvieron sin embargo en manos de los invitados a la sesión del 20 de julio de 2013 en uno de los salones del Hotel Alkamari, con vista al Illimani. El debate allí estuvo servido y será parte de una próxima crónica.
Bibliografía
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Archondo, Rafael, “Comunidad y Divergencia de Miradas en el Katarismo”, Revista “Umbrales” del CIDES UMSA, N 7, Julio de 2000.
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MNR-MRTKL, 1993, El Plan de Todos, propuesta de gobierno MNR-MRTKL, mayo, La Paz.
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Periódico Pukara, “Historia, Coyuntura y Descolonización”, Katarismo e Indianismo en el proceso político del MAS en Bolivia, 10, 11 y 12 de marzo de 2010, MUSEF.
Quispe, Felipe, 1990, “Tupaj Katari vive y vuelve, carajo...”, julio, La Paz
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