El nacimiento conflictivo de "La Prensa" y "La Razón": una comparación
Extraido del libro "Incestos y Blindajes" (2003). Foto: Huelga de Hambre de "La Prensa", diciembre de 1998
Los diarios “La Razón” y “La Prensa” fueron fundados en 1990 y 1998 respectivamente. Ambos impresos aparecieron con la clara pretensión de convertirse en voces dominantes dentro de la sociedad política. Dos condiciones hacían viable este propósito: un respaldo empresarial sólido y una planta profesional sobresaliente. En otras palabras, buenos salarios, y periodistas destacados, lo cual no es otra cosa que buenas condiciones para competir.
La tercera ventaja analítica que ostentan ambos periódicos es su localización en la sede de gobierno de Bolivia: la ciudad de La Paz. Es éste el centro de las decisiones políticas de la república, el lugar en el que se concentran las madejas del poder. No es extraño entonces que el mayor énfasis en sus contenidos sea la actividad política, que prácticamente domina sus primeras planas.
Dos motines
Pero el dato fundamental que parece emparentar a ambos diarios es la manera conflictiva en que terminaron despegando. Ambos tienen su origen en una ruptura y su posterior reivindicación. “La Razón” empezó a ser un proyecto serio en el momento en que Jorge Canelas, director del diario “Última Hora” entre 1985 y 1989, decidió renunciar a su cargo, molesto por presiones empresariales y políticas que le restaban autonomía en sus decisiones editoriales. Así, en un periodo de tiempo muy breve, Canelas reunió a empresarios y periodistas próximos a él, entre ellos varios de los mejores de “Última Hora”, para crear un nuevo diario. Surgió entonces un medio impreso decidido a competir y finalmente desplazar a aquel desde donde surgían sus promotores. Para ello contaba con diez accionistas igualitarios, todos empresarios exitosos en ramas como la construcción, la industria tabacalera o de refrescos o la exportación de flores.
Sucedió exactamente lo mismo con “La Prensa” y hasta el principal protagonista se reitera. Fue el mismo Jorge Canelas (foto), quien después de renunciar a “La Razón”, diario que dirigió durante casi ocho años, decidió impulsar, en 1998, la apertura de uno nuevo. Otra vez registramos una ruptura y la reivindicación de un tipo de trabajo que aparece ligado a un equipo de profesionales orientados a superar a los demás. La repetición del esquema e incluso de la persona que dirige ambos proyectos, muestra la presencia de un líder periodístico, cuyo nombre parece estar ligado a una cierta garantía de éxito dentro de los medios. Quienes siguieron a Canelas en sus distintas empresas hablan de un hombre de posiciones editoriales claras (de corte liberal) y de cierto talento organizativo, alguien que sabe rodearse de buenos periodistas, con los que si bien no comparte posturas ideológicas, sabe reconocer en su valía.
De manera que la condición desencadenante para fundar un medio de comunicación descansaría en el prestigio profesional de sus promotores. En ese liderazgo, provisto de antecedentes y un mínimo reconocimiento social, se afincarían las probabilidades de éxito de una empresa periodística. He aquí una de las singularidades de este tipo de emprendimientos. La marca o el llamado factor “intangible” está asociado en este caso a las personas y sus hojas de vida, nutrientes de todo proyecto intelectual. Más adelante, cuando ya el diario circula regularmente, se produce una clara transferencia de ese prestigio individual hacia un conglomerado colectivo que es la cabecera del periódico. A medida que se funde el aporte personal con un sello corporativo, tiende a fortalecerse la marca general por encima de las entregas específicas. No sucede lo mismo con la televisión, donde ambos factores resultan indivisibles. En efecto, no es posible distinguir entre un presentador estelar de noticias y el canal que lo acoge. Por ello, un diario tiene menos traumas para separarse de un periodista prestigioso, que los que tendría una estación de televisión.
Esta paulatina transferencia de valores se hace patente en los diarios analizados aquí. “La Razón” y “La Prensa” se desprendieron en algún momento de Canelas y los miembros de su equipo, sin que sufrieran una mella considerable e inmediata en su credibilidad y circulación. En tal sentido, el periodismo escrito, pese a la profusión de firmas que ahora lo inunda, suele ser de todos modos más anónimo que el televisivo o radial.
Otro dato relevante en el estudio de los orígenes de ambos periódicos es el estallido de conflictos extraordinarios en el momento de su aparición. Los llamamos “extraordinarios”, porque en los trece años de seguimiento realizado, éstos no se han repetido con la misma intensidad. Se trata de lo que podríamos denominar “conflictos de iniciación”. Se producen de manera análoga a algunos movimientos sociales, es decir, cuando más libertades existen en la base. De acuerdo a los testimonios recogidos, el ambiente fundacional de un periódico le entrega un alto nivel de protagonismo a los periodistas, por lo menos uno mayor del habitual. Son ellos los que concentran en ese momento el mayor número de tareas. En sus manos está prácticamente toda la labor de lanzamiento del diario, desde la definición de sus secciones hasta la organización completa de la redacción. Si bien el director interviene en la selección del personal, sobre todo, jerárquico, que interactuará con él, todos los demás aspectos, en los casos que analizamos, fueron delegados a los periodistas. En “La Prensa”, la transferencia de poder fue tal que incluso llegaron a proponer el monto de los salarios y el número de profesionales a ser contratados. En la misma medida, durante un periodo fundacional, los empresarios suelen gozar de escaso poder, porque son los periodistas quienes en esos momentos asumen la suma de casi todos los riesgos. Fueron ellos quienes normalmente renunciaron a otros empleos para empujar la “nueva aventura” y es en sus hombros donde descansa el primer impacto motriz de la empresa: la calidad del diario.
Esta inicial dependencia de toda la empresa del hacer de los periodistas genera un evidente desequilibrio que puede terminar alterando al desempeño posterior o “normal” del medio. La situación en ambas empresas analizadas aquí es clara al respecto. En “La Razón” y ocho años después en “La Prensa”, el protagonismo periodístico generó un orgullo profesional inusitado. En la primera experiencia, sus impulsores en la redacción, que están entre nuestros entrevistados, se atribuyen un salto en el tiraje de mil a diez mil ejemplares, mientras en la segunda afirman haber podido establecer un estilo más literario y vistoso en la entrega de noticias. Tales certidumbres procrearon un espíritu de grupo y cierta mística colectiva, que los llevaron a creer que las decisiones fundamentales del diario no tenían por qué ser objetadas por los demás componentes del campo. En un lapso coincidente de medio año, ambas redacciones tuvieron que hacer conciencia de la brecha que existía entre la libertad imaginada y la realmente existente.
En “La Razón”, a fines de 1990, el conflicto estalló a raíz de una orden de Jorge Canelas, el director, para dar cobertura a la cena de adhesión a Ronald MacLean, el candidato de ADN en La Paz a las elecciones municipales de ese año. Los redactores, respaldados por su jefe, decidieron privarle al hecho de todo impacto y a pesar de haber asistido al acto, lo relegaron de inmediato. Percibido el choque frontal de valoraciones, el director optó por redactar él mismo un texto sobre el evento destinado a las páginas de crónica social.
El conflicto se agudizó cuando, en uso de sus atribuciones, Canelas publicó un editorial en el que de manera pública “votaba” por ese mismo candidato. Tal actitud de respaldo a una sigla política desató un torbellino de protestas entre los periodistas. Se consideraba que aquello condicionaba de manera perniciosa la cobertura de las elecciones y que ponía en cuestión la independencia del medio. En cuestión de horas, 18 de los 23 redactores, incluidos jefes de área y el de la redacción, renunciaron a sus cargos. A su regreso de un viaje a Chile, el director encontró que su planta de profesionales lo había abandonado. Meses antes se había producido ya un conato de huelga por un aumento de salarios, que finalmente fue resuelto tras duras negociaciones. Ambos hechos muestran un nivel de organización de los periodistas que ya no es muy usual en la actualidad.
El conflicto fundacional de “La Prensa” tuvo ribetes de mayor beligerancia, aunque sus resultados fueran, comparativamente, menos ostentosos. El origen del mismo fue una declarada y prematura falta de liquidez de la empresa y la necesidad de hacer fuertes recortes en el presupuesto general, sin embargo, otros indicios recogidos en nuestras entrevistas agregan detalles hasta ahora desconocidos. La tensión comenzó cuando en noviembre de 1998, Alvaro Monasterios, el nuevo gerente de la empresa, dio los primeros pasos de una política de austeridad en los gastos. Los beneficios laborales empezaron a reducirse gradualmente generando una creciente incertidumbre entre los empleados. La oposición inmediata del jefe de redacción a esas medidas provocó su fulminante orden de despido. La resistencia del equipo de periodistas descabezado fue única y contundente: una declaratoria de pie de huelga. Entonces la empresa amenazó con el cierre de actividades, lo cual dio lugar a una negociación por la que se suspendía la huelga y se comenzaban las tratativas para resolver los problemas económicos con la participación de los trabajadores.
En el plazo de un mes de extenuantes cálculos y tratativas, el jefe de redacción y el sindicato propusieron una manera concreta de conjurar el déficit sin afectar la competitividad ni la calidad del producto. La principal solución consistía en que los propios trabajadores renunciaban a parte de su salario a fin de impedir más despidos. Lo hacían mediante una redistribución equitativa de descuentos que de todos modos les permitía seguir ganando un salario levemente mejor que la competencia. El recorte programado era de 10 mil dólares mensuales.
Entonces sobrevino una curiosa reacción de la empresa, que en vez de aceptar la propuesta de auto-sacrificio de los periodistas, decidió dar por rotas las negociaciones a mediados de diciembre y despedir a la cúpula periodística que había conducido el conflicto. La reacción fue una huelga de hambre de casi toda la redacción, 36 de los 41 periodistas, y la consiguiente paralización del diario durante una semana. La intransigencia de la empresa y la negativa de varios editores a asumir la jefatura de redacción en esas condiciones conflictivas, propició entonces la renuncia de Jorge Canelas y Mario Frías, director y subdirector respectivamente, quienes terminaron haciendo causa común con los redactores, separándose del gerente. La sustitución completa de toda la directiva del diario dio por concluida la huelga de hambre con un saldo de derrota evidente para los periodistas. En pocas semanas más, una vez concluido el conflicto, la mayor parte de la redacción había abandonado sus puestos en busca de otros empleos.
Es muy importante aclarar que el conflicto se desarrolló en el marco de una divergencia de criterios entre los dos socios propietarios de “La Prensa”. Mientras la familia Rivero de Santa Cruz apoyaba al gerente que ella misma había nombrado, el grupo Canelas espectaba indeciso los acontecimientos, en los que uno de sus miembros, el director, aparecía como afectado. Al final, con la paralización del diario y la conformación de la huelga de hambre, ambos grupos decidieron unirse para expulsar a quienes mostraban demasiada convicción de que aquel diario había sido diseñado y echado a andar por los asalariados.
Cabe ahora citar un detalle más para pensar el caso de “La Prensa”. Varias confirmaciones convergentes plantean la certeza de que parte del trasfondo del conflicto fundacional tuvo tintes políticos. Alvaro Monasterios, el gerente que en cierta medida promovió las tensiones iniciales y terminó planteando el “todo o nada” en su favor, era, en ese momento, dirigente medio de ADN y auditor de aquel partido, que gobernaba el país a la cabeza del general Banzer. Según afirman varios entrevistados, incluido uno que cooperó con Monasterios, la beligerancia con la que éste impulsó el conflicto y la forma resuelta en la que optó por la vía del enfrentamiento sin negociación, tuvo que ver con un deseo suyo de “liberar” al diario de un grupo periodístico que, a su juicio, era excesivamente crítico con el Presidente. En esa medida, este gerente pretendió que su partido evaluara su desempeño como una acción política beneficiosa, por la cual debería quizás darle alguna retribución, que al parecer, nunca llegó.
Al margen de estos importantes detalles en ambos “motines”, es evidente que los dos reúnen la característica compartida de que se producen en momentos en que los periodistas tienen un peso muy alto en la balanza. Si se compara estos conflictos con otros posteriores, se verá que agresiones de mayor importancia de parte de los propietarios ya no provocan reacciones tan enconadas entre los periodistas. Una vez que la dinámica del diario se estabiliza y el espíritu de cuerpo de la redacción se diluye en medio de la disparidad de tratos y jerarquías, los márgenes de maniobra de los informadores alcanzan su “estado normal”. A partir de ese momento, cuando el funcionamiento del periódico ya no es tan dependiente de la iniciativa laboral, proliferan más bien los enfrentamientos individuales. Éstos forman parte de una larga lista de disidencias particulares que suscitan el alejamiento de diversos líderes periodísticos en episodios cortos y dolorosos de pugna personal, asimétrica y directa. Varios de nuestros entrevistados atravesaron por esa experiencia, es decir, la de enfrentarse, en soledad, al polo más fuerte, mientras sus compañeros miraban pasivos y hasta esperando el desalojo para postularse como potenciales reemplazantes.
Quienes encabezaron ambos conflictos consideran hoy que éstos no contribuyeron en nada a cambiar las condiciones de producción de las noticias y que en muy poco tiempo fueron olvidados o conservados como meras anécdotas inaugurales. Todos aseguran que sus pasos fueron movidos por cierta ingenuidad, pero también por un sentido de pertenencia del diario, que estaba asentado en el orgullo de “haber levantado” la empresa. La dureza del conflicto terminaría por convencerlos de quién o quiénes eran los verdaderos propietarios.
A pesar del pesimismo en la evaluación, también queda bastante claro que el hecho de perder a toda una redacción en un conflicto público no fue un hecho tan irrelevante para los empresarios. Al contrario, como ellos mismos lo reconocen en sus testimonios, de esa experiencia sacaron lecciones para sus relaciones con los siguientes periodistas en ingresar al circuito. La misma trayectoria profesional de más de una década de Jorge Canelas es testimonio de este aprendizaje. En el episodio inicial de “La Razón”, se enfrentó tenazmente a sus redactores y se jugó el todo por el todo en el uso de sus prerrogativas. No actuó igual ocho años más tarde cuando más bien terminó siendo parte del pelotón de renunciantes. Luego dirigió el semanario “Pulso”, en el que las opiniones públicas divergentes entre él y sus periodistas, propietarios de una parte de las acciones, eran casi una rutina. Se podría decir que su fuerza como director se basó, al final de su carrera, más en el aporte de sus colegas, que en el de sus familiares, quienes ya no lo han acompañado con sus inversiones en este su cuarto proyecto periodístico.
Jorge Canelas comenzó su vida profesional como corresponsal de la Agencia Associated Press (AP) en Colombia. Murió en la ciudad de Cochabamba el 12 de julio de 2006. Fundó el matutino "Ultima Hora" (antes era vespertino), "La Razón", "La Prensa" y el semanario "Pulso".
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