Un general en retirada
Banzer se fue. Durante una de sus últimas entrevistas, la que le hicieron Juan Carlos Rocha y Javier Torrontegui para este periódico (La Razón), él ya se imagina en su finca ganadera, viendo vacas en pleno engorde y respirando hondo para cada tarde soleada. Se retiró el 6 de agosto de 2002 antes de que la plebe comunal precipite su jubilación ganadera de modo prematuro o quizás oportuno. El hecho es que el país ya no parecía esperar nada más de un hombre que ha mostrado todas sus cartas en tres décadas de vida política. Habrá que juzgar a Banzer entonces por sus minutos de lucidez, su larga hilera de errores y su pobre desempeño gubernamental de diez años.
En la hoja de homenaje que el General merece, quizás el país le escriba dos líneas: “se convirtió a la democracia en 1985”. Es esa hazañas la que lo pudiera convertir en un señor memorable.
No faltará quien asegure que el fundador de ADN se hizo demócrata años antes. No hay pruebas. Su última recaída dictatorial consistió en prestar a sus militantes para fortalecer el gobierno de García Meza. De manera que fue recién en 1985, cuando tras haber ganado las elecciones, aceptó ser descartado en el parlamento. En aquellos días, dio muestras de acatamiento democrático y se resignó a esperar en la sombra, 12 años más.
Dicen que una conversión de esa envergadura no es poca cosa. Tránsitos parecidos son los que debemos agradecerle al M-19 de Colombia, al franquismo de Manuel Fraga en España, a los ex comunistas polacos o pronto, muy pronto, a los zapatistas mexicanos. Con ese paso, cientos de personas que aspiraban a tomar el poder por la fuerza, aprenden que no hay mayor poderío que el que otorga la palabra bien empleada.
Sin embargo la hoja de yerros de Banzer tendría que ser un dilatado inventario de actos insensatos: muertos y exiliados del 71, oportunidades perdidas en época de bonanza crediticia y convocatorias a violar los derechos humanos como las que ventiló alrededor de los balazos de Tolata. Quiroga Santa Cruz es quien mejor habría organizado este recuento por el que le quitaron la vida.
Como si esto no bastara, en la entrevista que citamos, el General se empeñó por ensanchar la lista de desatinos y nos hizo ver que las conversiones nunca son completas. Y así, cuando le recuerdan el cuoteo de las cortes departamentales por una comparsa de partidos encabezados por el suyo, Banzer confiesa como gran primicia que para callar la voz disidente del MNR, le ofreció una tajada en el reparto, pero que éste no aceptó. En efecto, el General sí se convirtió a la democracia, pero a su versión más miope, aquella que sólo se desvela por repartir cargos.
Después Banzer nos invita a refrescar la memoria. Su anterior gobierno habría terminado, evalúa, porque las elecciones aquellas, las de 1978, fueron fraudulentas. “A mí no me interesa el fraude, porque no sé y mi partido no sabe cómo se hacen fraudes”, añade. ADN se salva, porque, en efecto, no existía en ese tiempo, pero fue él, dotado de plenos poderes, quien promovió aquel escandaloso escamoteo del voto ciudadano.
Convertido y todo, al ex presidente le hace falta una pizca de humildad para admitir que el fraude del 78 es parte de su lento y penoso aprendizaje democrático, ese que los bolivianos le hemos venido tolerando como ejemplares demócratas intuitivos; hasta aquí o un año más, según suceda.
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