Con visa, pero sin norte
Visa en mano, Jaime Paz Zamora ha dejado su condición de paria político. Estados Unidos sabía muy bien donde dolía más el golpe. Nuestro ex presidente, un verdadero as de los contactos internacionales, tenía vedado el ingreso a la mayor plaza de cabildeo político del planeta. Con ello, el horizonte mirista lucía ceniciento y condenado a pasar vergüenza en el zaguán de las fiestas imperiales. Hubo quienes aplaudieron el castigo y habrá varios todavía que piensan que fue merecido. Jamás me mezclé entre ellos y hasta puedo presumir de haber presentido el olor a injusticia desde los primeros días en que en los diarios empezaron a publicar fotos de parrilladas, mariachis, narcos obesos, testigos prófugos y avionetas alquiladas. Si el proceso contra Jaime Paz hubiese sido administrado por un juez y no por un funcionario consular extranjero, no habría aquí para qué solidarizarse con un hombre que, por su importancia histórica, es nítido objeto del escrutinio público. No sé si él autorizó a su partido a hacerse de la vista gorda para dejar pasar unos billetes sucios a la caja chica de la campaña electoral y tampoco puedo adivinar si evadía la lectura de los periódicos cuando estrechaba la mano de Isaac Chavarría. Creo en su inocencia sencillamente, porque su culpabilidad no ha podido ser comprobada.
Lo que en cambio está fuera de duda es que nos hacemos indignos como país cuando usamos las endebles sospechas de un funcionario consular norteamericano como arma política. Esa visa no hace a nadie mejor o peor ciudadano y mucho menos puede ser admitida como la sentencia de un juicio francamente macabro en el que los afectados no tienen derecho ni a abrir la boca. Ruborícense entonces quienes emplearon la duda imperial contra Jaime Paz como una estrategia para robarle votos.
Lo triste del caso es que el jefe del MIR, aquel que quizás ahora mismo pasea incrédulo por las calles de Nueva York, ya no es el líder político que perdió la visa tras dejar el despacho presidencial. El hombre ha tenido que hacer dolorosas concesiones a cambio de este perdón extrajudicial. La que más lamento es la batida en retirada de su diplomacia de la coca, la política mejor concebida en materia de drogas, aunque claro, desde los intereses nacionales.
En esos años todavía pensábamos en que nuestra insólita situación de productores de la cotizada materia prima de la droga podía ser aprovechada para poner a rodar un discurso que rehabilitara dignidad y cultura propia para todos. Por aquella época, el consenso nacional residía en convidarle tazas de mate de coca a Fidel Castro o a la Reina Sofía.
Si vemos bien, la visa restituida a Paz Zamora es la misma que todos le quitamos años atrás a la coca y a la posibilidad de pensar con cabeza propia una política anti drogas ajustada a nuestras necesidades. Que no queden dudas entonces de que el veto que Estados Unidos levantó contra el jefe del MIR fue siempre político, porque si los funcionarios consulares se tomaran en serio su papel de jueces alternos del mundo jamás hubiesen tolerado, por ejemplo, que durante tantos años un peruano llamado Vladimiro Montesinos figurara en las planillas de la CIA.
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