La larga sombra de Pinochet
Como estaba calculado, Michel Bachelet es la presidente de Chile. Completará con ello, junto a Cristina y Dilma, el trío femenino que ha venido rigiendo las principales economías de Sudamérica. Toda una ventana al optimismo y las ganas de cambiar sin lastimar.
Sin embargo, una Bachelet reelecta puede avanzar hoy más allá de la anécdota de género. Está en condiciones de diluir las últimas prolongaciones del arcaico régimen de Pinochet. La democracia chilena florece bajo esa sombra testaruda, y si pese a ello, ha dado tantos frutos, cabría esperar muchos más si se deshace de esa adusta silueta militar.
La peor herencia pinochetista se llama “sistema electoral binominal”, una fórmula legal de traducción de votos en escaños, que rige desde que el dictador se retirara a su casa de campo para esperar el juicio de la Historia. Pinochet entendió que la única manera de eludir la prisión era garantizando, al menos, la mitad del poder político para sus protectores civiles. Convengamos en que tal proeza solo la podía emprender quien después de haber gobernado con puño de hierro, aún conservaba una reserva insólita de respaldo ciudadano. Otros tiranos carecieron de adhesiones y por ello, no fueron capaces de dejar un esquema institucional, que articulado a la gente, forjara una democracia a su medida.
No es casual por eso que 23 años después de que Pinochet dejó el Palacio y 7 años después de su muerte, al fin haya podido germinar un clamor para cambiar el binominal. Su implantación ha creado un duopolio que mima a dos coaliciones, concentradoras de la representación total del pueblo desde 1990.
El mapa electoral del país está dividido en circunscripciones y cada una de ellas se expresa mediante dos escaños. Al ser solo dos, ya queda descartada cualquier representación que no sea bicolor. ¿Hay sitio para un tercero o un cuarto? Ni en sueños. De ahí en más, el duopolio se consolida. Las dos fuerzas más votadas se dividen cada espacio en partes iguales y dejan al resto en la cuneta. La única variante consiste en que si una coalición acumula el doble de votos de la otra, se lleva las dos bancas. De ese modo, la regla doblega una realidad electoral que nunca estará tan concentrada como sí termina estando su reflejo en escaños. En Chile, una fuerza victoriosa se lleva cuando menos el 50 por ciento de la representación con solo tener un voto más que el rival.
Pero, ¿cómo ha sobrevivido un esquema semejante por más de dos décadas? Porque si bien borra de cuajo a las fuerzas minoritarias, las incentiva a participar dentro de las grandes coaliciones establecidas. Y es que solo en su seno, tienen alguna opción de competir. De hecho, como cada una prácticamente se garantiza un escaño por demarcación, por el solo hecho de existir; entonces la verdadera disputa se da entre miembros de la misma coalición que aspiran a ocupar el curul asegurado. Así, cada votante no solo escoge a su frente favorito, sino además al postulante interno más cercano a sus expectativas.
¿Cómo estamos por casa en materia de pinochetismo? Pues no muy bien. En Bolivia, la mitad del parlamento se elige también en circunscripciones y ocurre algo peor, no hay dos, sino solo uno en poder de la representación. ¿Hay acaso algo más perverso que el binominal chileno? Claro, el uninominal boliviano.
Comments