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Guerra sin fin


Israel, que es el Estado de un pueblo, que nunca antes tuvo Estado, parece hoy dispuesto a ocupar de nuevo la franja de Gaza. Sí, volver a controlar militarmente y de forma indefinida, un espacio territorial que tuvo el acierto de devolver a los árabes en 2005, pero que fue copado, un año después, y mediante los votos, por el movimiento Hamás. Israel entregó para perder, sí, para ver como la bandeja era servida sobre la mesa de su más afilado adversario. Vaya banquete. Los de Hamás hicieron de inmediato lo que estaba en su repertorio básico: perforar túneles y apuntar cohetes. Hamás provoca, le hace “cosquillas” a Israel, y éste responde desproporcionadamente, tirando a matar. No puede haber guerra quirúrgica en una de las zonas más pobladas del mundo. Para muchos, es su derecho a la autodefensa; para otros, una reacción deliberada para seguir socavando las bases de un Estado palestino, que no termina de nacer.

La solución al problema pasa por tantas concesiones recíprocas, que no hay generosidad en la Tierra para tanta dádiva. Israel tiene que ceder el Este de Jerusalén para que allí se instale la capital palestina; los árabes, a su vez, tienen que terminar aceptando, que Israel es una realidad irreversible, y que puede quedarse con la mayor parte del territorio en litigio. Del otro lado, el Estado judío debe aceptar el regreso de los refugiados palestinos, y en algún momento entregar el monopolio del uso de la fuerza, en las zonas cedidas, a un cuerpo armado árabe, que patrullará a escasos metros de su frontera. También tendrá que renunciar e incluso revertir los asentamientos de colonos judíos, sobre todo, el de Hebrón, que queda atrapado dentro de Cisjordania, es decir, bajo mando palestino. De su lado, los árabes tendrán que resignarse a la posibilidad de que nazca un Estado Palestino sin continuidad territorial, parcelado en dos, fracturado por la presencia consolidada de la nación judía. Así se ve el mapa de 1967 y la mayoría de las partes parece convenir en que esa es la forma oficial, que podría ir tomando la realidad en la zona.

Los obstáculos para llegar a un acuerdo como el descrito, casi un delirio a estas alturas del enfrentamiento, emergen de ambos bandos. Desde hace 8 años que los palestinos no pueden mostrar un rostro unificado. Hamás gobierna en la franja de Gaza, Al Fatah manda en Cisjordania. El primero niega la existencia del Estado hebreo; el segundo se muestra más conciliador, pero también, a veces, más débil para encarar al común adversario. Mientras Palestina siga teniendo un gobierno bicéfalo, no parece haber negociación posible en la zona. Con el alma dividida, cualquier concesión es traición, y cualquier acercamiento con el enemigo, un síntoma de debilidad bajo sospecha. Del mismo modo, en Israel, tendría que echar abajo las murallas, ponerle un alto al asentamiento de nuevos vecindarios judíos sobre territorio disputado y abandonar la idea de que solo sus tropas movilizadas son capaces de otorgarle tranquilidad a su población.

Si se revisa la lista de concesiones y trabas, la paz en Judea-Palestina parece aún algo inalcanzable. La declinación de Estados Unidos como policía mundial y el desorden provocado por la llamada “primavera árabe” solo alejan las posibilidades de una salida honrosa. El saldo es dolor y desaliento.

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