Enfermos y cansados
Mientras el llamado “imperialismo gringo” vive frecuentes transformaciones internas, sus enemigos se conservan inalterables. Y es que siempre resulta más cómodo aplicar la misma receta a cualquier situación, mientras analizar con rigor puede producir fatiga. Por eso, gozando la flojera de enorme popularidad, los gritos de “Obama asesino” proliferaron en estos días como hongos en tiempo de lluvias.
Pues resulta que el Presidente de los Estados Unidos ha logrado detener, ya de forma indefinida, una guerra contra Siria. Lo advertimos aquí hace 15 días; el pleito interno en el reino de Bashar al-Asad interesa poco a la Casa Blanca y a lo máximo que se quería llegar era a un jalón de orejas para cumplir con la formalidad de no quedarse de brazos cruzados ante la imagen estremecedora de niños envenenados desde el aire.
Ahora que los rusos le dan dado una salida honrosa al conflicto, obligando a Siria a que suscriba la Convención contra el Uso de Armas Químicas y que, en consecuencia, autorice a la comunidad internacional la destrucción de sus arsenales de sustancias mortíferas, Obama respira aliviado. Su discurso del 10 de septiembre de 2013, en el que opta por la diplomacia y descarta el empleo de las bombas, es una pieza retórica impecable, no solo por su pulcra manufactura, sino por la claridad de sus ideas. Obama no es Bush y sigue mereciendo el Premio Nobel de La Paz con el que en 2009, el comité noruego le dio la bienvenida en su flamante cargo.
El primer presidente afroamericano de los Estados Unidos no ha tenido miedo en decirlo: “estamos enfermos y cansados de la guerra”. Y claro, es atinado. Fue elegido bajo la promesa de retornar tropas, no de enviarlas a nuevos hervideros humanos. Obama sacó a los soldados que Bush mandó a Irak, y en 2014 hará lo mismo en Afganistán. Para Libia solo aceptó ataques aéreos con la meta de facilitar una transición política, y podría jurar que mientras esté a cargo, no habrá nuevas botas gringas en suelo ajeno.
Tampoco tuvo miedo de decir que Estados Unidos carece de motivos para remover a siniestros dictadores de sus palacios, porque al hacerlo, se tendría que hacer responsable de la situación posterior. ¿Puede haber una revisión más drástica de la política aplicada por Bush en Irak?, ¿cuándo vimos tanto sentido común en un gobernante imperial?
La doctrina Obama está edificando una pausa duradera en el impulso intervencionista de su país. Sin embargo tampoco se trata de un regreso al proverbial aislacionismo previo a la Primera Guerra Mundial. Es un enfoque realista que acepta que Estados Unidos ya no puede seguir siendo el policía del planeta y que cualquier acción bélica global tendrá que someterse al plebiscito, cuando menos, de las naciones más poderosas, entre ellas China o Rusia.
Se anuncia que el llamado imperio norteamericano será pronto autosuficiente en energía, es decir, ya no necesitará de petróleo extranjero para mover su economía. ¿No será acaso este inusitado desinterés por remover tiranos, un síntoma de aquel anhelo cumplido? Otro mundo está siendo posible y no es por los desinformados anti-imperialistas.
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