En la ruta de Damasco
Qué fácil se dice, invadamos. El poderío militar de la OTAN no tiene contestación. No solo siguen ahí sus fundadores de ambas orillas del Atlántico, sino doce países más, que antes eran piezas del bloque soviético. Es la mayor condensación de artes letales del universo. De modo que si los aviones europeos y norteamericanos empiezan a vomitar fuego sobre Siria, no habrá manera de sostener en pie al gobierno de Damasco.
El presidente de ese país, Bashar al-Assad, heredó el poder hace 13 años, cuando le tocó reemplazar en el mando a su fallecido padre. Lleva entonces ahí mucho menos tiempo que el que le tocó gobernar a su progenitor. En términos familiares, estaría apenas en la mitad de su mandato. ¿Por qué derrocarlo entonces? Con solo 48 años de edad, está en la flor de su existencia.
Dicen por ahí que la ciudadanía siria está pidiendo una democracia como la que impera en su frontera norte, en Turquía. Si la tuviera, podría derribar al Presidente sin tener que recurrir a la artillería. En 2007, los sirios acudieron a un referéndum donde se les pedía aprobar o rechazar la reelección de al-Assad. Un escuálido 2.3% de los electores votó en contra. Y claro, quién podría oponerse al jefe de Estado, si la vida del país está bajo el control de su partido desde 1971. La experiencia de comicios competitivos les es absolutamente ajena, pero también lo es la de un régimen clerical donde la religión es el principio y el fin de cualquier acción humana. El partido de la familia al-Assad, el Baath, que también gobernó en Irak hasta la invasión empujada por George W. Bush, es laico y se arraigó en distintas sociedades árabes, reafirmando la idea de un socialismo con ribetes efusivamente nacionalistas. Algunos opinan que ser militante del Baath es como ser peronista en la Argentina o chavista en Venezuela.
De modo que no nos engañemos. Quienes en 2011 tuvieron la audacia de salir a las calles para pedir democracia, imitando a los congregados de la plaza Tahrir en El Cairo, ya están a buen recaudo tras dos años de guerra civil. En cambio, quienes hoy pasean sus fusiles automáticos por las zonas donde el Estado ha sido erradicado, son militantes fundamentalistas de pañuelo negro, que quieren poner fin a un gobierno tan autoritario como ellos, pero de orientación secular. Y ojo, no es turco el modelo que desean implantar en Siria, es saudí, porque es de Riad de donde vienen las generosas contribuciones petro-dolarizadas. Así que si en breve los cohetes de la OTAN empiezan a pulverizar objetivos estatales en Damasco, le estarán abriendo paso, como ya lo hicieron en Libia, a destacamentos motorizados de enemigos jurados de la democracia.
Por lo tanto, que nadie se extrañe si las amenazas de la OTAN no se cristalizan o sencillamente se ejecutan de mala gana, como cumpliendo la formalidad de amonestar a un chico mal educado. Hace muchos meses que en Washington, Londres o París se ha perdido la fe en primaveras celebradas prematuramente como el brote de un inédito pluralismo amamantado por multitud de teléfonos celulares.
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