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El motor de la ONU


Vuelvo a La Razón tras un año y nueve meses de un silencio fecundo, necesario y propicio para la maduración de las ideas. He cumplido, casi por accidente, tareas de alta responsabilidad, que me han ayudado a ser una mejor persona. Recupero el privilegio y la responsabilidad de la palabra pública y espero que esta vez, sea para siempre.

Desde hoy y cada 15 días rendiré cuentas de lo aprendido. Mientras el país digiere los resultados de las elecciones en el Beni, prefiero referirme ahora a un gigantesco aparato burocrático, donde el 10 de enero de 2013, Bolivia cosechó una victoria enarbolando la hoja de coca. Me refiero a Naciones Unidas, sede de mis funciones durante 2011 y 2012.

La ONU es, en esencia, una plataforma retórica en la que 193 Estados intentan captar la atención de un auditorio que finge ser la mismísima Humanidad. Fue creada para evitar las guerras y por eso ha conseguido recluir en una sola habitación a los portadores de los ejércitos más letales del planeta: Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, China y Rusia. Este es el único círculo de poder efectivo de Naciones Unidas. Basta con que uno solo de los cinco se rehúse a respaldar una decisión para que todo quede paralizado. Así, la ONU será infinitamente poderosa si los cinco coinciden, pero será absolutamente irrelevante si al menos uno se desmarca. Bajo esta lógica, los peligros para la paz mundial son solo aquellos que amenazan en simultáneo a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

La otra actividad de la ONU consiste en dejar de lado los anhelos de cada país para así poder identificar lo que sería el interés del ser humano como especie. Pues bien, para que esto suene creíble, la organización discute y acuerda documentos. Por eso, la medida de éxito de cualquier diplomático en Nueva York es haber conseguido consagrar una idea en un texto aprobado por los 193 estados.

Para llevar a la práctica tales discursos, la ONU posee un ejército de funcionarios especializados en todo lo que la imaginación abarca. ¿Quiénes pagan sus gastos?: las cinco potencias citadas y otros 10 estados ultra-solventes como Japón, Alemania o Brasil. Estos 15 países acaudalados financian el 80% de los gastos de la organización. Gracias a este dato ya podemos precisar cuál es el motor de la ONU. No es, sin duda, la simétrica Asamblea General en la que cada estado es igual al otro, sino esa amalgama de potencias militares y conglomerados industriales. En última instancia, la fuerza predominante la conservan el poder de fuego y de gasto. Camuflando esa agria realidad, un barniz de discursos pomposos trata de crear la sensación de que una Humanidad existe y se hace audible.

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