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Dilemas de la oposición


Tengo la sospecha de que el flanco débil de nuestra democracia no es, como se denuncia a menudo, la omnipotencia del oficialismo, sino más bien, la minusvalía de la oposición. Como políticos profesionales, nuestros actuales gobernantes ya han cumplido sus más egoístas deberes: conquistar y preservar el poder. Ahora mismo avanzan hacia su tercera reproducción, la elección de 2014, que ya dan por asegurada; satélite, asfalto, bonos y pasto sintético mediante.

Los que han quedado y siguen en deuda con el país son los opositores. Por muy pocos que sean, a ellos les toca la obligación de vigilar a nuestros influyentes y poderosos izquierdistas que, cuando nadie lo esperaba, han logrado echar a andar uno de los gobiernos más estables y duraderos de nuestra Historia.

Pues resulta que sin una oposición digna de ser considerada, cualquier gobierno termina en la ruina. ¿Cómo esperar enmiendas serias de quienes toman las decisiones? Toda autocrítica desde un Palacio deriva siempre en autoinculpación y destitución inmediata, y, como es sabido, nadie se suicida y menos cuando está envuelto en la gloria. Lo sabemos por experiencia propia. Cada quien se enamora de sus proyectos, y es el último en reconocer desperfectos, así luzcan evidentes a ojos del público más pedestre. No es vanidad o sed de poder, perseverar en el error es apenas un imperativo clásico para todo ser orientado a la acción ininterrumpida.

De modo que no queda opción. Solo a los opositores le corresponde anotar y divulgar las fallas y tropiezos de los timoneles del Estado. Es su única labor hasta que les toque encargarse de hacer mejor lo que tanto criticaban. Esta sencilla cualidad es la que diferencia una democracia de una dictadura, es decir, la posibilidad de institucionalizar la disidencia, dotarle de un cauce constructivo y transformarla en una maquinaria eficaz de crítica oportuna. Carecemos de aquello acá, desde 2006.

Tres campos parecen delinearse hoy en el patio de la oposición. Un flanco desde la izquierda, encarnado en el MSM; un ala de derecha, con Demócratas de Rubén Costas, y una opción aún imprecisa alrededor de Doria Media y el Frente Amplio. Podría decirse que se trata casi de un trípode, ensamblado para esperar la caída del coloso. Cuando el MAS sucumba, cada uno hará lo suyo con cada escombro recuperado. La gran duda es: ¿quién se llevará la mayor parte? Todo dependerá de la lección que extraiga el electorado en caso de presenciar un posible naufragio del evismo. Si los votantes rechazaran a fondo el proyecto en actual apoteosis, quizás busquen la carta más adversa del espectro: Demócratas. Si, en cambio, solo aspiran a sustituir a la dirigencia, manteniendo en esencia el rumbo, entonces podrían inclinarse por el MSM.

¿Queda algún lugar para Doria Medina? Seguramente sí, aunque tendrá que ser su fuerza política la que decida si se inclina por la continuidad reformada sin Evo o por la ruptura más profunda. De esa decisión dependerá también si compite en votantes con Costas o con Del Granado. Ya posee armas suficientes para hacerlo, hoy que Germán Antelo y Loyola Guzmán integran el Frente Amplio. Está al medio, y quizás de unas elecciones primarias dependa si queda comprimido por sus flancos o se abre cancha a codazos.

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