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¿Es China el nuevo amo global?


Cada vez con mayor frecuencia, el mundo desearía saber si el desmesurado crecimiento de la economía china durante la última década, derivará, tarde o temprano, en supremacía política y militar, una muy parecida a la que caracterizó a los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Muchos se preguntan entonces si al siglo americano, le sucederá un siglo chino o cuando menos asiático.


En ese contexto, se ha puesto de moda pronosticar el año exacto en el que China ocupará el lugar de los Estados Unidos en las estadísticas internacionales. Para nosotros, latinoamericanos, esta discusión podría resultar ociosa. Más que averiguar si tendremos nuevo amo, deberíamos quizás analizar el modo de suprimirlo.


Yendo un poco más lejos, tal vez lo esencialmente relevante sea, en realidad, comprender cómo nuestras economías podrían articularse o terminar articuladas con el crecimiento de China; y qué efectos emergen o van a emerger de dicha vinculación. En palabras simples, ¿qué nuevo papel cumplimos nosotros en un mundo organizado bajo los ímpetus de una economía que se va transformando rápidamente en dominante?


Por los datos observados, China ha ayudado a que la crisis económica que asoló a varias potencias del norte, en especial a Estados Unidos y Europa, llegue muy atenuada a América Latina. Si se revisan cifras, se percibe una arriesgada complementación entre el coloso asiático y nuestro continente. En los últimos diez años, todos nuestros países, con la notable excepción de México, le han vendido a China toneladas de materias primas. Incluso Brasil, edificadora de una industria sofisticada, ha sucumbido ante la tendencia. Daría la impresión de que la industrialización de China empalma con la re-primarización de América Latina. Ellos se transforman en una factoría del planeta, mientras nosotros nos limitamos a ser sus acaudalados proveedores de recursos sin procesar.


Durante años hemos criticado desde América Latina los términos onerosos de intercambio por los cuales especializarse en vender minerales a quienes los funden y transforman en automóviles o tractores, era la peor de las decisiones. Pues esa es una preocupación que no sé cuándo hemos perdido. Parecería que hacer tratos considerados asimétricos con los seguidores de Mao los ha terminado santificando. ¿Hay acaso alguna razón para pensar que bajo bandera roja se disuelve la dependencia y el dominio?


Creo haber encontrado una explicación simple para este arrobamiento latinoamericano. A diferencia de Estados Unidos, China exige muy poco de sus socios. Si en el pasado, Beijing aspiraba a dirigir el Tercer Mundo desde el comité central del partido comunista, hoy solo suma ganancias monetarias. Dicha indiferencia por el orden político ajeno, la convierte en seductora. Así, cuando uno se aproxima al nuevo poder, no recibe sermones ni consejos de vida virtuosa; solo análisis contables y proyecciones de ganancias. Quién sabe los chinos sean los primeros capitalistas químicamente puros.

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