Navegar en zig zag: Fernando Calderón
Rafael Archondo
Fernando Calderón es voz autorizada. Sociólogo con mayúsculas -se doctoró en París- es uno de los pensadores bolivianos más conocidos fuera de nuestras fronteras. Confiados en su trayectoria, decidimos ponerlo frente a una pregunta cardinal orientada a resolver el enigma del atraso nacional: ¿Dónde está la senda de nuestra modernización?, o lo mismo, pero formulado de manera distinta, ¿cómo dejamos de ser uno de los países más rezagados del continente?
De cuando en cuando se le escapa un “entendés” delator de su estadía en Buenos Aires, cuando fungía como secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). De pronto el uso casi involuntario de la palabra “maladie” (enfermedad) lo remite a la Francia de sus estudios de doctorado en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París. Más tarde, un par de referencias irónicas sobre la concepción del tiempo en Cochabamba nos recuerdan su labor de cinco años al mando del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES), fundado por él en la capital del valle. Minutos después el hombre habla con conocimiento pleno sobre la sociedad chilena, en cuyas aguas navegó hasta arribar a la licenciatura en sociología para después dar clases en las aulas de Valparaíso. No hay nada que hacer, el paceño Fernando Calderón Gutiérrez transporta en su hablar cotidiano los sedimentos de una vasta experiencia internacional.
En 1979 concluyó sus estudios en la capital francesa y desde entonces ha enriquecido la bibliografía boliviana lanzando vistazos incisivos sobre la realidad urbana y campesina del país. En su vida académica ha mirado por ejemplo “la política en las calles” (1982), los “movimientos sociales y la concertación nacional” (1984) o recientemente, junto a Roberto Laserna, las “paradojas de la modernidad” (1994). A mí me permitió, el año en que salí bachiller, deambular por “la fuerza histórica del campesinado” (1984), una estupenda compilación de textos que congregó en un voluminoso libro junto al antropólogo Jorge Dandler. Hasta hoy se lo agradezco.
En Naciones Unidas
Calderón tiene su concentración reposada en los trenes de letras encarrilados sobre el papel. Lee con avidez los últimos escritos de Manuel Castells transformados en tres tomos, “El Poder de la Identidad”, una ambiciosa reflexión en inglés sobre las culturas y movimientos sociales del mundo ante el ímpetu de la globalización. Esta entrevista lo sustrae de la mirada absorta y lo invita a hablar sobre los centenarios dilemas que enfrenta Bolivia al buscar el bienestar de sus habitantes. La charla fluye sobre su escritorio de asesor en desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Desde allí, a orillas de la avenida Mariscal Santa Cruz de La Paz, iniciamos una travesía mental preñada de interrogantes: ¿algún día Bolivia llegará a ser un país moderno?, ¿cuándo y cómo saldremos del atraso?, ¿cuál es la fórmula para acceder al desarrollo? Preguntas comunes y corrientes que de tanto formularse y responderse de tantas y vanas maneras ya hasta parecen irrelevantes. Sin embargo el éxito reciente y vertiginoso de los países del sudeste asiático, algunos tan pobres como Bolivia hace sólo dos décadas, le ha devuelto actualidad al tema.
Calderón corre primero detrás de las causas de nuestra postración nacional. Encuentra que no estamos mal por falta de recursos naturales o ganas de vivir mejor, sino simplemente porque nuestras instituciones no funcionan. Él recuerda que la gente no cree en ninguna, salvo en la Iglesia o los medios de comunicación. No es para menos, a diario somos pasto del escamoteo, la ineficacia y la negligencia. Quizás por ello los bolivianos que emigran del país progresan y por ello prefieren no regresar. Calderón lo vio personalmente en Buenos Aires donde los responsables de contratar personal para las construcciones preguntan primero quién es boliviano para luego dar paso a la selección de los mejores. Esto llega al extremo de que los argentinos del norte prefieren mentir diciendo que vienen de Bolivia a fin de conseguir trabajo en Buenos Aires. “El boliviano tiene fama de trabajador, de honrado”, confirma Calderón. A eso se le llama en los terrenos académicos, “capital social” y de acuerdo a las teorías en boga es el patrimonio más importante para avanzar hacia el desarrollo. Un país no puede ser rico ni competitivo, sino tiene una población laboriosa, creativa y emprendedora. La nuestra no está tan mal como suponemos muchas veces, Bolivia exporta médicos, ingenieros, albañiles y hasta jornaleros agrícolas de gran demanda.
Lo curioso es que ese mismo boliviano tan requerido en el exterior se comporta de manera perversa cuando se pone al mando de sus instituciones. Allí sólo engendra corrupción, incompetencia, tráfico de influencias... el pan de cada día para nuestros periódicos. ¿Qué pasa entonces que no podemos institucionalizar en el ámbito público aquellos valores que imperan en la vida privada y social? Calderón tiene ideas claras al respecto. La laboriosidad del boliviano guarda relación con sus tradiciones comunitarias y el compromiso solidario que cada uno adquiere con su entorno humano. Nuestra población asume con agrado el respaldo fraterno, el apoyo al desvalido, la compasión por el caído. Esa es, a juicio de nuestro entrevistado, una gran ventaja comparativa con respecto a otros países. El ejemplo no da lugar a dudas: no es lo mismo ser pobre en Bolivia, que serlo en el Brasil, donde cada uno está librado a la mano de Dios. Pero sucede que ese recurso preciado al que podemos bautizar como “lazo social” adquiere rasgos sombríos cuando se traslada a las instituciones. Allí la solidaridad se transforma en clientelismo, la dialéctica del don en nepotismo y el apoyo al “desvalido” en patrimonialismo. De pronto los grupos, sean estos de partido, amistad, colegio, club o logia, se adueñan corporativamente del patrimonio colectivo; verdaderas tropas de asalto del erario común. Entonces lo que es bueno para la sociedad porque modera los gestos severos de la pobreza, resulta siendo catastrófico para las instituciones donde consagra lo ineludible de la “muñeca”, la coima y el saqueo encubierto.
“Esto tiene que resolverse, afirma Calderón dejando traslucir un cierto hastío por la inercia de las cosas. Frente a ello muchos han planteado disolver el lazo social, acabar con esa fraternidad a veces cómplice, a veces entrañable de los bolivianos, y a eso le llaman modernización. Fernando Calderón apuesta por otra vía, él señala que el reto consiste en desarrollar una cultura institucional moderna, sin acabar por ello con el lazo comunitario. Es decir, vincular fecundamente lo solidario con lo eficiente.
Paradojas inútiles
Nuestro entrevistado ha observado con cercanía el milagro económico del sudeste asiático, un paradigma del desarrollo actual. Allí Calderón siente que sus ideas consiguen asidero. Los coreanos, malayos, indonesios y mucho antes los japoneses, ensayaron con éxito aquello de modernizarse sin perder su identidad. No lo hicieron por obstinación o amor a la diferencia, sino porque comprendieron que su cultura hacía que la modernización diera mejores frutos que los que había ofrecido en occidente. De esa forma nació una fórmula ferozmente competitiva entre la alta electrónica y la filosofía de Confusio, amalgama que los ha transformado en verdaderos bastiones de la economía mundial. “Allí la cultura determinó la economía”, asegura Calderón quien hace algún tiempo estuvo dando conferencias en Corea. Pero lo que se echa de menos en el modelo asiático es la participación política, perviven aún esquemas autoritarios de gran eficiencia, aunque de magra democracia. Si nosotros ensayáramos con esas ambiciones tendríamos que hacerlo votando, discutiendo y llegando a acuerdos. Faltaba más, con lo que nos gusta.
Navegar en zig zag
La postura de Calderón nos invita a una modernización que tenga como ingrediente principal nuestra propia manera de ser. Es el matrimonio entre la mejor tecnología, los ideales de la competitividad y la inserción del país en la economía mundial con las ancestrales formas de organización comunitaria y la cosmovisión de aymaras, quechuas, amazónicos y criollos. Para ello se requieren movimientos sociales autónomos y fuertes, con capacidad de negociación, representaciones firmes de la diversidad social. Que todos hablen con voz propia y serena.
Pero para completar el sueño requerimos navegar en zig zag, a favor y en contra del viento, con mano activa y soberana. Calderón se hace eco de Albert Hischman, quien dice que el drama de América Latina es no haber hecho coincidir el crecimiento con la distribución.
Hemos oscilado entre una distribución populista e irresponsable y un crecimiento concentrador y excluyente. Desarrollo sí, pero sin aumentar las brechas sociales; más riqueza sí, pero adquirida y consumida equitativamente. Calderón acaba de leer un estudio sobre Chile y allí pasa lo que tanto teme: los ciudadanos están mejor en lo económico, pero su alma es presa de la desolación, anímicamente se sienten peor. Quizás se deba a que el desarrollo los ha privado del contacto humano, la risa, la charla perezosa al final de la tarde.
Divididos
“La unión hace la fuerza” rezaba circularmente en las monedas de antaño. No es casual, los bolivianos podemos ser muy solidarios, pero también muy faccionales. Los frecuentes pleitos son la contracara de tantas asociaciones, confederaciones, clubes y comparsas. Calderón va más allá, para él el faccionalismo es el cáncer que descompone el lazo social. Fiesta para litigantes, tinterillos y juzgados. De manera que si el conflicto es intrínseco a nuestra naturaleza cultural, es preciso ir moderando sus consecuencias mediante instituciones fuertes. Volvemos pues al dilema central del principio: ¿cómo hacer funcionar entidades capaces de integrarnos en una sola voluntad modernizadora, pero sin tener que renunciar a nuestros cimientos culturales más valiosos?
Quiénes
Otra pregunta central: ¿qué sectores sociales y económicos pueden modernizar el país? Fernando Calderón no alberga muchas esperanzas en las élites empresariales bolivianas más habituadas a vivir de sus rentas que de la multiplicación competitiva y sagaz de su riqueza. “¿Cuántos empresarios puntuales hay”, pregunta con ironía relojera y deja escapar una ironía de yapa: “este país tiene un gran futuro, porque todo se deja para mañana”. De manera que las capas empresariales bolivianas carecen de ese espíritu aguerrido que podría llevarlas a conquistar mercados.
No ocurre lo mismo con los pequeños productores a cuenta propia. Calderón recuerda lo que muchos ya han subrayado, en los talleres de El Alto hay más racionalidad económica que en muchos círculos bancarios del centro de La Paz. Y luego lanza lo que él mismo llama una insolencia: existe mayor complementación entre los microempresarios aymaras y los hombres de negocios cambas, que entre éstos últimos y sus pares de La Paz. “Los cruceños se tienen que aliar con esos cholitos a los que siempre despreciaron y nunca entendieron, porque trabajan más o igual que ellos”, recomienda.
Finalmente nuestro entrevistado deposita su fe en los campesinos, quizás no en los más pobres, pero sí en aquellos que han logrado, como en Cochabamba, diversificar su producción. Allí también habría alientos de una modernización en zig zag como la recomendada, una que acumule y distribuya según las necesidades, que masculle el inglés sin perder el quechua, la máscara de diablo sobre la última IBM...
Seria advertencia: Las reformas, por la senda regresiva
Fernando Calderón ha hecho, junto a Roberto Laserna, uno de los análisis más globales de las reformas económico-sociales emprendidas en 1993. Para ello ambos autores emplearon un procedimiento que no por agudo deja de ser didáctico. En “Paradojas de la Modernidad” (1994) analizan las tres reformas principales de Goni: la capitalización, la participación popular y la reforma educativa. Para cada una de ellas plantean dos salidas, una regresiva y otra progresiva. Tres años después Calderón actualiza sus puntos de vista. Él cree que si bien existe una continuidad entre ambas gestiones gubernamentales, proliferan, no sólo desde el 6 de agosto de 1997, tendencias preocupantes que conducen a un escenario global regresivo. La culpa de ello no es sólo de las autoridades, sino también de la ausencia de actores sociales fuertes dotados de una comprensión cabal de la realidad. Pero, ¿en qué consiste ese panorama? Veámoslo detenidamente.
Capitalización
La entrega de acciones de las empresas estatales a distintos socios estratégicos no ha dinamizado la economía ni ha creado empleo. Calderón señala que sólo se han generado enclaves de eficiencia y acumulación que no alcanzan a arrastrar al resto de la economía nacional. La locomotora para los sectores empresariales nativos no marcha.
Participación Popular
En cuanto a la descentralización vía municipios, el panorama no es tan oscuro, pues también hay lugares despejados o grises. Calderón recuerda que esto se debe a que la dinámica social y política en los municipios es más variada. Entonces tenemos tres realidades, una en la que prima el clientelismo, alcaldías digitadas por los partidos, el Estado central o los caciques de turno; otra en la que la autonomía de la localidad es un hecho y se avanza hacia el desarrollo con iniciativa propia, y situaciones intermedias de un forcejeo aún no resuelto. Pero el gran problema es que mientras no haya crecimiento económico con capacidad de integración, no hay salida visible para nadie. De lo que se trata justamente es de que las reformas conformen un sistema y no funcionen aisladas, pero eso no ha sucedido.
Reforma educativa
Al abandonar la residencia de San Jorge, Sánchez de Lozada reconoció con pesar que los cambios en la educación no habían marchado como esperaba. Lamentó no haber creado un ministerio especializado en la reforma. Calderón encuentra aquí la clave del desencanto general. Si la educación estuviera cambiando más aceleradamente, se estaría produciendo ahora un gradual encadenamiento virtuoso entre todas las reformas. Los inversionistas se sentirían atraídos por una mano de obra nacional mejor calificada, impulsarían nuestro crecimiento y los municipios entrarían en una dinámica distinta, producto de un país más competitivo. Como eso no ha ocurrido el panorama actual convalida vaticinios apesadumbrados. Queda el consuelo, recuerda Calderón, de que la primera demanda ciudadana en las encuestas es una mejor educación. Eso muestra que la población busca activamente la modernidad. Mientras ese “capital social” esté en nuestras cuentas nos quedan fuerzas para soñar.