La prensa bajo examen: Lupe Cajías
Con los periodistas es mejor no meterse, murmuran los afectados. Saben que en los púlpitos comunicacionales moran seres poco dados al enjuiciamiento de sus propios sermones. Las visiones de Lupe Cajías, periodista e historiadora, conforman este deseo de evaluarse sin temores
Sagaz detective o escritor esforzado, hábil político o sacerdote de confesionario, un periodista suele ser un poco de todo eso, pero también nada de ello en particular. A veces creo que simplemente nos faltaron agallas, talento o sencillamente ganas para meternos de lleno en los laberintos del poder, pero también para alejarnos por completo de ellos; de ahí que atisbemos apostados en el umbral.
Duro afán el nuestro, firmes aliados de los poderosos por la mañana, a fin de extraerles primicias; renovadamente enemistados al alba por haber perpetrado la dulce venganza que otorga quedarse sentados en la soledad de la redacción, con el titular en la yema de los dedos y la reputación o ruina de tantos pendiendo de nuestra voluntad.
Pero tampoco nos pasemos de masoquistas, el periodismo tiene todo lo que de sublime y perverso poseen los otros oficios, la diferencia está en que se practica a mansalva, cansancio y nocturnidad, de cara al público y con frecuencia diaria. Ahí nos definimos, dioses y alimañas al mismo tiempo, dueños a espasmos de un mundo que nos es básicamente ajeno, del que salimos expulsados antes del cierre de edición y en el que nos infiltramos siempre, ya sea como bandadas de buitres o como inquisidores autoelegidos de la conciencia ciudadana. Y así estamos, entre las instituciones más confiables para la gente, por un lado; y entre los segmentos más vulnerables a los deleites del poder, por el otro. Parece que una vez más urge mirarse al espejo.
Al hacerlo surge lo paradójico: aunque los miembros de la prensa nos especializamos en mostrar realidades vedadas al ojo del individuo común, hemos sido poco transparentes para exhibir nuestra propia condición. Los periodistas sólo son noticia cuando intercambian o ganan premios, nunca en su sacrificio nocturno o sus miradas angustiosas sobre la superficie del reloj; el origen de muchos de nuestros yerros. Con el propósito de enmendar esta falta de autocrítica, conversamos con Lupe Cajías, la mujer que enseñó a muchos a conjugar el periodismo con la Historia, aquella que al hablar ante nuestra grabadora pasea con sus ojos oscuros los cristales de su amplia ventana, espléndida vitrina del Montículo, el parque de su infancia pasada y de su madurez presente.
Nos pusimos de acuerdo en hablar sólo de la prensa, el “alma mater” del oficio, esa escuela básica que debiera habilitar para los demás lenguajes (aquí no ocurre, se salta a la tele sin saber escribir bien, pero esa ya es ave de otro corral).
Rebeldes
Lupe combina optimismos y pesimismos en dosis casi equivalentes. Opina que nuestro periodismo no ha perdido un rasgo esencial que lo hizo memorable, su palabra rebelde e inconforme, un fuste certero sobre los hechos reprobables, el espíritu contestatario. Este talante fue forjado en el hierro de las dictaduras y a pesar de la irrupción cada vez más ampulosa de un estilo manso y complaciente en los años 90, no se ha disuelto. El periodismo boliviano, dice Lupe, mantiene todavía un ser vigilante y orientador, “a pesar de sus errores, sigue diciendo las verdades”, la paráfrasis a Gabriel René Moreno.
Y tras la arena, viene la cal. Lupe Cajías sostiene que la aparición de una televisión privada muy competitiva ha transformado perversamente a los periódicos. En vez de cubrir los déficits de la pantalla chica y entregarse a la reflexión, los diarios han preferido imitar la frivolidad audiovisual dando ventaja a las sensaciones pasajeras. Mala respuesta, pues lo único que han logrado es entronizar la declaración del ministro, el líder político o el dirigente sindical como esencia de la noticia. Ya no son los hechos, advierte Lupe, sino las frases de los personajes las que hacen impacto. Así, la mayor parte de los titulares están construidos en los andamios de afirmaciones sesudas o ligeras, meras transcripciones de palabras argumentadas frente a un pelotón de micrófonos ávidos del verbo textual. Atrás quedaron las crónicas de los hechos, el contraste de varias opiniones, las vinculaciones con el pasado reciente, la fibra analítica. “Esto hace que el periodista sea visto como una persona cada vez más superficial, ya no es el intelectual, poeta y bohemio de antes que había leído muchos libros y que por eso escribía, ahora nos toman con menos seriedad”, lamenta.
Y realmente son pocos los que abandonan el triste papel de notarios, indagan con discernimiento propio, auscultan los antecedentes y extraen de las declaraciones los acontecimientos que mueven nuestra historia diaria. Qué poco se describe, qué poco se observa, todo fallece junto a la palabra muerta, el adjetivo y la frase altisonante. Lupe recuerda que antes era necesario mostrar al lector el ambiente en el que se desarrollaba la noticia, por lo que el periodismo lindaba más con la literatura que con la sociología. Hoy esa exigencia casi ha desaparecido, aunque como en todo, brillan las excepciones.
Aves nocturnas
Otro problema que pocos ciudadanos conocen es la sobrecarga de trabajo en las redacciones. Los periodistas del teclado padecen horarios invertidos cual médicos o bomberos de turno, con la distinción de que en su caso la vigilia es casi permanente. A ello se suma un burdo criterio cuantitativo: cada uno debe producir un promedio de cuatro o cinco noticias diarias, muchas de ellas hermanas mellizas de las que envían las agencias nacionales de noticias contratadas con fines poco eficaces por los propios periódicos. Para el caso, dichos cables sólo sirven para comprobar si la redacción ha cubierto las informaciones producidas durante la jornada, una especie de costoso jefe de personal. Es por eso que los periódicos de La Paz se sienten irremediablemente derrotados cuando publican una noticia de agencia, equivale a confesar que no se estuvo allí para elaborar un texto propio. Y así, el escaso personal duplica esfuerzos insulsamente redactando aquello que con peor o mejor estilo le llega por el teletipo.
Al recordar esta realidad, Lupe dice que estamos atrapados por la falsa creencia de que lo mejor es tener muchas noticias. En el mundo actual, los diarios hacen exactamente lo contrario, presentan pocas, pero tratadas a profundidad. El sentido común lo hace patente: uno compra periódico, no para enterarse otra vez de lo que ya vio en la televisión o escuchó en la radio, sino para ganar en comprensión, en goce reflexivo. De tal suerte que trasponer actitudes televisivas al papel no deja de ser un error funesto.
Nuestra entrevistada advierte que la labor periodística siempre fue sacrificada y mal remunerada, pero que igual se la practicaba con tesón porque todo trasnoche quedaba bien compensado por la obra, la belleza estilística y conceptual, el reportaje relumbrando bajo su camisa de tinta. En nuestros días tal autoexigencia está en franco declive, hay que hacer todo rápido y fugaz, borrar la huella, firmar muy poco.
Cabezas prestadas
La superficialidad en la que se precipita la prensa actual la lleva también a “prestarse cabezas”. Una práctica frecuente es la de recurrir casi a diario a los llamados “analistas” a fin de suplir la falta de criterio propio para enjuiciar lo que ya se cae de maduro. Lupe lo dice con ironía: “Es común recurrir a falsos gurúes, esos que nos están acostumbrando a hacer declaraciones sobre el fútbol, el precio de las mandarinas o el conflicto serbio-bosnio”. Opinan sobre todo con autoridad sobrada, carentes de límite y modestia, mientras los diarios que los acogen despilfarran así a sus periodistas, testigos de primera fila de los sucesos y por sólo ello, mejor habilitados para juzgarlos.
Lupe Cajías aconseja a sus colegas que en caso de necesidad acudan a auténticos especialistas en cada uno de los temas, pues los hay muy buenos para todos los temas de actualidad.
Un último elemento negativo inventariado por nuestra entrevistada es la ausencia crónica de renovación. Después de una última camada surgida en lo que va de esta década, no hay, a su criterio, periodistas nuevos que destaquen por su rigor, preparación y agudeza. Eso, constatado bajo una auténtica explosión de carreras de comunicación social en todo el país, es poco menos que una invitación a la perplejidad.
Los logros
Ahora unas pinceladas gruesas de optimismo. Lupe Cajías destaca por ejemplo la aparición de medios de comunicación regionales que han empezado a restarle lectores a los periódicos paceños. La prensa cochabambina y particularmente la cruceña vienen ganando franjas de audiencia cada vez más anchas.
Por otra parte, a medida que la democracia se fue transformando en norma de convivencia social, la prensa escrita es ahora el espacio más abierto para el pluralismo ideológico. Esto ha incentivado la cultura de la tolerancia y el apego al debate franco.
También es destacable que todos los directores de periódicos tengan aún un mayor peso periodístico que empresarial, lo cual da cierto cobijo a los buenos profesionales.
Son destacables además los esfuerzos por dar voz a sectores que no se encuentran dentro del triángulo informativo de la plaza Murillo. Las radios de base y sus deseos por seguir sentando soberanía en lugares perdidos del territorio nacional son un ejemplo de ello.
Lupe Cajías recomienda que del activo control social que cumple la prensa en la actualidad se salte al seguimiento. Eso quiere decir que no sólo se detecten las fiebres, sino que se persigan sus causas y se ayude a plantear remedios. Eso es algo que sólo se logra con buenos archivos, acceso al Internet y abundantes lecturas. ¿Será viable esto cuando se escriben cinco noticias al día y se cubren siete fuentes al mismo tiempo?
Un debate que recién empieza ¿Qué hacer con los oligopolios?
Bolivia llega tarde. En otros países existen empresarios que desde hace décadas controlan redes de televisión, diarios y radioemisoras, y por ende las tonalidades de opinión de millones de personas. En España, el grupo Prisa controla incluso parte de la industria editorial y cinematográfica.
Lupe Cajías no cree que haya fórmulas preestablecidas para juzgar el fenómeno de la concentración de propiedad mediática. Habrá que ver la realidad concreta y sus aristas específicas. En nuestro país, oligopolios de este tipo han empezado a erigirse gradualmente desde hace dos años.
Cajías lamenta que al mismo tiempo que se acallan algunas voces locales, se estén fundando imperios que encarnan los intereses de un puñado de propietarios. También le preocupa que cada vez más políticos adquieran medios de comunicación o se conviertan de la noche a la mañana en periodistas a fin de controlar más directamente los flujos informativos. Pero el problema más serio se presenta cuando un consorcio de medios tiene inversiones en otras áreas de la economía. En ese momento la información ya no puede discurrir tan libremente, pues existe un nítida colisión de intereses. ¿Podrá ser ecuánime un diario o un canal de televisión, cuyo propietario posee además otras empresas? Ahí se abre un preocupante agujero negro para la libertad de expresión.
Leyes
Frente a tal peligro, Lupe Cajías recuerda que en otros países existen leyes anti-oligopólicas muy claras que prohiben, por ejemplo, a un dueño de periódicos tener además canales de televisión y radioemisoras. Cada empresario debe especializarse en un solo rubro mediático. Por otra parte, el Estado obliga a que las empresas dedicadas a la comunicación publiquen su composición accionaria y las inversiones que tienen en otras ramas de la economía. Así la ciudadanía puede distinguir dónde está la frontera entre los intereses comerciales y los informativos.
De la misma manera, otros países deploran legalmente que una persona ejerza funciones públicas y actúe como periodista al mismo tiempo. Con ello se quiere impedir que el rol de formador de opinión pública se confunda con las causas individuales.
El marketing
Otro de los fenómenos que acompañó a la aparición de oligopolios mediáticos en Bolivia es la actual guerra del marketing por las audiencias. Hoy, los quioscos de periódicos se parecen cada vez más a tiendas de barrio, en las que cada publicación viene acompañada de una muñeca, un disco, una pelota o fragmentos de una enciclopedia. Los canillitas vocean cada vez menos las noticias, y se ocupan de promocionar productos. Lupe Cajías afirma que estas estrategias de mercadeo no han sido muy efectivas en otras latitudes, porque han tenido por resultado curvas de venta muy irregulares. Como el éxito en el tiraje depende del regalo en cuestión, el público lector se ensancha artificialmente. Una vez desaparecido el incentivo, deja de adquirir el diario. Lupe recuerda que los periódicos de gran tradición en el mundo se han rehusado a ingresar a estas prácticas, incluso cuando vieron reducidos sus tirajes, y han optado por seguir usando viejas tácticas como la buena cobertura informativa o la aceptable calidad de los textos. Eso es lo que a la larga agradecen más quienes, por extraño que ya parezca, compran el periódico para leerlo.