Dos inconformes al habla: Tapia y Yaksic
Luis Tapia y Fabián Yaksic son un par de intelectuales de fuste distinto, ejemplares de una “fauna” pensante que creíamos en extinción, hombres de libro y polémica, con ambiciones y sueños como cualquiera, pero, pese a ello, no reclutados por la “politología” de los 90, esa que predica a diario la resignación, la gobernabilidad y los buenos modales para con el sistema político. El año pasado publicaron un libro minado de provocaciones y sucumbimos a todas ellas
Ninguno muestra un semblante particularmente subversivo. En su “cuartel general”, plantado en el barrio paceño de Auquisamaña, tampoco dominan las clásicas imágenes guerreras tan caras a las posturas de la izquierda radical. El rostro sereno del Che se extravía en las paredes de un altar doméstico compuesto por el gran rompecabezas de imagen turística, cuadros del genial Alejandro Salazar y una gorda colección de las ocurrencias coloreadas de Quino. Un ajedrez esperando la primera movida reposa imponente sobre la mesa de la sala. Al filo del patio soleado, escritorio, computadora, mesa y estantes contienen con esfuerzo la avalancha de documentos, libros y prospectos que le ha caído encima. Desde ese rincón, Luis Tapia y Fabián Yaksic maquinan libros en su flamante “Muela del Diablo, editores”, la letra eme encajonada en la silueta del célebre cerro suburbano.
Luis es tarijeño, aunque su pelo largo y su barba castaña nos remiten más bien a Nazaret; él mismo se ríe cuando Fabián pronuncia sarcásticamente la palabra “Mesías” mientras lo mira con intensidad. El “pelón”, como le dicen sus amigos, es filósofo con maestría en ciencia política, ha escrito varios ensayos de prosa impecable y dirige desde hace un par de años un curso de postgrado en la UMSA.
Fabián, su compinche, es paceño, se proclama autodidacta y editor compulsivo de cuanto texto valioso caiga en sus manos, son días en que comanda una máquina de imprimir.
Ambos nacieron a principios de los 60 y pertenecen a una nueva hornada de intelectuales de izquierda poco propensa a sentirse culpable por los yerros de una UDP que presenciaron a lo lejos, desde las aulas de la universidad.
El año pasado publicaron un libro bautizado como “Bolivia, modernizaciones empobrecedoras”, siete ensayos provistos de ideas que ya se nos habían olvidado a fuerza de tanta prédica anestesiante que domina nuestros círculos intelectuales. Estos dos “locos” desoyen sin ruborizarse los llamados a la prudencia destilados por “politólogos” de temporada, se burlan de gobernabilidades y horas de consenso, y por si fuera poco, no tienen miedo en decir que las reformas emprendidas por Sánchez de Lozada no son ni progresistas ni revolucionarias, sino todo lo contrario, castrantes de nuestra energía social, mitigadoras de los impulsos verazmente democráticos de la base y sutiles mordazas con las cuales el Estado engulle la savia de posibles autogobiernos. El suyo es un texto poco apto para admiradores de Goni o quizás por eso dedicado a ellos.
Este caballero
Comenzamos el diálogo flanqueados por sendas tazas de café y un termo que promete prolongar la tarde. Lo más urgente en esta entrevista es detectar los rasgos de su “locura”, de manera que... ¿cómo es posible que mientras el 90 por ciento de los intelectuales que en algún tiempo llamamos de izquierda, defienden con pocos matices las reformas de Goni, ustedes naden contra la corriente? Fabián reacciona desactivando con humor la etiqueta de testarudos impuesta por este periodista: “No es porque no nos hayan ofrecido una ‘pega’ en el gobierno anterior”, se trata más bien de un síntoma de inconformismo puro y simple. Para explicarlo dibuja un cuadro: dentro de la mediocridad imperante en la llamada clase política boliviana, aparece un caballero como Gonzalo Sánchez de Lozada, abastecido de una áurea intelectual, deseos de integrar en su proyecto a hombres y mujeres lúcidos, y todo el mundo “pierde la cabeza”. “Nosotros no nos entusiasmamos con tan poca cosa”, aclara.
Hasta aquí la seducción de un político sobre un segmento letrado de la población, pero Fabián prosigue. Dice que los seducidos tienen además un gran complejo de culpa, pues se sienten responsables del descalabro de la UDP, foso del que justamente nos sacó el ex ministro de Planeamiento y actual jefe de la oposición. De manera que estos intelectuales, otrora de izquierda, lavan sus errores en las aguas del gonismo, se corrigen y autoafirman dando pinceladas sociales a una aventura neoliberal de gran formato.
Tercer ingrediente, la culpa no es sólo nacional, tiene perímetros mundiales. Dejemos que el mismo Fabián lo diga a frase lapidaria: “Parece que el muro de Berlín se les cayó más a ellos que a los alemanes”. Así el paisaje está completo, faltaba el redentor, un político pragmático presto a invitarlos a subir a su ferrocarril, y ahí están, atizando la caldera de la locomotora, la que los exculpa y readmite.
Luis toma la palabra, sólo difiere de Fabián en el tono de voz, más próximo al susurro prudente que a la arenga pública. Sin embargo la pólvora de sus palabras no es menos explosiva. Comienza partiendo aguas, afirma que en la tradición del pensamiento boliviano perviven dos corrientes, una minoritaria, aunque significativa, que opta por pensar con autonomía, soberanía y autorreferencias. A ella se adscribe. A la otra la califica como “cosmopolitismo superficial”, que asume la mayor parte de lo que viene de afuera como una modernización automática del pensamiento, la economía y la política. Pues bien, ni Luis ni Fabián quieren dejar de pensar con los pies puestos en nuestra Historia. Se declaran, aunque suene a anticuado, como tributarios de una tradición nacionalista de izquierda que tiene en Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga y René Zavaleta a sus principales centinelas. El método es simple, consiste en mirar la realidad nacional y su espesor pasado sin que las mediaciones teóricas foráneas nublen la vista.
Por eso para ellos, el núcleo de las reformas emprendidas por el anterior gobierno no es ni la participación popular ni la reforma educativa, sino la implacable capitalización. Los himnos laudatorios en torno al poder local, a la Bolivia de las provincias sacudiéndose de sus atrasos y los niños que aprenden a leer en guaraní son puros accesorios de un proceso de concentración de la riqueza en manos de monopolios locales fuertemente vinculados a capitales transnacionales. Nada de ello alberga la menor posibilidad de encaminarnos hacia un autodesarrollo, seremos nomás enclave depauperado de un grupo de empresas externas, un juguete secundario de las batallas comerciales de talla mundial. No hay vuelta que darle, una vez comprendido esto, no queda más que tomar distancia, dice Luis, respecto de las cosas que tanto entusiasman a los reformadores de la gestión pasada. El texto escrito por ambos actúa en consecuencia.
Dar fin a su monopolio: “Palo” frontal a los partidos
Fabián Yaksic eleva la voz cada vez que menciona frases como “sistema de partidos” o “clase política”. No vacila en calificarlos como la zona podrida de la institucionalidad boliviana, aquello que más hay que combatir. Razones no le faltan, porque desde que campean las elecciones, las organizaciones partidarias se han especializado en asaltar el poder para usufructo privado. Luis Tapia es más claro todavía, echa la vista hacia atrás para advertir que desde 1985 se produjo en Bolivia un ataque sistemático orientado a desorganizar las principales zonas de autorrepresentación corporativa en la sociedad, llámense a estas la COB o la CSUTCB. En su reemplazo, sostiene Luis, ha emergido una representación “autoatribuida” de los partidos. De manera que el sistema político boliviano se ha hecho con el tiempo menos representativo y ni la Ley de Participación Popular o los cambios en la Ley Electoral han frenado tal tendencia.
Lo que acaba de decir este filósofo de pelo largo no es poca cosa. Mientras la generalidad de los pensadores nativos se esfuerza por elogiar nuestros avances democráticos, él se anima a decir que hemos caminado en dirección contraria. De acuerdo a su visión, los partidos, sus componendas, el encubrimiento mutuo que los entrampa y deslegitima, son señales claras de un empobrecimiento galopante de las esencias democráticas sobre las que descansan nuestras instituciones. Vamos en reversa y encima nos tragamos un espejismo.
Nuestros entrevistados sostienen que la llamada modernización política del país ha ido atrofiando la musculatura democrática de los sindicatos, expresión tumultuosa y asambleísta de una forma valiosa de decidir los destinos colectivos. Luis se atreve incluso a reivindicar la auto-organización de la clase obrera, ejemplo pasado de una fuerza que derribó a las dictaduras. Porfía en creer en esa democracia directa pese a los síntomas de corrupción que ha mostrado la COB en los últimos años. Dice que esos vicios parciales no alcanzan a desnaturalizar el hecho indesmentible de que el movimiento sindical guarda en su seno las pulsiones de una democracia mejor depurada de imposturas que la que practican los partidos en la escena gubernamental, parlamentaria y municipal.
Paradoja
El empobrecimiento democrático vivido en estos últimos doce años no ha podido ser remediado por la Ley de Participación Popular. Fabián observa que los protagonistas en su manejo son los partidos con toda su carga de clientelismo y maniobra menuda. Aquí la corrupción se ha descentralizado eficazmente.
Luis echa más leña a ese fuego. Considera que la reforma “estrella” del anterior régimen no camina hacia el autogobierno local ni fomenta la participación de los ciudadanos en el gobierno nacional. En ese sentido se limita a consolidar un eslabón inferior en la cadena de administración local de los servicios públicos y de redistribución del presupuesto. Eso es todo, está bien y no nos hagan creer que tal medida modifica profundamente las relaciones entre la sociedad y el Estado. Luis recuerda que en el marco de la participación popular, a las entidades de la democracia directa sólo se les confía el papel de vigilantes; lo demás lo hacen las élites locales de los partidos.
Pero la estafa no acaba ahí. Al mismo tiempo que se aplicó la Ley de Participación Popular, el sistema político se volvió más excluyente y reducido, dado que las minorías están peor representadas que antes. Insólito, la Participación Popular terminó siendo, según Luis Tapia, una cortina de humo de una mayor concentración del poder en el plano nacional.
¿Concepto de pacotilla?
Ahora unas pocas palabras sobre el concepto de soberanía. Los autores de “Modernizaciones empobrecedoras” lo usan, aunque muchos lo relacionen con estatizaciones, proteccionismos y horas cívicas. Luis Tapia está muy lejos de nostalgias patrioteras y desmenuza la idea para los tiempos actuales. Él piensa que el discurso de la globalización pretende que bajemos la guardia, elevemos una bandera blanca y nos neguemos a pensar por nosotros mismos. Por eso hablar de soberanía en estos tiempos es una convocatoria a reflexionar nuestra inserción en el mundo sin perder la voluntad.
Por su parte Fabián se autoriza un lance “vaticano” y parafrasea al Papa en su tembloroso, pero certero discurso de llegada a Cuba, aquello de que la isla se abra al mundo, pero que también el mundo se abra al país de Fidel Castro. Lo mismo debería pasarnos aquí, nos enganchamos a la economía mundial, pero no como apéndices, sino como fuerza creativa y autónoma. Lo contrario no vale la pena.
Luis empalma este aspecto con uno anterior: ¿cómo puede hablarse de democracia si no hay posibilidad de que el Estado se autogobierne y tome sus propias decisiones? En otras palabras, ¿para qué consultar a los pobladores de un país vasallo?
Todo depende de todos: Pesimismo militante, ¿por qué no?
¿Qué hacer?, suele ser la pregunta automática después de una espiral de críticas. Se la hicimos a nuestros entrevistados, dos pesimistas que, sin embargo, no se resignan a pensar como los intelectuales de hoy.
Fabián Yaksic lanza una alternativa puntual: quebrar el monopolio de representación de los partidos y permitir que éstos compitan con las instituciones que se fabrique la misma sociedad. Ya basta de que candidatos independientes tengan que recurrir a siglas establecidas, cediendo su identidad y ahogando sus ganas de servir a la sociedad en un mar de compromisos.
En cambio Luis Tapia se inclina por un pesimismo más abierto, pues no ve una contratendencia actuante que ponga freno al actual proceso de descomposición de la sociedad boliviana. Percibe que las prácticas clientelares de los partidos están corroyendo la pluralidad de las acciones sociales en los rincones más apartados de la república, lo que puede provocar que la sociedad civil termine siendo igual al sistema político y en su faz más perversa. La única salida para ello es, según Luis, promover la auto-organización de la sociedad civil a fin de ampliar los espacios públicos a más sectores sociales, es decir, ir desmontando exclusiones. Dado que no contamos con las falsas recetas de antaño, la perspectiva se antoja fascinante.