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El MBL sobre el diván: Urioste-Del Granado

Después de su desaire electoral más sentido, el MBL se miró al espejo. Miguel Urioste y Juan del Granado debaten aquí sobre los traumas, los tapujos y el incierto porvenir de su partido. Junto a ello, respuestas directas a preguntas existenciales: ¿cómo ejercer el poder sin envilecerse? o, dicho de otra forma, ¿cómo salvar la ética rodeado por el fango de la política?

Corría el año 1984. La UDP exhibía ante el país la magnitud de su crisis interna, apenas disimulada por el retorno, en abril, de los ministros del MIR al gabinete de Siles Zuazo. El hundimiento del frente político ganador de dos elecciones consecutivas era ya inminente. En septiembre, una denuncia sobre los supuestos nexos entre un funcionario presidencial y el narcotráfico sirvió como detonante para definir el adelanto de las elecciones a julio de 1985 y la consiguiente reducción del mandato logrado por la primera alianza de izquierda que asumía el poder en Bolivia.

De las ruinas de ese gobierno salió un MIR fragmentado en tres corrientes, cada una con un apellido bien definido: Nueva Mayoría, Masas y Bolivia Libre. Los moderados se rindieron ante el carisma de Paz Zamora y optaron por entrar sin dobleces al juego de la democracia electoral. Por su parte, los creadores del MIR Masas, entre los que luchaba Juan del Granado, se volcaron hacia la vida sindical y dirigidos por Walter Delgadillo asumieron parte de la dirección de la COB. Desde allí brillaron como el ala radical marxista del MIR al extremo de convocar al repudio de las elecciones mediante el voto en blanco.

Bajo los rigores de esa polarización, Antonio Araníbar y sus seguidores ensayaron una tercera vía con el nombre de “Bolivia libre”, lo que hoy conocemos como el MBL. Una revisión de sus documentos fundacionales nos muestra cómo el discurso emebelista persiguió diferenciarse obsesivamente de dos fantasmas de gran talla. Por un lado, del “obrerismo” encarnado por Delgadillo y Del Granado, al que calificaba como “izquierda marginal” por su apego a los dogmas socialistas. Por el otro, se apartaba solemnemente del pragmatismo, conducta endosada a Paz Zamora y su entorno, ya encaminado, a esas alturas, en los senderos de la socialdemocracia internacional.

En ese afán por distinguirse de sus ex compañeros, los fundadores del MBL declaraban públicamente en 1985: “El espíritu mirista sufrió un súbito reblandecimiento desde el instante mismo en que entramos en contacto, por primera vez, con ese mecanismo infernal que es el poder”. Siguiendo con la comparación bíblica, aseguraban que quienes no asumieron el poder como mecanismo de transformación social terminaron “devorados, triturados y digeridos” por él. La aludida es la corriente pragmática acaudillada por Paz Zamora.

En el otro extremo situaban a los “obreristas”, apodados como “desviación trostskoide” de la izquierda nacional, conglomerado de radicales que, según el MBL de hace 13 años, acelera inconscientemente el retorno de la derecha al poder por incurrir en un aventurerismo irresponsable. La calificación no estuvo tan desatinada si se considera que el MIR Masas siguió pregonando la insurrección armada hasta 1987, año de su paulatino desbande.


El poder


Hoy, Araníbar y Del Granado militan otra vez en el mismo partido, el MIR de Paz Zamora se ha revelado como improbable de aniquilar judicialmente y el MIR Masas es una estampa nostálgica de las refriegas sindicales del pasado. Es el escenario habitado por una generación política que disparó por primera vez en Teoponte, resistió a la dictadura de Banzer y aportó más tarde en la edificación democrática. En medio de ese panorama, el año 1997 amenazó con hacer desaparecer al MBL. Su agónico tres por ciento en las urnas ha revivido en su seno los traumas del viejo MIR, entre ellos aquel que relacionaba al poder con el infierno. ¿El bajo respaldo electoral a la franja rojiamarilla es un síntoma de que el poder ha “devorado, triturado y digerido” a los emebelistas? ¿Queda confirmado así el carácter diabólico del poder en carne de aquellos que así lo denunciaron y temieron?


Debate


Para responder a tales preguntas convocamos las voces de dos figuras contrapuestas, Juan del Granado y Miguel Urioste, presidente, el primero, de la comisión de relanzamiento del MBL; ex candidato presidencial, el segundo, en las últimas elecciones generales. Ambos albergan visiones contrapuestas que en forcejeo natural terminarán definiendo el actual proceso de reflexión interna. Recreamos pues imaginariamente el debate para darle vigor a la lectura.

Poco a poco, Miguel Urioste ha ido borrando de su rostro la lógica pesadumbre postelectoral que inundó a su partido en 1997. Declara haber estado consciente, el día de la inscripción de su fórmula, de que el proyecto no tenía muchas perspectivas, pero jamás imaginó una derrota tan concluyente. Su expectativa sincera lindaba el 5 o 7 por ciento, el doble de lo cosechado. Asistido por un razonamiento claro inicia una autocrítica sin concesiones. Para Urioste está claro que el discurso ético no suma votos. Lo dice sin ambages, la población no toma en cuenta la honestidad comprobada de los candidatos a la hora de marcar la papeleta, salvo ciertos sectores intelectuales de clase media que sí votaron “trigo limpio”. Eso no significa que la gente apoye a los corruptos, sino que sobre su criterio pesan otros argumentos como el de la efectividad en el manejo estatal (“roba, pero hace obras”, decían muchos acerca de un alcalde cochabambino). Urioste aclara que esta evaluación no parte de una visión aristocrática de desprecio por un pueblo que no subraya los valores éticos, sólo es una constatación vivida en carne propia durante varias elecciones. “Lo que le faltó al MBL para ganar mayor adhesión popular fue mostrarse desde el poder, con capacidad de decidir y de cambiar las cosas”, piensa Miguel. De manera que no es sólo con testimonios éticos que se ganan los comicios, hay que ser efectivo. Nuestro entrevistado aclara que no propone incurrir en el prebendalismo ni en la corrupción, sino tener una auténtica vocación de poder y de servicio desde el Estado.

De acuerdo a su balance, lo que ocurre con el MBL es que muchos de sus militantes no viven de la política, pues tienen la posibilidad de verla desde sus balcones de consultores y analistas. En otras palabras, no se juegan la vida en los lodazales de la actividad partidaria. En muchos de ellos vive una repulsión hacia el poder, porque constatan que la buena reputación suele quedar intacta cuando se está alejado de las responsabilidades y la rendición de cuentas. Con esa actitud, afirma Urioste, para el MNR fue muy fácil casi marginar al MBL del poder que compartieron cuatro años.

Juan del Granado no se deja esperar y responde en el acto. Dice que la ética es irrenunciable en un buen discurso político de izquierda por más traumas que ésta despierte ahora en el MBL. Coincide sin embargo en que la gente no vota por aquellos que sólo son honestos. El problema para Juan está en que aquello de que los del MBL son “trigo limpio” los hace aparecer como soberbios y arrogantes ante los ojos de la población. De pronto un valor aceptado por todos termina siendo, en este caso, una barrera que distancia al dirigente de la gente. Para él es vital que la lucha contra la corrupción vaya acompañada por una cercanía con el pueblo, y no por la arrogancia que a veces proporciona la sensación de ser un cruzado en medio de incontables bandas de villanos.

Del Granado dice algo más. “Es falso, asegura, que el MBL no tenga vocación de poder”. Él cree que lo que sí hubo fue una actitud de desconfianza constante frente al MNR y sus desbordes prebendales. “Tuvimos, dice, incluyéndose a sí mismo, una desconfianza en ese partido, en su larga historia de corrupción”. El otro problema fue que en 1993 el MBL aún no tenía una visión clara de lo que debía hacerse con el Estado y la sociedad. Eso produjo timidez, perplejidad y luego seguidismo con respecto al MNR, dice el parlamentario. ¿Fue un error entonces haber entrado al gobierno? Juan porfía en que no. “Son la Historia y la coyuntura las que definen, teníamos que hacerlo y fue bueno porque sólo así pudimos conocer nuestras deficiencias”, deduce.

Urioste reafirma la idea de que por la educación cristiana de la que se nutren muchos emebelistas, hay en ellos un rechazo casi instintivo al ejercicio del poder. El problema es que así no se puede hacer política. Para muchos de sus compañeros es más sencillo ubicarse en el plano de la denuncia y la fiscalización.

Urioste asegura también que el MBL tuvo que tragar “más sapos de los que hubiera querido, pero que todo se mantuvo en los límites tolerables”. El ex candidato presidencial no siente haber transgredido sus principios más íntimos mientras estuvo en el gobierno y por el contrario se felicita por haber hecho retroceder una serie de decisiones desacertadas de parte de sus aliados de Palacio.


Las reticencias del 97: Miguel, ¿candidato impuesto?, ¿saboteado?


Otra de las explicaciones a la debacle electoral del MBL es la movilización “a regañadientes” de muchos sectores partidarios inconformes con la postulación de Miguel. En ese diagnóstico coinciden ambos entrevistados. Urioste se queja por la simpatía pasiva de sus compañeros, por su asentimiento no militante. “No hubo gente en contra, pero pocos asumieron el reto con entusiasmo y convicción”, lamenta.

Juan del Granado acepta la observación, pero la atribuye a la manera en que se decidió la candidatura. La primera falla estuvo, dice él, en no aceptar que gente independiente pugnará democráticamente por ingresar a las listas, incluso a la del binomio presidencial. El segundo error fue que ni siquiera se dejó que la militancia decida cuál debía ser el principal candidato de entre los mismos líderes emebelistas dispuestos a ello. Aquí primaron, según Del Granado, los traumas de la división. Muchos creyeron, entre ellos Antonio Araníbar, que las elecciones internas podrían derivar en la fractura del partido. “Toño cedió su postulación a condición de que yo haga lo mismo en favor de Miguel. Tuve poca firmeza y acepté”, señala el diputado recordando ese momento.

De esa manera, Miguel, que podía haber ganado en una primaria interna, apareció como el candidato impuesto por la cúpula, mala manera de comenzar una campaña.

Urioste corrobora algunos rasgos de tal panorama. Dice que por su pasado radical en el viejo MIR, Juan del Granado prendió las luces de alerta de un núcleo histórico de emebelistas temerosos de que su partido sea representado por alguien dotado de un perfil muy sesgado al plano personal. Debido a que esos sectores buscaban a alguien con un liderazgo abarcador de expresiones más diversas se optó por Miguel. Al parecer las bases del partido no compartían esta idea y el partido acudió a las urnas con desgano.


Repensando el futuro


El MBL ha cometido errores ya reconocidos por nuestros entrevistados. El dilema es qué hacer para remontar la crisis. Miguel Urioste comienza diciendo que ahora su partido no tiene la fuerza suficiente para gozar de una convocatoria nacional. Por eso el destino del MBL está ligado a una exitosa convocatoria a la unidad con sectores ansiosos de ser parte de esta construcción democrática. El MBL plantea convertirse hoy en un aglutinador de distintas fuerzas sociales y políticas. Urioste no cree que el espacio ocupado por su partido vaya a ser el de los cocaleros cochabambinos sino otro que alcanza moderadamente al cinco por ciento de la población, cantidad, para él, no menospreciable si se toma en cuenta la crisis de la izquierda en América Latina y la diversidad política del país.

Para Juan del Granado el MBL es un punto de partida para refundar la izquierda en Bolivia, pero no un buen punto de llegada. Lo que se quiere es convocar desde el MBL a gente independiente dispuesta a reunirse en torno a propuestas de renovación. “Si en el camino tenemos que cambiar de siglas o colores, estoy dispuesto”, proclama.

Urioste dice que en adelante corresponde no seguir sumando sólo con ética, sino con un reforzamiento de la capacidad propositiva. El MBL, fuera del poder, tiene que imaginar propuestas, ser un laboratorio de reflexión. Un buen ejercicio de inicio podría ser pensar en qué hacer con las reformas en curso, asunto en el que el actual gobierno no parece contar con mucha inspiración.

En ese territorio, el gran escollo competidor se llama Goni. El MNR es el blanco favorito del actual gobierno, con lo cual el MBL debe conformarse con un diminuto papel contestatario. Ese es uno de los retos, dejarse ver por la gente.


Los errores emebelistas, uno por uno


A manera de síntesis didáctica, recuperamos con brevedad otros “mea culpas” del MBL.


1.- Fue una equivocación aceptar la Cancillería como cuota de poder. Urioste dice que la dirección emebelista tuvo como alternativa manejar el Ministerio de Justicia que en ese entonces carecía de la importancia que le dio René Blattman.

El MBL pretendía el Ministerio de Desarrollo Humano, pero que le fue negado sistemáticamente por el MNR.

2. Juan del Granado asegura que como candidato Miguel Urioste captó mal la percepción nacional sobre la gestión gubernamental de Sánchez de Lozada. Ello se debería a una visión elitista de la política consistente en creer que lo que interpretan los dirigentes es lo que piensa la gente. La población pensaba al revés, decía que el gobierno de Goni había sido malo. Por ello la frase de Urioste “Ni un paso atrás en las reformas”, era, para Del Granado, una agresión al electorado.

3. El MBL abrió sus puertas a los independientes en las elecciones de 1995. Gracias a ello triplicó su votación, pero más tarde se recluyó en su núcleo dirigencial más íntimo. Urioste cree que esta relación frustrante con sus aliados es responsabilidad de ellos. Recuerda que Reyes Villa o “Látigo” Rodríguez eran duros críticos de Banzer mientras estuvieron vinculados al MBL. “Si nos cerramos fue porque ellos decidieron subirse al carro del vencedor”, añade. Juan del Granado ve más responsabilidades en su partido. Considera que la llamada “convergencia ciudadana” no fue llevada hasta sus últimas consecuencias y que en muchos casos emergieron criterios partidarios semipatrimoniales, por los cuales se creía que el partido y sus fines supremos están garantizados sólo por sus dirigentes orgánicos. Sin embargo también reconoce que el oportunismo de sus aliados ayudó mucho a reforzar esta conducta reticente que hoy busca ser enmendada.

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