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Cerrar cortinas, soltar las almas: Jenny y la Guerra del Chaco

Los Cárdenas fueron casi una orquesta familiar. El abuelo convocaba a los hombres para templar cuerdas de todo tamaño. Por su lado, las mujeres se arremolinaban en la cocina para aderezar la comida consagrada al inminente concierto. La música bullía entre generaciones y Jenny, la nieta de los inmensos ojos negros de aquellos tiempos, ha hilvanado ahora con sus recuerdos e indagaciones, un libro, un disco y un video. La cantante y la socióloga que habitan en ella, se unen aquí para explicarnos qué pasó con la música boliviana antes, durante y después de la Guerra del Chaco (1932-1936)



En casa de los Cárdenas las tareas estaban claramente repartidas. En la sala, los hombres se distribuían los instrumentos de cuerda a escala generacional; el abuelo al mando de la orquesta en la cúspide, y alineados en la base, los nietos con algún instrumento orientado a completar la melodía elegida. A las mujeres, en cambio, les estaba reservado otro arte, el de la cocina. La abuela comandaba la preparación de la comida, dispuesta sobre mantel para acompañar al concierto y sus protagonistas. En medio de esa atmósfera espiritual, deambulaban las vivencias de la Guerra, esa que muchos intelectuales calificaron de “estúpida” y que se llevó consigo 50 mil vidas bolivianas en sólo tres años.

Jenny Cárdenas creció al amparo de ese ambiente mágico. Desde muy niña atisbó las emociones de su padre, recostado sobre la cadencia horizontal de la zampoña, y caminó hacia la pubertad rodeada de guitarras, bandurrias, mandolinas, charangos y bandoneones.

Tan acunada estuvo por la música de aquella época, que a los nueve años optó por quebrantar la división del arte familiar y cogió la guitarra para no separarse de ella hasta nuestros días.

Con ese acto de expropiación de un oficio de equivocada exclusividad masculina, Jenny se adueñó también de las anécdotas de los ex combatientes del Chaco, entre ellos su progenitor, en ese entonces, ayudante de chofer sobre las arenas calientes del sudeste. Jenny conserva en la memoria los tormentos vividos en carne propia por su padre cuando el camión que llevaba el rancho a las líneas de combate quedaba plantado en medio de aquel infierno verde. La sed, las agónicas maniobras del motor, el perpetuo carraspeo de las llantas atrapadas en el rigor del fango, “nada de eso es exageración”, comenta ella. Cuentos de ex combatientes, ¿quién de nosotros no las conserva hoy, más de medio siglo después?


Volver al origen


Al matricularse en la Universidad, Jenny fue firme tributaria de lo que le tocó vivir a su generación. El Chaco, morada de una nueva identidad nacional transformada en acción revolucionaria en abril del 52, volvió a hacerse presente entre los jóvenes de los 60. Las nacionalizaciones practicadas por los ex soldados del sudeste fueron defendidas por sus hijos con una fuerte carga antiimperialista. Jenny se hizo entonces cantante de música protesta y templó su voz para combatir a la dictadura militar. Violeta Parra, “Inti Illimani”, luego la Nueva Trova Cubana, todo aquello fue alimentando el impulso de la resistencia civil; la música puesta al servicio de unos ideales.

A su manera, la tradición familiar se preservaba con Jenny ante las partituras. Esos compositores de cuecas y yaravíes de los años 40 tenían a una de las suyas sobre la ancha plataforma que corona el paraninfo universitario de “San Andrés” haciendo algo similar, aunque en medio de una multitud de estudiantes aguerridos.

Ella pensaba mucho en la revolución que se creía inminente, pero no por ello olvidaba la trayectoria de su estirpe. Su bisabuelo materno, don Francisco Suárez, fue fundador de las bandas militares del ejército y la del Estado Mayor todavía lleva su nombre. En el sedimento de su alma, allá por la infancia, resonaban esas veladas de tango, milonga y cueca, eso que su familia le supo dar pese a sus carencias económicas. “Lo que no han tenido en términos materiales, mis padres lo compensaron con una vida profundamente social y espiritual. Eran muy milongueros, bailarines de cueca”, rememora con placer.

Hoy, cuando la música de protesta de los años 60 ha terminado por diluirse, Jenny Cárdenas ha regresado al origen. Emprendió ese retorno cuando en 1986 dio por finalizada su tesis de licenciatura en la carrera de sociología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y la consagró a recuperar la memoria musical de la gente marcada por la Guerra del Chaco. Prosiguió el rescate cuando en 1993 se dedicó a ampliar su investigación inicial y decidió devolverle vida a esa música, grabando el disco “Homenaje a una Generación histórica”, un compacto que ya está a la venta. A ello se suman un video clip que acompaña las melodías, y un libro que resume la investigación mencionada junto a decenas de partituras originales. Jenny observa ante sí toda esa producción en puertas y está de acuerdo en que su vida ha dado un giro hacia el punto de partida. La nieta de entonces toma el relevo de padres y abuelos para recuperar la vitalidad de esa música criolla mecida en vagones militares cargados de reclutas indios y mestizos. De eso nos habla en esta entrevista.


El rol de las trompetas


Después de varios años de investigación sobre el tema, la socióloga Jenny Cárdenas toma la palabra para recordar que la Guerra del Chaco fue un gran despertador del alma popular. Los ritmos antes soterrados a la marginalidad por las prejuiciosas élites bolivianas perdieron repentinamente los rubores y pasaron a formar parte del escenario, aunque todavía muy discretamente.

Jenny advierte que cuando estalló el conflicto armado, las bandas militares recorrían las calles de las ciudades en prolongadas marchas de reclutamiento. La música servía entonces para avivar los sentimientos patrióticos y permitir que la mayor cantidad de jóvenes y adultos corra a calzarse el uniforme. La emoción llegaba a tales decibeles que incluso muchos adolescentes, casi niños, terminaban seducidos por los ritmos marciales, marchando detrás de las trompetas y los tambores.

Jenny sostiene que la música estuvo presente en todos los tramos del enfrentamiento armado. Incluso cuando los cañones se tomaban un recreo, de trinchera a trinchera, burlando las enemistades, las bandas paraguayas y bolivianas hacía duelo de canciones. De un lado salían las polkas despachadas por las arpas guaraníes, del otro respondían con cuecas y bailecitos. “No había el odio entre estos pueblos en combate como puede haberlo hoy, por ejemplo, con respecto a los chilenos”, subraya la autora del estudio.

Es cierto que la Guerra no consiguió amnistiar la música india y mestiza en los círculos selectos, sin embargo le fue abriendo algunos resquicios. Jenny encontró que en las populares retretas de plaza dominical, se interpretaban principalmente valses, tangos, pasodobles, marchas, himnos y mazurcas, pero que al final, cuando llegaba la hora de la retirada, salía del sentimiento reprimido una que otra cueca. Del mismo modo, muchos oficiales les pedían a sus reclutas que silben algunas tonadas de sus provincias para más adelante escribirlas e interpretarlas con ayuda de la banda militar. De esa manera muchas melodías y composiciones populares que estaban condenadas a la reclusión provinciana, dieron un salto a la popularidad nacional. El ejército empezó a cumplir, quizás sin proponérselo, una labor de acopio de música que por la falta de una radioemisora, una empresa discográfica o sencillamente caminos, había quedado confinada en su paisaje de origen.


Mirar la complejidad


¿Creó la Guerra del Chaco algo así como una música nacional propiamente dicha?, ¿algún ritmo con el que todos pudieran identificarse? Jenny Cárdenas piensa que no, aunque si generó las condiciones para que algunos ritmos sean conocidos en lugares a los que ni soñaban llegar. En las trincheras, los bolivianos del altiplano conocieron los carnavalitos vallegrandinos, mientras los cambas escuchaban por primera vez un yaraví. Como en otros ámbitos sociales, el Chaco hizo patente la diversidad compleja de nuestro tejido sociocultural y puso sobre el escenario el pentagrama variopinto que desconocíamos masivamente.

De esa cita intensa con el amor y la muerte, han quedado algunas canciones convertidas en verdaderos himnos para miles de bolivianos de distinto origen y destino. Jenny pone en primer lugar a “Infierno Verde”, “la Cacharpaya del Soldado” y “Boquerón”. En ellas se cristalizan los sentires profundos de decenas de combatientes.


Las formas


De acuerdo a la investigación de Jenny Cárdenas, la música que más prosélitos fue cosechando a consecuencia de la Guerra, fue la criolla-mestiza, un género fascinante que combina aires autóctonos con partituras depuradas y toques de Conservatorio. Esta música, sostiene esta socióloga que canta, tiene origen en el conflicto interno que goza y padece el mestizo boliviano, entrampado entre la cultura europea de alto prestigio, y la fuerza milenaria de lo indio. Sus cultores fueron hombres de prolongados estudios musicales y amplia cultura instrumental, que vuelcan su talento, con creciente entusiasmo, hacia las “transgresiones” ensayadas en quechua y aymara. En esos años, los poemas más entrañables fueron vertidos a los moldes de las cuecas, los fox trots incaicos o los huayños. Las lenguas del pongueaje fueron “contaminando” las entonaciones corales, la puna se fue metiendo poco a poco a los grandes salones alfombrados y el país se fue haciendo propicio para los sacudones del 52, la irrupción de la milicia.


La huella del desprecio


Y ahí surge la metáfora más bella de nuestra entrevistada. Jenny dice que el motivo formal de todo concierto de la época era interpretar música “culta”: valses, tangos, extractos de operas, zarzuelas... Luego, bajo las compartimentos más oscuros de la noche, cerradas las cortinas, ido el público selecto, los músicos y sus allegados daban rienda suelta a su ser interior. Allí brotaban las cuecas jaleadas con ayuda de la chicha, los huayños del giro desbocado, las coplas de matriz irreverente. En ese momento, a cortina cerrada, se soltaba el alma para caer desmadejada ante la evidencia del ser profundo.

La Guerra del Chaco fue haciendo que esa música, etiquetada despectivamente como “de cholos”, se abriera paso como reflejo de la nacionalidad puesta a prueba. El conflicto en el sudeste le dio a la música criolla un estatuto cierto, un lugar menos bochornoso en el mapa de la dignidad patriótica. Permitió, como dice Jenny, lanzar “reivindicaciones culturales con más comodidad y menos complejo”.

Y ahí estaban, los doctores y grandes estudiosos de la música, aprendiendo a Wagner, pero también componiendo cuecas y bailecitos. Las canciones de las chicherías pasaron a ser, con los años, himnos nacionales alternativos. Todo eso, desde que los pongos comenzaron a morir por un suelo que sólo sería suyo a partir de 1953.


Acordes de la Guerra del Chaco


El libro de Jenny Cárdenas aparecerá en las librerías a principios del próximo año. Como un adelanto, recuperemos de su texto original algunas letras representativas de esa música criolla nacida al compás de los cañones.

Una de las más conocidas, junto a “Boquerón” e “Infierno verde” es la “Cacharpaya del Soldado”, compuesta por Alberto Ruiz. Su letra dice así:


Mañana cuando me vaya

desde el Chaco te he de escribir

con la sangre de mi herida

en alas de una charata


En el fortín de Nanawa

combatiendo he de morir

con la sangre de mis venas

tus campos he de tener


Quien toca la puerta

yo soy señoray

vengo a despedirme

al Chaco me voy


Victorias grandes vamos a tener

soldados chicheños

vamos a vencer


Otra letra interesante es la de la cueca “50 de Infantería”, compuesta por Jorge Luna


Regimiento de la gloria

Contra toda adversidad

Sigue robando arcoiris

a la tempestad


En los cruces del quebracho

Ya tu nombre se grabó.

Con la punta del machete

que el viento afiló


Una canción muy cantada al principio de la Guerra fue “Despedida, al Chaco” de autor anónimo.


La sangre de héroes

de mis hermanos

que en la vanguardia

se derramó

pide venganza

me voy. ¡Adiós!


Por veinticinco

que allí

en el cobarde

salto a traición

caerán militares

del invasor


No llores, negra,

que he de volver,

y una bandera

te he de traer

para tu alfombra,

del Paraguay


Las coplas de Hernando Saravia Fernández fueron también muy populares en boca de los soldados bolivianos. Aquí leemos una selecciones de las más divertidas.


Los cobardes paraguayos

atacaron Boquerón,

pronto serán rechazados

por la quinta división


Hemos de vengar a Villa,

el héroe de Boquerón

combatiendo sin descanso

hasta llegar a Asunción


Mañana cuando me vaya

te he de escribir de Asunción

Cuidado con que en mi ausencia

me pagues con la traición


En Cañada Strongest

tuvimos desquites

la carne de los pilas

comieron los buitres


Que suerte más linda

la que yo he tenido

que fui a los fortines

y no me han herido.



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