Palenque, el prisionero de la semántica
Rafael Archondo
En 1988, Carlos Palenque Avilés detonó un movimiento regional que repercutió a lo largo de una década. Fue regional, porque su implantación fructificó solamente en los departamentos de La Paz, El Alto, Oruro y Potosí, sin embargo, dada la alta concentración de votantes en esta zona, llegó a convertirse en la tercera fuerza política del país. La fidelidad del electorado congregado en torno a Palenque se prolongó incluso hasta una elección posterior a su muerte, ocurrida en 1997. Su partido ingresó entonces por segunda vez a una coalición de gobierno, después de lo cual vivió una crisis terminal, que lo llevó a su fractura y posterior desaparición.
La incorporación de Palenque a la llamada clase política sucedió de forma acelerada. Entre junio de 1988 y mayo de 1989, se produjo su ingreso formal a la competencia electoral en medio de un duro hostigamiento por parte de los tres poderes del Estado y los principales medios de comunicación. En ese momento, la crispación empujó a los actores políticos vigentes a clausurarle sus medios de comunicación durante un año, apostando por su aniquilación como competidor. Sin embargo, los formidables resultados electorales de las presidenciales de 1989 pulverizaron el cerco y lo colocaron en el centro de las negociaciones, que dieron paso a la elección de Jaime Paz Zamora como Presidente. Desde ese momento, el nuevo partido, llamado Conciencia de Patria, Condepa, se transformó en la plataforma de un revitalizado nacionalismo revolucionario. En efecto, Palenque ya formaba parte de un esquema de cinco partidos (MNR, ADN, MIR, UCS y Condepa), pero en los hechos, buscaría transformarse en un tímido obstáculo para la aplicación del modelo económico, que aparecía como inevitable de cara a la crisis del llamado Estado del 52.
Los ideólogos del neoliberalismo optaron entonces por convertir a Condepa en un factor funcional a sus propósitos y para eso lo bautizaron hábilmente como populista. Secundados por un grupo de politólogos mediáticos, impulsaron un exitoso operativo a fin de colocarle una etiqueta, que marcaría sostenidamente el campo semántico de la política boliviana de aquellas décadas. Al pegarle el rótulo de populista, los partidos base del sistema conseguían para sí y sin merecerlo, el atributo de serios y modernos. Con ello se buscaba confirmar el sentido común que atribuye al populismo el monopolio de la irresponsabilidad, el goce fugaz del poder, la propensión a repartir promesas vacías, el amor por los aplausos pasajeros y el apego a la polarización beligerante. De forma reiterada, Palenque fue tipificado como mesiánico, tiránico, fascista e inculto. De ese modo, si bien se reconocía su popularidad, al mismo tiempo se lo empleaba como el fantasma que necesita toda ideología para cohesionar a sus filas frente a un inminente desastre. Las comparaciones entre Palenque y Hitler o el Ayatolá Jomeini fueron frecuentes durante esos años. El país era puesto entre la disyuntiva: populismo o modernidad. Palenque era metido entonces a empellones en una trampa de la semántica.
Hoy que ni Palenque ni su partido tienen vigencia, vale señalar que el mote populista no era el adecuado, si se quería entender el fenómeno a cabalidad. Condepa fue, en sentido estricto, un partido nacionalista. Se nutría del nacionalismo revolucionario de origen, al cual le agregó un toque étnico regional aymara. El nacionalismo clásico fue aportado por Andrés Soliz Rada, Gonzalo Ruiz Paz, Jorge Medina y Eduardo Paz. A ello se añadió una mirada cercana al katarismo, que arribó de la mano de Julio Mantilla Cuéllar. En 10 años, el condepismo se fue convirtiendo en un ideario cada vez más compacto, a contrapelo de lo que siguen sosteniendo muchos, de que se trató de un proyecto improvisado y falto de coherencia interna.
La gran pregunta ahora sería: ¿por qué no logró articular una resistencia precoz contra el neoliberalismo? Quizás la respuesta esté en la ya mencionada incorporación acelerada al sistema de partidos. Condepa entró a él, como elemento aislado y desde ese momento fue sometido a diversas presiones, la principal de ellas, la de ser gobierno pronto para poder expandir su irradiación al resto del país. Su fuerte implantación en una sola franja del electorado impulsó al partido de Palenque a comportarse como segmento de vanguardia de una acumulación que estaba por hacerse. Ensayó primero el ensanchamiento de sus medios de comunicación, pero allí donde recién llegaba, no logró transformar audiencia en militancia. Supuso entonces que aliado a algún gobierno, podría clavar su bandera en playas hostiles como el oriente o el sur del país. Y en ese tránsito de transar para avanzar, fue perdiendo filo opositor hasta concluir sus días en la llamada Mega-coalición, para ser expulsada más tarde por el General Banzer de su gabinete.
Independientemente de su final, Condepa fue el primer bolsón serio de resistencia electoral al neoliberalismo, solo 3 años después de aplicado el decreto 21060. Y con ello, fue la primera organización política que puso al mundo aymara tan cerca del poder. Calificado sin la menor base empírica, como instrumento político de la burguesía chola, el partido de Palenque encarnó ansias nítidas de movilidad social. En numerosas mentes estaba claro que el ascenso meteórico de Palenque, desde el folklore hasta la casi presidencia, era un plan operable en vida propia. En ese sentido, Condepa representó lo que todo nacionalismo: la posibilidad abierta de un mundo en el que cupieran todos, sin importar su origen social o étnico. No es poco.