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Balística comparada


Una madrugada de un 16 de abril de 2009, las balas zumbaban en el Hotel “Las Américas” de la ciudad de Santa Cruz. Lo que para unos fue un febril intercambio de disparos y para otros una ejecución sumaria, dejó tres cadáveres sobre las alfombras. Dwyer, Magyarosi y Rozsa perdieron la vida, Toasó y Tadic vivieron para contarla, aunque hasta ahora no lo hayan hecho.


Los datos habidos sobre el grupo húngaro-boliviano-irlandés nos ayudan a apilar las siguientes señas: aterrizaron en el convulsionado oriente boliviano a fines de 2008 para ofrecer sus servicios remunerados a una causa que ellos consideraban, llevaría a la creación de un nuevo país, desmembrado de Bolivia, y disfrutaron del carnaval y sus verdes comparsas poco antes de aquel choque letal con la policía. Un documental de la cadena Aljazeera agrega un par de inquietantes yapas: dada su fanfarronería y ausencia de disciplina, habrían perdido la confianza y el financiamiento de los núcleos autonomistas, por tanto, habrían estado a punto de marcharse del país ante la derrota de las banderas regionales en el referéndum ratificatorio de agosto de 2008 y no habrían, por ello, salido del hotel la noche en la que explotó la bomba en la casa del Cardenal Julio Terrazas. Inquietantes hipótesis que la justicia se encargará, algún día, de rechazar o convalidar.


Como no soy sabueso, me inclino por otro tipo de deducciones. Creo que al margen de si fue un combate o un fusilamiento, las balas en el Hotel “Las Américas” guardan un caprichoso parecido con las que ultimaron a otros tres hombres en la calle Abdón Saavedra de La Paz, una madrugada de diciembre de 1990.


La comparación trazada acá no es de índole criminalística ni siquiera política, sino meramente histórica. Tampoco digo que quienes consideran mártires a Northdufter, Caballero y Espinoza (los muertos de la comisión Néstor Paz Zamora - CNPZ) tengan ahora que erigir un altar equivalente a los acribillados en Santa Cruz. Exacto, no son comparables un grupo de mercenarios con una célula de guerrilleros urbanos. Y es que el hilo entre los dos está hecho de otro material.


1990 y 2009 encuentran a ambos grupos en situaciones de similar adversidad. Los dos buscaban revertir a tiros una realidad ya consumada. En 1990, el nuevo esquema de poder político y económico arrollaba ya con todo después de aquella victoria militar sobre la marcha minera que todos recordamos con el apelativo de “por la Vida”. En 2009, los autonomistas cruceños huían en desbandada tras el arresto de Leopoldo Fernández y el destape de los gatilleros del río Tahuamanu.


El periodista Boris Miranda hace esta estupenda comparación en su libro “La Mañana después de la Guerra”, y yo me atrevo acá a estirar la pita haciendo un parangón de peor calidad entre las dos fracciones armadas que intentaron ponerle zancadillas a una locomotora. En efecto, tanto Rozsa como Northdufter coincidieron en el mismo error. No quisieron entender que los ciclos históricos germinan en las voluntades férreas de la gente, y no en la determinación suicida de quienes se evalúan predestinados para torcer la marcha de los siglos.

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