También la culpa
“También la Lluvia”, así titula la nueva película española, que estuvo a punto de darle un premio Goya al boliviano Juan Carlos Aduviri. Y es que todo en ella es “a punto de…”; esfuerzo destacable, pero trunco.
Quizás el filme comienza a cojear a partir del nombre; y hubiese sido más atinado llamarlo “También la Culpa”, porque a pesar de que se advierte publicitariamente que versa sobre nuestra Guerra del Agua (en alusión a que nos roban incluso el líquido almacenado en las nubes), el tema central es en realidad la conciencia culpable del colonizador.
La película fustiga en simultáneo tres formas de colonialismo, el de los españoles en estas tierras, impuesto allá por el siglo 16; el de las empresas transnacionales a fines del siglo 20, y el de los cineastas europeos desde que la industria audiovisual solvente se propuso saquear historias en los países del sur. Y claro, la Guerra del Agua funge como ejemplo animado de uno de esos trazos coloniales, aunque siempre como incomprendido telón de fondo de las otras dos narrativas. Así, un espectador desinformado sobre lo sucedido en abril de 2000, jamás entenderá por qué los vecinos de la periferia expulsan a palos a los empleados de la empresa de agua, a la que parecen odiar por confiscarles pozos comunitarios y subir tarifas. De ese modo, el episodio histórico que puso a Bolivia en el carril de los cambios actuales termina degradado a un iracundo motín para no perder poder adquisitivo.
Y es que lo que realmente mortifica a la directora y a su guionista no es la rebelión popular cochabambina, sino el oficio que ambos practican, y el modo colonial que éste asume cuando aterriza en un país carente de soberanía cultural y económica. Entonces, en el giro mejor logrado de la película, el gobierno y los cineastas terminan asumiendo que pagan el mismo salario de hambre a sus dependientes, y que ninguno puede presumir de justiciero. Por consiguiente, los tres colonialismos superpuestos tienen como víctima solitaria al indígena adusto, y a ratos insolente, que recolecta oro, paga facturas de agua o subvenciona con su furia enlatada un relato cinematográfico imaginado en Madrid o Glasgow.
El saldo inevitable de esta mirada de conmiseración es este “también la culpa”, que se estrena en Bolivia dentro de once días. Allí usted verá cómo bajo ese paraguas de triple opresión, emerge el único héroe aceptable para la conciencia culpable de sus autores. Uno de los cineastas del filme, el más crápula, se convierte en cinco segundos a la bondad, y tira por la borda su proyecto lucrativo solo para salvar la vida de una niña herida. Con sus sueños hechos añicos, este conquistador redimido recibe entonces de manos del núcleo combatiente local el obsequio con el que se aspira a reinstaurar el tema maltratado: una botellita de agua, celosamente atesorada en una urna, cual reliquia final del mundo degradado de hoy. Aleluya, hay al menos un colonizador sensible.
Sí pues, nosotros tenemos realmente la culpa. La primera película sobre la Guerra del Agua debió haber sido boliviana.