Contra la politología forense
Actúa en Bolivia una frondosa corriente de interpretación que afirma que la democracia boliviana está herida de muerte. Y es frondosa, no por el amplio número de sus cultores, sino por la insistencia y abundancia de sus interpelaciones. Analicemos acá su pertinencia, a propósito del reciente caudal de refugiados bolivianos, cifra con la que se busca confirmar la hipótesis de que ser opositor en este país es imán para el maltrato.
La confusión más penosa consiste en creer que la democracia agoniza debido a la insurgencia de una fuerza política aplastante. Para alentar este temor se exhiben siempre los ejemplos de Hitler o Mussolini, líderes autoritarios, emergentes del voto popular. ¿Qué hacemos para no repetir dichas experiencias?, ¿prohibimos acaso la conformación de una mayoría monocolor en los hemiciclos legislativos?, ¿le negamos por ley al elector su derecho a inclinarse por una sola sigla? Nada de ello tiene sentido. Si la democracia se aproxima a la unanimidad, porque los electores así lo deciden, no hay razón para alarmarse. Lo que corresponde es velar para que las minorías se preserven y eso depende de sus propias energías y de la atmósfera en la que se mueven.
Hitler y Mussolini usaron sus victorias electorales para cancelar las libertades de sus adversarios al punto de casi aniquilarlos. Por tanto, el debate sobre la salud de la democracia no tiene que ver con la existencia de una fuerza mayoritaria, sino con las reglas de juego prevalecientes una vez constituida ésta. Aplicada esta premisa a Bolivia, la duda es si la oposición actual posee las condiciones de convertirse, en el mediano plazo, en mayoría. Mi apuesta es: por supuesto que sí.
La fortuna de quienes protestan ahora fuera del Palacio es idéntica a la que tuvieron en su momento quienes hoy gobiernan. Entre 1985 y 2000, la izquierda boliviana se movió en condiciones adversas, tanto por su debilidad como por el celo de quienes digitaron los resortes del poder. Recordemos que durante ese tiempo, se vivieron cinco estados de sitio con sus presos y confinados, fue clausurado el sistema RTP, encarcelado el director del semanario “Aquí” y procesado el abogado Morales Dávila. ¿Vivimos acaso en una dictadura? No lo creo. Hubo un uso, a veces arbitrario, del poder, pero dichas minorías supieron resistir y fueron abriendo poco a poco la brecha para su retorno.
En tal sentido, se ha dicho con acierto que la salud de la democracia puede medirse cuando se dan elecciones libres, pero que finalmente se verifica cuando hay alternancia en el mando. Diversos episodios nos han mostrado que nadie es dueño absoluto de las decisiones y que las disidencias brotan hasta de los lugares más impensados. Eso me hace pensar que acá, poca falta nos hacen los politólogos forenses.