Un tintico con la OTAN
Primer día de junio. El Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, toma la palabra en un lluvioso acto oficial, montado al aire libre para repartir ascensos militares. Tiene ante sí a un público rígido, uniformado y mal guarecido. Santos anuncia victorioso la pronta suscripción de un acuerdo de cooperación entre el Ministerio de Defensa de su país y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Hasta ahí, todo quedaba bajo los aleros de la normalidad. La tempestad comenzó cuando el Presidente añadió: “para iniciar todo un proceso de acercamiento, con miras también a ingresar a esa organización”.
En el acto, Santos subrayó además que dicha intención surge, porque Colombia tiene derecho a “pensar en grande”, llenándose de razones “para ser los mejores, ya no de la región, sino del mundo entero”. Sí pues, son los traidores raptos del lenguaje. Uno empieza con una buena noticia y acaba abriendo las puertas del jardín del Edén. De informar sobre dos hojas de papel a ser firmadas en Bruselas, Santos terminó fabulando sobre la transformación del ejército colombiano en un gladiador global.
Cuarto día de junio. Su Ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, aparece leyendo un “comunicado de prensa”, que, a la letra, dice: “Colombia no pretende y no puede ser país miembro de la OTAN”. Concluye, diciendo: “Con ello buscamos cerrar esta polémica”. Reaccionaba ante los reclamos airados del ALBA, donde ya se pensó que Colombia iba a convertirse este año en un portaaviones gringo.
Colombia es, después de Brasil y Argentina, el país latinoamericano que más veces ha participado del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ese solo dato muestra la vocación de poder internacional del que podría ser quizás el único Estado del planeta, que continúa inmerso en el fragor de la Guerra Fría y sus coordenadas de ayuda militar entusiasta. Santos hace sus cálculos y se alegra. Sabe que si consigue firmar la paz con las FARC en La Habana, el potencial militar colombiano quedará sobredimensionado y vacante. ¿Qué hacer con tanto comandante y soldado? Quizás pasó por su mente enviarlos a Afganistán o a Libia, allá donde la OTAN tiene sus botas mejor plantadas.
Es por todos sabido que participar en operaciones de ese calibre reporta ventajas corporativas para los ejércitos participantes. El paquete es suculento: viáticos, cursos, equipamiento, experiencias bélicas, nuevas tecnologías y vocabulario en otros idiomas. Los países que aportan, por ejemplo, con tropas para las misiones de paz de Naciones Unidas ya se han hecho adictos a las ventajas enlistadas arriba. Y no solo eso, los estados mayores de la mayoría de los países del sur se disputan burocráticamente todos los cupos disponibles para asentarse allí donde languidecen los llamados “estados fallidos”. Bolivia no es excepción en ello y Haití lo sabe bien.
Por tal razón y dados los apetitos universales de quienes han estudiado para hacer la guerra y no la encuentran cerca, quizás valga la pena plantear, a pesar de que ya Polonia es socio de la OTAN, la resurrección del “Pacto de Varsovia”, con por mero placer de tomarnos un tintico en Moscú.