Tres razones por las que no evitamos el suicidio climático
Tras la Vigésima primera Conferencia de las Partes (COP20), que acaba de clausurarse en París, se cumplen dos décadas de inacción ante el desastre ambiental, que está en curso. ¿Qué nos impide hacer algo? Acá una posible respuesta.
Los seres humanos venimos calentando la Tierra desde hace casi dos siglos. Comenzamos a hacerlo desde que los ingleses arrancaron con su llamada “Revolución Industrial” y dicha expansión ya ha tocado todos los rincones del globo. Hoy, las naciones que pueblan el globo hemos edificado una economía global basada en la quema de combustibles fósiles, es decir, en aquellos materiales extraídos de las capas geológicas que formaron nuestros antepasados y extintos dinosaurios: carbón y petróleo. Así que nadie es inocente. Tenemos culpables añejos (Europa, Estados Unidos) y culpables nóveles (China, India, Brasil). Cada que usted enciende su auto, prende la luz o aviva una fogata para guitarrear está poniendo su granito de carbón al rojizo termómetro del mundo.
Ya lo sabemos desde hace mucho tiempo, y nada hacemos. ¿Por qué? En la capital de Francia, 195 países se reunieron; como cada año, en una ciudad diferente, para decidir qué hacer. Van 20 años y seguimos discutiendo aún cómo obligamos a todos a salir de las economías del carbón y el petróleo e ingresar a una nueva basada en el sol y el viento. Si no hacemos nada, ya está cantado, la vida humana se transformará en un reto descomunal en tiempos tan cercanos como el 2060 o 2100. Asusta, pero más asusta el inmovilismo. Acá tratamos de entender sus orígenes.
No existe la raza humana: Los miembros de nuestra especie nos organizamos en tribus, religiones y últimamente en estados nacionales. La suma de representantes nacionales no engendra por sí misma una conciencia universal. Al contrario. El encuentro de distintas formaciones, culturas e idiomas acentúa la dispersión y el encono. De modo que no parece haber base material para pensarse como especie, sino solo como mosaico diverso.
No existe un gobierno mundial: Como consecuencia de lo anterior, los humanos no reconocemos a nadie ni a nada como líder universal. Al no haber una realidad factual, es imposible edificar sobre el vacío. ¿Quién puede forzar siquiera a una de los dos centenares de soberanías nacionales alimentadas durante siglos? Acá solo queda esperar al nacimiento de un acuerdo voluntario.
Hay un sistema basado en energías “sucias” que funciona: Todas las economías, hasta las más anti-capitalistas, funcionan con combustibles fósiles. No hay aún un sistema competitivo que sirva de reemplazo efectivo. Construimos más y más carreteras, incentivamos la compra de un auto por familia, nos disgusta estar a oscuras o dormir temprano, echamos abajo bosques enteros para plantar comida y una naturaleza biodiversa no equivale a una despensa variada: comemos cada día más de lo mismo. Algo peor: subvencionamos la gasolina y hay países, que incluso se dicen socialistas, en los que tomar agua resulta más caro que cargar el tanque. ¿Así cómo?
Es curioso que teniendo en cuenta esas premisas, aceptadas entusiasta o calladamente por todos, sigamos persistiendo en pensar en que una cumbre de estados nacionales es capaz de romper con la estructura vigente. Estamos buscando acá la cuadratura del círculo.
¿Qué hacemos entonces? Pese a lo dicho, lo decidido en Lima no es tan descabellado. En 2015, cada país le dirá a los otros cuánto espera reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero hasta 2020 y después. Los grandes emisores serán seguro los más vigilados. Lo fundamental es que todos firmen el Tratado y que no ocurra lo del Protocolo de Kioto, en el que los grandes países industrializados se abstuvieron de ingresar a un acuerdo. Entonces, más vale un compromiso flojo, que uno exigente, pero sin posibilidades de aplicación.
Cada contribución documentada y nacionalmente definida entrará a un gran folder. Ahí podremos hacer cuentas. ¿Esas promesas voluntarias nos alcanzan para salvarnos?, ¿necesitamos reducir más? Lo sabremos, ojalá, en el primer trimestre del año que viene. ¿Habrá alguno que nos engañe?, ¿otro que haga promesas por debajo de su capacidad? Pues habrá que discutir caso por caso.
A ello debemos añadir dinero para enfrentar las consecuencias ya desencadenadas del cambio climático: inundaciones, sequías, heladas, huracanes, deshielos. Ya hay un poco más de diez mil millones de dólares, y el 30% ha sido aportado por Estados Unidos. ¿Cuánto pondrá el superavitario estado plurinacional?
Vamos muy lento. Cuando nos hayamos puesto de acuerdo ya será muy tarde. Así critican desde las cumbres paralelas. Pues entonces, manos a la obra. Apague la luz, use la del sol, tome transporte público, coma poca carne, y sobre todo, tome decisiones inteligentes en materia de energía. Si no podemos pensarnos como especie, porque no estamos organizados como tal, si no hay fuerza coercitiva capaz de imponer reducciones, si todo debe ser voluntario, y si aún no hay un sistema energético que canalice la transición, habrá que pelear desde lo doméstico, lo local y lo familiar. Nada se mueve, si nadie comienza.
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