Todos los caminos conducen al mar
Desde marzo de 1879, Bolivia vive obsesionada con su mar perdido. No es una extraña patología salada o una porfiada añoranza de playa. Cuando los bolivianos miran hacia el Pacífico, se acallan las disidencias y se cohesiona la masa. Detrás de la llamada reivindicación marítima se anida una narrativa reactivada de década en década. Este año, el país asistió unido al Tribunal de La Haya. Un hecho para análisis.
Cuando las tropas chilenas invadieron el poblado de Antofagasta, Bolivia vivía aún alrededor de los socavones. Sin un centro convergente como Lima o Buenos Aires, carente de un territorio vertebrado por vías y ferrocarriles, sin un Estado capaz de condensar todas las legitimidades y con una única fuente de riqueza aún plantada alrededor de las minas de plata, el país no se hallaba preparado para una guerra.
En los marcos de una desorganización crónica, Bolivia acompañó mal a su aliado militar, el Perú, en la contienda con Chile.
Los resultados desastrosos, aunque también aleccionadores de la campaña del Pacífico dieron lugar a un orden civil, que antes parecía inviable. Dada la derrota militar, resultaba ilógico que el país continuara siendo timoneado por generales y cuartelazos. La división del trabajo quedaba finalmente delimitada: los uniformados a los cañones, y los abogados, al gobierno. A meses de la contienda, el país aprobada una nueva Constitución y se organizaban, a su amparo, los primeros partidos políticos dignos de esa denominación.
La sociedad política de entonces obtendría así el protagonismo que no había podido labrarse en las primeras décadas de la república. Una doctrina la unificaba: seamos modernos; pero otra la escindía en dos bandos: cerremos o reabramos el conflicto con Chile.
La clase gobernante se fracturaba entonces entre liberales y conservadores. Los primeros, anti-chilenos a la espera de un rearme; los segundos, realistas o pragmáticos, según se vea.
El esquema centenario empezaba a instalarse gradualmente. Aún en medio de la polarización entre las dos posturas, todos los caminos de la vida pública boliviana ya conducían hacia el mar. Los liberales empujaban hacia las soluciones de fuerza, mientras los conservadores buscaban el modo de no frenar el comercio de minerales de las bocaminas hasta los muelles de la costa. Hacer política en el país equivalía a resolver el recién estrenado encierro geográfico. Desde entonces, la disposición a negociar la apertura de una rendija exportadora quedó latente como una obsesión difícil de abandonar.
En 1904, los liberales, recién llegados al palacio de gobierno en la ciudad de La Paz y en contra de sus convicciones iniciales, firmaron un Tratado con Chile, que da por desahuciada la recuperación del territorio invadido un cuarto de siglo atrás. Las promesas de un tránsito irrestricto por el litoral terminaron imponiendo la consolidación de las demarcaciones fronterizas.
Lo evidente es que el Tratado de 1904 imprimió una lógica realista en los actores políticos bolivianos. Se generaban las condiciones para la narrativa que imperaría a lo largo del siglo XX. ¿Narrativa? ¿En qué consistía?
Dado que la Guerra del Pacífico se convertía para Bolivia en un hecho militar irreversible, las élites acuñarían la imagen del país castigado por intrigas externas. De manera sucesiva se fue insuflando la historia de que los capitales anglo-chilenos complotaron para adueñarse de los recursos naturales de la zona, en especial, el guano y el salitre, materiales valiosos en ese tiempo para fertilizar la tierra. El complot, como suele ser habitual, iba acompañado de los correspondientes agentes internos, cómplices de las agresiones foráneas. ¿La estrategia? Unir fuerzas para cambiar la correlación adversa de 1879. Ya vendría el tiempo de la revancha.
De ese modo, el país postrado y asediado por enemigos internos y externos, terminaría resurgiendo de sus cenizas para volver al concierto de las naciones, estrenando un puerto propio. Nacía la idea de la reivindicación, del retorno, de la restauración de Bolivia como país igual a los demás.
Como se observa, la obsesión marítima de los bolivianos incluía una ruta de regeneración y potenciamiento interno con miras a reparar una injusticia cometida por el uso de las armas.
Y así, mientras algunos segmentos de poder en La Paz decían trabajar por la revigorización del país, otros desarrollaron iniciativas diversas para negociar concesiones territoriales por parte de Chile. Hubo quienes impugnaron el Tratado de 1904, repudiándolo como un acto de traición, pero también quienes persiguieron su aplicación consecuente, extrayendo la mayor cantidad posible de ventajas.
A pesar de la tradición derrotista boliviana, el siglo XX fue escenario de varias ofertas de negociación entre los dos países, todas fallidas, pero documentadas. Una corriente de negociadores bolivianos se fue abriendo espacio diplomático. Pragmáticos y agudos, estos cónsules y cancilleres sostuvieron con tesón la idea de que una conciliación con Chile terminaría favoreciendo el comercio transfronterizo y cerrando las heridas de la guerra.
En 1950, se conversó un canje de agua dulce por agua salada. Bolivia cedería un flujo proveniente del lago Titicaca al sediento norte chileno, para recibir a cambio, una franja territorial con dirección al mar. Perú, que comparte el agua dulce con Bolivia rechazó que se transara con ella.
En 1975, se conversó un canje nuevamente, esta vez, territorial. Bolivia cedería una porción de su superficie a cambio de otra equivalente, pero con cualidad marítima. El presidente Banzer de entonces no pudo convencer de que el intercambio era aceptable.
La Haya
Tras ese repaso relámpago acerca de la formación de la narrativa marítima boliviana, llegamos al siglo XXI. El relato original se mantiene, pero se han hecho algunas complejas reformulaciones.
La regeneración planteada en el siglo precedente se ha producido inesperadamente. Evo Morales se convertirá, en septiembre de este 2015, en el Presidente que más años ha gobernado el país. Ello denota una estabilidad política que nunca fue habitual en el pasado reciente (entre 2002 y 2006 juraron seis presidentes). Los ingresos del país han crecido en la última década en siete veces y un millón de personas ha pasado a engrosar el cauce de la clase media. En este periodo y según los parámetros del Banco Mundial, Bolivia ha pasado de ser un país de ingresos bajos a uno de ingresos medios.
Ese grado de continuidad y conformidad combinadas, ha permitido que el país desarrolle no solo una nueva estrategia, sino que incluso replantee la narrativa marítima, aunque sin variar sus fundamentos ya explicados en líneas previas.
La primera decisión nodal fue desligar el Tratado de 1904 de la demanda por un acceso soberano al océano Pacífico. Pocos juristas, especialmente en Chile, hubieran podido imaginar un paso como ese. Era como divorciarse sin tocar el acta de matrimonio.
Como se sabe, el Tratado fija las fronteras y consagra el encierro geográfico boliviano. Además es lo suficientemente antiguo como para haber quedado inamovible. De hecho, el Pacto de Bogotá, por el cual América Latina se adhiere a la Corte Internacional de Justicia, señala que ningún asunto previamente zanjado antes de 1948 puede ser revisado en La Haya.
Aunque puede ser impugnado en el Tribunal de Arbitraje de Naciones Unidas, a lo máximo que se puede llegar con él es a consolidar su funcionamiento pleno. La guerra no es reversible, salvo por otra incursión armada, hecho altamente improbable en un continente de paz.
Por eso, la ofensiva legal boliviana no pasaba por revisar el Tratado. Se buscó entonces dar un giro inesperado, abriendo el capítulo poco conocido de los “actos unilaterales de los Estados”. Resulta que no solo los tratados son sagrados (pacta sum servanta), sino también las promesas (pacta ad contrahendo). Cuando un Estado hace un ofrecimiento, llega un momento en el que aquél se transforma en un compromiso, que debe ser honrado.
En ese sentido, la argumentación boliviana transcurrió por los siguientes razonamientos: 1. El Tratado de 1904 fija las fronteras, pero no resuelve un asunto pendiente: el acceso soberano de Bolivia al mar. 2. La prueba de que esto es así, es que estando en vigencia el Tratado, Chile y Bolivia siguieron negociando soluciones diversas al enclaustramiento geográfico. 3. Una concesión territorial por parte de Chile, no es el fin, sino es el medio para que Bolivia acceda al mar.
Estamos ante una nueva narrativa. Bolivia no fue a llorar a La Haya. Fue a reconocer el hecho irreversible de la guerra, pero también a exigir una salida moderna a un problema emergente del conflicto armado del siglo XIX. En un tiempo de paz, las soluciones deberían ser pacíficas, por lo cual la Corte Internacional de Justicia es, sin duda, el escenario ideal para resolver ésta y otras diferencias.
La demanda marítima boliviana ante La Haya deja atrás la imagen tradicional del país víctima, objeto de conmiseración. Al mismo tiempo, asienta sus argumentos en el derecho internacional y ya no en los balances geopolíticos. Por eso su narrativa es superadora del humillante pasado y mira hacia adelante.
Sin embargo aunque los esquemas de argumentación han buscado otros énfasis, se ha mantenido y reforzado una característica central de la demanda: su capacidad de aglutinación nacional. Cuando en Bolivia se habla del mar, no hay voces disidentes. Todo gobierno sabe que alzando esa bandera, la oposición se evapora.
En el caso del gobierno de Evo Morales, este factor aglutinante ha tenido una derivación especial. Los segmentos intelectuales de la clase media, que habían sido parcialmente reemplazados en el gobierno, por una nueva elite de origen indígena y sindical, recuperaron en este trayecto un valor inesperado.
El gobierno, que desde 2006 se ha proclamado como antiimperialista y en camino al socialismo, reclut
indispensables para las gestiones necesarias ante la Corte Internacional.
se ha proclamado como antiimperialista y en camino ó para la demanda marítima a dos ex presidentes que en algún momento calificó como “traidores a la patria”. Los convocó porque ambos han acumulado un capital cultural suficiente que los hacía indispensables para las gestiones necesarias ante la Corte Internacional.
De ese modo, habilidades hasta hace poco desdeñadas como el manejo del inglés, el conocimiento del mundo y la argumentación técnica, relativamente desideologizada, fueron puestas en primer plano. Así, un grupo selecto de juristas extranjeros vestidos a la usanza medieval, se transformó en un grupo de héroes para una sociedad que ha reinstalado su orgullo nacionalista.
Y en ese mismo contexto de conformación de un equipo diverso y plural bajo el imperativo del interés nacional, ha ocurrido un inesperado reencuentro con la Historia. De pronto un gobierno que repudió con vehemencia lo ocurrido durante las dictaduras de la época de la doctrina de la seguridad nacional, empezó a desempolvar los documentos de la época hasta incluso reivindicar las negociaciones realizadas en su momento. El denostado “Abrazo de Charaña”, protagonizado por los dictadores Pinochet y Banzer, formó parte de la argumentación boliviana en La Haya.
Semejante grado de convergencia desembocó en una estrategia comunicacional que se centró mucho más en la argumentación mesurada, que en el ataque adjetivado. Bolivia respondió con un video alegre a la pieza audiovisual chilena que se concentraba en divulgar las opiniones de sus ex presidentes. Bolivia organizó apelaciones dirigidas a algunos sectores de la sociedad chilena, para motivarlos en su respaldo a la demanda. Y Bolivia buscó voces cálidas y cercanas como la del uruguayo Pepe Mujica para agitar a la opinión pública internacional en su favor.
La Corte Internacional de Justica decidió declararse competente para conocer la demanda de Bolivia. Es posible que el juicio del mar prosiga por dos o tres periodos más, eso dependerá de los magistrados de La Haya.
Sin embargo, cualquiera que sea el resultado, la nueva narrativa seguirá en pie dada su adaptación a los tiempos, pero sobre todo, se habrá logrado, incluso viendo cerrarse las puertas de la Corte, unificar a una sociedad en torno a una bandera que sigue despertando unanimidad.