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Salvar a Chile del juicio


Ahora que los jueces de La Haya se han declarado competentes y decidirán si Chile está obligado o no a sentarse en una mesa para negociar con Bolivia nuestro acceso soberano al océano Pacífico, seamos más audaces que ellos, y sumerjámonos en una posible salida amigable al litigio. Ante la posibilidad de que la Corte vuelva a darle la razón a la parte boliviana, busquemos, de un modo anticipado, que Chile, país hermano, salga mejor librado de La Haya. Recordemos con ello que por más prestigio que tengan los jueces, no están en la situación de obligar a ningún país a actuar en contra de su voluntad. En la Corte, el método fue siempre la persuasión, no la imposición.


Premisa elemental de partida: Bolivia no pide ni necesita territorio chileno. Acá estamos conformes con nuestro millón de kilómetros cuadrados, los cuales hemos poblado muy magramente. Lo que Bolivia quiere no es tener más superficie, sino “acceso soberano al mar”, que no es lo mismo. Pedimos agua salada, no tierra, es decir, vías expeditas de exportación marítima, el mecanismo más barato para transportar carga en nuestros días. En consecuencia, que Chile no se ponga nervioso. Este juicio no lo debería afectar y lo podemos salvar de su sentencia.


Como no queremos un solo metro cuadrado de su suelo, la astuta diplomacia boliviana no pretendió tocar el Tratado de 1904. Así lo hizo, no solo porque dicho documento no podía ser revisado en La Haya, sino porque separó, con suprema pericia, lo estrictamente fronterizo de nuestro encierro geográfico. Y en efecto, lo soberano acá debería ser solo el acceso, y no el lugar físico por donde transitemos con nuestros camiones o trenes.


¿Soberanos? Pero acaso no entendemos soberanía como el control del espacio geográfico y de la población. Sí, esa bien podría ser la noción tradicional, pero para nuestros fines, soberano bastaría con que sea ejercer el control sobre el beneficio que se aspira a consolidar. Así, por ejemplo, sin desembarcar tropas ni izar su bandera, el neocolonialismo nos ha enseñado que se puede ser más soberano a la distancia que el gobierno marioneta, que se controla desde un centro remoto e imponente.

En sentido estricto, lo que queremos de Chile es que los recursos que nos permitan un acceso irrestricto al mar pasen a dominio boliviano. Dicho de otro modo: ¿Necesitamos acaso que las escuelas aledañas a nuestro puerto enseñen nuestro plan de estudios?, ¿necesitamos que los hospitales cercanos sigan nuestros protocolos de atención?, ¿necesitamos, en suma, que el gendarme que cuida la esquina del atracadero sea boliviano? Nada de eso. Las áreas que podrían pasar a nuestro control solo tendrían que ser aquellas que nos garanticen ese “acceso soberano al mar”, del que se habla en nuestra demanda y eso, por supuesto, es mucho más que lo que nos promete el incumplido Tratado de 1904.


Imagino entonces una franja en la que la soberanía sea compartida entre ambas naciones. El territorio puede seguir dentro del mapa de Chile, pero todos los mecanismos que llevan gente y cosas hacia el puerto, deberían administrarse bajo leyes bolivianas. Para graficarlo, desplazarse por allí hasta alcanzar la costa debería ser, para nosotros, igual que ir de Oruro a Cochabamba. ¿Alguna objeción en Santiago?

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