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Rosa Luxemburgo, la agitadora teorizante


La ciudadana Rosa Luxemburgo, baja estatura, cuerpo menudo, mirada triste, vestido largo y fuego en la palabra, nació en el ocaso del siglo XIX en la zona rusa de Polonia.


Ese primer dato ya la define como una mujer fronteriza, habitante de un espacio indefinido y provisional, disputado con igual bravío por alemanes y rusos, un lugar jalonado por las superpotencias europeas más importantes, incluidas Francia e Inglaterra; un territorio de interferencia y disputa entre Moscú y Berlín, un botín que fue capaz de unir a Hitler y Stalin, aunque sólo hubiese sido por un par de años.


No es casual entonces que Rosa haya tenido como referencias principales de su pensamiento a rusos y alemanes, Lenin o Kautsky, Zinoviev o Engels. Y sin embargo, desde su umbral biográfico, forjó una visión original, en los cauces del socialismo de entonces, pero encandilada con igual brillo por la larga tradición organizativa de la socialdemocracia alemana y la erupción del volcán bolchevique.

Dentro de la pelea internacional entre reformistas de pose mesurada y agitadores de armas tomar, Rosa fue también su eslabón más intenso. En su vida conjugaba una relación directa con el mundo eslavo de su infancia y su realización adulta como teórica alemana. Fue una agitadora teorizante, activista de la lucha de clases, pero también planificadora de un futuro hipotético gobernado por la igualdad.

Rosa compartía en su biografía los mundos que se estrellaron en 1914 sobre el campo político marxista. Y en ese trajín, al final optó por lo ruso, lo en apariencia primitivo y “romántico”. Tal decisión le costaría la vida. Y es que no vivía en Moscú, sino en Berlín, y allí se incubaba el nazismo, no el asalto proletario al poder político.


Este breve ensayo no aspira a la originalidad, es apenas un recuento de las principales ideas de Luxemburgo. A manera de un muy merecido homenaje, es una forma de recuperar su pensamiento y tornarlo en herramienta de interpretación de algunas realidades nuestras. De ahí podría salir quizás un filón para el debate.


¿Qué pensaba quien en palabras de Franz Mehring era “la cabeza más genial” que haya surgido (hasta 1907) entre los herederos científicos de Marx y Engels?


Sus principales tesis podrían resumirse en los siguientes siete puntos:


1. La espontaneidad de las masas y el rol de la dirección revolucionaria


Rosa Luxemburgo aparece para la historia del pensamiento socialista como la gran teórica de la espontaneidad de las masas. Sus escritos subrayan con fuerza el potencial de los segmentos laborales no organizados, aquellos que no se cobijan bajo ningún ala sindical o partidaria y que suelen ser calificados como pasivos o dispersos. En algún momento Rosa fue acusada injustamente de postular la idea de que el partido ya no era necesario y que la organización sindical incluso se había convertido en una traba para el avance de la revolución.


Los principales ataques en ese sentido surgieron en 1906 cuando ella presentó su libro “Huelga de Masas, Partido y Sindicatos”. La socialdemocracia alemana, pero con especial énfasis, los dirigentes laborales socialistas, montaron en cólera al leerlo y hasta la obligaron a recortar varios párrafos particularmente agresivos del libro para autorizarle una segunda edición.


Una lectura atenta de ese texto nos muestra a una Rosa Luxemburgo convencida sí de que la poderosa organización partidaria y sindical de los socialdemócratas alemanes se había convertido en un fin en sí mismo, y ya no en una herramienta para dar el salto revolucionario. Sin embargo, esta reflexión no alcanza a aterrizar en una postura anti-partido o anti-sindicato. La fuente de inspiración de Rosa son las huelgas masivas de Rusia en el periodo de agitación del año 1905, y no las propuestas anarquistas de Bakunin, criticadas en su tiempo por Engels. Su brújula no son entonces acciones espontáneas sin rumbo, sino momentos en que el partido y las masas se acoplan para descomponer juntos el orden establecido. Precisamente por el carácter espontáneo de las movilizaciones, la necesidad del partido, según Rosa, es mucho mayor aún. Dado que la revolución no puede ser planificada desde una instancia conspirativa, entonces es necesaria “una dirección técnica” del conflicto que articule la creatividad movilizada de la base con una mirada de largo plazo hacia la toma del poder político y la transformación de toda la sociedad.


Luxemburgo detecta de manera pionera cuál es el papel de la burocracia en los procesos de cambio. Mucho antes de la degeneración del Estado soviético, descubre cuán anquilosadora puede ser una casta de funcionarios a sueldo encargada de impulsar los cambios casi “por receta”. Lo hace en el contexto de un partido político como el suyo, que pocos años después (1912) alcanzaría una representación parlamentaria de 110 escaños y tres millones de afiliados en sus sindicatos. Esa estructura jerárquica compuesta por cientos de individuos asalariados se enfrentó a Rosa Luxemburgo cuando ésta denunció que el único interés de la burocracia estaba en preservar sus privilegios, lo cual, en los hechos significaba, mantener la situación alemana tal como estaba. La revolución terminaba enfrentada a los intereses directos de sus supuestos impulsores.


En efecto, Rosa Luxemburgo no protesta contra el partido o el sindicato en sí mismos, sino contra su concreción en la realidad alemana de su momento. La socialdemocracia se había convertido en un factor conservador, porque se beneficiaba de un cúmulo de reformas estatales que le concedieron un rol importante en el funcionamiento del país y la hacían funcional a las demás instituciones prusianas.

De pronto, Rosa sintió que el partido al que pertenecía, era casi un epifenómeno del desarrollo del capitalismo y que, como tal, ya comenzaba a cumplir funciones de conciliación. La socialdemocracia se desnudaba como hija del sistema y por ello, incapaz de trascenderlo.


El haber desnudado este hecho, le permitió a Rosa anticipar posiciones en torno a la futura conducta de sus camaradas. Se podría decir que los diagnósticos iniciales de ella ya anticipaban que su partido terminaría auxiliando al sistema político imperante mediante su respaldo a una guerra internacional, que cancelaba la lucha de clases y depositaba el respaldo popular en el militarismo y su sed de conquistas transfronterizas.


El énfasis tan marcado de Luxemburgo en la espontaneidad tiene un origen muy claro. Su partido se había acostumbrado a no dar un paso adelante si éste no estaba milimétricamente planificado. Cualquier acción colectiva debía estar respaldada por una estructura organizativa, un trabajo previo de elaboración y reflexión, una hilera de órdenes y certezas. Esa extrema cautela tenía por respaldo la idea de una evolución gradual hacia el socialismo sobre la base de victorias electorales sucesivas y una ocupación de espacios administrativos y sindicales (Bernstein). El eje dirigente de los socialdemócratas alemanes quería acercase con lentitud a la plasmación de sus ideales y veía en las reformas un camino abierto en esa dirección. Por eso la exaltación luxemburguista de la espontaneidad de las masas aparecía ante los ojos de la burocracia como un “romanticismo” revolucionario o una invitación a la temeridad. Rosa les escribía que ver a la revolución como un “baño de sangre” coincidía sospechosamente con la mentalidad de la policía alemana, que observaba a las movilizaciones obreras como la obra de un puñado de agitadores a los que había que arrestar oportunamente. Justamente porque la revolución no era eso, Rosa enfatizaba en el rol activo del partido, la organización capaz de convertir un acto espontáneo y masivo en una corriente histórica de transformación, la muchedumbre en fuerza organizada y propositiva.


2. La unidad indisoluble entre la lucha económica y la lucha política


Siguiendo con el curso de los anteriores argumentos, Rosa Luxemburgo señalaba que la burocratización de su partido condujo a separar artificialmente la lucha política de la económica. Para ella, ese es uno de los pilares de una conducta conservadora, adversa a la revolución. De acuerdo al ordenamiento capitalista, mientras el sindicato se ocupa de las luchas puramente económicas, como la demanda por mejores salarios o jornadas de trabajo de ocho horas, el partido se especializa en atender los intereses generales de la clase social a la que representa, es decir, de aquellos asuntos concernientes a las estructuras legales y la representación. Esta división del trabajo comenzó a ser una práctica de la propia socialdemocracia alemana. Así, los sindicatos se limitaron a plantear reivindicaciones relativas al bolsillo de sus afiliados, mientras la brigada parlamentaria profundizaba las reformas políticas. El funcionamiento de tales estructuras, lejos de subvertir el orden, empezó a consolidarlo. Luxemburgo miraba estos hechos con gran preocupación. Y así, nuevamente recuperó la experiencia de los obreros rusos de 1905, en los que comprueba que las fronteras entre lo político y lo económico se borraban constantemente. Una huelga por salario derivaba rápidamente en un pedido de cambio de autoridades y desencadenaba después otros procesos radicales de lucha, pero para pasar luego a demandas económicas dispersas.


En la concepción de Rosa Luxemburgo la realidad muestra la unidad plena de lo político y económico, del sindicato y el partido, como brazos de la revolución gracias a los cuales las cuestiones del poder nacen y regresan al plano de la evaluación de las condiciones de vida de los asalariados. No hay división entre los dos mundos, ambos se conectan y refuerzan. Un sector en lucha salarial contagia a otros, que en su agregación, saltan al cuestionamiento general del régimen y que al comprobar su posible inmadurez para forzar cambios políticos inmediatos, regresan de nuevo a las demandas anteriores con las lecciones bien aprendidas. Rosa es clara al señalar que estos mecanismos de conexión no son decididos desde una vanguardia planificadora, sino que son producto de las condiciones históricas generales. Es sobre esa ola natural que se monta la dirección política para dar ánimo a los combatientes y acelerar o contener los pasos hacia lo irremediable. Rosa Luxemburgo creía en que la historia estaba movida por “leyes de hierro”, pero que éstas no se cumplían de forma mecánica, sino que estaba en manos humanas acelerar o frenar su aplicación.


3. La revolución es cosa de los obreros


Una de las razones por las cuales Rosa Luxemburgo creía muy posible unir la lucha política con la económica en Alemania, era que la afiliación a los sindicatos en ese país era libre. Eso significa que todo trabajador sindicalizado sabía que además de pertenecer a un gremio y organizarse en él, lo estaba haciendo al amparo de un partido político y su ideología. En este caso, tres millones de obreros alemanes eran conscientes que aunque no pertenecían en igual número al partido socialdemócrata, sí estaban de acuerdo con sus ideas. Aquella inscripción sindical era ya un compromiso partidario muy concreto dado que cada obrero también podía pertenecer a un sindicato católico o liberal. En ese contexto, la socialdemocracia era el movimiento socialista más amplio y poderoso del mundo. Rosa Luxemburgo comprendió que ese poder era vano si no se convertía en un motor capaz de saltar de las luchas reivindicativas a las tareas políticas revolucionarias. En función de ello, su objetivo como agitadora socialista no era que las cúpulas de los sindicatos y del partido se pusieran de acuerdo para “decretar” la revolución en virtud de los millones de afiliados que seguirían sus órdenes. Rosa tenía más bien una postura claramente enfrentada al manejo burocrático de las luchas. Ella creía que los vértices de las pirámides partidaria y sindical no eran el lugar de encuentro entre lo político y lo económico, la fusión sucedería en las bases, entre obreros sindicalizados y militantes del partido, en la acción directa de calles y sufragantes, hermanados con un sólo objetivo, bajo una evaluación precisa compartida de que todos padecen la misma situación y que urge transformarla.


Aunque pareciera algo obvio, Rosa repetía que la revolución era asunto de los obreros y que por más esclarecida y autoritaria que sea su supuesta vanguardia, la transformación no podía ser decidida en una oficina partidaria. Era la Historia, con sus caprichos e incertidumbres la que movía el curso de los acontecimientos.


4. La huelga general es un río, el parlamentarismo, agua estancada


Rosa Luxemburgo acostumbraba usar metáforas relacionadas con el agua a fin de explicar sus ideas. Son frecuentes, por ejemplo, sus referencias a la cascada del Rin, síntoma claro de un mundo natural al que hay que encausar mediante la voluntad humana. En relación a sus opciones de lucha, Rosa usaba el término “aguas estancadas” para referirse al parlamentarismo, actividad que absorbía gran parte de las energías de su partido. El parangón es claro, los espacios parlamentarios aparecen como sitios estériles y en putrefacción, incapaces de fecundar la vida. Ocurre todo lo contrario con la huelga general, medida de protesta y combate social, que Rosa Luxemburgo elevó al sitial máximo de eficacia histórica. La huelga masiva, aquella en la que participan todos los asalariados, paralizando la producción y la reproducción de sus dominadores, es el camino de la revolución según la concepción de Luxemburgo. Y tal medida es como un río, una corriente que fluye tempestuosa transformándolo todo. Es entonces el lado opuesto de la lucha parlamentaria.


La metáfora se amplía cuando se refiere a la escisión artificial entre las luchas económicas y políticas, ya mencionada antes. Rosa dice que esa barrera no es natural y compara la disección con un bisturí, que lo que nos entrega es un cadáver, no un fenómeno vital. De manera que separar las metas políticas de las sindicales equivale a la muerte y sólo su unión fecunda la vida.


Los argumentos conducen a lo mismo. Si el partido se especializa en la lucha parlamentaria está esterilizándose. Su acción sólo tendrá frutos cuando se pase a la lucha callejera, de clases, sin mediaciones, en el terreno de la huelga general, es decir, en el terreno de la producción económica.

Si vemos con atención, lo político y lo económico confluyen armónicamente en la huelga general. En ese momento, una acción económica adquiere efectos estatales y produce una crisis política bajo presiones en el campo de la creación de la riqueza. Rosa Luxemburgo ha cerrado el círculo de su propuesta, hay que hacer que el río se desborde y transcurra espontáneo como es, sobre esa corriente cabalgará el factor consciente a fin de intentar influir en el proceso, inyectándole decisión, fuerza y orientación razonada. Rosa Luxemburgo cree en la Historia y su paso irremediable, pero con igual fuerza piensa que el socialismo es el primer proceso humano autorreflexivo, en el que el ser humano se reencuentra consigo mismo y deja de ser un juguete de hechos que no conoce.


5. El social patriotismo, el fruto de la burocracia


Pero, ¿cuál es la consecuencia más directa de la existencia en Alemania de una burocracia partidaria y sindical organizada bajo banderas socialistas, pero de conducta conservadora? Para Rosa Luxemburgo el producto de este fenómeno es el social patriotismo, es decir, la incorporación de la socialdemocracia a la maquinaria imperial de guerra alemana. En este terreno, Rosa libra su segunda gran batalla con la burocracia, aquella que la llevaría a fundar un partido nuevo y romper para siempre con sus antiguos camaradas. La crisis estalla en 1914, antes de su apresamiento, cuando de manera sorpresiva y después de haber proclamado una línea completamente adversa a la guerra, los diputados socialdemócratas viabilizan con su voto el financiamiento de la incursión alemana en la Primera Guerra Mundial.


Para Rosa, no puede haber prueba más clara y contundente de que el partido socialdemócrata ha traicionado sus principios. En vez de mandar a los obreros a las trincheras revolucionarias, los entrega en calidad de carne de cañón a las autoridades burguesas y militarizadas del Reich. La justificación de los dirigentes y parlamentarios socialistas es que la patria de los alemanes está en peligro por el acecho del absolutismo zarista. Rosa se mantiene fiel a la idea original que inspiraba la política de su partido a nivel mundial: “volcar los fusiles”. Eso significaba convertir la guerra imperialista en una guerra civil contra la burguesía y por el socialismo. Esa fue la política seguida por Lenin en Rusia, que derivó en la toma del poder de parte de los bolcheviques, pero en Alemania se impuso la colaboración con el gobierno y una postergación obvia de la lucha de clases. La consigna del Kaiser alemán: “No conozco partido, sólo conozco alemanes” resonaba como eco en las asambleas de los socialistas. Rosa Luxemburgo, junto a Karl Liebknecht, Franz Mehring, Clara Zetkin y otros militantes que formaban una minoría no compartieron ese coro y abandonaron el partido para fundar uno nuevo: el comunista alemán, a cuya fundación contribuyeron con su sangre.


El sometimiento de la socialdemocracia y sus aparatos orgánicos al imperialismo alemán era la prueba de que semejante poderío social montado en tres décadas era incapaz de controlar los acontecimientos adversos. En ese momento, Rosa Luxemburgo se puso a valorar aún más al proletariado ruso, que sin gran tradición organizativa, comenzaba a hacer temblar al Estado zarista mediante una política claramente adversa a la guerra y de confraternidad plena con los soldados, con quienes finalmente protagonizaría la toma del poder. La Revolución rusa comenzaba a sorprender a las arrogantes estructuras mentales alemanas, que hasta ese momento eran el ejemplo de conducta dentro de la II Internacional.


6. Rusia y Alemania, ¿quién está a la zaga?


Otro elemento que destaca, aunque en menor grado, en el pensamiento de Rosa Luxemburgo es su análisis comparativo permanente entre Alemania y Rusia. Aunque ella está orientada a impulsar la revolución alemana, encuentra permanente inspiración en la Rusia de 1905. Con la llegada al poder de los bolcheviques ya no le cabe duda alguna de que la dirección ideológica correcta es la de Lenin y no la de Kautsky en su país. En su prosa es posible comprobar la clara relación que existía entre “civilización”, “industria” y “socialismo venidero”. Es frecuente, antes de 1917, que ella tenga que subrayar una aparente paridad entre las realidades rusa y alemana, aclarando que la primera no es tan atrasada como se piensa. En esas formulación es fácil detectar la arrogancia de los intelectuales socialistas alemanes, que apegados al marxismo clásico, estaban seguros de que a mayor desarrollo industrial, mayores posibilidades para dar el salto hacia una sociedad sin clases. El progreso venía acompañado de socialismo. En ese sentido, Rosa Luxemburgo participa de una corriente de intelectuales que empieza a valorar la realidad rusa como potencialmente revolucionaria, a pesar de sus rezagos tecnológicos y su inmensa ruralidad.


Y, como es de suponer, en esa comparación entre Alemania y Rusia, Rosa Luxemburgo termina señalando que de dónde más hay que aprender no es de la presuntuosa tierra germana, sino del gigantesco país semiasiático.


7. El imperialismo, antesala de la revolución: las guerras del nuevo tiempo


Dado que Rosa Luxemburgo es una de las adversarias más encarnizadas de la guerra que se avecina, porque en ella ve consumarse la traición de su partido, es natural que haya analizado las características de aquel conflicto con un empeño inusitado. En su texto “La Crisis de la Socialdemocracia”, ella plantea que la Primera Guerra Mundial no es un conflicto bélico que Alemania emprende a fin de prevenir su destrucción por parte del zarismo, sino una guerra imperialista, como lo serán, dice ella, todas las guerras en lo sucesivo. Su encono contra el conflicto bélico, justificado en diversos discursos patrióticos pronunciados por sus camaradas socialdemócratas, la lleva a considerar que toda guerra tendrá un carácter imperial y que lo único que interesa al proletariado es profundizar la lucha de clases. Rosa Luxemburgo basa su diagnóstico en un análisis muy completo de coyuntura mediante el cual intenta demostrar que los intereses nacionales ya no existen, porque cualquier afrenta entre países afecta de manera directa los intereses de las superpotencias imperiales. El entramado de poderes se habría extendido de tal forma en el mundo, que ya ningún conflicto territorial podría escapar del tejido de redes imperiales. Así, atacar Serbia, Marruecos, Turquía o Egipto produciría de inmediato roces con Inglaterra, Francia, Rusia o Alemania. Todo el mundo les incumbe y cualquier disparo de cañón les afecta.


Esta manera de ver el contexto mundial, lleva a que Rosa Luxemburgo descarte las guerras nacionales y sostenga que los movimientos socialistas deben ser antibelicistas por excelencia a fin de concentrar todas sus fuerzas en el ajuste de cuentas con la burguesía.


En un texto especial, Lenin le refuta este exceso, recordándole que las guerras nacionales aún son posibles como sucede con los movimientos de liberación del Tercer Mundo, en los que sí pueden plantearse conflictos no imperialistas, sino más bien, adversos a las metrópolis coloniales. El énfasis no es casual, Lenin estaba a un año de tomar el poder, y seguramente presentía su conversión en hombre de Estado. En esa circunstancia, sospechaba que un estado socialista podría llamar a una guerra internacional en nombre de sus principios o en defensa de su territorio. Es por eso que Lenin no admitía la descalificación de toda guerra sólo por el hecho de plantearse como tal. Tal aclaración serviría más adelante para justificar la implantación vertical del socialismo al amparo de tanques de guerra soviéticos y a manos de una burocracia aún más siniestra y conservadora, con la que Rosa Luxemburgo, seguramente, tampoco hubiese estado de acuerdo. Pasemos al debate.



Datos biográficos de complemento


Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en Zamosc, Polonia. Era hija de un comerciante judío. A los 18 años huyó de su casa enrolada en una organización revolucionaria ilegal. Tras finalizar sus estudios en 1896, se trasladó a Alemania, donde obtuvo la nacionalidad germana gracias a un matrimonio de apariencia legal con Gustavo Lübeck.

En tierras alemanas se incorporó a la militancia política en las filas del Partido Socialdemócrata. En pocos años se transformó en una de las principales teóricas y agitadoras del marxismo alemán. Cuando conoció el estallido de la primera revolución rusa en 1905, se trasladó a Varsovia para apoyar las sublevaciones obreras polacas. Allí fue detenida por la policía junto a su compañero de vida, Leo Jogiches, y tuvo que retornar a Alemania.


En los congresos partidarios socialdemócratas de 1907 en Stuttgart y de 1912 en Basilea desarrolló una lucha franca contra la guerra y el militarismo. A raíz de ello se enfrentó a la burocracia de su partido, que el 4 de agosto de 1914 decidió respaldar el estallido de la Primera Guerra Mundial. En efecto, el 2 de diciembre de 1914, los parlamentarios socialdemócratas alemanes aprobaron con su voto los créditos de guerra con lo cual se hicieron cómplices del conflicto armado. Karl Liebknecht fue el único diputado disidente. Él, junto a Luxemburgo, Clara Zetkin y Franz Mehring discreparon públicamente con la línea oficial de su partido, el más respetado dentro del movimiento obrero socialista europeo.


Rosa fue presa política en Alemania durante dos periodos, uno entre febrero de 1915 a enero de 1916 y el segundo, entre julio de 1916 a noviembre de 1918. A su salida de prisión fundó la Liga Espartaco, y el 30 de diciembre de 1918, el Partido Comunista Alemán.


Tras un levantamiento obrero armado al que Rosa Luxemburgo se opuso, fue asesinada brutalmente en Berlín en el mismo operativo que cegó la vida de Karl Liebknecht, el 15 de enero de 1919. Su cadáver fue lanzado a un canal y recuperado meses más tarde.


De su obra escrita puede destacarse: “¿Reforma o Revolución?”, “La Crisis de la Socialdemocracia”, “Militarismo, Guerra y Clase Obrera”, “Huelga de Masas, Partido y Sindicatos” y el vibrante manifiesto previo a su asesinato denominado: “El Orden reina en Berlín”.

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