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Obama y el Nobel prematuro


Residía apenas un año en la Casa Blanca, cuando el comité noruego decidió otorgarle el Premio Nobel de la Paz. Llovieron las críticas tupidas sobre quienes tomaron esa decisión, pero también contra su agasajado: el primer afroamericano en el cargo. Barack Obama acudió al acto de entrega envuelto en la humildad de quien sucede en el timón al mundialmente repudiado George W. Bush, pero apenas está en el primer peldaño no solo de superarlo, sino de trascenderlo. En su discurso, una más de sus vibrantes piezas oratorias, el aún hoy Presidente de los Estados Unidos comenzó aludiendo este hecho con plena honestidad. Reconoció la controversia. Él, a diferencia de otros galardonados, recibía la medalla al inicio de su desempeño público. Se lo homenajeaba no por lo que había hecho hasta ese momento, sino por lo que se esperaba que hiciera en el futuro próximo.

Ahora, tras cinco años de pruebas constantes, y en el fragor de un mundo desordenado y complejo, Obama podría recibir otra vez el Nobel, y sería francamente mezquino pretender negárselo.

Hay quienes hubiesen preferido que el hombre se enclaustrara en su despacho para diseñar el fin del liderazgo o la injerencia de los Estados Unidos en el mundo. Un Obama “aislacionista”, como todos los primeros presidentes de esa nación, quizás se habría acomodado mejor en las preferencias de quienes solo conocen la ética de la convicción, y no la de la responsabilidad (Weber pensó eso, lo sabemos). Ser leal a ciertos principios en la soledad testimonial de una habitación es pues “pichanga”. Lo realmente meritorio es merecer el Premio Nobel de la Paz siendo el comandante del ejército más poderoso de la Tierra.

Barack Obama ha dirigido en tiempo real el asesinato de Osama Bin Laden. Ha autorizado el despegue y vuelo letal de decenas de drones en territorio pakistaní; sí, allí donde los talibanes acaban de armar otra masacre, esta vez en una escuela. Obama ha instruido el fin aéreo del gobierno de Gadafi, a lo que le ha sucedido el caos, no la ocupación extranjera.

En su discurso de recepción del Premio, el autor de esos hechos, muestra plena conciencia de las contradicciones en las que se ve envuelto quien busca la paz, pero al mismo tiempo, tiene como una de sus opciones, el uso de la violencia. ¿Hay acaso una guerra justa? Obama asegura que sí y discurre por los mismos senderos por los que pasara Clinton cuando autorizó la guerra de Kosovo en 1999. Sí hay, dijo en Oslo, siempre y cuando sea: en legítima defensa, en escala proporcionada, respetando la vida de los civiles, y prohibiéndose a sí misma coronar la victoria con el sojuzgamiento de un pueblo. Obama ha replegado tropas de Irak y Afganistán, ha empezado a liberar a los de Guantánamo con ayuda de Pepe Mujica, ha desclasificado los archivos de la CIA en los que se confiesa haber usado la tortura, la cual, además, ha sido erradicada; ha legalizado la situación de 11 millones de inmigrantes, se ha declarado a favor del matrimonio igualitario y, ah… también ha terminado con el bloqueo a Cuba, ese que empezó cuando él tenía dos años y los Castro ya gobernaban cancelando disidentes. ¿Algo más? Le quedan dos años, sigue el examen.

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