Lo que Marcelo no fue
“Aquí está una parte”, dice Hugo Rodas, mientras señala un librero de techo a piso lleno de documentos, casetes, fotos y vídeos. Se ha convertido en su reto supremo: la biografía de Quiroga Santa Cruz. En esta entrevista, grabada el día en que Marcelo hubiese cumplido 71 años, nos permite atisbar los perfiles de este trabajo en el que quedarán pulverizados los lugares comunes que rodean al líder socialista: su aparente soledad, sectarismo, utopismo, talante señorial, inclinación al martirio o aventurera audacia.
Van 40 años del crimen que nos lo extirpó del alma, y no hay olvido. A su sobrino lo querían como candidato de la fórmula cocalera; un ex juez que se puso a buscar a sus asesinos directos, encabezó alguna vez encuestas presidenciales; Manfred, el hijo de uno de los golpistas del 80, en su sed por parecer estadista, plagió una de sus frases (la publicada en “Oleocracia o Patria”); mientras el autor intelectual de su desaparición murió cada vez más lejos de Chonchocoro. Marcelo Quiroga Santa Cruz resucita porfiadamente en nuestro andar cotidiano, sumergido “en la acumulación histórica en el seno de la clase”, como precisa Hugo Rodas, empleando un concepto de René Zavaleta.
Está tan vivo Quiroga que a Rodas ya le ha quitado varios años de esfuerzo destinados a comprender su pensamiento. “Marcelo pensó cosas muy distintas, pero siempre en una línea. Para mí ha sido como una escuela entender esos debates”, confiesa quien está conociendo al líder socialista en todos sus escritos. Hugo estudia esa vida en México, hasta donde también llegó su biografiado para vivir su exilio en la capital azteca durante la dictadura de Banzer.
Aunque Marcelo es hoy una figura de veneración general, hubo un tiempo en el que la izquierda prefirió dejarlo solo, mientras la derecha planificaba su eliminación. La envidia le tendió un cerco en las entrañas del mundo político, mientras los trabajadores lo llevaban en andas por las calles polvorientas de los campamentos mineros. Su carisma descollante lo hizo insoportable ante los ojos de un Banzer devenido en candidato civil, del MIR en codicioso crecimiento o de la izquierda obrera radicalizada, que insistía en mirarlo como un cachorro de la burguesía. Todos ellos, desde su lugar y especialidad, tejieron un manto de rumores e insinuaciones para etiquetar a Marcelo. Hugo Rodas ya posee la fortaleza suficiente para desgarrar ese tejido de infamias y terminar de rehabilitar a Quiroga.
No fue señorial
Marcelo dio sus primeros pasos en el seno de una familia adinerada de la Cochabamba gamonal, previa a 1952. Su padre trabajaba para el magnate Patiño y fue ministro de los gobiernos formados, dicen, a su servicio. Su porte elegante, su paso altivo por París, su dedicación a la literatura y su amplia cultura ayudaron a forjar la imagen de un Quiroga señorial, “hijito de buena familia”, de uñas recortadas y bien limadas.
Hugo Rodas dispara los cañones de su argumentación contra esta alegre caricatura. Si entendemos como señorial, aclara, “aquel desprecio que ciertos grupos urbanos han establecido en Bolivia con respecto a lo indígena”, la familia Quiroga no entra bajo tal definición. Al contrario, el ámbito primero del joven Marcelo estuvo muy penetrado, afirma nuestro entrevistado, por la realidad social del país. Eran ricos, pero también ilustrados, rasgo último del que la llamada oligarquía boliviana carece con ostentación. “Se conocían bien entre sí, disfrutaban mucho del ámbito campestre y eran críticos ante cualquier manera tajante de clasificar la realidad. El padre de Marcelo parece haber sido muy importante en su formación”, agrega Rodas. Una de las primeras tareas paternas que Marcelo recibió, consistía en acudir al parlamento, escuchar detenidamente los debates y prepararle un resumen de lo discutido. Quizás en ese entonces, el muchacho ya soñaba con utilizar ese sitio como caja de resonancia de los intereses obreros. Sí, obreros. Todavía muy chico, y también gracias al padre, conoció los centros mineros, sus dramáticas carencias, la silicosis difundida como gripe. “Esto debió impresionarlo si es cierto que fue un muchacho muy sensible a la situación del país”, comenta su biógrafo.
No fue un titulado
Cuesta creer que quien fue profesor de profesores en México y la Argentina, ministro de minas y petróleo del gobierno de Ovando y magistral timonel del juicio de responsabilidades contra Banzer, haya sido un autodidacta. En efecto, Marcelo no culminó carrera alguna, pese a lo cual sigue dándonos lecciones desde los pasillos profundos de la Historia. Al respecto, Rodas vincula dos ideas oportunamente: “Marcelo fue Marcelo para las masas, pero, doctor para los académicos”. Con ello quiere decir que mientras el pueblo le borraba el apellido pomposo para adoptarlo entre sus brazos bajo cariño filial, las universidades le implantaron el máximo pergamino por la vastedad de su saber.” Ambos reconocimientos son sociales”, remarca Rodas. Se los dio la gente, ¡salud por eso!
Marcelo hizo buena parte de su secundaria en el colegio La Salle de La Paz, pero a medida que fue siendo absorbido por la realidad social circundante, tomó la decisión de cambiarse al Bolívar, un establecimiento fiscal. De esa manera aclaraba por vez primera su pertenencia a los sectores populares, movido por una temprana conciencia política.
Más adelante, la familia Quiroga tuvo que huir a Chile, perseguida por el MNR y su revolución que se tornó cada vez más intolerante con quienes consideraba enemigos de los cambios operados. La salida del país interrumpió los estudios universitarios de Marcelo, en ese momento interesado por el derecho y la literatura. Más tarde, ya casado con Cristina, se mudó a París, donde alternaba en clases por allí, ensayos de teatro por allá, muchas horas para escribir novelas, incursionar brevemente en el cine; en síntesis, extendió sus brazos hacia aquel conocimiento que le era útil, sin el plan definido, pero también restrictivo, que proporciona una carrera profesional. Al final regresó a Bolivia, seguro de que ahí estaba su itinerario vital. Rodas cree que las aulas universitarias “le resultaban insuficientes para su desarrollo personal, porque él exigía demasiada libertad, al mismo tiempo que compromiso”.
Esta actitud frente a la academia retrata a Marcelo de inmejorable forma. Le importaba el saber apegado a la realidad cambiante. Dejar la universidad fue una de sus muchas elecciones personales gravadas por un alto costo. Él siguió eligiendo así hasta su último día, sintiendo las consecuencias en cuerpo presente.
No fue falangista
Quiroga despertó a la vida política cuando, tras retornar al país, fue elegido diputado. Lo más curioso es que formaba parte de la bancada de Falange. ¿Era entonces un joven camisa blanca? Rodas lo niega con firmeza: “Marcelo dijo de manera incansable que jamás perteneció a Falange. Los documentos lo apoyan. El momento en que es elegido candidato, él tenía proximidad con la Comunidad Demócrata Cristiana (CDC) y exigió de ella una carta que, declarándolo independiente, lo sumara en las listas de Falange. En ese momento era la única opción para acceder al Congreso, además del MNR. Luego, apenas unos años después, toda la bancada de Falange, lo mismo que el resto, votaron contra él por su exclusión del Congreso y su confinamiento”. Es más, algunos falangistas del momento como Walter Vásquez Michel, se cambiaron a las trincheras de Marcelo; el independiente atraía como pocos.
No fue un adversario oligárquico del 52
El régimen revolucionario emanado de la insurrección de abril persiguió a la familia Quiroga. Un dato no confirmado por Rodas da cuenta de que también le habría expropiado tierras en Cochabamba. Ambas situaciones nos llevan a preguntarnos acerca de la postura de Marcelo con respecto al tiempo de cambios impulsado por los fusiles obreros y campesinos.
Rodas tuvo en sus manos una publicación sobre el tema titulada: “Joven deshabitado culpa al país por sus desgracias personales”. El autor es nada menos que René Zavaleta Mercado, en ese momento, pensador y militante del MNR. A través de estas declaraciones, el intelectual nacionalista evaluaba “Los Deshabitados”, la premiada novela de Quiroga, advirtiendo que ésta reflejaba el pensamiento de la oligarquía, derrotada el 52, porque exhibía las marcas de un sentimiento de fin del mundo. La nación, encarnada en la plebe, les había confiscado el oxígeno vital.
En efecto, comenta Rodas, Quiroga disentía del movimientismo imperante. Sus ideas al respecto están contenidas en la compilación “La Victoria de Abril sobre la Nación”, una reunión editorial de sus artículos publicados en “El Diario”. Pero claro, era contrario a la Revolución, no por simpatía con los derrocados, sino porque pensaba que ésta quedaba como promesa archivada o acción inacabada. Tan claro es esto que más adelante redactaría un texto titulado “De la Derrota a la Esperanza” para referirse a la gran revolución traicionada por una burocracia partidaria incapaz de ensanchar el camino. Así, señala Rodas, Marcelo lanzaba sus dardos críticos contra la dirección del MNR y no contra el pueblo movilizado tras sus banderas.
Rodas culmina este punto haciendo una comparación entre Zavaleta y Quiroga. Dice que al margen de la gran lucidez teórica del orureño, es indudable que Marcelo no sólo produjo pensamiento socialista, sino también una acción personal impulsora de la posibilidad concreta de construir el socialismo.
No fue un utopista
Otra injusta evaluación de la trayectoria de Quiroga tiende a hacernos creer que a pesar de la pulcritud de su hoja de vida, sus ideas eran irrealizables y afiebradas, peor ahora cuando la palabra socialismo resuena a desvarío. Nada menos solvente y más refutable que aquello. Reiterando una frase de Walter Vásquez Michel, Marcelo, asegura Rodas, no fue un divulgador del marxismo, pues ni siquiera citaba a Marx. Lo que hacía era usarlo para comprender la realidad boliviana, pero siempre condicionado por lo que ésta podía objetar. “Para él, lo único que correspondía hacer con esta teoría era desarrollarla”, puntualiza. En consecuencia, Marcelo propuso un socialismo realizable, como decía René Bascopé, y eso fue lo que más impresionó a los electores que lo conocieron entre 1978 y 1980.
El planteamiento de Quiroga nacía de su propia experiencia práctica, de aquello que la realidad le dictaba. Por eso proponía profundizar las medidas del nacionalismo revolucionario, pero otorgándole un sentido liberador y socialista. Nada de eso sonaba utópico en labios del ministro que había estampado su firma en la nacionalización de la empresa petrolera Gulf, medida que permitió, dice Rodas, que Bolivia pudiera vivir como Estado soberano durante la década del 70.
No fue un conspirador golpista
Marcelo fue ministro de un gobierno militar, el del general Ovando Candia. ¿Confiaba más en las reuniones de café con los jerarcas que en las acciones colectivas de los trabajadores organizados?, ¿era el clásico intelectual de clase media que tocaba las puertas de los cuarteles para “hacer historia”? Nada de eso. Rodas responde: Quiroga no perseguía el protagonismo, sino el cumplimiento de una política que creía justa, es decir, ingresó al gabinete a condición de que se nacionalizara la Gulf. Dicho y hecho. Ahí estaba el poder, la capacidad para decidir, la idea correcta, pero faltaba el pueblo. Marcelo lo sabía muy bien, reconocía que sus acciones como ministro estaban separadas del movimiento de masas y que en esa fisura se asomaba un límite real. No estaba equivocado. Dejó de inmediato el puesto cuando percibió que Ovando cambiaba de orientación. No es casual entonces que meses más tarde guardara cauta distancia respecto del gobierno de Torres, cuyas medidas revolucionarias respaldó, aunque sin olvidar las ataduras de un gobierno que ofrecía conquistas sociales como concesiones verticales. Para entonces, Quiroga ya había concurrido a fundar el Partido Socialista, organización que integró la Asamblea Popular y que por eso salió, armas en mano, para defender al país del golpe de Banzer.
No fue un demoliberal
Quiroga sigue siendo, 21 años después de su asesinato, el mejor parlamentario boliviano desde que el Congreso descansa sobre el voto universal. Sus intervenciones son verdaderos clásicos de la oratoria de hemiciclo. Nunca empleó ni insultos ni alusiones personales. Fue implacable, pero con los delitos públicos, esos cometidos por Banzer y sus colaboradores, a nombre del interés común.
A pesar de todo ello, Marcelo no creía en el liberalismo, cuya institución central es el Congreso. Rodas recuerda que fue Zavaleta, otra vez, quien caricaturizó la posición política de Marcelo acusándolo de propagar una burda fe en las entidades liberales y republicanas. Para Quiroga, la representación obrera directa, encarnada en la Asamblea Popular de 1970, era cualitativamente superior al parlamento, donde él fue figura estelar. Sin embargo, ya cuando desde 1978 quedaba claro que el horizonte político del momento pasaría por el Congreso elegido en las urnas, Marcelo postuló que el pueblo podría encontrar allí un partido que lo ayudara a avanzar hacia una auténtica democracia al servicio de los oprimidos. De igual forma, cuando el parlamento no cumplía con las expectativas populares, Marcelo fue el primero en denunciarlo e incluso en renunciar a su escaño como gesto de protesta.
No fue un militarista
En una foto muy conocida entre sus adherentes, se observa al líder socialista con un fusil en la mano. Eran los días del golpe de Banzer, las horas de la resistencia en La Paz. ¿Fue Marcelo un tipo violento? Rodas apunta que incluso acudió al Colegio Militar. El cadete no tardó mucho en pedir su salida y hacer un balance realista de la preparación cuartelaria. De modo que sabía bien qué hacer con un arma de fuego.
Años más tarde, cuando enjuiciaba a Barrientos desde la trinchera parlamentaria, Zacarías Plaza, un diputado adherente del gobierno, jugaba a apuntarle con un arma desde su asiento. Segunda cita con la violencia directa. Luego, cuando algunos sectores de la izquierda argentina le pidieron su opinión sobre la fluidez de la ruta guerrillera, le pareció un error sumergirse en un terreno de lucha claramente dominado por el ejército. Entonces Rodas remata con la esperada respuesta: “Marcelo no tuvo una visión militarista de la política, menos guerrillera, pero entendió que cuando las masas están respondiendo con violencia armada a una de otro signo ideológico, él debía ganarse un puesto al lado de ellas”.
Al igual que muchos sectores de izquierda de la época, Quiroga sabía que la conciencia política y la movilización de masas en Bolivia son insurreccionales. En nuestro país, cuando la gente se radicaliza, ocupa las calles, una constante que ni “los intelectuales para-estatales”, como les llama Rodas, han logrado desmentir.
No fue un sectario
Quienes vivimos de cerca el nacimiento de nuestra actual democracia, vimos a un Marcelo en aparente soledad. Mientras la mayoría del pueblo antibanzerista se aglomeraba en torno a la UDP, a la cabeza de Siles Zuazo y Paz Zamora, Quiroga agrupaba a un segmento menor, más radicalizado, aunque en acelerado crecimiento (dio un brinco en su votación al doble de 1979 a 1980). La izquierda udepista pedía el voto útil para derrotar a Banzer y Paz Estenssoro; Marcelo, en cambio, el voto consciente y definido, un mandato sin titubeos. Dicha fórmula empezaba a rodar cuando mandaron a matar a su motor principal. Si hubiesen dejado que Marcelo viviera, las elecciones de 1985 habrían tenido como principales contendores a Quiroga y a Banzer. No hace falta ser un adivino retrospectivo para saber que la historia boliviana hubiese sido muy diferente sobre aquellos rieles.
Ahora bien, esta pertinaz distancia de Marcelo con respecto al MIR y a la UDP, ¿deberían hacernos deducir un Quiroga caudillo, personalista o sectario? Nuevamente no. Rodas se remite a los documentos de la época por los que queda claro que entre el PS-1 y entidades como el MIR se abría un abismo práctico infranqueable. Mientras el primero decidía, estatutos mediante, el imperativo de una dirección obrera (cinco de nueve dirigentes nacionales) y había optado por hacer públicos todos sus pasos, los partidos de la UDP ingresaron muy pronto en las negociaciones secretas a espaldas de la gente, que respaldaba a un frente sin saber adónde se dirigía.
Otro dato central del momento es que Quiroga buscó incansablemente la gestación de un frente amplio de izquierda con todos los partidos opositores del momento y la expresa exclusión del MNR en todas sus variantes, un veto también para la de Siles Zuazo. El eje de unidad debía estar construido por los principios de la izquierda revolucionaria, vale decir, la perspectiva encaminada al socialismo. Discutió, por ejemplo, con Antonio Araníbar y la brecha era insalvable, el mirista decía reformas, Marcelo apostaba por la revolución. A pesar de su gran carisma personal, Quiroga estuvo invariablemente dispuesto a renunciar a cualquier candidatura suya si a cambio se realizaba este frente de izquierda, el de los principios, no uno para el reparto de pegas.
Entonces sí, Marcelo fue un solitario en el escenario político, pero no porque él lo haya deseado, sino porque careció de compañía. Quedó entonces prácticamente a solas en su pleito justiciero con el ex dictador y solo también como la gran víctima del golpe de 1980. Desde aquel año nuestra alma no remedia la mutilación.
Él pensaba que el golpe militar era improbable
García Meza lo había amenazado personalmente y en público, una de tantas advertencias remitidas por el poder militar y económico, pálido ceniza por el brillo de Marcelo. Hugo Rodas recuerda que no era la primera vez en que la muerte aspiraba a emboscar al líder socialista. En tiempos de Barrientos sufrió ya un intento de asesinato. “Sin embargo no encuentro en él ninguna predisposición a la muerte. Al respecto, él decía que los hombres pertenecen más a su tiempo que a sus padres y que en política, como en la vida, todo debe ocurrir hacia delante, o sea, que hay que atender a la necesidad de transformarse con la realidad y que ello, por supuesto, implica riesgos”, explica Rodas.
A pesar de todo, dice nuestro entrevistado, Quiroga no creía que en 1980 alguien dentro del ejército pudiese perder la cordura y organizar un asalto al Palacio. Las elecciones de ese año habían sido un claro repudio a los golpistas pasados y futuros, no sólo por la nítida victoria de la UDP, sino por el derrumbe electoral del MNR, cuya complicidad con el cuartelazo del coronel Natusch había quedado demostrada. Sin embargo, lo impensable sucedió. García Meza y la cúpula militar tuvieron la candidez criminal y la inconsciencia política necesaria como para interrumpir la entrega del poder a Siles y justificarse ante sus amos blandiendo el cadáver de Marcelo. Y por eso, porque Quiroga no contaba con la temeridad alentada por el narcotráfico, acudió como el resto de los defensores de la democracia al edificio de la COB, aquella mañana horrible del 17 de julio de 1980