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La noche en que cayó el muro

“¿A partir de cuándo rige la norma?”, preguntó un periodista. Schabowski peinó con su mirada la hoja de papel. “Según mi conocimiento, es de inmediato”. Con esas palabras cansadas, un funcionario del Estado comunista acababa de derribar, sin saberlo, un muro de 160 kilómetros. Pasó hace 25 años y lo recordamos acá, paso a paso.

Aquel jueves 9 de noviembre de 1989, terminó siendo uno de esos días imprevistos, repentinos; uno en el que nadie espera que al desfallecer el sol, se levante un hito en la historia larga de la Humanidad. En un par de horas y cuando todos lo daban por inamovible, 28 años de encarcelamiento colectivo desembocaron en fiesta callejera. Aquella sí fue una “primavera”, o mejor, dicho: un “otoño de los pueblos”. Europa sepultaba al comunismo y sellaba, por fin, la tumba de Stalin.

Los hechos

El Consejo de ministros de la República Democrática Alemana (RDA) celebraba una sesión extraordinaria, que ese 9 de noviembre, comenzó puntual a las diez de la mañana. El orden del día ni siquiera subrayaba el asunto que convertiría a aquel encuentro, en objeto de intensas indagaciones posteriores.

Cuarenta y cuatro líderes de aquel Estado, a punto de desaparecer, discutían sobre la posibilidad de abrir la competencia por el poder, es decir, acerca de una nueva ley electoral que pusiera fin al monopolio del partido. El gobierno acababa de ser renovado, varios ministros nuevos se aprestaban, sin saberlo, a asistir a la muerte del aparato que controló sus vidas durante cuatro décadas.

Y así, disuelta entre los numerosos puntos de la agenda, figuraba la consideración de aquel papel denominado: “Medias provisionales para autorizar viajes fuera de la RDA”. El documento, de ocho párrafos escuetos, cabía en una plana con holgados espacios para el dactilógrafo. Egon Krenz, el presidente del Consejo de Ministros, leyó el texto a las cuatro de la tarde. Los testimonios registran silencio en la sala cuando se inquirió por la aprobación. Varios ministros, hasta los más intransigentes, no recuerdan haber estado decidiendo nada vital. Un Estado adormecido, acostumbrado a la unanimidad, se suicidaba sin enterarse.

El texto fue consensuado antes en la pausa del mediodía, cuando los señores conversaban envueltos en el humo de su propio tabaco. Horas previas, la hoja salía de la máquina de escribir, en torno a la cual, cuatro funcionarios del Ministerio del Interior cumplían con el encargo. Les ordenaron proponer medidas transitorias para frenar la hemorragia demográfica que bordeaba la cortina de hierro, vía Checoslovaquia o Hungría, en dirección a Austria, y por tanto, a la denostada Alemania capitalista. Miles de familias ya habían emprendido el éxodo, que gracias a la apertura de la Unión Soviética inspirada por Mijail Gorbachov, convirtió al Muro de Berlín en un monumento tan oprobioso como superfluo.

Los funcionarios sugerían que la ola de fugitivos saliera ordenada por la frontera alemana-alemana, suprimiendo así la avalancha de desprestigio que implicaba aquel vadeo. Para ello, propusieron algo simple: los ciudadanos que solo aspiraban a salir por unas semanas del país, debían tramitar una visa a partir del 10 de noviembre, es decir, desde el día siguiente. De ese modo, se esperaba que la ansiedad por cruzar los límites se fuera dispersando en los más de 300 puestos policiales de la ciudad. Así, la presión sobre la frontera tendería a diluirse, el Estado retendría el control y se evadiría el colapso.

El error Schabowski

Uno de los ministros faltó toda la jornada. Entraba y salía. De hecho, estuvo ausente cuando la “hoja” fue aprobada. Sin embargo, en las últimas líneas del documento, aparecía su nombre: Günter Schabowski, ministro portavoz del comité central. Él quedaba encargado de informar al mundo sobre aquella decisión.

A las 5 y media de la tarde, Krenz le entrega el famoso papel dentro de un folder rojo. Treinta minutos más tarde, Schabowski ingresa a la sala de prensa con un fardo bajo el brazo. El folder clave se entremezcla entre las resoluciones retóricas, propias del discurso comunista. La conferencia de prensa transcurre entre bostezos y miradas insistentes al reloj. El portavoz divaga, se interrumpe, redunda, y exaspera a los pocos corresponsales que resisten heroicos esperando alguna novedad.

Riccardo Ehrman, reportero de ANSA, levanta la mano. Hace la pregunta que parece rematar aquella hora de funestas peroratas. Pregunta si la RDA ha pensado cómo resolver la salida masiva de sus ciudadanos por las fronteras checa y húngara. Entonces Schabowski recuerda el folder rojo. Inclina las gafas y lo rescata de la pila de papeles que también se recuesta sobre la mesa. Y lee. De pronto, el interés circundante revive. Tom Brokaw, el único corresponsal estadounidense (NBC), recuerda aquello como si un rayo hubiera electrizado la sala. Varios periodistas giran para preguntar si la traducción es correcta, si es verdad que el Muro está a punto de caer.

Schabowski recordó después que leía el papel por primera vez ante las cámaras del planeta. “¿Desde cuándo entra en vigencia?”, le preguntan. El ministro no sabe, revisa una y otra vez la hoja, pero nunca la vuelca. Por eso no repara en que todo debía empezar a correr desde el día siguiente. Entonces improvisa y balbucea con inquietud: “de inmediato”. Son las 7 de la noche. Los reporteros se agitan, Schabowski abandona la sala presuroso. El error ya es irreversible.

La noticia ya da vueltas al mundo: “El Muro ha caído”. Cientos de alemanes de ambos lados de la línea comienzan a agolparse en los puestos de control. Ni los ministros ni los comandantes saben nada, algunos fingen dormir, otros, solo demencia. Esa noche, el Estado ha dejado de existir. A media hora de la medianoche, son los oficiales de turno quienes instruyen abrir las trancas. Aquel “de inmediato” había eliminado toda posibilidad de una sangría controlada. Aquel error de un informador desinformado precipitó los hechos y erosionó una transición controlada. Cuarenta años de comunismo alemán se venían abajo sin causar una sola baja. Después de eso, nada volvería a ser igual.

Fuente: “Bundeszentrale für politische Bildung, Deutschlandradio”

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