top of page

El periodismo en tiempos de Evo

Rafael Archondo (2015)


Es esbozo historiográfico, casi en borrador, de los tiempos que vivimos y viviremos como gente de la información.

Los medios de comunicación fueron hábilmente escindidos por dentro. La primera fisura se produjo en abril de 2000. Los “guerreros del agua” en Cochabamba consiguieron encender las simpatías de un segmento de periodistas, que desde ese momento se animaron a librar una agria disputa con sus jefes inmediatos.

La predicción del doctor Paz Estenssoro se cumplía al pie de la letra; la era del decreto 21060 empezaba a expirar y su irradiación histórica duraría exactamente dos décadas. En 2005 ya no quedarían más que escombros del modelo implantado aquel 29 de agosto de 1985. Evo Morales llegaba al gobierno secundado por un bloque de periodistas que lo había catapultado al estrellato a lo largo de arduas escaramuzas para darle la visibilidad que los propios ciudadanos ya empezaron a exigir.

Medios escindidos fue lo que el país comenzó a consumir desde el año 2000. Poco antes, en 1998, el periodista Jorge Canelas fundaba el diario “La Prensa”. Íbamos con él los hombres y mujeres que ya no calzábamos con la restringida agenda informativa de esos tiempos. Íbamos con él, los que ya no congeniábamos con los medios dominantes y anhelábamos un periodismo apegado a los nuevos sentidos comunes que emergían de la crisis. La planta de redactores de “La Prensa” se pobló de voces rebeldes. La mayoría de ellas apostaría más tarde por respaldar los cambios de manera personal y directa, muchas quedarían también desencantadas años más adelante.

En “La Prensa” se produjo, aquel 1998, el primer choque de posturas políticas. La planta periodística arremetió informativamente contra el recién juramentado gobierno de Banzer. En la acera del frente, “La Razón” tenía menos entusiasmo por las acciones derogatorias de las autoridades. El silencio de ese lado y el vigor crítico del otro convirtieron a la estrenada “La Prensa” en un foco de tensión con la plaza Murillo. Las presiones se dejaron sentir de inmediato. Desde Palacio, las exclamaciones sonaban cada vez más estridentes. En diciembre de ese año, los principales impulsores del diario eran expulsados, Jorge Canelas incluido. Nacía casi de inmediato el Semanario “Pulso”, el impreso que junto al “Juguete Rabioso”, más contribuyó a generar una nueva corriente de ideas, favorable a un viraje radical que sacara al país de la crisis política. Canelas trascendió por entonces su perfil de intelectual conservador y se animó incluso a redactar un editorial exhortando a Sánchez de Lozada a cesar la masacre y dimitir.

¿Puede haber mayor seña de escisión que esa? Jorge Canelas, el hombre que en 1990 instaló un estilo de periodismo escrito claramente inclinado al liberalismo y ampliamente favorable a la modernización “capitalista” del país; el editorialista que mejor argumentó la necesidad de sepultar los resabios corporativos de la Revolución del 52, aprendía de sus reporteros y se disponía a recibir las transformaciones que Bolivia esperaba edificar. Murió desconfiando de lo venidero, pero seguro de que todo aquello era ineludible.

En consecuencia, el nuevo Presidente Evo Morales ingresaba por primera vez al despacho presidencial en calidad de titular, arropado con la confianza de un segmento de periodistas, que pudo lidiar para escindir las redacciones y expandir el torrente de nuevas ideas, aquellas que soportaron la renovada legitimidad de sindicatos y fobias anti-imperialistas.

Turbulencias

Pues bien, como era de suponer, los periodistas afines al nuevo gobierno, no tardaron mucho en integrarse a sus filas. Abandonaron así los espacios escindidos que habían instalado. Para seguir con el ejemplo de “Pulso”, allí se produjo el vuelco. Canelas siguió al mando, pero con un nuevo personal, esta vez, explícitamente distante de las nuevas orientaciones estatales. Salió Gustavo Guzmán, entró Fernando Molina. Quienes labraron un semanario de izquierda, se desplazaban hacia el gobierno de izquierda, que habían ayudado a producir.

Llegó entonces un nítido periodo de realineamiento. Esos medios escindidos entre 2000 y 2005, recuperaron su espíritu de cuerpo. En 2006, cuando la Asamblea Constituyente amenazaba con replicar los pasos de Venezuela, las trincheras empresariales se fusionaron con las acciones mediáticas. Una amplia coalición de canales de televisión casi todos dirigidos desde Santa Cruz (UNITEL, PAT, Red UNO como los más destacados) empezó a batir tambores de guerra. Es un periodo poco estudiado, quizás por el ardor con que fue encarado, pero lo evidente es que desde los medios dominantes del país le declararon una guerra incesante al Estado que pretendía nacer de las entrañas de la temida nueva Constitución.

Entre 2006 y 2008, el gobierno fue sometido a un asedio sin tregua por parte de los medios de comunicación. El momento más crítico para las nuevas autoridades llegó cuando la Constituyente fue paralizada por las acciones sociales en Sucre, mientras cuatro departamentos del país organizaban, pese a haber sido declarados ilegales, sus referéndums autonómicos, en los que le imponían su propia orientación al proceso.

La fuerte sensación de que Bolivia ya estaba prácticamente dividida y que el gobierno central solo controlaba la mitad del territorio, se empezó a anidar en la mente de la mayoría de los ciudadanos. El derrocamiento del Prefecto electo de Chuquisaca, David Sánchez, y su reemplazo por una figura femenina y quechua de la oposición dio la certeza de que la llamada “media luna” ya lindaba con los bastiones duros del Movimiento al Socialismo (MAS).

Para entonces ya teníamos un gobierno acorralado por la televisión y los diarios. Su defensa quedó reducida al canal estatal y a algunas radios de raíces sociales y ciudadanas como ERBOL. Aparentemente desprovisto de una estrategia comunicacional exitosa, el gobierno veía reducido su ámbito de discurso a las redes informales de la sociedad. Parecía que sus días estaban contados. El vicepresidente García Linera ha relatado esos momentos, recordando que algunos ministros ya fueron a despedirse en Palacio, convencidos de que un Presidente que no puede aterrizar en cinco de nueve departamentos, estaba condenado a la renuncia o al derrocamiento.

De pronto, una oposición capaz de controlar población y territorio y que casi había erradicado al Estado central de sus espacios más imponentes, quiso tomar un atajo inconveniente. Pensó que el trabajo de los medios ya había impreso convicciones en la gente y determinó la convocatoria a un referéndum revocatorio. Con este gesto, la coalición política-empresarial-mediática sobreestimó los efectos de tres años de asedio persuasivo. Puesto contra las cuerdas, el gobierno de Evo Morales obtuvo la tabla de salvación que quizás ni esperaba. Una vez en campaña, hizo lo que mejor sabe, recorrer el país de canto a punta. Concluían así tres años de un cerco sin fisuras.

Reacomodo

La aprobación de la nueva Constitución en 2009 puso en claro quién había ganado la guerra, y no solo, la última batalla. El frente de los impugnadores de la nueva Carta Magna lució ya bastante deprimente. Las modificaciones conseguidas a último minuto por la oposición parlamentaria, dirigida por Jorge Tuto Quiroga, obligaron al núcleo duro del MAS a reconocer que se trataba de una Constitución “de transición”, y no lo que la revolución buscaba desde sus instantes precursores.

Ocurrió entonces lo inesperado: esos precursores fueron sometidos a una “depuración” sostenida y el gobierno decidió encaminarse a la búsqueda de la hegemonía. La fuerza, aplicada de forma mesurada (estado de sitio en Pando), cedió por completo ante la persuasión y la cooptación.

A partir de este viraje, que terminará de convertir al MAS en el partido de centro-izquierda moderada que es hoy, el cerco sin fisuras de los medios se terminará por diluir.

Tras una ola de cambios de propietarios, los nuevos dueños archivaron el asedio previo. ATB, La Razón, PAT y El Extra mudaron de dueño y accionistas. UNITEL y la red UNO suavizaron radicalmente su línea editorial. En 2013, el Presidente le comentaba al diario “El Deber” que ya solo un diez por ciento de los medios se enfrentaba a su administración y la ministra de Comunicación, Amanda Dávila, le confirmaba a ERBOL que ni esa emisora ni el diario Página Siete recibirían publicidad estatal, porque la primera desinformaba y el segundo, obedecía a intereses extranjeros. A ese raquítico núcleo se ha restringido ahora la “oposición mediática”.

De modo que a partir de 2009 hasta la fecha, ha nacido una escisión de otro tipo. Ya no son los medios en sí, como en tiempos “neoliberales”, que sufren una fractura interna. Ya no viviremos choques como el producido dentro de “La Prensa” en 1998. Ahora percibimos fronteras que se trazan entre medios compactos. Hay quienes hablan de “para estatales”, como el colega Raúl Peñaranda, y hay quienes han acuñado el término “para opositores”, en un esfuerzo por demarcar dos bandos en pugna.

La imagen es quizás correcta. La era Morales ha plantado bloques contrapuestos. Sin embargo, a medida que el gobierno se hace más “centrista” y convoca a grupos cada vez más diversos, me animo a vaticinar un cese de hostilidades duales y la liberación de fuerzas plurales al interior de cada uno de los campos. Pese a la hegemonía de un partido oficial que a ratos parece “de Estado”, Bolivia sigue siendo un sitio de equilibrios y contrapesos. La etapa de la confrontación se ha ido evaporando, dando paso la emergencia de una nueva generación de líderes menos apegados al sectarismo ideológico. Algo así podría impregnar la labor de los periodistas en este 2015 tan esperanzador.

Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page