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David presidente


El debate sobre la repostulación presidencial apenas comienza. Batido el récord del Mariscal de Zepita, a Evo solo le quedaría completar su segunda década en Palacio. Haga lo que haga, ya dejó de ser una figura pública más dentro de los recuentos históricos. Costará mucho y quizás ya no lo veamos, que otro líder repita esta hazaña de holgada permanencia al frente del gobierno.

En la discusión acerca de si Evo debe o no seguir haciendo política de alto vuelo en un cuarto mandato presidencial, participan entusiastas quienes consideran que nuestro primer mandatario es un dictador consumado, un hombre incapaz de dejar el mando del país, un pegamento eficaz para continuar con los buenos negocios catapultados por el dinero del Estado. En la orilla del frente están los que aspiran a una continuidad gubernamental que le siga otorgando a Bolivia más y más éxitos materiales. Los que votarán por el Sí en febrero no ven otra opción que seguir nutriendo el único proyecto de país que conocemos en estos días.

Me coloco entre los pocos que pelean espacio dentro de un esmirriado tercer bloque. Somos los que pensamos que el principal problema del MAS es el caudillismo. Y es que, en sentido estricto, Bolivia no padece una dictadura, que sería la imposición de una voluntad particular mediante el uso de la fuerza. Lo que tenemos es un partido hegemónico que ha decidido errar, es decir, depender de una sola persona para subsistir. El MAS ha cometido su peor equivocación al declararse inútil para renovar su liderazgo a pesar de diez años de paciente acaparamiento de todos los espacios de decisión. ¿Cómo entender que un partido de la importancia y envergadura del gobernante se rinda ante el reto de promover una figura alternativa a Evo? , si no es el MAS, ¿entonces quién?

En tal sentido, percibo que “por su bien” y la fortuna de la nación boliviana, el MAS necesita perder el referéndum de febrero. Si eso sucede, tendrá años de sobra para promover un liderazgo alterno con amplias posibilidades de triunfar desde las urnas en 2019.

De lo poco o mucho que conozco sobre este gobierno, la apuesta democrática bien podría rotularse David Choquehuanca. El canciller que más tiempo ha permanecido en el cargo es un anti caudillo por excelencia, el remedio apropiado en estos tiempos signados por el culto a la personalidad. No es solo el intelectual aymara más descollante después de Víctor Hugo Cárdenas, es además propietario de una sencillez a prueba de tanto “tira-saco” suelto por ahí, un Mujica andino.

Con Choquehuanca no lamentaríamos la obcecación al uso. En Chaparina, el Canciller tuvo el valor de decir que no fue secuestrado, gesto por el cual sufrió un periodo de injusto aislamiento. Respetuoso de la discrepancia, crítico del socialismo autoritario y desintoxicado de las mieles del poder, David presidente podría ser la enmienda oportuna que recomponga el evismo y lo convierta en simple y llano masismo. Como debe ser.

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