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Dar examen hoy


Exámenes eran los de antes. Se habilitaba una sala, la más amplia disponible, solo para distanciar asientos y contactos visuales. Los estudiantes eran obligados a mantener una estricta separación y hubo profesores, que inventaron la técnica de repartir grupos de preguntas diferenciadas por filas, A y B, a fin de que resulte vano lanzar un vistazo a la hoja del compañero de al lado. El maestro recorría cada rincón del aula y peinaba con su ojo vigilante cada resquicio angustiado con la única meta de detectar infractores. Un ladeo de cabeza era razón suficiente para anular la prueba del curioso. Tuve un instructor que optaba por pararse sobre una silla para gozar de una imagen panorámica. Un panóptico ilustrado y con corbata.

Descubrir un “chanchullo” era presea mayor para el profesorado. En cada examen, se libraba una guerra silente entre la astucia estudiantil, concentrada en contrabandear conocimiento condensado, y la paranoia del magisterio, empeñada en la captura y decomiso de dicho material.

Con el tiempo, algunos fuimos constatando que confeccionar un “chanchullo” era la mejor forma de aprender. Apiñar fórmulas e ideas en una mínima pieza de papel plegable fue para varios nuestro primer ejercicio de síntesis. Aprendimos a fichar, es decir, a distinguir lo principal de lo accesorio.

Las muchachas descubrieron que hacer trampa podía ampararse en el pudor adulto. Entonces garabateaban meticulosamente sus piernas, más arriba de las rodillas, convencidas de que solo ellas estaban autorizadas a leer en ellas. Nosotros, menos sofisticados, usábamos los minutos previos al inicio del examen para borronear sobre el banco, camuflando equis y yes, en medio de corazones flechados y palabrotas.

Todo transcurría de ese triste modo hasta que empezamos a ser bendecidos por las nuevas tecnologías. Tras la popularización de los teléfonos celulares, que no son otra cosa que terminales de datos instantáneos, la astucia estudiantil aludida pudo alcanzar la categoría de invencible. ¿Para que copiar en un examen si la sabiduría del mundo se abre a tus ojos con solo mover los dedos? En efecto, ni el más sabiondo de tus compañeros sabe tanto como google. Pero no, el atraso docente no conoce límites. He sabido de profesores que decomisan celulares en la puerta, cajón en mano. La idea de que las destrezas solo pueden hacerse medibles a partir de un sujeto vigilado y en estricto aislamiento, se rehúsa a desaparecer.

Esa, la cultura del “examen sin chanchullo”, es, a estas alturas, la última trinchera del autoritarismo arcaico y de la pedagogía ciega. Como sabemos, en el mundo de hoy, las soluciones se construyen en medio de la más irrestricta cooperación. La vida práctica no solo no prohíbe, sino que alienta el “chanchullo”. Intercambiamos síntesis inteligentes todo el tiempo y el que más aporta, es el que mejor condensa lo que sabe. Más aún. El saber se marchita cuando no fecunda, se aísla y conserva intacto. Lo moderno es funcionar en red, crear valores nutridos por el aporte de muchos, forjar bienes comunes, gestados y aprovechados por cientos de personas a la vez. Véase Wikipedia.

Solo por eso, en mi actual condición profesoral, me escondo en una esquina, bajo la mirada, guardo discreción, y celebro inadvertido cada que un estudiante le pregunta al otro durante el examen, justo aquello que hace proliferar las dudas y convierte aquella prueba, a celular encendido, en un reto colectivo.

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