Alianzas mecánicas
Me cuento entre los equivocados, que pensaban que una unión mecánica de la oposición era posible. “Mecánica” en el sentido primitivo del término, es decir, mero agrupamiento físico de fuerzas con la finalidad exclusiva de ponerle freno a la maquinaria mayor, en este caso, la del gobierno. Creía que el poderío evidente del partido político más grande de este siglo, era razón suficiente para edificar una “sociedad de socorros mutuos” entre quienes hacen vida pública fuera del Estado. De haberlo hecho así, todos los electores adversos a Evo Morales hubieran tenido donde guarecerse el pasado 12 de octubre. En tales circunstancias, muy similares a las venezolanas, aquel 60% azul en las urnas, hubiera tenido un compacto 40% como contrapeso, logrando de tal forma poner al bloque oficialista por debajo de los dos tercios de los escaños. No pasó y vale la pena preguntarse por qué.
Bastaba con repasar los hechos recientes para no errar. La oposición a Evo no fue capaz de unirse en ninguna de las tres elecciones consecutivas que perdió de idéntica manera. Y claro, en vano se enojan con Tuto, los amigos de Samuel. En 2005 y 2009, quien fracturó el voto opositor fue precisamente Doria Medina. No quiso unirse al más fuerte cuando se hallaba en desventaja, es decir, ni a Quiroga ni a Reyes Villa. Este año, Samuel exigía un trato que él no le dispensó a nadie en el pasado.
De modo que así dividida, la oposición acumuló en 2005, un 36% de los votos (la suma de Podemos y UN), en 2009, un 32% (PPB CN y UN, juntos) y este 2014, el 34% (UD y PDC, si solo contamos las siglas vigentes). No se unieron cuando el gobierno era más vulnerable; tampoco lo hicieron ahora. ¿Ambiciones personales?, ¿ se puede ser ambicioso en la derrota?, ¿ambición de repartirse los escombros? No lo creo.
La oposición no se une, porque genuinamente discrepa, porque no ha inventado aún la fórmula para ganarle a Evo, y porque no sabe de dónde agarrarse para alzar vuelo. Cuando impera la impotencia, lo normal es que proliferen las discrepancias airadas, las ocurrencias aisladas, los intentos vigorosos, pero inefectivos. Le ocurrió exactamente lo mismo a la izquierda en tiempos de neoliberalismo, o ¿no se acuerdan?
En un contexto así, no esperemos ni alentemos alianzas mecánicas. Lo deseable no es que el MAS se vaya a su casa “a como de lugar”, sino que lo haga cuando tenga un sustituto tan o más efectivo para canalizar los anhelos de la gente.
Y hete aquí que el primero de marzo, volveremos a votar. Los comicios locales y departamentales son, de pronto, la gran oportunidad política para una oposición que respira con dificultad. La naturaleza de las elecciones venideras ayuda a pensar en alianzas, ya no mecánicas, sino “orgánicas”, es decir, con raíces, savia y clorofila. Lo sabemos: cuando se escoge alcaldes, concejales o gobernadores, el factor clave a valorar es la capacidad de colmar necesidades primarias: enlosetar calles, enterrar tuberías o distribuir bolsitas de leche entre los escolares. La ideología toma un descanso. ¿No podrá la oposición dejar, ahora sí, que compitan de modo descentralizado, solo sus mejores gestores, no entre sí, sino con el oficialismo? Si revisan los recientes escrutinios, sobre todo los urbanos, encontrarán el aire que tanto necesitan.