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La OEA y Venezuela


Venezuela ha decidido cancelar su pertenencia a la OEA. El próximo año, este organismo interamericano cumplirá 70 años de vida. En estas décadas ha enfrentado variadas crisis políticas. La primera la atrapó en pañales, el mismo día de su alumbramiento, cuando sus fundadores debieron ponerse a buen recaudo para eludir el violento “Bogotazo”, que conmocionó a la Colombia del acribillado Eliécer Gaitán de aquellos días.


La OEA fue un cónclave turbulento desde su gestación. La razón principal para ello es que, a diferencia de Naciones Unidas, ninguno de sus miembros posee derecho a veto. Ello permite que cada uno pese lo mismo a la hora de tomar decisiones. El voto de la diminuta Santa Lucía cuenta igual que el de colosos como Brasil o Estados Unidos. Y quizás por eso, Venezuela optó por salir de la escena, y es que la correlación numérica empieza a serle adversa en el continente.


Hubo un tiempo en el que los hilos del poder en Washington se digitaban desde Caracas. El magnetismo de Hugo Chávez hizo que el anterior e incluso el actual Secretario General de la OEA hayan tenido que pasar por la venia venezolana. Ahora la que imperaba se retira. Se va para que no la echen. Se va para adelantarse a los 24 votos que podrían terminar suspendiendo su participación. Quizás nunca se hubiesen sumado, pero siempre ha sido mejor prevenir que lamentar.


Con su adiós, Venezuela quiere castigar a Luis Almagro, el actual secretario general. Quiere dejar sentado en su hoja de vida que, durante su mandato, un país abandonó la OEA. Que recibió 35 y devolvió 34. Mal desempeño, pero Almagro se lo merece. Ninguna de las resoluciones votadas en la OEA usó el término “golpe de Estado” para caracterizar la lucha de poderes en Venezuela; nunca un documento aprobado por los Estados miembros calificó a Nicolás Maduro como dictador. Él lo hace a diario, abusando de las redes sociales al mejor estilo Donald Trump. Almagro pactó con la oposición en Venezuela y ha funcionado como su principal vocero internacional. Lo suyo es una traición al mandato de representar a todos y actuar como mediador responsable.


Venezuela se va de la OEA bajo la mirada plácida de Honduras, que fue expulsada en 2009, porque allí sí hubo un gobierno electo derribado por la fuerza militar. En ese entonces Chávez descargó toda su furia a través de la OEA. En realidad, también devolvía gentilezas. En 2002, el organismo se puso de su lado cuando un puñado de empresarios y militares quisieron tomar un atajo ilegal para derrocarlo, forzando su renuncia. Es hasta emblemático. Venezuela no quiere parecerse a Honduras, y por eso prefiere salir de allí con sus propios pies. A veces la Historia funciona como un fantasma que inhibe repeticiones.


Dicen que al salir de la OEA, Venezuela se aísla. No es verdad. Aislada está hace mucho, desde que dejó de inspirar los cambios en América Latina, desde que después de tantos años de supuestas transformaciones ha regresado a abismos similares al Caracazo, que tantas remembranzas despierta en los bolivarianos de principios de siglo.


En 1962, Cuba, la hereje del momento, también abandonó la OEA. Cuatro décadas después, el mismo año de la suspensión de Honduras, todos pidieron su retorno. Hoy el destino ha querido que su aliada más entrañable secunde sus pasos. La OEA vive, pues, una de sus muchas crisis.


¿Qué más da? En 2009 no pudo restablecer al Presidente electo de Honduras, miró impasible la caída de Lugo y de Rousseff, y ahora trata de responder a una crisis venezolana que no entiende ni resuelve.

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