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¿Para qué le sirve a Maduro una Constituyente?


En ocasión del Día Internacional de los Trabajadores, el primero de mayo de este año, el Presidente de Venezuela anunció su decisión de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente en su país. Las reacciones de quienes quieren verlo pronto fuera del poder han sido puramente instintivas. Dicen los opositores que la convocatoria a escribir una nueva Constitución confirma el “golpe de estado continuado” que habría comenzado cuando el chavismo perdió las elecciones legislativas de 2015.


¿Golpe?, ¿a qué llamamos golpe? Técnicamente un golpe es un acto violento por el cual una autoridad legítima y legal es removida de sus funciones. Nada de eso ha pasado en Venezuela. Lo que ocurre es un desconocimiento recíproco de atribuciones entre la Asamblea Nacional, que es el Congreso, y el resto de los poderes aún leales al chavismo.


Repito, en Venezuela no hubo un golpe de parte de ninguno de los bandos en pugna. Lo que hay es una parálisis institucional ocasionada por el hecho de que los parlamentarios desconocen al Presidente y éste intenta reducir sus prerrogativas al máximo. El Estado tiene entonces el alma dividida. La Presidencia responde al resultado electoral que sobrevino tras la muerte de Chávez en 2013 y el parlamento es resultado del desgaste del gobierno de Maduro en 2015. Las dos voluntades, cronológicamente desfasadas, se enfrentan hoy y cada día en Venezuela.


Pues resulta que la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente es un intento final de parte de Maduro para ponerle fin a la situación de parálisis. El Presidente quiere un desempate y ha forzado las cosas al máximo para conseguirlo. Es quizás su última carta.


Pero, ¿qué espera conseguir con el anuncio del primero de mayo? Es indispensable decir que la Constitución de Venezuela lo faculta plenamente para realizar dicha convocatoria. No necesita consultar a otros poderes y menos a los ciudadanos. Hugo Chávez no la tuvo tan fácil por el hecho de que en 1999 regía otra Constitución. Por eso primero convocó a un referéndum para preguntarle a la gente si estaba de acuerdo con llamar a una Asamblea Constituyente y luego, tuvo que volver a hacerlo para aprobar el texto redactado por ésta. Maduro tiene, gracias a la nueva Carta Magna, la vía libre para convocar y aprobar lo que la Asamblea electa decida.


La convocatoria a la Asamblea Constituyente pone en las manos de Maduro dos ases en esta dura partida. Primero, el Presidente ha logrado sacar de la escena al parlamento y segundo, tiene la libertad inédita de decidir bajo qué condiciones se podrá elegir a los miembros de la Asamblea. Sobre lo primero, no cabe duda que estando en marcha la reescritura total de la Constitución, el parlamento ha perdido proyección a futuro. Es una manera elegante de desconocer el resultado electoral de 2015. En cuanto a lo segundo, Maduro ha dicho que serán 500 delegados, 250 elegidos entre los trabajadores y los otros 250, en las comunas. La manera de escogerlos sería a través del voto universal y secreto. Los partidos políticos quedarían fuera del cónclave y no podrían participar elaborando listas de candidatos.


Maduro ha dicho el primero de mayo que ahora comienza la toma del poder total por parte del chavismo. Con ello aludía al fin de la situación de dualidad de poderes. Por eso es muy comprensible que la oposición sienta que se la quiera asfixiar y haya redoblado su presencia en las calles.


Como se ha demostrado en 2015, el chavismo parece ser ya una minoría en Venezuela. En ese año, perdió dos tercios del Congreso. De modo que la convocatoria a la Asamblea Constituyente no solo busca sacar de escena al parlamento, sino sobre todo “fabricar” una nueva mayoría en su seno. ¿Cuál es la receta para ello? Como ya se dijo, la clave está en la convocatoria. Si la mitad de los representantes tiene que provenir del mundo del trabajo, ya no se está apelando al ciudadano en general, sino a una categoría de clase. En cuanto a la otra mitad, las comunas son organizaciones territoriales organizadas por el chavismo. En ambos mundos, la oposición juega en completa desventaja.


El modelo de representación de la Constitución aprobado durante el gobierno de Chávez era de corte liberal. Maduro quiere ahora dar un paso en dirección al llamado “socialismo cubano”, en el que hay un partido único y una cooptación de sindicatos y organizaciones sociales, las cuales supuestamente tienen una presencia directa en el Estado. Lo complicado va a ser construir un Estado de ese tipo usando el voto universal y secreto. La única opción viable es que Venezuela sea dividida en distritos y que de cada una de esas demarcaciones, surjan dos representantes, uno postulado por sindicatos y otro por las comunas. Dado que los partidos no pueden participar directamente, estamos ya en los umbrales del corporativismo que nos recuerda mucho más a Mussolini que a Bolívar. La pregunta ahí es si la gente va a acudir a votar por listas elaboradas por los núcleos leales al gobierno.


¿Qué puede hacer la oposición en un escenario tan complicado? Tiene dos cartas: desconocer la convocatoria con el riesgo de que las decisiones se asuman lejos de su influencia o montarse al tren y descarrilarlo.


Lo primero la obliga a seguir en las calles, con el riesgo de que sobrevenga el cansancio. Lo segundo la obliga a disputar con sus candidatos cada uno de los resultados. Si esta última táctica le llegara a resultar favorable, la nueva Asamblea Constituyente se transformaría en una pesadilla para un Maduro que con ello, habría agotado lo que le quedaba de munición para esta guerra. Ese ya sería el fin del chavismo en un país que se hizo parte de él durante una década y media.

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